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24 de Enero de 2018
Por:
Luis Fernando Afanador

El escritor inglés es uno de los invitados del Hay Festival de Cartagena, que se lleva a cabo a finales de mes. ¿Cómo ha sido su vida desde la condena a muerte que le decretó el ayatolá Jomeini?

La suerte adversa de Salman Rushdie

El 14 de febrero de 1989, día de San Valentín, día del amor en Occidente, el ayatolá Jomeini, líder máximo de la República Islámica de Irán, firmó una fetua ―decreto sagrado― condenando a muerte a Salman Rushdie, escritor inglés nacido en Bombay, hijo de musulmanes de Cachemira. Desde ese momento, el gobierno británico asumió su protección y tuvo que vivir en la clandestinidad, cambiando permanentemente de domicilio. Debió utilizar seudónimo. Por supuesto, escogió uno en clave literaria: Joseph Anton. Joseph, por Joseph Conrad y Anton, por Anton Chéjov. Aunque sus escoltas, menos literarios y más prácticos, terminarían llamándolo Joe.

 

La causa de la terrible condena fue su novela Los versos satánicos, en la que supuestamente Rushdie había cometido blasfemia contra el profeta Mahoma. Pero, ¿de qué trata en realidad este libro tan nombrado y tan odiado que pocos han leído? De lo mismo que sus novelas anteriores ―Grimus e Hijos de la medianoche―, de sus obsesiones recurrentes desde que decidió abandonar el trabajo de redactor publicitario y volverse escritor de tiempo completo: el desarraigo cultural, la vida del inmigrante en un nuevo país, la presencia abrumadora del pasado, las frágiles fronteras entre la realidad y la ficción.

 

El gran tema de Los versos satánicos es la globalización y la identidad cultural. De sus 550 páginas, 70 se refieren a la religión y apenas un fragmento relata una visión onírica de un personaje ―que se está volviendo loco― con Mahoma y el arcángel Gabriel. No se menciona la palabra islam, la religión de la novela es inventada y los elementos que toma de la historia del islam son los que se conocen, los que han sido documentados. No era para tanto. No ameritaba, en todo caso, una pena de muerte. Veinticuatro años después, en 2013, ya con ‘cabeza fría’, Rushdie interpretó lo sucedido: “Fue una cuestión de mala suerte. Jomeini era viejo, se estaba muriendo y necesitaba alguna manera de enardecer a la gente tras el desastre de la guerra con Irak. Tuve la mala suerte de ser la última batalla de Jomeini. He pensado a menudo que si Los versos satánicos hubiera salido un año más tarde, o si Jomeini hubiera muerto seis meses antes, nada de esto habría ocurrido”. Y es cierto: seis meses antes de la fetua su novela se conseguía sin problema en las librerías de Irán, sin que ninguna autoridad religiosa hubiera chistado.

 

“Soy hombre muerto”, pensó Rushdie cuando una periodista de la BBC llamó a preguntarle por la amenaza de Joemeni en la inapelable fetua: “Comunico al orgulloso pueblo musulmán del mundo que el autor del libro Los versos satánicos ―libro contra el Profeta y el Corán― y todos los que hayan participado en su publicación conociendo su contenido están condenados a muerte. Pido a todos los musulmanes que los ejecuten allí donde los encuentren”. Su antigua vida quedó atrás “y una existencia nueva, más tenebrosa, estaba a punto de

empezar”.

 

Durante esos años, Rushdie pasó días difíciles. Se afectaron sus relaciones de pareja y con su hijo, su vida cotidiana. A pesar de la solidaridad mundial de los escritores ―con algunas excepciones como John Le Carré―, la prensa inglesa le echaba en cara el alto costo de su esquema de seguridad y tácitamente lo acusaba de haberse buscado problemas innecesarios. Los gobiernos, al menos hasta Tony Blair y su ministro de exteriores Robin Cook, a quien conocía, no le exigían a Irán revocar la sentencia, no obstante que Jomeini había fallecido. Le sugerían un bajo perfil para no afectar más las relaciones bilaterales; se sintió “manoseado” por Margaret Tatcher, que no hacía nada pero le preguntaba: “¿Cómo está, querido?”. Los momentos más duros, sin embargo, fueron cuando su traductor japonés Hitoshi Higarashi murió en un atentado y su traductor italiano Ettore Capriolo y el editor noruego William Nygard, sobrevivieron a sendos ataques con heridas graves. Y una vez que, por un error de información, creyó que habían atacado a su hijo: “fue la única vez en que me derrumbé por completo”.

 

El mayor logro del que se precia Salman Rushdie es que, en líneas generales, su obra, su proyecto narrativo, no se vio afectado sustancialmente por ese hecho, que fue un punto de quiebre en su vida: “Una de las cosas de las que estoy más orgulloso es que, si no supieras nada de mí y vieras mis libros, creo que no advertirías que algo terrible ocurrió en 1989 y a partir de ese momento todos los libros son diferentes. Creo que los libros tienen su propia continuidad. Y eso es algo que hice de una manera muy consciente. Ya no era un niño, tenía 41 años, había escrito cinco libros, y ya sabía el tipo de viaje que quería hacer como escritor. Así que pensé: ‘Sigue. No te desinfles. Sé el escritor que querías ser’ ”. Pero hubo incidencias, desde luego. Reconoce que de no haberle ocurrido lo que le ocurrió, tal vez no hubiera escrito Harún y el mar de las historias, que toca el tema del lenguaje y el silencio; tampoco, Shalimar el payaso, que incluye un retrato de un terrorista islámico. Y, claro, no existiría Joseph Anton, esa extraordinaria autobiografía escrita en tercera persona, en la que se narra a sí mismo con distancia, como si fuera otro.

 

“El caso Rushdie”, que a algunos les parecía extravagante y hasta exótico, dejó de ser una situación personal de un escritor de raíces musulmanas y se convirtió en un tema de la agenda pública a partir del 11 de septiembre. La amenaza que había pendido sobre él, ahora podía recaer sobre cualquier persona. Rushdie lo recalca con sarcasmo: “Yo vivía en Nueva York entonces y en las semanas posteriores a los ataques nadie hablaba de otra cosa. Dos o tres periodistas importantes y bastante experimentados me dijeron: ‘Ahora entendemos lo que te pasó’. Pensé: ‘¿De verdad? ¿Ha tenido que ocurrir esto? ¿Esos dos edificios han tenido que caer y miles de personas han tenido que morir para que entiendan algo que es una puta obviedad?’ ”.

 

La fetua ha sido revocada y vuelta a activar por distintos ayatolás. En 2016 varios medios estatales de Irán aumentaron a 3.2 millones de dólares la recompensa a quien diera muerte al autor de Los versos satánicos. Para algunos musulmanes, una fetua nunca caduca y cada día de San Valentín se lo recuerdan con una carta. Lo cierto es que desde 2001, Rushdie decidió irse a Nueva York, renunció a la protección privada y solo cuenta con “compañía especial” en sus apariciones públicas previamente anunciadas. Dio por terminado el largo y triste episodio, eso sí, dejando bien en claro que un escritor puede abordar el tema de la religión y que ‘su caso’ no es más que un capítulo de la incesante lucha del artista contra el poder. “La libertad de expresión es un bien escaso. Sería terrible dejar a los fanáticos marcar los límites”.

 

Bibliografía

Salman Rushdie, Los versos satánicos, Debolsillo, 2010.

Salman Rushdie, Joseph Anton, Mondadori, 2012.

Daniel Gascón, Rushdie, Letras Libres, 2013.

 

 

*Publicado en la edición impresa de enero de 2018.