Nilson Pinilla  fue magistrado  de la Corte  Suprema  y también  de la Corte  Constitucional.  De esta última  fue presidente  y culminó su  periodo en 2014. Desde  entonces, se  dedica a la academia. Foto: Andrea Moreno / Casa Editorial El Tiempo
Nilson Pinilla fue magistrado de la Corte Suprema y también de la Corte Constitucional. De esta última fue presidente y culminó su periodo en 2014. Desde entonces, se dedica a la academia. Foto: Andrea Moreno / Casa Editorial El Tiempo
29 de Mayo de 2023
Por:
Redacción Revista Credencial

El exmagistrado Nilson Pinilla y su hijo Gustavo encontraron una fórmula exitosa para enganchar al lector en la historia de nuestras instituciones financieras. Lanzaron una serie de memorias noveladas sobre grandes robos al erario público y sus consecuentes procesos legales.

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Los robos históricos al Banco de la República, novelados

“ESTE ES un homenaje en vida a mi padre”, repite Gustavo Pinilla en las entrevistas y eventos suscitados por su nueva serie de libros titulada Los robos del siglo en un siglo de robos (Grupo Editorial Ibáñez, 2023). Se trata de diez volúmenes en los que estarán consignadas, de forma novelada, las memorias del exmagistrado Nilson Pinilla (Barrancabermeja, 1946), cuando este, siendo investigador en el Banco de la República, debió hacerle frente a una decena de grandes delitos contra el erario público. Pero no se trata únicamente de los recuerdos del abogado, hoy docente y a la vez un admirado estandarte para las ciencias jurídicas colombianas. En esas páginas también están los ojos de Gustavo, quien, cuando era niño, observaba el sudor profesional de Nilson. De alguna manera, los relatos celebran ese vínculo: el de un hijo observador y un padre con altos estándares profesionales y éticos.

La escritura tiene el picante narrativo de las novelas policiacas o quizá de las series televisivas en el mismo género. Seguro es porque Gustavo, gestor de todo el proyecto, es productor audiovisual. Pero detrás de los relatos —verdaderas batallas de ingenio entre criminales e investigadores—, hay algo más: una manera diferente, creativa, de abordar la historia reciente de las instituciones públicas de las finanzas colombianas. REVISTA CREDENCIAL habló con el exmagistrado Pinilla sobre esta iniciativa.

Para tener un poco de contexto, ¿por qué conoció tan bien usted todos estos casos?

Al Banco de la República en Cartagena lo asaltaron en 1973 y eso, hizo que los ladrones vieran vulnerable a la institución. Allí necesitaban entonces un jefe de investigaciones y para ello me recomendó Darío Velázquez Gaviria, el director nacional de Instrucción Criminal, cuando yo era juez de Instrucción. Por eso los conocí muy de primera mano. 

En el banco ocupé diferentes posiciones entre 1974 y 1994: 20 años. Luego me fui cuando me nombraron magistrado de la Sala Penal de la Corte Suprema de Justicia.

Antes de hablar de los casos, ¿cuál cree usted que es el valor —histórico, documental— de estas publicaciones noveladas, además de ser narraciones interesantes?

Yo lo resumo en dos frases. La primera es que el crimen no paga. Estos delitos fueron muy elaborados por sus autores, pero todos fueron descubiertos y ellos sancionados. Y la segunda frase es: Colombia sí puede. Un buen ejemplo de esto último es el caso del Chase Manhattan Bank de Londres, cuya solución es un orgullo para Colombia que la gente no conoce. Imagínese ganarle a ese banco, un pulpo, en una corte internacional. Y así fue.


Esta infografía fue publicada en el diario El Tiempo en abril de 1977, cuando el Banco de la República fue víctima de "los topos".

Justamente hablemos sobre ese caso, que mucho revuelo causó en los años noventa. ¿Cómo se desarrolló ese episodio? 

