La estatua de Cristóbal Colón que fue derribada el pasado 10 de junio por manifestantes en Saint Paul, Minnesota. FOTOGRAFÍAS AFP
28 de Abril de 2021
Por:
Diego Montoya Chica

A una ola de ataques a monumentos en Estados Unidos se sumó otra tanda de demoliciones a manos de las autoridades de ese país. Así funciona una batalla por quién define —y cómo— los valores de una sociedad. 

¿Sirve para algo demoler monumentos?

El alcalde de Richmond, Virginia, ordenó la remoción de todas las estatuas de confederados que fueran propiedad de la ciudad.
“TUMBAR UNA estatua es reescribir la historia y escoger quiénes merecen ser celebrados en ella”. Sebastián Bitar, profesor asociado de la Escuela de Gobierno Alberto Lleras Camargo de la Universidad de los Andes, explica así el impacto de cualquier demolición, modificación o traslado de las esculturas que exaltan personajes históricos o movimientos políticos. El politólogo y PhD en relaciones internacionales suma a ello una clave que contribuye a responder la pregunta con la que se titula este artículo: “La historia no es el pasado, sino lo que contamos sobre él. Tumbar una estatua es un proceso político de definición de quiénes somos”.
 
Los comentarios de Bitar nos hacen mirar con ojos más comprensivos la ola de demoliciones a manos de manifestantes que, desde el pasado 25 de mayo —cuando un policía blanco mató en Minnesota a George Floyd, un afroamericano indefenso—, se tomaron las calles estadounidenses y suscitaron protestas antirracistas en el mundo entero. Cualquiera pensaría que estos actos fueron, o siguen siendo, un mero daño colateral: casi un centenar de estatuas a lo largo y ancho de los Estados Unidos, tumbadas en el calor de las protestas y debido, quizá, a una asociación mental simple. Pero la cosa va mucho más allá.
 
“No es que de un momento a otro los manifestantes hayan hecho la asociación —explica Bitar—. La mayor parte de esas estatuas representaban personas que se alzaron en armas en contra de los Estados Unidos y de su Constitución, para defender un sistema económico basado en el trabajo esclavo. Y hay que tener en cuenta que muchas de esas esculturas no fueron erigidas durante la Guerra Civil, ni cuando se abolió la esclavitud, sino en olas posteriores de rechazo a los derechos civiles buscados por las comunidades negras del país. Un buen número de esos monumentos es de entre las décadas de 1920 y 1960”. Y por eso, la comunidad afroamericana entiende estos artefactos como glorificaciones recientes de una lucha por la dominación racial de los blancos sobre los negros: la de los Estados Confederados de América. Al fin y al cabo, la filosofía de ese proyecto rebelde estaba basada —en palabras del vicepresidente de la Confederación, Alexander H. Stephens en su Cornerstone Speech (1881)—, en “la gran verdad de que el negro no es igual al hombre blanco; de que la esclavitud, la subordinación a una raza superior, es su condición natural y normal”.
 
 
No es de extrañarse, entonces, que una porción de estos objetos haya caído bajo órdenes de autoridades locales, sea por convicción política o por prevención. Así ha ocurrido, también, con las esculturas de personajes históricos venerados mucho más ampliamente que los confederados, pero que muchos ciudadanos relacionan —de una u otra forma— con la opresión de las razas o con la colonización de los pueblos. De Cristóbal Colón, solo en Estados Unidos, han sido removidos —o están en espera de ello— 33 monumentos. Asimismo, varias esculturas de George Washington han sido atacadas, pues el líder tenía esclavos. “Y hay otro caso interesante —recuerda Bitar—: la Universidad de Princeton quitó el nombre del presidente Woodrow Wilson de su escuela de política pública. Pese a ser celebrado por su compromiso con instituciones internacionales para ayudar a mantener la paz (en tiempos de la Primera Guerra Mundial), Wilson promovió políticas que eran racistas, incluso para su época”.
 
