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1 de Septiembre de 2017
Por:
Catalina Barrera

Aunque es una tendencia que cada día toma más fuerza, en Colombia la disciplina de comer alimentos sin cocer todavía está cruda. ¿Cómo le va a alguien que no cocina los alimentos?

Ni vegetariano ni vegano: crudivegano

La comida favorita de David Rubiano era el pescado en todas sus presentaciones. Pero durante tres años y medio reemplazó el salmón por la lechuga, la trucha por las espinacas y la cazuela de mariscos por las zanahorias.

 

Nunca le gustaron todos los vegetales, ni siquiera eran indispensables en su dieta diaria. Sin embargo, en la nevera de David no hubo carnes, ni derivados animales ni alimentos cocidos. No prendió una estufa más que para calentar una sopa a una temperatura que no superara los 35 grados centígrados. La cocina le parecía más un adorno que un espacio funcional, y su electrodoméstico preferido –el único que usaba casi todos los días– era un desidratador de alimentos.

 

Comía fríjoles y lentejas, pero la decisión de consumirlos no la podía tomar de un día a otro. Si quería hacerlo, debía respetar el proceso de germinación de las semillas, que podía durar varios días o inclusive semanas. De vez en cuando, de pronto una vez al mes, sucumbía a la tentación de un dulce.

 

Rubiano no era vegano, era crudivegano, una tendencia que se ha fortalecido en países como Argentina, Estados Unidos o España, pero que en Colombia aún está inexplorada; o mejor, cruda. Este estilo de vida consiste en una dieta basada únicamente en vegetales que no hayan pasado por cocción y en alimentos que no sean calentados más allá de los 35 grados centígrados. La cocina a la que estamos acostumbrados supera los 40 grados centígrados, una temperatura que elimina el 100% del valor nutricional que ofrecen los alimentos.

 

La cruda realidad

Antes de ser crudivegano, David llevaba 4 años siendo vegetariano. Progresivamente fue dejando de consumir los alimentos que acostumbraba y empezó a investigar qué otros vegetales crudos podían reemplazar el valor energético o nutricional que estaba dejando a un lado. “Solo pasó una semana y empecé a sentir la diferencia en cada rincón de mi cuerpo. Tenía más claridad mental, aumentó mi energía, la piel, los ojos, el pelo, las uñas... todo cambió”, asegura.

 

Lo que comía, lo hacía él mismo. Desayunaba cereales orgánicos con frutos secos, que combinaba con leche vegetal hecha en casa. Dejaba almendras, avena o quinua toda una noche remojando en agua para crear sus propios lácteos. “Licuaba, colaba y hasta espezaba con banano si la leche quedaba muy líquida. A veces endulzaba con panela y canela”.

 

Vivía en Argentina, así que era más fácil encontrar minimercados orgánicos. Cuenta que aún en Colombia este tipo de productos no están explotados lo suficiente para comensales crudiveganos. Asegura que si bien esta es una dieta que le permitía sentirse más enérgico, tenía que tomar suplementos dietarios como vitamina C o complejo B para evitar que el cambio le generara alguna descompensación.

 

¿Qué tan sano es?

Aunque David nunca sufrió ninguna alteración que pusiera en riesgo su salud, la nutrióloga y experta en manejo de dietas veganas Diana Rojas asegura que el estilo de vida crudo puede traer complicaciones metabólicas si no es acompañado de una asesoría profesional.

 

“El crudivegano tiene más riesgos de contraer infecciones intestinales por la mala manipulación de alimentos. Es un estilo de vida recomendado para personas que estén sanas, que no presenten patologías adjuntas y que no tengan intervención en síntomas gastrointestinales ni disminución de defensas. Por ejemplo, las personas con VIH tienen más riesgo”, asegura la experta.

 

Además, se corre el riesgo de presentar anemia y enfermedades que afectan el sistema inmune. La crudivegania propicia la disminución de la masa muscular, pero eso no detiene la posibilidad de que los deportistas crudiveganos desarrollen músculos, pues pueden combinar –de manera más exigente– suplementos y alimentos.

 

¿Y qué tiene de bueno? La tendencia se basa en alimentos orgánicos, libres de químicos, aditivos o conservantes, lo que evita el desarrollo de enfermedades por exceso de grasa o sodio. “Además, como los crudiveganos eliminan los alimentos procesados, evitan el desarrollo de sustancias cancerígenas”, afirma Rojas.

 

Pero como en nuestro país la alimentación crudivegana no es un mercado al que se pueda recurrir fácilmente, los alimentos suelen costar más. El estilo de vida, asegura David, no es económico y resulta más difícil.

 

De regreso a Colombia, dejó de lado su estilo de vida. Lo primero que comió fue un sánduche de jamón y queso y, ya en casa, perdió la disciplina crudivegana. Además, en Argentina tenía una vida más relajada, que le permitía hacer su propia leche vegetal y sus germinados. “Pero en Colombia la vida de oficina no te deja tiempo libre. Y, además, como los alimentos orgánicos son tan costosos, mi bolsillo tampoco aguantaría”.

 

*Publicado en la edición impresa de marzo de 2017.