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4 de Enero de 2024
Por:
Amira Abultaif Kadamani*

Lo que empezó como un mecanismo para dejar de fumar es hoy, dos décadas después, un nuevo hábito pertinaz que atrapa a millones de personas, muchas de ellas menores de edad. No hay especialista que no llame a la cautela.

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Los vapeadores: ¿cortinas de humo?

CUANDO EL FARMACEUTA CHINO Hon Lik, exdirector del Instituto Chino de Medicina de la provincia de Liaoning, creó en 2003 el primer cigarrillo electrónico, lo hizo pensando en que fuera un mecanismo de ayuda para cesar de fumar. Pero la historia ha demostrado que lejos de apartar una adicción―—que la mayoría abandona de tajo y sin ningún tipo de ayuda— su invento enquistó otra: la del vapeo a través de diversos sistemas electrónicos de liberación de nicotina (SEAN) y dispositivos semejantes sin este alcaloide. 

Ese es el nuevo caballo de Troya de una industria muy agresiva y sofisticada para llevar mensajes y poner en escena experiencias de consumo “cool”, con imágenes idílicas y remasterizadas, siguiendo la vieja usanza del hombre Marlboro. En la nueva tendencia, signada con el lema del riesgo reducido y menor daño, lo que manda la parada es el tabaco calentado —no combustionado, como en el clásico cigarrillo—, además de otras sustancias inhaladas en los vapeadores. En estos últimos se han identificado unos 87 compuestos químicos en distintas mezclas y concentraciones, incluidos nicotina, propilenglicol, glicerol, partículas ultrafinas, sustancias asociadas a cáncer (como metales pesados, acetona y fenoles) y saborizantes (se han registrado más de 7.700, la mayoría de dulces y frutas).

Millones de menores de edad y jóvenes adultos no fumadores en el mundo han caído seducidos ante estos atractivos productos. En Colombia, un estudio de 2022 indica que el 22,7 % de los escolares entre los 12 y 17 años ha usado cigarrillo electrónico o vaporizador al menos una vez, y 16 % de los estudiantes universitarios también lo ha hecho, según una encuesta de 2016. No en vano, en noviembre la Superintendencia de Industria y Comercio impuso multas superiores a 1.496 millones de pesos a tres empresas del sector del vapeo (British American Tobacco Colombia, Lifetech y Grupo DYI) por emitir publicidad, empaques y envases sin las debidas advertencias sobre las contraindicaciones para la salud de los consumidores.

En medio de este inquietante escenario, avanzan dos proyectos de ley para regular estos dispositivos en el país. Uno, abanderado por el Pacto Histórico, se enfoca en una reducción de riesgos y daños como estrategia complementaria a los programas de prevención y cesación, realza los derechos de los consumidores, plantea una regulación diferenciada y contempla que la Ley Antitabaco de Colombia no aplicaría para los productos de tabaco calentado y de nicotina oral, así como los SEAN y similares. El otro, presentado por el Partido de la U y, al cierre de esta edición, en trámite para discusión en plenaria de la Cámara de Representantes, los acoge como derivados, sucedáneos o imitadores del tabaco y pretende adecuar su uso bajo los principios de la Ley Antitabaco.

La industria defiende a capa y espada que vapear es 95 % más seguro y menos dañino que fumar, amparada en que ha reducido 95 % de las sustancias nocivas del cigarrillo tradicional. A partir de ahí, promueve una regulación de riesgo diferenciado para grupos poblacionales. Aquí, lo que dicen algunos expertos sobre el tema.


JEADRAN MALAGÓN-ROJAS
Médico investigador y doctor en salud pública

“La OMS ha advertido que la reducción de daños del tabaco mediante el uso de cigarrillos electrónicos no está clínicamente demostrada, es decir, no ha evidenciado reducir el riesgo de enfermedades como cáncer o las cardiovasculares.

En el Índice Global de Interferencia de la Industria del Tabaco 2023, Colombia quedó en el puesto 80 de 90 países encuestados, lo que revela un grado de injerencia alta en la definición de políticas públicas sobre el uso y la comercialización de este tipo de productos.

Desde que, en 2019, la OMS estableció el Código U07.0 dentro la Clasificación Internacional de Enfermedades para tipificar la “enfermedad asociada al vapeo”, en Colombia se reportaron, entre 2020 y 2022, 245 casos de enfermedad y 59 muertes bajo ese código, conforme al estudio que un grupo de investigadores publicamos hace unas semanas. Sabemos que no se puede establecer una relación directa de causalidad y puede haber limitaciones por el posible uso incorrecto del código por parte de los médicos, pero es una evidencia que genera una alerta y apunta a que el vapeo puede incrementar los desenlaces negativos en salud dada la alta prevalencia de uso de estos dispositivos”.


ALEJANDRA CAÑAS
Médica internista-neumóloga, directora del Departamento de Medicina Interna de la Universidad Javeriana

“Aunque los cigarrillos electrónicos se han posicionado como una estrategia para dejar de fumar, en promedio, en Latinoamérica, de 10 usuarios de cigarrillo electrónico solo dos han fumado cigarrillo convencional, y esto se debe a las medidas MPower del Convenio Marco para el Control del Tabaco, establecido por la OMS en 2005. De ahí que todo el andamiaje creado para promocionar su consumo obedece a la intención comercial de posicionarlo como un dispositivo más seguro frente al cigarrillo e inocuo cuando no contiene sustancias psicoactivas, lo cual contradice la evidencia científica disponible. De hecho, en un estudio publicado por la Universidad Javeriana este año, demostramos el aumento de la genotoxicidad asociada al vapeo y las alteraciones en el ADN de las personas ‘vapeadoras’.

