Tulio Zuloaga y su oda al fracaso
A VECES, Tulio se da un poco duro. En alguna entrevista se le escuchó decir que en realidad no fue un actor de verdad, pese a que participó en clásicos de la televisión colombiana como Pequeños Gigantes (1983), Pasiones secretas (1992) y Sangre de lobos (1992). También ha dicho de sí mismo que no fue el cantante más afinado. Pero es que vendió un millón de discos y llenó plazas por toda Colombia. Con el perdón de los vendedores masivos de hoy, lograr lo anterior en los años noventa requería de un desempeño más sólido por parte del artista —de la voz ‘insumo’— que en una actualidad en la que los softwares arreglan, o hacen realidad, lo que sea. El éxito más escuchado del barranquillero es una versión de Cachucha bacana —la original es de Alejo Durán— y al oírla uno puede decir cualquier cosa, pero nunca que la voz de Tulio Zuloaga sea mala o fea. Al revés: es cálida, precisa, enérgica y “limpia”, si se puede describir así. Pero es que Tulio es autocrítico. De hecho, mirarse al espejo y abrazar sus fracasos se convirtió —qué paradoja— en la clave de su éxito. Por ello, lo invitaron a dar una charla TEDxMedellín en la que suelta la siguiente frase: “Fracasé tantas veces en la vida que el fracaso se me convirtió en libertad”. Y quizá eso es verdad: que para levantarse toca haber caído.
Hay que admitir, sin embargo, que la libertad de Tulio para hablar de sus momentos bajos también se la ha conferido estar en la cúspide. Sus dos proyectos culmen, los que le dieron —por fin— una corona indiscutida en el ojo público y que hoy lo tienen con casi cuatro millones de seguidores en Instagram, son, por un lado, los festivales Máster (Burger, Sushi y Pizza Máster), que a lo largo de su respectiva semana en el año energizan la industria agroalimentaria en todo el país. Durante la más reciente edición del Burger Máster se vendieron casi tres millones de hamburguesas en 25 ciudades, se movieron 67.000 millones de pesos en ventas y la plataforma que le permite a los ciudadanos calificar cada negocio recibió 570.000 votos. Porque así funciona esto: el jurado es la gente.
El otro gran proyecto de Tulio es su marca personal: Tulio Recomienda, uno de esos “vectores” explosivos de la viralidad en redes sociales y en el que reseña negocios gastronómicos, entre otras cosas. Detrás del telón no solo está él, sino también su esposa, María Alejandra Mejía, y sus cuatro hijos, pues todos tienen su papel en una empresa en la que, dice Tulio: “Aquí el único que no descansa soy yo”.
Pocos saben que usted fue mecánico después de haber sido DJ, cantante y actor. Y ha dicho que esa decisión tuvo que ver con una quiebra y con un desencuentro con su disquera. ¿Cómo fueron esos días de tuercas y aceite en Medellín?
Así fue y por eso le insisto mucho a los jóvenes que tengan cuidado con lo que firman. Yo era un cantante bastante exitoso: fui el primer colombiano en MTV, estuve un tiempo en Estados Unidos y hasta se usó una canción mía en una película producida por Quentin Tarantino: Curdled (1996), con Angela Jones y uno de los Baldwin. Pero yo firmé un contrato que omitía mi petición de obtener 10 % de las regalías y que, además, lo entregaba todo. Después, cuando se presentó la posibilidad de tener al mánager que trabajaba con Luis Miguel en Estados Unidos, ¡oh sorpresa! Yo no era dueño ni de mi nombre. Y la fama con hambre, hermano, no es llevadera: siendo así de exitoso, yo no tenía cómo pagar las cuentas, sobre todo en esa Colombia del 98, en medio de una crisis económica muy fuerte. Entonces, yo tenía que hacer algo y me decidí por estudiar mecánica automotriz en una escuela pequeña de Medellín. La gente me veía cambiando aceite al mismo tiempo que arriba, en el televisor del taller, estaba yo cantando. Me preguntaban: “¿Fueron las drogas o qué le pasó?” [se ríe]. Luego, me inventé varios negocios alrededor de los carros. Incluso, llegué a montar el único servicio especializado que, en ese momento, existía para Fiat. Es que imagínese: a mí la carta de libertad de la disquera me la dieron después de 10 años.
