Christian en la isla de Komodo, en Indonesia. Fotos cortesía Christian Byfield
18 de Mayo de 2021
Por:
Diego Montoya Chica

La reducción global de los viajes turísticos fue de 73% en 2020. Y ahora, cuando vemos la luz al final del túnel, no vemos la hora de montarnos en un avión. Christian Byfield, 'geoexplorador' e influencer, nos señala el camino hacia el próximo destino.

Check-out al encierro

*Artículo originalmente publicado en la edición impresa de abril de 2021.

Christian Byfield es uno de esos nómadas sin remedio. Un peregrino eterno cuyos instintos lo obligan a encaramarse en aviones, buses y chalupas, a la vez que hacen que le huya a las estancias prolongadas. De ahí que su pasaporte cuente con sellos de 77 países. Y no se declara un “adicto a viajar” porque haya hecho de esa actividad un negocio de éxito creciente desde que, en ese ya lejano 2013, cambió la corbata de la banca de inversión por la mochila, el bloqueador solar y la trocha. Tampoco porque sus 332.000 seguidores en Instagram le exijan, con contundente voracidad digital, esas preciosas imágenes a las que los tiene acostumbrados: fotografías sonrientes de cada destino, de cada plato, de cada especie de fauna y flora, así como videos hechos con drones en los que el paisaje se alegra con un Christian que baila y que, sobre todo, sonríe hasta donde le es físicamente posible.

Quizá la adicción de Byfield sea desmedida, como se lo sugirió aquella azafata cuando supo que el joven había hecho 120 vuelos, solamente en 2019; ella le aconsejó mermar los desplazamientos para cuidar su salud. Pero es que, explica el influencer, conferencista y autor del libro 754 días –que narra la aceptación de su llamado natural a los aeropuertos–: “De pronto es un componente genético heredado de comunidades nómadas. Quizá soy workaholic, pero es que es imposible negarme si me dicen: ‘Christian, lo necesitamos en Namibia’. Yo le prometí a África que la visitaría una vez al año”.

“Le cambió el chip a la gente”, reflexiona él desde una finca en Medellín según intenta perfilar al ‘nuevo viajero’, al explorador pospandémico. “Ahora piensa mejor qué está haciendo con su plata, con su tiempo, con su energía: ¿qué genera más beneficios? ¿Un Mercedes-Benz guardado en el garaje y generando deudas o disfrutar de un viaje con los papás? A los míos les dio Covid, así que luego me fui con ellos para el Chocó: me toca aprovechar el tiempo que tengo con ellos”.

Asimismo, para él es contundente la predilección del viajero de hoy por los destinos de naturaleza, una predilección nutrida por los confinamientos de la pandemia. Al parecer, le huimos ahora a los resorts de miles de huéspedes y a los hoteles corporativos, y en cambio buscamos hoteles pequeñitos, boutique o no, que permitan un contacto fácil con la paz de los paisajes y recursos naturales, sin aglomeraciones.

Así lo confirma la presidente de Fontur, Raquel Garavito, para quien la pandemia acentuó una tendencia previa: la del viajero joven de presupuestos discretos. “Los millennials y centennials prefieren las compras de vuelos low cost y el acceso a modelos de alojamiento en plataformas como Airbnb, HomeStay y HouseTrip, así como por una elevada influencia de las redes sociales y por las recomendaciones de sitios como Trip Advisor”, comenta, y añade: “Ellos dejaron de lado las consultas a agencias de viajes, así como el hospedaje en grandes resorts y la visita a atractivos turísticos tradicionales”. Para Garavito, la clave es la siguiente: “Los viajes con propósito” en los que se pueda “aprender, conocer personas y culturas”. Además, dice, para ellos es clave “el bajo impacto sobre el medioambiente y la cultura local”, de lo cual se infiere que el ‘nuevo viajero’ es, quizá, más consciente y empático con sus anfitriones que lo que ha sido la generación anterior.

