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18 de Agosto de 2017
Por:
Ana Catalina Baldrich

El escritor Andrés Mauricio Muñoz publicó El último donjuán, una historia de soledades en la que se exponen las mentiras, los fraudes y los peligros a los que se enfrentan los internautas que se aventuran en busca de un amor por internet. ¿Ficción o realidad? 

Sexo, mentiras y video en la red

No puedo dar mi nombre porque, si lo doy, él me encuentra. Soy ‘Libélula Roja’. Ese es mi apodo en internet, con el que el año pasado atendí a las miles de víctimas (5.086, para ser exacta) de engaños amorosos a través de la red, como consejera de la organización Romance Scams (Estafas de Romance) en Estados Unidos. Por cierto, yo fui una de ellas.

En 1997, yo tenía 56 años y dos hijos, uno de ellos con discapacidad visual y auditiva. Diez años atrás había enviudado. Como hoy, era enfermera y traductora de textos del inglés al español.

Una noche, al terminar una traducción, por puro aburrimiento, decidí ingresar a una página de citas. Realmente no necesitaba una relación amorosa, aún no me sentía preparada, pero quería hacer amistades. Mis horarios y obligaciones no me daban tiempo para salir a divertirme, por eso pensé que internet era la ventana perfecta. Sentí curiosidad.

Establecí amistades, creamos un grupo y allí conocí a Marcos. Intercambiamos correos y teléfonos. Él tenía 58 años, era dueño de un rancho, tenía dos hijos, era divorciado y vivía en México. Hablábamos por teléfono y por chat. Era muy atento y cariñoso. Preguntaba por mi vida, mi trabajo, mis hijos. Era una persona cálida. A los tres meses, gracias al grupo de amigos, lo conocí.

Nos reunimos en un parque. Todos los del grupo de internet fueron invitados. No estaba enamorada, pero sí había atracción. Él sabía cómo tratar a una mujer. Se ganó mi confianza.

En ese encuentro, tras charlar y jugar dominó, pidió la dirección de mi casa. Me sorprendió. Tocó a la puerta, me llevó un ramo de flores. La atracción aumentó. Tras seis meses de noviazgo, nuevamente por internet, regresó a mi casa. Anillo en mano me pidió matrimonio. Yo acepté.

En octubre nos casamos y supe la verdad. Una vez instalado en mi casa, en Estados Unidos, me confesó que no tenía ni siquiera pasaporte. Cruzaba la frontera por el hueco, era ilegal. Nunca lo sospeché. Es que ni siquiera hablamos de ese tema antes. Lo ayudé. Una vez presentamos el papeleo para conseguir su residencia, mi vida cambió.

Puso barrotes en las ventanas, me encerró en una habitación, me quitó el teléfono, amenazó con hacerle daño a mi hijo discapacitado si retiraba la solicitud de su residencia. Se adueñó de mi casa. Se adueñó de mi vida. Ya no era el caballero que conocí. Hasta la cara le cambió. Solo me había buscado por los papeles.

 

Ves solo lo que te interesa

A pesar de que el escritor Andrés Mauricio Muñoz ejerce su profesión de ingeniero electrónico en una compañía multinacional, reconoce que llegó tarde a la tecnología. “Cuando me doy cuenta de que internet y Messenger suponen la instauración de un nuevo orden para que los seres humanos se relacionen, quise escribir sobre eso. Todas esas soledades tienen una nueva atmósfera en el mundo virtual”.

Durante años se sumergió en internet. Entabló conversaciones por Messenger y chats. Conoció la hermosura y la aberración que conviven en el ciberespacio. En los foros que pululan en la web, aprendió a aplicarse correctamente una crema hidratante y encontró el paso a paso para suicidarse con éxito. Entró a todo. Dice que conoció gente como él, “normal”; y también gente diferente: “sicópata”.

