9 de Marzo de 2022
Por:
Laura Gil *

 

¿Cuál es el significado de que este joven diputado de izquierda haya sido elegido presidente de Chile? Análisis del entramado de procesos que le llevaron al poder y de lo que le espera en el Palacio de la moneda. 

 

 

Los horizontes de Boric

 

GABRIEL BORIC asumirá la presidencia de Chile el 11 de marzo del 2022. ¿Revolucionario o reformista? Todavía no está claro. Se viene una batalla por el alma del nuevo mandatario, escribió el profesor mexicano Jorge Castañeda en una columna sindicada.

 

 

Chile tiene su primer presidente nacido después del golpe de Estado de 1973. Gabriel Boric, de 35 años, hoy diputado por la región sur del país, superó a José Antonio Kast, líder del Partido Republicano, por casi 11 % de diferencia, un margen inédito desde el retorno de la democracia.

 

La campaña electoral se perfiló similar a la de Perú, que tuvo que elegir entre Keiko Fujimori, la hija del dictador, y Pedro Castillo, la encarnación del populismo. El enfrentamiento entre la ultraderecha y la izquierda radical prometía dejar a una buena parte de la población sin representación y obligada a elegir el mal menor.


Pasadas las dos vueltas de las elecciones presidenciales, el mandatario saliente, Sebastián Piñera (derecha), recibió al electo Gabriel Boric en su despacho. FOTOS GETTY IMAGES


En Chile, la exacerbación de la disputa entre la izquierda y la derecha, que tanto presenciamos en las campañas políticas latinoamericanas, se expresa en el rechazo o la valoración de las herencias del pinochetismo. Más allá del malaise económico, está en juego la recuperación plena de la democracia.

Las cosas no se dieron del todo a la peruana. Entre la primera y segunda vuelta, Gabriel Boric asustó menos y dialogó más; en su discurso de victoria, dejó claro que aspira gobernar para todo Chile y no solo para quienes votaron por él. El reconocimiento de Kast cuando apenas se contabilizaba la mitad de los votos, acompañado de una felicitación que honra a
la democracia, arrojó un destello de civilidad en un continente marcado por el deterioro de la deliberación política. ¿Le apostará Boric al cambio gradual, deliberante y pragmático o a la transformación drástica y de espaldas al peda- zo de país, un sustancial 44 %, que lo rechazó?

Aún si resulta temprano para responder, el proceso electoral chileno dejó lecciones sobre los dilemas de sociedad de nuestra América Latina.

El estallido social importó; los estudiantes, también. Boric viene de las entrañas del movimiento estudiantil. Como presidente de la Federación de Estudiantes, el joven Boric jugó un papel fundamental en las movilizaciones de 2011, las mismas que catapultaron a la fama a Camila Vallejo, hoy diputada por el Partido Comunista. En aquel entonces, los estudiantes de universidad y secundaria protestaron por un legado de la dictadura: la excesiva privatización del sistema educativo. La compra de una porción de la Universidad de Chile por un conglomerado económico fue el detonante de las marchas. Pero la lucha contra los restos de Pinochet cada dos por tres levanta la cabeza.

Boric culpó la gran convergencia de centro izquierda Concertación Democrática, que gobernó Chile de 1990 a 2010, de preservar el pinochetismo. A diferencia de Argentina y Uruguay, Chile debió pactar su transición democrática con las fuerzas más retrógradas. Los sucesivos presidentes de izquierda no tocaron el modelo económico. Boric y su generación se levantaron contra el acomodo a la herencia dictatorial.

El modelo económico impuesto por los Chicago Boys encontró en el país austral el ecosistema para asegurar su supervivencia. Chile ha crecido más en democracia que en dictadura, pero está claro que el esquema institucional impuesto en los setenta, que hace de la chilena una de las 15 economías más libres del mundo, contribuyó al milagro económico expresado, no solo
en crecimiento del PIB, sino en logros sociales.

Según el Ministerio de Desarrollo Social, la pobreza se midió en 8,6 % y la pobreza extrema en 2,3 % en 2017, y esas cifras llegaron a 10,8 % y 4,3 % en medio de la pandemia. El Banco Mundial estimó que, hoy, 30 % de los hogares están en condición de vulnerabilidad. Esta situación agravó una desazón que venía cocinando la desigualdad. La OCDE calculó que, para 2018, los ingresos del 20 % de la población más rica eran 10 veces mayores que los del quintil más pobre, un porcentaje que lo ponía en uno de los últimos lugares de la membresía de la organización.