Una cosa sí está por verse: qué tan bien se adapta ese turista poscovid a los controles de seguimiento biológico que se endurecen según avanza la vacunación, esperanza de la industria. “El nuevo viajero está enfrentado a posibles aplicaciones de la tecnología digital a la seguridad de los viajes internacionales, en particular en lo que respecta a la documentación en los puntos de entrada (viajeros entrantes y salientes), el historial de viajes, la realización de pruebas y el rastreo de contactos, y posiblemente los requisitos de vacunación”, concluye Garavito.

 

EL PÉNDULO HISTÓRICO

Así es como, nuevamente, se revalúa el concepto del viaje. Hace medio siglo, este era un lujo de pocos: según la Organización Mundial del Turismo (OMT, parte de Naciones Unidas), las llegadas de turistas a cualquier lugar del mundo pasaron de ser 25 millones en 1950 a ser 1.500 millones en 2019; con razón tanto glamour asociado, en ese entonces, a los aviones. Luego, el progresivo crecimiento de una clase media a nivel mundial con poder adquisitivo, junto con la reducción de los costos aeronáuticos, hicieron del viaje algo más práctico que exclusivo: tal ha sido esa expansión del mercado en las últimas dos décadas que la competencia entre aerolíneas se libró en la arena de los precios y con el desarrollo del concepto low cost, ganador a la luz de los números.

Pero hoy el viaje vuelve a ser un ‘bien’ preciado, una gema. Y no porque sea para pocos por efecto de los precios, que, de hecho, recientemente han oscilado en terrenos muy inferiores a los prepandémicos, como lo indica Byfield: “Hace poco compré un tiquete ida y vuelta Bogotá-Nueva York por 220 dólares... a veces es más caro ir a Cartagena”. Tampoco solo porque los desplazamientos turísticos estén siendo muy escasos, que es tristemente cierto: la OMT dice que durante 2020 cayó más del 70% la llegada de turistas en todo el mundo y que, en enero pasado, esa reducción fue de 87% con respecto al enero anterior. Una verdadera tragedia para un grupo sorprendentemente grande de naciones cuya economía depende en buena medida de esa actividad, incluyendo a Colombia, nominada en octubre como Destino Líder en los famosos World Travel Awards.

No: el viaje volvió a ser una especie de lujo porque de la primera pandemia en 100 años salimos con un aprendizaje: el confinamiento, por necesario que sea, arruga el alma. Y, en cambio, el viaje hace que esta florezca.

1. GUAVIARE

Se cree que San José del Guaviare –capital departamental y base ‘operacional’ para todo turista que desee explorar esta puerta de entrada a la Amazonía– está mucho más lejos de las grandes ciudades de lo que realmente está: el vuelo de Satena desde Bogotá dura una hora y media, mientras que el transporte terrestre toma unas cinco horas desde Villavicencio. “Hay pinturas rupestres, ríos con delfines rosados, un patrimonio indígena increíble y unas especies espectaculares para aficionados al avistamiento de aves, como unos gallitos de roca divinos”, comenta Byfield. El viajero recomienda un hotel cuyo nombre describe el exuberante ecosistema local: Entre el Llano y la Selva. “Además –sostiene–, hay un río con las mismas algas de Caño Cristales, la Macarenia clavigera, solo que sin tantos turistas”. No hay que olvidar que a una hora de San José está la Serranía La Lindosa, cuyos pictogramas tienen unos 12.000 años y describen al detalle, ya no otra época, sino otro universo.

2. PROVIDENCIA

 

Esta isla no solo permite disfrutar del Caribe en su mejor expresión: pintado de una gama inverosímil de azules en el mar; poblado por una infinidad de especies que nadan entre corales escultóricos, o revolotean entre el boque seco tropical; ante todo relajado, ya sea a la sombra de una palma y sobre arena blanca, o bailando al son del calipso y la socca. Además, visitarla contribuye a reconstruir ese 98% de su infraestructura que fue arrasada por los 60 km por hora del huracán Iota, y que incluyó viviendas, colegios, vías y red eléctrica, entre otros esenciales. “Las llamadas Posadas Turísticas son una excelente opción para hospedarse. Se trata de casas de locales que le abren cuartos al visitante, con lo cual se accede directamente a la cultura del lugar”, comenta Christian. “Yo estuve buceando en Providencia hace poco, y recomiendo muchísimo ir, cuando esté completamente abierto: la energía de la isla es increíble y puede uno estar aportando algo”. 