Esas determinaciones —en últimas, un ejercicio de curaduría de valores— han generado intensa resistencia, y no únicamente a nivel legal. Por ejemplo, parece haber tenido lugar una demolición ‘opuesta’: el pasado 5 de junio, la policía de Rocherster, en el estado de Nueva York, encontró en el suelo de un parque la estatua demolida de Frederick Douglass, un líder afroamericano quien, después de escapar de la esclavitud en Baltimore en 1838, fue un influyente orador en pro de la abolición. Pero nada tan visible como las reacciones del alto gobierno: el presidente Donald Trump, en el discurso del 4 de julio pasado en el Monte Rushmore —a los pies de los monumentales rostros esculpidos de Washington, Jefferson, Roosevelt y Lincoln—, se refirió a este movimiento como una “revolución cultural de izquierda” que pretende “borrar nuestra historia”. Acto seguido, anunció la creación de un parque con estatuas de “los más grandes estadounidenses que hayan vivido”.
 
Así las cosas, es inevitable pensar que esto es una batalla de golpes y respuestas. Bitar explica: “La historia es un espacio de lucha fundamental porque determina quiénes somos”.
Arriba, la demolición de la emblemática estatua de Lenin en Berlín oriental, tras la caída del Muro en 1991. A la derecha, el Arco del Triunfo de Palmyra, Siria, dinamitado por el Estado Islámico en 2015.
UN PATRÓN
El movimiento político pendular de la historia hizo que, tras la muerte del dictador Francisco Franco en España en 1975, no solamente se gestara la desinhibida Movida Madrileña de la década de los ochenta en el plano cultural, sino que se desarrollara también un rechazo a cualquier símbolo relacionado con la extrema derecha y el ultranacionalismo que les gobernó por casi cuarenta años. Tanto así que, en las grandes ciudades del país, es común oír el siguiente juicio, en boca de los jóvenes, a quien ice la bandera española en su ventana: “¡Facha!”. En 2007, el Congreso de ese país sancionó la Ley de memoria histórica, que ordenó la remoción de las esculturas, placas e insignias que glorificaran el franquismo. Procesos similares tuvieron lugar cuando cayeron las dictaduras del Cono Sur, y tras el hundimiento de las estructuras políticas de la Unión Soviética en 1991, más allá de la demolición del Muro de Berlín —mucho más simbólica que meramente física—. Entonces, se hicieron comunes las filmaciones de los ‘camaradas’ de piedra, cayendo al son de arengas populares. Los ejemplos son muchos.
 
OTRA DISCUSIÓN
Algunos se han preguntado si lo que está ocurriendo en Estados Unidos es igual a lo que pasó cuando, en 2015, el Estado Islámico voló el arco del triunfo en Palmyra (Siria), una estructura con 2000 años de antigüedad. Por un lado, no lo es si se tiene en cuenta que a las estatuas alusivas a personalidades relativamente recientes, que tienen un innegable valor político, no se les otorga el valor cultural que tienen las declaradas por la Unesco como Patrimonio de la Humanidad. Además, depende también del lente ético: para la historiadora de arte Erin L. Thompson, las motivaciones de cada acto son distintas: “El e.i. destruyó monumentos relacionados con un pasado tolerante, para alcanzar un futuro de violencia y odio —le dijo en junio al New York Times—. Estos manifestantes [los de Estados Unidos] atacan símbolos de un pasado de odio como parte de su lucha por un futuro en paz”. Pero Bitar rebate: el que los motivos sean nobles o no “es totalmente subjetivo: los radicales islamistas están convencidos de sus motivos”.
 
Cabe, entonces, preguntarse por los potenciales revisionismos colombianos; al fin y al cabo, nuestro pasado político es particularmente turbulento, pues en sus páginas hay desde colonialismo hasta un conflicto armado que ha dejado, según el Registro Único de Víctimas, más de nueve millones de víctimas. “En las ciudades y pueblos de Colombia y América Latina, es posible actualizar tanto la interpretación del pasado como la presencia de los monumentos que actualmente pueden considerarse como ‘patrimonio negativo”, dice el geógrafo y museólogo Edmon Castell, profesor de la Universidad Nacional de Colombia. “Los monumentos no tienen un valor absoluto y estático (…) ellos tienen su propia historia”, dice. ¿Cree usted que en su pueblo o su ciudad existen estatuas u otros monumentos susceptibles de un revisionismo y una posterior condena? ‹ 
 
*Publicado en la edición impresa de agosto de 2021.