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6 de Junio de 2022
Por:
Fernando Cepeda Ulloa*

 

Sin Angela Merkel en Alemania, el reelegido presidente francés tiene responsabilidades mayúsculas sobre su escritorio y que trascienden lo que ocurra en su república. 

 

 

Macron: ¿el líder de Europa?

 

EL ARTE de ejercer influencia en los asuntos internacionales o globales parece ser una característica del pasado. Y para no ir muy lejos, difícil imaginar figuras que repliquen lo que fue —simultáneamente— el papel de Churchill, Roosevelt y De Gaulle, en el mundo occidental. Alguien para referirse al actual presidente de Ucrania dijo que se le había despertado el Churchill que todos llevamos dentro. Generosa manera de referirse al improvisado dirigente que el mundo entero contempla con respeto y admiración. Con todo su coraje y determinación, le falta esa herramienta vital del conductor político, la retórica, apropiada, inspirada, oportuna.


¿Y quién tendría la capacidad de imitar a F. D. Roosevelt? Pues su opaco vicepresidente, Harry Truman, es muy reconocido hoy por los historiadores. Logró culminar su cuarto período en el complejo final de la II Guerra Mundial, y fue capaz de adoptar decisiones de enorme envergadura en el nivel doméstico como en el internacional. Se proyectó como un gran presidente, un líder mundial y un ciudadano sin mayores pretensiones, antes, durante y después de su notable gestión presidencial.

Y De Gaulle, orador insigne, dotado de un patriotismo fuera de lo común que lo señalaba como un líder nato en su país y en el mun- do, en la guerra y en la paz, como si hubiera nacido con el destino manifiesto, era un ejemplo cuando guardaba silencio y cuando se pronunciaba, por lo general, en breves discursos. Sobresaliente.

Diversas circunstancias hacen casi imposible que en nuestro tiempo surjan líderes de tan grande dimensión. La televisión, las redes sociales, la masificación de las comunicaciones y, ahora, la era de la posverdad bien pronto debilitan ese tipo de liderazgos, como le ocurrió a Churchill al final de su carrera y al propio De Gaulle, en mi opinión víctima injusta de la Revolución de Mayo de 1968 y de lo que siguió. Las escuetas líneas de su carta de renuncia a la presidencia y sus instrucciones perentorias sobre su funeral lo dicen todo.

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Mitterrand, desde la izquierda, gobernó catorce años, pero no logró una estatura semejante. Y sus biógrafos dicen que, al final del segundo septenato, ya poco le interesaba gobernar. Adenauer fue un gobernante admirado y admirable, pero el peso de la reciente historia alemana no coincidía con su grandeza. El caso de la señora Merkel fue otra cosa. Ya Alemania se había unificado, ya se había recuperado, ya podía comportarse como la gran nación europea y así lo entendió Angela Merkel quien con la misma modestia que la llevó al primer puesto político, ejerció una metódica y eficaz influencia sobre Europa. Su formación científica le proporcionó una particular manera de tomar decisiones y de prepararse para llevarlas al debate de sus conciudadanos, casi siempre con la seguridad de que sus fórmulas estaban bien concebidas y tenían alta probabilidad de aprobación en sus lineamientos esenciales. A nadie sorprende que no hubiera alcanzado un mínimo de simpatía o empatía con Donald Trump. Como ella iba en contravía silenciosa de las modas y excesos de nuestro tiempo, tanta sencillez, tanta convicción en sus planteamientos, tanto sentido de su deber y sus responsabilidades, le facilitaron una tarea que no es fácil de emprender. Y nadie se ha atrevido a imitarla. Realmente excepcional.

Emmanuel Macron, desde su llegada a la presidencia de Francia hace cinco años, dejó saber su interés por influir en el destino de Europa. Así lo ha intentado en diversas ocasiones. Así lo sigue proclamando. Y así continúa actuando. Cuando comenzó la pandemia hizo planteamientos globales, inspirados, como ningún otro jefe de Estado. Y ahora, con ocasión de la brutal invasión rusa a Ucrania, se ha aproximado varias veces a Putin para buscar una solución política, civilizada, racional. Su formación, su visión de la historia, su concepción de Francia y de lo que ella debe significar y su entendimiento del papel que él, Macron, puede y debe jugar para construir una Europa diferente, lo califican como un legítimo líder europeo. Lo intenta, una y otra vez, y los resultados no lo satisfacen. Pero no se desanima. Cuantas veces surge una oportunidad, ahí Macron aparece con una propuesta interesante, ambiciosa, inesperada. Es evidente que cree en que la inspiración, la capacidad de servir, es parte integral del liderazgo en cualquier nivel. Macron usa siempre una retórica que está enriquecida por esa virtud.

Tan cierto es todo esto que hay libros que llevan títulos como Macron el presidente de Europa (¿el primero? ¿El último?).

Si fuere necesario indicar quién en el mundo actual podría jugar como un dirigente de dimensión europea y, si se quiere, internacional o global, ahí está: se llama Emmanuel Macron. ¿Será que en un segundo mandato podría materializar esa ambición? Como nunca
el mundo reclama líderes con ese talante, dada la situación mundial, el impacto muy negativo de la brutal acción rusa en el centro de Europa. Y la urgencia de reconstruir un orden internacional salvajemente golpeado, cuasi destruido, con la ONU arrinconada y sin cumplir su principal papel, el que la originó, o sea evitar la guerra, con mayor razón en Europa, y, por supuesto, la urgencia de impedir que esta conflagración continúe o se extienda a otros países. Y como ya se habla del tema, hacer imposible una tercera guerra mundial y, en todo caso, no permitir, jamás, una guerra nuclear. Es que su papel está en el Preámbulo de la Carta. Está en sus primeros artículos. Está en el Capítulo VII.

Macron, sin duda, tiene claridad sobre esta peligrosa realidad. Nada le preocupa más. Lo obsesiona contribuir a restablecer un nuevo orden mundial, con un multilateralismo eficaz, con una ONU alerta a los riesgos de conflictos armados, a un mundo que supere el esquema de 1945 y atienda las nuevas realidades de 2022 en adelante. Hay actitudes de aproximaciones francesas que no ayudan a este propósito, como las señaladas por un amante sincero de Francia y un crítico de su metodología, el profesor Ezra Suleiman, en Esquizofrenias francesas (Gasset, 2008).

* Además de haber liderado varios minis- terios, fue embajador de Colombia en Estados Unidos, Reino Unido, Canadá y Francia, así como ante la ONU y la OEA.