 

 

3. CHOCÓ

“Lo amo con mi alma”, dice Byfield, cuyo gusto por la espectacularidad en la naturaleza es bien conocido. Allí, su curiosidad es atendida por un bosque húmedo tropical apretado, tupido; por los manglares llenos de vida, y por el infinito océano Pacífico. “Esto va más allá de las ballenas –dice–: ahorita en abril y mayo se puede ‘caretear’ con millones de sardinas en su temporada. Y cuando llegan las tortugas a desovar, es impresionante. Si sales a caminar, te encuentras con huellas de jaguar, con ranitas bellísimas (aunque algunas venenosas), con culebras, con tucanes, con loros... es una locura”. Para hospedarse, Christian menciona un hotel de Nuquí: el Punta Brava. Hasta ese poblado hay vuelos, pero también a Bahía Solano –en cuyas inmediaciones está el Parque Nacional Natural Ensenada de Utría– y, naturalmente, a Quibdó. Las rutas son operadas primordialmente por Satena e Easyfly. Es de destacar que Chocó, así como todos los territorios de la costa Pacífica, son estratégicos en la mitigación del cambio climático: sus ecosistemas costeros son una barrera natural que, además, provee de recursos vitales a todas la comunidades de la región.

 

4. RISARALDA

Hay una manera especial de acceder al Santuario de Fauna y Flora Otún Quimbaya, cuyos bosques maduros comparten la niebla, el agua y algunas especies –el patico de los torrentes, la danta de páramo, el mono aullador colorado y otros cientos– con el contiguo Parque Nacional Natural Los Nevados: hacerlo habiendo dormido la noche anterior en el Hotel Boutique Sazagua –en el corregimiento de Cerritos–, resaltado por Byfield como uno de los mejores hospedajes de alta gama en este rincón de los Andes colombianos. “Visitas una finca cafetera, pero de la mano de verdaderos campesinos que te hacen un sancocho a leña auténtico (...). Y llegas al Santuario, pero te atiende un chef privado, te está esperando una botella de vino, recorres el lugar con un guía de primera...”. Lo mejor: queda a solo 20 minutos del aeropuerto de Pereira. El valor ecosistémico de este universo cafetero no es únicamente el de la provisión de alimentos –y del mejor café, claro está–: el PNN Los Nevados y sus alrededores son claves en la regulación del sistema hídrico regional. 

5. CASANARE

Se dice que la accidentada geografía colombiana ha impedido la fácil exploración de la nación y su conectividad interna, pero eso suena extraño cuando se mira el mapa: ¿Por qué sigue siendo inexplorada una porción inmensa de la Orinoquia colombiana, una que es fundamentalmente plana? quizá por un desinterés de las ciudades andinas por esta región cuya actividad ganadera –cuando es sostenible– ha dado no solo para alimentar al país entero, sino que ha producido cultura: es el caso de los cantos de trabajo de los Llanos colombianos, declarados patrimonio inmaterial por la Unesco. “Cerca del municipio de Orocué está el hotel Savanna Oriniquía Lodge, que ofrece ‘safaris aéreos”, dice Christian. “ Te montas en un ultraliviano y ves los chigüiros desde el aire, los zorros y las coracora, que son solo unas de las cientos de aves en la región”. Orocué está en el límite centro-sur del departamento (bordea con el Meta), pero a Yopal, la capital –ubicada a ocho horas por tierra– vuelan varias aerolíneas. 

