2 de Noviembre de 2016
Por:
Carolina Sanín

Un joven acusado de un crimen que no cometió. O quién sabe. El tópico infalible del género policíaco es transformado por esta serie en un punto de partida muy interesante para indagar sobre otros géneros

The Night Of

Parece que una gran parte de la televisión que vemos apela a nuestro deseo de saber quiénes son las mujeres jóvenes y nos dice, una y otra vez, que las respuestas que buscamos –o las preguntas que queremos hacer al respecto– se encuentran en la muerte violenta de la mujer joven. Son muchas las series que, a partir del cadáver de una muchacha, y a través de la detección, la persecución y el juicio del autor de ese cadáver, reconstruyen la identidad de la muerta, un personaje más o menos contradictorio y borroso, que, en realidad, nunca llega a conocerse; que no puede conocerse, quizás porque su misterio no es más que el reflejo de los otros: de quienes estuvieron en su vida, de quienes investigan final de su vida y, en últimas, del espectador de su historia póstuma.

La narración que parte del cadáver de la muchacha y llega al asesino nos hace pensar en la relación que tenemos con el consensual objeto de deseo de nuestra sociedad –la mujer joven– y nos habla de nuestra frustración –pues el objeto se presenta como muerto, y por tanto inalcanzable–. Tal narración lleva de lo simple e inanimado –el cadáver– a lo complejo, vivo y animado –la investigación de los vivos–. Va del objeto al deseo, y allí no culmina, pues, por definición, el deseo no culmina. Muchas veces sucede, sin embargo, que la narración que describo lleva de lo simple a lo simple; que la exploración se da por resuelta con el establecimiento de un motivo y el pronunciamiento de una sentencia para el culpable de la extinción del objeto. Entonces, la trama es superficial y es solo la repetición de una fórmula.

No es el caso de la intrigante e inclasificable The Night Of, una miniserie de ocho episodios que se estrenó el pasado julio en HBO. En ella, la historia no lleva del cadáver al culpable, sino del cadáver al inocente y a la problematización de la inocencia. Tiene lugar en una Nueva York siempre oscura –pero no con la oscuridad glamurosa de la Ciudad Gótica, ni con la oscuridad sugerente del film noir, sino con una turbiedad que confunde y produce un efecto de atemporalidad– y en la cárcel, que antes que contrastar con la ciudad se erige en espejo de su fracaso.

Naz, estudiante universitario hijo de pakistaníes y habitante del barrio de Jackson Heights, decide ir a una fiesta en Manhattan y para ello toma sin permiso el taxi de su padre. En las calles nocturnas de la ciudad se pierde, y es abordado por una joven que cree que es un taxista en servicio. Tras una inicial vacilación, se olvida de su destino y lleva a su pasajera a donde ella quiere ir: a “la playa”, que no es, en Manhattan, ninguna parte. Después de dar algunas vueltas, ambos terminan en la lujosa casa de la joven, donde consumen drogas y tienen relaciones sexuales. Unas horas más tarde, Naz se despierta y descubre que su recién conocida ha sido asesinada a cuchilladas. Escapa de la escena y, tras una serie de errores y accidentes, es aprehendido y llevado a una estación de policía, donde conoce, también por accidente, a John Stone, un abogado triste y desaliñado que asume su defensa.

 

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The Night Of es, de muchas maneras, una obra heterodoxa. Está construida con convenciones y clichés de diversos géneros: de series policiacas, de series sobre la vida en la cárcel, de series de abogados. Además de la muchacha muerta y del inocente que puede ser culpable puesto que no recuerda nada, hay en ella un detective que está a punto de jubilarse, un abogado varado, una fiscal recia, un vividor que explota a mujeres mayores, un preso experimentado que domina a sus compañeros de prisión, y tensiones entre inmigrantes musulmanes e instituciones estadounidenses. Sin embargo, el uso que la serie hace de las convenciones es peculiar: las muestra como obstáculos para alcanzar un desenlace.

Las acciones de todos los personajes de The Night Of parecen estar determinadas por la ineptitud y la torpeza –salvo, irónicamente, las del preso poderoso–. Ningún personaje es querible. Ninguno, tampoco, parece realmente querer nada. Ni la piedad, ni el deseo de victoria, ni el deseo de libertad son lo suficientemente intensos como para desencadenar actos. El protagonista va y viene entre la inocencia y la culpa, de distorsión en distorsión, según la opinión que los demás tienen de él y según va cambiando su imagen. Todos los personajes sienten una curiosidad apenas leve por descubrir la verdad, una ligera codicia y una cierta indiferencia.

El abogado John Stone, aunque no es el personaje central de la historia, es el principal. Lo interpreta John Turturro, que reemplazó en el papel al difunto James Gandolfini, de cuyos gestos, me parece, la interpretación conserva algunas trazas. Y es excelente que John Stone sea lo más atractivo de la serie, pues es, sobre todo, repulsivo. Su rasgo principal es un eczema pertinaz, y su búsqueda de una cura constituye una trama tan interesante para el espectador como la del proceso legal del protagonista. La necesidad de eliminar las lesiones que cubren la piel del abogado trasunta el imperativo de limpiar el nombre del reo.

Podría decirse que el tema de The Night Of es la circunstancialidad de toda evidencia; la imposibilidad de saber la verdad sobre un acontecimiento y la dificultad de juzgar sobre la responsabilidad. La serie se pregunta también sobre la flexibilidad de toda posición ética: sobre las excepciones y las concesiones. Muestra la relatividad de la libertad y, al representar la amistad, observa sobre todo las distancias que construyen la amistad. Explora los límites de la restitución –si un inocente puede o no volver a ser inocente después de haber sido sometido a la duda y puesto a prueba–, y detecta nuestra tendencia a la presunción de culpabilidad, que contradice el principio del derecho penal.

En concordancia con su temática, la serie ofrece afortunadamente desenlaces anticlimáticos, deriva en callejones sin salida y da giros aparentemente gratuitos, mientras explora y critica las formas y los moralismos de los géneros que representa. Respeta la perspicacia del televidente (desiste, incluso, de embaucarlo con el suspenso) y lo lleva a cuestionar sus expectativas. En suma, se agradece.

 

 

*Publicado en la edición impresa de octubre de 2016