A la fecha, no hay un metaanálisis que reúna los daños en la salud humana porque, entre otras razones, hay muchísimos modelos de dispositivos, marcas, sabores y concentraciones de nicotina en los cartuchos. Los estudios existentes son en relación a cesación de tabaquismo, los cuales tienen múltiples sesgos por su diseño (por ejemplo: los pacientes con parches de nicotina o terapias de reemplazo de nicotina tenían que ir a recogerlos a un centro sanitario, mientras que a los que usaban cigarrillo electrónico les llevaban el dispositivo a su casa; además, estos últimos no tenían límite de consumo, contrario a lo que ocurre con otros métodos de prescripción médica). Y lo que no dicen las investigaciones es que más de 80 % de los participantes quedaron adictos al cigarrillo electrónico, con lo cual cambiaron una adicción por otra. 

En estos dispositivos se han descrito cerca de 87 componentes químicos, incluyendo la nicotina, que es altamente adictiva y cuya cantidad dentro de los cartuchos no está regulada, como tampoco el aparato en sí mismo, lo que también cambia el poder de la jalada conforme al tamaño de la boquilla. Así, fácilmente, una persona puede vapear en cuatro horas el equivalente a un paquete de cigarrillos. Y aun quitando la nicotina, los otros componentes también son nocivos, como los metales pesados y los saborizantes; estos últimos están hechos para la industria alimenticia y al inhalarse son muy irritativos y afectan los mecanismos de defensa del sistema respiratorio, aumentando el riesgo de infecciones, neumonía e influenza. Los cigarrillos electrónicos deben considerarse sucedáneos del tabaco y regirse por su regulación. Claramente no comportan un riesgo reducido y son la puerta de entrada al consumo de otras sustancias psicoactivas”. 

En Colombia, un estudio de 2022 indica que el 22,7 % de los escolares entre los 12 y 17 años ha usado cigarrillo electrónico o vaporizador al menos una vez. 

 


PABLO ZULETA
Psiquiatra, director del área de Consumo de Drogas, Salud Pública y Educación del CESED

“La industria argumenta que vapear es menos riesgoso que fumar porque asegura haber suprimido, a través de procesos especiales de secado del tabaco, aquellos componentes asociados al cáncer y a otras enfermedades. Y, por otro lado, al ser calentado y no de combustión, la temperatura con la que entra al organismo es más baja y no va a generar los riesgos inherentes al cigarrillo tradicional. Pero esa pretensión de disminución del riesgo no está comprobada, porque no existen estudios clínicos de cohorte que sigan a una población ‘vapeadora’ y a otra fumadora, en el tiempo, para verificar si, efectivamente, hay un beneficio o no, con respecto a la tasa de consumo de tabaco y para determinar cuáles son los efectos sobre la salud.

Tampoco se puede afirmar que el vapeo disminuye el riesgo de consumo crónico por el desarrollo del gusto asociado a la adicción. Eso en cuanto a los dispositivos electrónicos y a las sustancias reguladas, pero también está el universo de los que no lo son. China produce y surte la mayor cantidad de líquidos de nicotina para vapeo en el mundo, y eso no tenemos ni idea qué es. La regulación que se vaya a hacer debe comprender cuál es el mercado existente y cuál es la motivación de uso para entender los mecanismos idóneos preventivos en términos de salud. Su objetivo primordial debe ser disminuir considerablemente el mercado ilegal; una regulación agresiva no vincularía al mercado existente y mantendría el contrabando y el mercado negro. Creo que sí se debe medir el riesgo de manera diferencial y, con base en ello, definir programas preventivos, además de imponer impuestos a los fabricantes de estos dispositivos y demarcar espacios y tipos de productos consumibles en ellos”. 


RUBÉN BALER
Científico del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos (Nida) 

“Hay varios estudios que comparan el uso de distintos métodos de cesación del tabaco (incluidos parches o pastillas con nicotina, fármacos, entre otras terapias) y la conclusión general es que de cada 100 personas que dejan de fumar con alguno de estos mecanismos pueda haber quizá entre 4 y 8 más que lo hagan usando vapeadores. Es decir, los cigarrillos electrónicos podrían ser tan —o en algunos casos, marginalmente más— efectivos que otros métodos de cesación, aunque todavía se desconocen los efectos adversos a largo plazo, por lo que es prematuro determinar su índice terapéutico. No obstante, se ha afianzado un mensaje muy nocivo que no está sustentado por la evidencia científica y que parecería diseñado para confundir: el de que vapear es seguro y menos riesgoso que fumar, lo cual es una gran distorsión. 

Además, las investigaciones existentes son a corto plazo —rara vez más de 12 meses— y no consideran el impacto del vapeo para quienes terminan aspirando aerosoles de segunda mano. Hay ciertos riesgos que no se corren con el vapeado frente a los productos de combustión, que son los más peligrosos al producir cáncer y enfermedades cardiopulmonares, pero hay un universo de riesgos nuevos que apenas estamos advirtiendo y comprendiendo; faltan muchas investigaciones a mediano y largo plazo, antes de definir categóricamente, como lo hacen muchos, que vapear es seguro y podría considerarse una terapia más para luchar contra una adicción en particular difícil de tratar. No en vano, no está aprobado como terapia por la Administración de Alimentos y Medicamentos (FDA) ni tampoco autoriza que se los publicite como de menor riesgo.

Hoy, el móvil que impulsa su consumo es netamente comercial y está promovido, en su gran mayoría, por las mismas corporaciones que durante décadas han producido tabaco y alcohol. Se trata de una iniciativa comercial, política y de marketing por conseguir la mayor cantidad de usuarios lo antes posible, que permita a los fabricantes asegurar clientes casi que de por vida; y lamentablemente quienes están cayendo en el juego son los menores de edad y los jóvenes no fumadores”.