04 de octubre del 2024
"La dureza y esterilidad de la tierra la han convertido en cierta dulzura del buen vivir que produce admiración en muchos colombianos". En la foto, el Cañón del Chicamocha. Foto: iStock
"La dureza y esterilidad de la tierra la han convertido en cierta dulzura del buen vivir que produce admiración en muchos colombianos". En la foto, el Cañón del Chicamocha. Foto: iStock
6 de Septiembre de 2024
Por:
Enrique Serrano López*

El escritor de esta reflexión examina los rasgos más profundos de su cultura regional. Ese pueblo tenaz, dice, está lleno de contradicciones. 

Así somos los santandereanos

 

ES UN LUGAR COMÚN presentar al santandereano como avaro y envidioso, grosero y pendenciero. Su forma de hablar, franca y desenfadada, sorprende y maravilla al resto de los colombianos y pone en escena esferas de la personalidad que desatan la risa de los escuchas, por su espontánea crudeza desafiante.

 

 

Este año, con la victoria del Club Atlético Bucaramanga en la final del fútbol profesional colombiano, el país conoció otra faceta, llena de entusiasmo y entrega, sinceridad y buen tono. Dotada de propósito y disciplina, la constancia es quizás la mayor de las virtudes regionales. Los santandereanos del norte y del sur han forjado un tipo humano que casi coincide con el estereotipo altanero y laberíntico que el tiempo ha construido en un país plagado de equívocos.

El clima de ese territorio es benigno, en verdad, pero sacar su fruto fue arduo durante su historia de siglos. La dureza y esterilidad de la tierra la han convertido en cierta dulzura del buen vivir que produce admiración en muchos colombianos. Casi siempre austera y dueña de sí misma, limpia y pobre, ha sabido reponerse de sus crisis y de sus errores.

Es una tierra de familias numerosas, de míticas abuelas llenas de gracia natural y ternura ruda, perdidas en el pasado casi augural de un tiempo irrecuperable. Santander ha sido un crisol de gentes tenaces y fuertes, resistentes y adaptables. Pero, al mismo tiempo, sus habitantes son dueños de un humor apasionado, lleno de anécdotas y de dichos graciosos, que desconciertan a quien los escucha.

 

“Con una tozudez casi poética, los habitantes de esta región han labrado allí un destino común, no siempre bueno pero sí apasionado”. 

Ingeniosos, han trocado en negocio de envergadura muchos de los humildes oficios de antaño, como la industria avícola o la fabricación de calzado. Boticarios de larga tradición, estos descendientes de médicos “portugueses” se las arreglaron para hacer remedios caseros desde el siglo XVI, que les dieron el premio de una longevidad proverbial y una baja mortalidad infantil.

La yuca, por su parte, ha sido allí tan decisiva como lo fue la papa en Boyacá. La carne se ha secado en alambres desde marras, y los cabros han arrancado los frutos de los priscos.

Con una tozudez casi poética, los habitantes de esta región han labrado allí un destino común, no siempre bueno pero sí apasionado, de modo que nadie queda indiferente frente al reto de ser santandereano.

Los guanes y otros grupos indígenas seminómadas poblaron la región por más de ocho siglos. Luego, recibió el influjo de conversos judaizantes, gallegos, castellanos, andaluces y extremeños. La expedición de los Welser también dejó profundas huellas.

Los pueblos de hoy fueron aldeas de paso entre montañas en las que la austeridad y la rusticidad marcaban el ritmo de una adaptación exitosa y un destacable estoicismo.

Siglos de trabajo han tejido el manto de la sociedad de hoy, y de un individualismo reconcentrado y receloso, pero capaz de crear oportunidades para cada uno. En efecto, las oportunidades son el progreso y el desarrollo, si el ánimo se conserva y la motivación se renueva. Y si hay suficiente comida: es barroca en extremo la cantidad de alimentos que los santandereanos consideran suficiente, y sus comentarios jocosos acerca de las consecuencias de tamaños excesos gastronómicos.

Y todo cantado con un acento contundente. Con la arcaizante pero bella pronunciación de la "elle", suave y redonda. Al oír hablar a los viejos, se evoca el eco de tiempos idos de la lengua española, de la colonización y de la inveterada firmeza del carácter, tan lejanos y atizados de nostalgia, que nos conmueven hasta el fondo del alma.

Exagerados para vivir, para hablar y para comer, fueron más endogámicos que el resto de los colombianos, con excepción tal vez de los antioqueños.

“El clima de ese territorio es benigno, en verdad, pero sacar su fruto fue arduo durante su historia de siglos”.

El bello Santander del Norte, con en- claves decisivos de nuestra historia como Cúcuta, Pamplona y Ocaña, ha sido una frontera viva por quinientos años, desde los días de Ambrosio Alfinger y Nicolás de Federman hasta el abigarrado presente de la migración venezolana y las preocupaciones futuras.

Muy dados al abuso del alcohol y a los duelos sentimentales, los santandereanos llegaron al siglo XX emulando a los compadritos de los tangos. La formación de guerrillas
y partidas bandoleras los convirtió en tristes protagonistas de la Guerra de los Mil Días. Pero también, según el Dane, han alcanzado los Santanderes la mejor proporción de clases medias productivas, el más alto índice de microempresas exitosas y de recuperación de las mismas. Es que casi nada es neutro allí: todo está cargado, como un revólver. Esto complica cada cosa y la llena de susceptibilidades. Pero, finalmente, todo se logra, con gritos y tras largo esfuerzo. Lo curioso es que la vida de la mayoría transcurre con una suavidad de seda.

Las mujeres mandan en todos los campos, abierta o encubiertamente. El matriarcado en lo privado está oculto por un machismo inveterado en la esfera de lo público.

Por supuesto que todo ha cambiado en la actualidad, pero allí, como en pocos sitios, hay una extraña e inquietante pervivencia de las marcas del pasado. Casi se diría que los Santanderes guardan discretamente una tradición inconsciente, un sutil misterio. Se trata nada menos que de un halo de encanto que está destinado a desaparecer lentamente, pero que no se deja morir.

Puede que esté exagerando, pero no soy el único en percibirlo. Los invito a conocer estas tierras. Nadie permanecerá indiferente a ellas.

* Escritor, filósofo y docente. Autor, entre otras cosas, de cinco novelas y del ensayo ¿Por qué fracasa Colombia? (2016).