Entendió el lenguaje, conoció lo bueno, percibió lo malo. Tenía que entender cómo miles de personas iniciaban relaciones amorosas por internet. Con la aprobación de su esposa, ingresó a un chat en el que conoció a una canadiense.

No le mintió. Solo omitió información. Se presentó con su nombre real, le contó que era ingeniero y se describió tal y como es. Ocultó su investigación y su matrimonio. Ella le dijo que vivía en Canadá con su padre. Le relató una previa relación por internet. Le confesó que la comunicación con su padre se limitaba a las notas que él le dejaba a diario en la nevera y que se sentía muy sola.

Andrés, después de la investigación, admite que ante las facilidades que ofrece internet para que una persona asuma la identidad que quiera, no puede asegurar que aquella chica canadiense fuera real. Lo cierto es que pasados cuatro meses de conversaciones, en las que llegó a extrañarla y a encariñarse con ella, le confesó su secreto. Ella, más allá de la frustración, le agradeció el tiempo y el soporte que le ofreció.

Fue el inicio del trabajo para escribir su primera novela, El último donjuán, que publicó a finales del año pasado y que relata la historia de varias personas que entablan relaciones por internet sin saber quién está del otro lado.

Muñoz se dio cuenta de que cuando alguien establece estas relaciones encuentra al otro lado de la línea sus propias expectativas. “Si uno busca una pareja con ciertas características, eso es lo que encuentra. El problema es que uno no sabe si en realidad así es la otra persona, o si esa persona simplemente proyecta lo que tú quieres. Por eso no te das cuenta de las evidencias que hay, solo de lo que te interesa”.

 

El arte de tratar a cada quien según su necesidad

John Jairo Echeverry, director de servicios forenses de Adalid, una empresa que, entre otras, se especializa, con la ayuda de laboratorios de informática forense, en reconstruir hechos delictivos en la red, coincide con la conclusión del escritor.

Gracias a la ingeniería social, que consiste en la búsqueda y análisis de perfiles en las redes sociales, los estafadores y suplantadores de identidad apuntan a los temas y conversaciones clave para generar confianza. “En ese momento la persona queda expuesta y la relación evoluciona hasta que le solicitan un favor y la víctima entrega dinero”.

Echeverry dice que la mayor cantidad de denuncias por engaño provienen de personas mayores que sufrieron malas relaciones amorosas en el pasado y ven en internet una oportunidad para encontrar inicialmente amigos. Con el tiempo, y pese a no tener ningún contacto físico con el interlocutor o solo conocer una fotografía, que en algunos casos puede ser robada de otra persona, los sentimientos florecen. “Hemos visto personas solteras o separadas que no pueden encontrar una buena relación, o personas que, buscando algún tipo de emoción, acceden a estos sitios pensando que esa persona puede ofrecerle cosas que en la casa no encuentran”.

De diferentes edades y condiciones emocionales, víctimas de engaño o de delitos, para todos es igual de difícil denunciar. Según el experto, la debilidad en la legislación, el uso de múltiples identidades fachada y la existencia de redes internacionales hacen que sean muy pocos los casos en los que se puede determinar la verdadera identidad de quien está al otro lado de la red. Esto se suma a la vergüenza de quien se sabe engañado. “Prefieren no contar porque eso les significa exponer su intimidad. Este flagelo es muy grande y se puede proyectar que las denuncias son solo la punta del iceberg, no se sabe realmente qué está pasando con esa suplantación de identidades”.

Todo esto sin contar que en varias ocasiones las víctimas, incluso ante la evidencia, guardan la esperanza de no haber sido engañadas y hasta emprenden nuevamente la aventura.

 

Tropecé de nuevo y con la misma piedra

La relación con Marco me hizo sentir engañada, derrotada, furiosa. Me costó mucho recuperar mi tranquilidad. Tras las denuncias y los cambios de dirección, lo logré. A finales de 2010 me inscribí en una web de citas. Por extraño que parezca, pensé que lo que había ocurrido en el pasado era algo puntual. De hecho, con mi trabajo como consejera en la organización descubrí que muchas víctimas caen, recaen y recaen, como un alcohólico.