EN EL RESTO DEL MUNDO

1. ETIOPÍA

“Es la cuna de la especie. Para temas antropológicos, el sur del país es una joya gracias al Homo Valley”, dice Christian. Ese valle es donde se encuentran los restos más antiguos del Homo sapiens, con 195.000 años de antigüedad. “Visité 14 comunidades diferentes y cada una tiene su idioma, su religión, sus costumbres”, dice el viajero, a quien se le preguntó también por el presupuesto necesario: “Se cree que es barato pero no lo es. Un viaje de 16 días me costó 2.800 dólares, sin tiquetes. Eso incluye el alquiler del carro y todo, pero es acampando y con dos duchas en todo el viaje”. Un posible acceso aéreo desde Colombia es vía Bogotá-Washington-Adís Abeba. 

2. UGANDA

Otra joya del África subsahariana cuya historia es agridulce: luego de sufrir el yugo británico desde finales del siglo XIX –cuando las potencias europeas se repartieron descaradamente el continente– y de su independencia en 1962, vinieron un par de dictaduras que oprimieron con sevicia. Hoy, sin embargo, es una optimista nación de infinito valor natural. “En pandemia, le bajaron el precio a la entrada de los parques, que es costosa: en vez de pagar 800 dólares por entrar y ver los gorilas de espalda plateada, se paga 400”, dice Christian, y aconseja: “Es bueno que antes de ir a destinos africanos se coordine todo con una agencia”. 

3. MÉXICO

México todo, pero especialmente la isla de Holbox, en el estado de Quintana Roo, y que queda cerca de Cancún. “Es especial, sobre todo, en temporada de tiburón ballena y de flamingos”, comenta Byfield y describe un poco el lugar: “No hay carreteras y se anda en carritos de golf; además, la gente anda descalza: es la relajación total de un destino de playa, pero sin ser Cancún, que recibe a demasiada gente”. Holbox es parte de una reserva de la biósfera decretada en 1994, y es que hasta organismos bioluminiscentes tiene el mar allí. El vuelo a Cancún dura unas cuatro horas –desde Bogotá o Medellín– y una vez allí se viaja en carro un par de horas hasta el puerto del que zarpa un ferry hasta la isla. 

4. GALÁPAGOS

“Te montas en un barco con gente de todo el mundo que tiene PCR negativa y, en esa burbijita, te puedes olvidar del COVID a lo largo de diez días”. Christian sueña con lo anterior después de repasar los atractivos para buzos y naturalistas que desean rastrear los pasos de Darwin en este archipiélago ubicado a mil kilómetros de la costa ecuatoriana. El buceo en este enclave biodiverso considerado patrimonial para toda la humanidad permite ver variopintas tortugas marinas, tiburones martillo, corales rebosantes de vida, iguanas de apariencia prehistórica, focas, pingüinos y un sinfín de especies endémicas. Endémicas por la ubicación, Pacífico adentro, de estas 13 islas grandes y un centenar de pequeños islotes. “Normalmente es carísimo, pero por pandemia hay precios interesantes, por ejemplo, en cruceros”, indica Byfield. Hay también vuelos desde Quito y Guayaquil. 

5. BUTÁN

Este reino se hizo famoso cuando, en 1972, posicionó un curioso indicador alternativo al del Producto Interno Bruto –hoy omnipresente pero también cuestionado–: “Allí se habla es de Gross National Happiness, es decir de Felicidad nacional bruta”, comenta Christian sobre este país de fronteras con China e India. “Se puede viajar desde Delhi, y, si se está del lado correcto del avión, se verá el Everest todo el tiempo en la ventana”. El viajero hizo kayak en los Himalayas y cuenta que coincidió con varias nutrias. “Es caro: te dan la visa si vas a gastar mínimo 250 dólares al día por persona. Pero se aprende mucho, todo está muy virgen y nuevo”, dice. Además de India, otros cuatro países ofrecen vuelos a Bután: Tailandia, Nepal, Singapur e Indonesia.