Antes ocurrían esos abusos por parte de las disqueras y, ahora, los artistas, que ya no venden discos, no reciben casi que nada de las plataformas de consumo. ¿Está aliviado de haberse alejado de ese mundo?
Es que yo pude haber regresado. Cuando me dieron esa carta de libertad, la primera que me llamó fue mi mánager de Estados Unidos a ver qué grabábamos. Pero yo no quise estar de nuevo en ese mundo tan complicado y tan injusto. Y sé que esa historia no es solo mía. Mi hija, que es una “swiftie” —fanática de Taylor Swift—, me contó que ella tuvo una historia parecida a la mía; lástima que yo no encontré luego el camino como hizo ella. Yo sí quedé bastante desilusionado. De hecho, ¡nunca volví a cantar!
"Ferrán Adrià le cocina al Papa y al rey; La Churris, en Medellín, soasa la papa y condimenta con El Rey".
Háblenos de ese concepto de la “fracasología”. ¿Qué cree usted que a uno le deja caer y levantarse varias veces en la vida?
Hay que abrazar el fracaso con total tranquilidad. Todo el mundo desea ser exitoso, pero el gran maestro es el fracaso. Y me preocupa ver a mucha gente —empresarios, por ejemplo— aplazando sus sueños por miedo a que les ocurra. A mí, caer varias veces me enseñó siete grandes cosas.
¿Cuáles?
Primero: haz que las cosas pasen; haz que sea posible. Se piensa que al sacar un producto al mercado la gente de inmediato acudirá a comprar, y que al abrir un restaurante, mañana estarán llenas las mesas. Pero, ¿y si no ocurre? Siempre se debe tener un plan B. Yo duré muchos años queriendo ser cantante hasta que por fin grabé mi propio disco —porque otros no lo hacían—. Pero cuando lancé el trabajo al mercado, ¡no se vendió absolutamente nada! ¿Qué hice entonces? Vendí cosas que tenía y le di la plata a mis familia y amigos para que compraran todos mis propios discos. Eso me convirtió en el cantante que más vendió en esos días. Por eso se fijaron en mí y firmé mi primer contrato.
El segundo punto es: jamás te hagas la víctima. Uno se detiene cuando la culpa es de los demás. Y es que, realmente, la vida es 10 % cosas que te pasan y 90 % la forma como tú reaccionas a esas cosas.
Número tres: ayuda a que los demás se potencialicen. Cuando era mecánico aprendí que tienes que partir de solucionarle algo a los demás, porque la gente no compra lo que tú le quieres vender, sino lo que necesita. Y cuando el dinero es la principal motivación, estás destinado al fracaso.
La cuarta cosa es saber que hay una fuerza más grande que nos está cuidando, cosa que le da a uno una tranquilidad maravillosa. Porque lo que buscamos es eso: tranquilidad. Alrededor de ella construimos los momentos que llamamos “felicidad”. Y la primera tranquilidad es creer que algo superior nos va llevando por el camino. Hace poco visité a los indígenas Kuna y el taita me decía que los blancos vivimos con los ojos cerrados a toda la magia que tenemos alrededor.
El quinto concepto es el de trabajar siempre en ser mejor persona: ser exitoso por dentro antes que por fuera. Y me dirán: “hay malas personas con mucho dinero”, y sí, pero es que no son necesariamente exitsas. Con eso en mente, se te abrirán muchas puertas. De hecho, dado que el peor enemigo que tiene uno es su propia mente, yo tengo un mantra: “Soy fuerte, soy inteligente, soy amoroso, soy humilde, soy feliz, soy flaco y muy exitoso. Adoro el dinero y por eso me llega en grandes cantidades y sé cómo utilizarlo”. A los dos años de estar repitiéndolo cientos de veces al día, empecé a levantarme con la cabeza llena de ideas.
La sexta cosa que aprendí fue a no criticar, a no condenar. Trabajo con restaurantes y en mis redes no verás algo así. A veces recomiendo cosas para mejorar, pero nunca condeno. La crítica sin consideración también es violencia. Y el séptimo concepto es que toca “convertirse” en el mejor, más que serlo. Porque se trata de una lucha permanente.