Luego, en octubre de 2019, ardió Chile. Los estudiantes se lanzaron a las calles en contra del aumento del tiquete de metro y esos muchachos y muchachas que saltaban por encima de los torniquetes fueron fuertemente reprimidos. El precio del transporte no lo era todo: jóvenes y viejos se encontraron en las marchas contra la falta de acceso al sistema de salud y el sistema pensional administrado por los fondos privados, que representan una parte sustancial del mercado de capitales chileno. La democracia de la calle, tan peligrosa cuando se abusa de ella, logró un resultado democrático: el presidente saliente Sebastián Piñera aceptó un plebiscito para decidir sobre la conveniencia de una nueva constitución, una prueba de que el malestar chileno va mucho más allá de lo económico. La asamblea constituyente ha sido elegida y es presidida por una mujer mapuche, un símbolo de la exclusión.

Hace una década, Boric se destacaba como líder estudiantil. Aquí se le ve durante las manifestaciones de 2012. FOTO SHUTTERSTOCK

 

 

Las movilizaciones sucesivas potenciaron la voz de los movimientos sociales. Kast, un ultraconservador, nunca rompió los lazos con ese pinochetismo católico, homofóbico y misógino, con relaciones nazis, que solo veía y reconocía al chileno de corte europeo. Así, fue relativamente fácil para Boric apelar al movimiento feminista y LGTBI, que veía en la reivindicación de la familia nuclear como un valor nacional una amenaza a su propia supervivencia. Boric asumió un compromiso feminista que contempla la transversalización de los temas de género en la acción estatal, un gobierno paritario en todos los niveles, la defensa del aborto libre, legal, seguro y gratuito y una participación más fuerte de la mujer en el mercado laboral.

El país moderno que se forjó desde la dictadura también parece necesitar una derecha igualmente moderna. No sorprendió por ello que Yasna Provoste, la candidata democristiana, afirmara que no apoyaría “el fascismo que representa Kast”.

Si bien Boric se mantuvo leal a los principios de género que marcaron la lucha estudiantil, se vio obligado a moderar su lenguaje y modificar su agenda con la suma de apoyos. Incorporó, por ejemplo, la cuestión de la seguridad a su discurso. “A quienes le temen a la delincuencia vamos a estar con ustedes y que seremos implacables con el narcotráfico”, afirmó. También fue claro en rechazar a la Venezuela de Nicolás Maduro y a la Nicaragua de Daniel Ortega.

Boric nunca planteó un proyecto socialista del siglo XXI, como afirman sus detractores para desprestigiar. Su propósito consiste –y ha sido claro en él– en fortalecer el papel del Estado, subir impuestos a los más privilegiados para financiar más gasto social y acabar con el sistema privado de pensiones, una propuesta más afín a la socialdemocracia europea que otra cosa. Su contrincante prometía lo contrario: menos Estado y más sector privado.

Pero, al fin y al cabo, los acuerdos –lo que en inglés se llaman los compromises– constituyen el pan de la democracia. Boric se vio obligado a adaptarse a los nuevos miembros de su coalición. Si Apruebo Dignidad, el grupo de izquierda que incluyó a los comunistas y lo respaldó en la primera vuelta, se conformó en contraposición a la Concertación, el acumulado de fuerzas que lo llevó a la victoria resultó mucho más variopinto y marcará los límites de su gestión. Eso, sumado a un congreso fragmentado y a una constituyente igual de dividida, pondrá a prueba su capacidad de realizar los cambios que los chilenos exigieron en la calle. Cuántos y cómo está por verse.

La incertidumbre llevó al dólar al alza desde antes de la primera vuelta. Boric asustó al mercado. Al parecer, el mercado no asustó a los chilenos. Lo cierto es que los últimos años mostraron a una nación que no ha logrado conjurar los fantasmas de la dictadura. Boric representa una promesa, una oportunidad, para hacerlo.

*Politóloga colombo-uruguaya. Directora de Lalineadelmedio.com.