A través de esa página recibí un mensaje. Era un tipo normal, no muy guapo ni muy feo. Decidí no dar mi teléfono, la relación se limitaría al correo electrónico. Tras una semana de mensajes, me contó que tenía una entrevista de trabajo. Él era ingeniero, construía plantas para generar energía eólica; era viudo, su esposa había muerto de cáncer; era estadounidense, vivía en Florida, y tenía un hijo de 12 años, a quien le habían implantado unos tubos en el oído para drenar el exceso de líquido.

Hoy veo las coincidencias con mi historia, en ese momento no. Obtuvo el trabajo. Dijo que yo le daba suerte. A los cuatro días, viajó a El Cairo. Se fue con su hijo. Me escribió al llegar. Comenzó a llamarme ‘bebé’. Dijo que se había instalado en un hotel, que todo estaba bien. A los pocos días me contó que no llegaba una maquinaria, luego que debía pagar para que se la entregaran en el puerto. Me pidió 23.000 dólares. No los tenía. No se los di. Aseguró que había conseguido el dinero por una herencia de su padre. Yo le creí.

Días después me dijo que su hijo estaba gravemente enfermo. Necesitaba 7.000 dólares para una cirugía de oído. La muy pendeja: ¡Le mandé el dinero! Y es que estos hombres saben cómo utilizar la sicología, saben cómo manejar la mente femenina. Le mandé el dinero porque me preocupé por su hijo. Yo sabía las dificultades de tener un hijo enfermo. Pidió más dinero. Mi furia explotó y entendí la realidad. Mientras leía un artículo de internet, me saltó un anuncio: “¿Siente que lo están estafando por internet? Oprima aquí para más información”. Así llegué a romancescams.org y me di cuenta: fui engañada. Desde 2011 trabajo como consejera, apoyo a las víctimas y busco las fotos de los perfiles para determinar si son personas reales o no –descubrí que el hijo de quien me estafó era un modelo–; atiendo víctimas de Estados Unidos, Venezuela, Colombia, Perú y, sobre todo, España. Los estafadores viven en Malasia, Nigeria, Kenia, India y Pakistán, en su mayoría.

El año pasado acudieron a nuestra página más de 20 mil personas, la mayoría víctimas de fraude de dinero. Pero también atendemos casos de catfich, en los que se tiene una relación con una persona que se oculta en una identidad falsa o ajena. En estos casos, el engaño suele ser de alguien dentro del país.

 

Si lo engañan en internet, lo engañarán en el mundo real

Felipe Castro, sicólogo clínico especialista en trastornos emocionales afectivos, considera que internet es una plataforma más para conocer gente, por lo que no se debe asumir que quienes buscan relaciones por este medio tienen algún problema de socialización o patología. “En internet se puede suplantar la identidad, así como en un bar alguien puede ocultar que está casado”.

Sin embargo, esta plataforma facilita que personas que se consideran feas o tienen problemas de baja autoestima entablen relaciones sin pasar por el contacto físico inicial. Quienes padecen introversión son más vulnerables por tender a idealizar más fácilmente. “Una persona que es engañada en internet será engañada en el mundo real. Una persona con gran autoestima puede tener una buena relación en el mundo real y en internet”.

No todos los engaños son delito. Hay quienes envían dinero a su amor y son estafadas; hay quienes simplemente hablan con un hombre que se identifica como una rubia voluptuosa que quiere casarse; hay quienes caen en redes de trata de personas; hay quienes se casan y se decepcionan con el paso del tiempo, y hay hasta quienes consiguen el amor verdadero. Como en la vida, hay que quemar las etapas: conocer y reconocer al otro, darse tiempo, sospechar y confiar. Finalmente, internet no es más que una proyección de la cotidianidad que comienza cuando se prende un computador.

 

*Publicado en la edición impresa de enero de 2017.