Esa es una visión del éxito muy ligada al emprendimiento. Usted es padre de cuatro hijos: ¿todo esto les sirve también a ellos como norte en la vida personal?
Yo les recitaba el mantra todos los días para despertarlos cuando eran pequeños. Totalmente: estas siete cosas no solo sirven para emprendedores o empresarios, sino para ser buen esposo y esposa, para ser mejores personas. Cuando vemos a mis hijos —que son exitosos y me llenan de orgullo todos los días— mi esposa dice: “Mira lo bien que los educamos”. Y yo le respondo: “¡Eso fue el mantra!”.
Usted fue mediático en los ochenta y noventa, antes de las redes sociales. Y hoy en día es un influencer digital con todas las letras. ¿En qué se diferenciaba ser persona pública en ese entonces y serlo ahora?
Que antes la vida era más reservada y, en cambio, hoy hay que tener mucho cuidado porque todo el mundo está con un teléfono en la mano, mientras que todos los seres humanos nos equivocamos. Veo difícil que algo así me pase a mí, pero si te sales de casillas y te graban, la gente se cree con derecho a opinar sobre ti. Lo digo así: ya no se puede ser una máscara, tienes que ser una buena persona de verdad porque tarde o temprano estarás expuesto. Y por otro lado, antes se dependía exclusivamente de los medios tradicionales. Ya no. Pero ojo: las redes te dan exposición, pero los medios te dan todo el prestigio y la credibilidad. Seguimos creyendo ciegamente en Revista Credencial y en el resto de la prensa: uno no puede sustraerse de eso.
¿Cuál es su historia de origen en la gastronomía? Hace 15 años, usted hizo un programa de televisión que se llamaba Gastrosophía, pero seguro que el tema venía de antes.
Muchísimo antes. Desde los cinco años de edad me encantaba inventarme sopas y pastas, mezclando todo. Y además, siempre fui muy comelón. Una amiga de mi mamá me miraba y le decía: “No joda, Diana: qué pecao’: ese hijo tuyo no va a servir si no pa’ tragar”. Y tenía toda la razón [se ríe]. Todos mis recuerdos, además, están ligados a la comida costeña.
Más adelante, me dio por escalar en Suesca. Y como no tenía trabajo, les cocinaba a otros escaladores a cambio de algo de entrenamiento. En todo caso, el enganche de verdad empezó luego, cuando estaba muy de moda la cocina mediática con Anthony Bourdain y Jamie Oliver y todos esos personajes. Toqué puertas en la televisión y creé Gastrosophia. Y mientras tanto, también fui de los primeros que le apostó al tema en Facebook, cuando eso no era tan masivo ni bien visto.
En 2017 creó el Burger Máster. ¿Cómo se le ocurrió? En la edición de este año se vendieron casi tres millones de hamburguesas en todo el país.
Hacia 2016, y acabando de tomar unos cursos de gastronomía en la Escuela Mariano Moreno y también en el Sena, conocí a Daniel Kaplan, el chef dueño del restaurante Ugly American. Me pareció fascinante escucharlo hablar de las hamburguesas: le vi tantas cosas al asunto, variables que uno no imagina, que me puse a investigar, a viajar por el mundo para hablar con ‘hamburgueseros’ acerca de aspectos técnicos. En esos viajes me di cuenta de que había muchos festivales relacionados, pero todos eran en un determinado lugar, con un jurado calificador. Una de las cosas que resultaron de ese proceso fue un manual que publiqué con los 15 pasos para hacer la hamburguesa perfecta.
Pero también, por otro lado, influyó mucho ver que una persona en Medellín iba a cerrar su negocio de hamburguesas artesanales porque no estaba teniendo éxito, pese a que eran excelentes. Le eché una mirada al sector y vi que eso era tristemente común en ese tipo de negocio. Entonces les dije: “vengan, hagamos una competencia en la que cada uno saca una hamburguesa, la ponen en un precio y listo”. La idea era hacer una campaña de mercadeo para salvar una serie de negocios que iban a cerrar. Nunca nos imaginamos la bomba en la que se convirtió. Pensábamos vender once mil hamburguesas en once días y se vendieron todas en la primera jornada antes de las 5 p. m. En Medellín se acabaron la lechuga y el tomate.
