Los tres pilares de una derecha en auge
NO RESULTA especialmente novedoso sostener que el panorama político mundial está en permanente metamorfosis. En diferentes periodos, el mundo ha sido testigo del ascenso y caída de movimientos políticos de diversa índole, pero el actual resurgir de una derecha radical en ciertas regiones posee características que lo distinguen de episodios anteriores. Este fenómeno no es meramente un eco del pasado. Por el contrario, presenta matices y dinámicas propias que reflejan las complejidades del momento histórico que vivimos.
Para empezar, este fenómeno no es particularmente europeo. En Estados Unidos, la elección de Donald Trump en 2016 marcó un punto de inflexión en la política global, dando lugar a un discurso nacionalista y en varios sentidos radical que, incluso, antes se consideraba marginal. En Brasil, Jair Bolsonaro llegó al poder en 2018 con una plataforma próxima a las tesis trumpistas, e incluso en la India, conocida por ser la democracia más grande del mundo, Narendra Modi ha puesto en marcha políticas controversiales frente a las minorías religiosas.
Vale la pena entonces preguntarse: ¿qué hace singular a este momento político? Más allá de haber retomado una vieja retórica nacionalista —aunque no por vieja, inefectiva—, resulta llamativo el sofisticado empleo de tecnologías de comunicación, una narrativa adaptable y una capacidad inusitada para aprender de los movimientos similares alrededor del mundo. Estas particularidades no solo han revitalizado a una derecha más extrema, sino que también han complicado los esfuerzos de las fuerzas opositoras por contener su avance. Para entender este fenómeno, es crucial analizar tres elementos clave que han impulsado su crecimiento tanto en Europa como a nivel global.
LAS CLAVES
El primer factor que, ineludiblemente, es preciso señalar es la retórica antinmigración. Los partidos de derecha han capitalizado con bastante éxito las preocupaciones sobre la seguridad, la incidencia cultural que pueden tener los migrantes sobre las tradiciones locales y los efectos económicos para galvanizar a su base. Utilizando un discurso que enfatiza los peligros percibidos de dicho influjo de personas, estas fuerzas políticas han logrado conectar con sectores de la población que sienten que su identidad y seguridad se encuentran bajo serio riesgo.
La crisis migratoria de 2015, que marcó la llegada de millones de refugiados a Europa, ha sido un punto determinante en este escenario: muchos europeos percibieron esta afluencia como una amenaza a su identidad cultural y su modo de vida, incluyendo, en varios casos, robustos sistemas de protección social. Este énfasis en la preservación de los valores nacionales y la economía local ha resonado fuertemente, consolidando un electorado fiel que ve en estas fuerzas políticas un bastión contra lo que consideran una invasión cultural y económica. Los partidos de derecha han sabido sacarle provecho a este descontento, ofreciendo soluciones simples a problemas complejos, de manera que han optado por prometer un blindaje efectivo de las fronteras, defender la identidad nacional y combatir la delincuencia.
En segundo lugar, el llamado al nacionalismo, el rechazo a la injerencia extranjera y, en algunos casos, el antieuropeísmo, han sido componentes centrales de la narrativa de la derecha. La defensa de la soberanía nacional, la crítica a las instituciones internacionales, a los esquemas de integración regional y a lo que han llamado una “agenda globalista” (en la que se incluye a los Objetivos de Desarrollo Sostenible), han encontrado eco en una ciudadanía cada vez más escéptica respecto a los beneficios de esa transnacionalidad, especialmente en Europa. La percepción de que las políticas de la UE no representan los intereses nacionales ha sido un punto de convergencia para los movimientos de derecha, que abogan por una mayor autonomía y control sobre las decisiones internas.
Al igual que con la inmigración, el nacionalismo ha emergido como un elemento unificador, apelando a un sentido de identidad y orgullo que se percibe amenazado por la globalización y la integración europea. Los líderes de derecha extrema han logrado promover una narrativa que idealiza unas naciones soberanas y homogéneas, libres de las influencias extranjeras que, según ellos, diluye la identidad y los intereses nacionales. Asimismo, la globalización ha sido presentada como una fuerza profundamente desestabilizadora, que prioriza los intereses corporativos y extranjeros sobre los locales. Los partidos de derecha extrema han respondido a estas inquietudes con un discurso que rechaza la cooperación internacional, el librecambio y aboga por políticas económicas proteccionistas.
La derecha populista europea ha visto en el caso de Trump una suerte de manual de estrategias de probado éxito electoral. Al día de hoy, las encuestas en EE. UU. le auguran la victoria al polémico candidato en noviembre.
El tercer elemento clave es el uso de un discurso divisivo adaptable, cuyas partes se alimentan entre sí y que adquiere tácticas ya probadas en Estados Unidos. La capacidad de estos partidos para modular su mensaje y aprovechar las plataformas digitales para amplificar el alcance de su discurso ha sido notable. La estrategia de polarización, que presenta una visión binaria de “nosotros contra ellos”, ha permitido a la derecha extrema captar la atención de un electorado desilusionado con el statu quo. Al polarizar, logran consolidar su base de apoyo, despertando el interés de aquellos que se sienten marginados o amenazados por los cambios sociales, y por esa vía, movilizando a grandes segmentos de la población que, al final, los vota. Así sucedió en las más recientes elecciones al Parlamento Europeo, y muy seguramente ocurrirá en las próximas elecciones presidenciales en Estados Unidos.
Las palabras de Marine Le Pen resuenan con fuerza: “Veo semillas de la victoria de mañana en el resultado de hoy”.
El intercambio de tácticas entre movimientos similares en diferentes países, especialmente con los de derecha en Estados Unidos, ha permitido una rápida adaptación y sofisticación en el uso de las redes sociales, la propaganda digital y las campañas de desinformación. La replicación de estrategias polarizadoras erosionan la confianza en las instituciones democráticas y en los medios de comunicación tradicionales, socavan el tejido social al promover una visión conflictiva de la realidad y posicionan la idea de que solo un liderazgo fuerte puede atender todos los problemas, lo cual, por supuesto, favorece el alto grado de personalismo que caracteriza a varios de estos movimientos.
El avance de la derecha radical es, sin duda, un fenómeno llamativo. Aunque en las más recientes elecciones en Reino Unido y Francia no lograron el triunfo que muchos anticiparon, las palabras de Marine Le Pen resuenan con fuerza: “Veo semillas de la victoria de mañana en el resultado de hoy”. Este sentimiento encapsula la resiliencia y el potencial crecimiento de estas fuerzas políticas. A medida que la derecha sigue ganando terreno en Europa y en otras partes del mundo, queda claro que su influencia no muestra señales de agotamiento. En pocas palabras, porque su base de apoyo se encuentra profundamente enraizada, ya que la polarización, la crisis migratoria y la globalización, entre otras realidades, no cesarán pronto.
En este contexto, las fuerzas de centro e izquierda se enfrentan a un desafío crucial: la necesidad de forjar alianzas estratégicas o al menos convenientes para detener el avance de la derecha. Está demostrado que la fragmentación del voto entre los partidos progresistas y centristas solo fortalece a los extremos, al diluir el poder de las fuerzas moderadas. Los resultados electorales franceses y británicos recientes así lo atestiguan, evidenciando que la unidad es esencial para enfrentar a un adversario que no muestra signos de debilidad a pesar de las derrotas puntuales.
* Profesor de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la Universidad de La Sabana.