Archivo Particular
11 de Agosto de 2017
Por:
Carolina Sanín

Jean Halloway se inmiscuye en la vida de sus pacientes para entender sus casos y, fuera del consultorio, busca descubrir el otro lado de las historias que le cuentan.

'Gypsy', la historia de una sicóloga entrometida

Cualquiera que haya sido estudiante universitario tiene que sentir desconcierto al ver las fórmulas que predominan en las escenas televisivas en las que se reproduce una clase universitaria: el profesor es a la vez solemne y despistado, atiborra el tablero de palabras, emite grandes sentencias sobre el sentido de la vida, y mira entre curioso y enfadado a la estudiante que llega tarde. Una distorsión parejamente ingenua sucede en las escenas en las que se representa una sesión de sicoterapia, que suelen usarse cuando al guionista no se le ocurre ningún otro recurso para que el espectador conozca cierta información íntima sobre el personaje que funge de paciente. Por lo general lo que se muestra en esas escenas es un diálogo medio coqueto entre dos cautivos, una especie de interrogatorio liviano entre el asustado paciente, que no sabe nada de sí mismo y dice cualquier cosa, y el estresado terapeuta, que toma notas mientras cavila presumiblemente sobre su propia vida. Hay excepciones parciales: las absurdas consultas de Louis C.K. con su enigmático ⎼incluso ominoso⎼ terapeuta en Louie (2010-2015), las amorosas sesiones de sicoterapia de The Sopranos (1999-2007), en las que participan la gran Lorraine Bracco y el enorme James Gandolfini, y las apasionantes y verosímiles sesiones de In Treatment (2008-2010), la memorable serie sobre el proceso sicoterapéutico protagonizada con compasión y exactitud por Gabriel Byrne.

Cuando vi el primer episodio de Gypsy, que salió al aire en Netflix el pasado junio, creí que iba a ver un In Treatment aguado, sin la angustia fascinante que podía provocar en In Treatment el encierro del consultorio. La serie trata sobre la sicóloga Jean Holloway, que desde el inicio demuestra ser una atroz profesional. El espectador, que al comienzo puede creer que el guión maltrata la dialéctica de la terapia, no tiene que esperar mucho, sin embargo, para darse cuenta de que uno de los temas de la historia es, precisamente, la cuestión de la profesionalidad de la terapeuta. Jean Halloway se inmiscuye en la vida de sus pacientes para entender sus casos y, fuera del consultorio, busca descubrir el otro lado de las historias que le cuentan. Al mismo tiempo, y a través de su identificación con sus pacientes y con aquellos que afectan la vida de estos, busca ver ⎼y crear⎼ los otros lados de su propia historia. Construye un vida paralela a su vida de feliz madre suburbana, y sigue erráticamente su deseo mientras se debate entre estudiar su satisfacción y sucumbir a su perennemente insatisfecho deseo de control.

Naomi Watts siempre es excelente, pero a veces es mejor: cuando interpreta las ambivalencias del deseo femenino y el paso de la reticencia a la entrega amorosa y de esta a la autodestrucción. Es el caso de su papel en The Painted Veil (2006) y, especialmente, del que interpreta en Mullholland Drive (2001), que tiene ecos evidentes en el de Jean Halloway.

Gypsy es una serie atípica, sutil, verdaderamente comprometida con la exploración del carácter, ajena al moralismo y al efectismo. Su única debilidad estriba en que, en contraste con la profundidad del personaje principal, algunos personajes secundarios son unidimensionales. Es el caso de Sam, uno de los pacientes de Jean, y el de Sydney, su novia, que se convierte también en novia de la terapeuta. El espectador no debe esperar ningún desenlace al final, que trae nuevas complicaciones, nuevas preguntas y el anuncio de nuevas capas de la personalidad o la neurosis de la protagonista. Esperamos que haya una segunda temporada.

 

 

 

*Publicado en la edición impresa de agosto de 2017.