Hoy en día, se ha vuelto un buen negocio para todo el país. Cerca de 60 % de los productos utilizados son del agro colombiano. Alguien decía que durante el evento no hay problema alguno con la papa en Colombia, porque esa semana se vende lo que en tres o cuatro meses y en precios triplicados.
¿Pero cómo es el modelo de negocio? ¿Qué hay en el Burger Máster para usted?
El Máster —el de hamburguesas, el de pizza y el de sushi— es el motor de todo. Somos un equipo de 14 personas y todas las recomendaciones de restaurantes y emprendedores en redes sociales y la página web las hacemos gratis. El máster funciona con una inscripción para los restaurantes, que de hecho es la misma desde 2017. Y la idea es que el participante recupere esa inversión en el primer día del evento. Más del 90 % de ellos suelen crecer una vez este acaba, con un aumento de facturación sostenido de más o menos 30 % mensual. Es algo maravilloso. La otra línea de negocio son las recetas impulsadas por patrocinadores, pero siempre con la condición de que sean productos que yo realmente utilice en mi casa.
¿Usted cómo percibe a Colombia como destino gastronómico? Se dice a veces que no llegamos al nivel de Perú y México, pero nuestra oferta se ha sofisticado mucho.
Tenemos todo para competirle a Perú y México. Sin ser chovinista, quiero ser sincero: entre más como afuera, más me gusta la comida en Colombia. Lo que ha hecho grandes a esos países es que tienen muy viva su cocina indígena, cosa que nosotros no tanto: somos más de comida campesina. Tenemos que antojar al extranjero y al colombiano de la cocina campesina no sofisticada; sin cambiarle nada. Hace unos años se hizo un esfuerzo por promover nuestros platos en el mundo y decían que había que presentarla, servirla “mejor”. Eso no es cierto: la forma de presentarla es parte de nuestra cultura. A diferencia de los mexicanos, nosotros sentimos una suerte de vergüenza con respecto a nuestra comida. Cuando digo eso, hay quienes se molestan y entonces yo les pregunto: “¿Cuando te casaste qué serviste? ¿Por qué fue comida italiana y no quizá un sancocho, tamales, cocido boyacense, ajiaco?” Tratamos al sancocho como un remedio para el “guayabo”, como si fuera la comida del patio de atrás. En esos otros dos países, las celebraciones tienen lugar con su comida. Y por otro lado, en Colombia tenemos unos amasijos maravillosos: arepitas, almojábanas, pandeyucas..., ¿por qué carajos seguimos sirviendo pan en los restaurantes? ¿Por qué la aguapanela no está en el menú?
Esa falta de orgullo ha hecho mella, pero afortunadamente la cosa está cambiando. Y necesitamos eso: creernos la película y querer ser como las cocineras del Pacífico, y no como Ferrán Adrià o Alain Ducasse. Así, antes de 10 años la gente preferirá venir aquí a comer que a otros países.
¿Qué hace que usted recomiende y recuerde algún negocio? ¿El producto o la historia de vida que haya detrás?
Tiene que haber ambas cosas: tiene que haber una bonita historia, soportada por un buen producto. Porque todo el tiempo encuentro relatos muy difíciles, pero no tengo manera de promoverlos si el producto no se sostiene. Indiscutiblemente, el que más me marcó fue ese donde empezó Tulio Recomienda: La Churris, en la plaza mayorista de Medellín. De hecho, yo estaba atendiendo a Ferrán Adrià porque la alcaldía lo había llevado a Antioquia. Y entendí que las dos cosas eran iguales: La Churris vende platos por unos pocos pesos mientras que el desaparecido El Bulli vendía a 300 dólares. Pero en el fondo, buscaban lo mismo: contar una historia, conmover. Entendí que Ferrán Adrià le cocina al Papa y al rey; La Churris soasa la papa y condimenta con El Rey.
Finalmente: ¿qué viene para los máster?
Quiero hacer un evento colombiano. Vengo planeándolo desde hace mucho tiempo, sería como mi graduación para regalárselo a Colombia. Por otro lado, acabo de firmar con el mánager de Daniel Habif, uno de los conferencistas más importantes del mundo. Volveré al escenario como cuando era cantante, pero esta vez para compartir mis pensamientos y mi historia.