El Banco de la República tiene cuentas en todo el mundo y una de esas estaba en Londres. Roberto Soto Prieto, que sonaba entonces para ministro de Hacienda y era hijo del periodista Jaime Soto —quien hacía Contrapunto—, tenía un cuñado pervertido: había cometido estafas y no podía regresar a España porque allá lo tenían sentenciado. Pues bien, a Soto Prieto, que manejaba la representación de unos bancos del exterior en Colombia y de bancos colombianos en el exterior, el cuñado lo convenció de hacer una transferencia falsa por Télex —que era lo que había en ese momento—. La hicieron al Chase Manhattan Bank de Londres, pero sin tablas de comprobación: algo así como las claves. Y el banco, de manera irresponsable, la aceptó así y la giró a una entidad en Suiza; de ahí la transfirieron a Panamá, que es la ‘Suiza americana’, dado el secreto bancario. Allá llegó a un banco de segundo piso. La plata se fue, la atomizaron: 13,5 millones de dólares.

Yo fui a Panamá y hablé con el comisionado bancario, algo así como el superintendente financiero de Colombia. Y, la verdad, fue patético: Me amenazó con denunciarme porque yo, supuestamente, estaba quebrantando la ley panameña, que prohíbe, con sanción penal, levantar el secreto bancario. Salí de ahí sin nada, obviamente. Incluso, me metieron en una lista negra. Pero me di mis mañas para llegar al gerente del banco en cuestión y le dije: “Oiga, se va a proceder judicialmente y usted va a resultar implicado... Si no me cuenta…”, y en una hora y media el tipo soltó la lengua. Así averigüé quién estaba detrás de la cuenta y empezamos a destaparlo todo.

¿Pero entonces qué hay de Roberto Soto?  

No, eso fue mucho después. Nosotros nos comunicamos con el Chase Manhattan Bank de Londres desde el Banco de la República, yo les mostré lo ocurrido y les expliqué que era culpa de ellos. Entendieron y dijeron que reembolsarían el dinero, así que yo me fui feliz. Pero después, Carlos Jiménez Gómez, un irresponsable que era en ese momento Procurador General de la Nación, salió a darse pantalla y a echarle la responsabilidad a Colombia: al ministro de Hacienda, al gerente del Banco de la República, al director de Crédito Público… Así lo hizo también un senador de entonces, José Blackburn. El Chase vio eso y se echó para atrás: se negó a pagar.

Las entidades colombianas entonces pusieron una demanda civil en Londres para que el Chase reconociera su error. Ese caso lo coordiné yo por la feliz conciencia de que yo había hecho un máster en criminología en la Universidad de Cambridge. Contratamos a la extraordinaria firma de abogados Boodle Hatfield, que reunió las pruebas y las presentó en la Corte mediante un barrister —un abogado de mayor nivel—, que resultó ser de la realeza: Lord Alexander Irving.  La audiencia tuvo dos sesiones y la presentación de pruebas de Colombia fue impecable. Los representantes del Chase Manhattan Bank solicitaron aplazar la tercera sesión, y cuando se fueron los jueces, uno de los abogados de los bancos llamados en garantía por el Chase cogió una esponja y le puso la insignia “As it was thrown by Chase” con la fecha —octubre del 96 o 97— y la botó hacia donde estaban nuestros abogados. Ellos la vieron y se echaron a reír.

¿Y eso acaso qué quería decir?

En el boxeo británico, a los contendores no los secan con toalla, sino con una esponja: quiere decir exactamente lo mismo que nuestro dicho de “tirar la toalla”. Y sabíamos que era así: que el Chase había “tirado la esponja“. Eso condujo a que se decidiera un reembolso no solamente por los 13,5 millones de dólares, sino por 17 millones, pues tuvieron que pagar intereses y costos del proceso.

Nosotros luego nos desentendimos, pero supe que Soto Prieto estaba preso en Austria, de donde también tenía nacionalidad, porque había resultado implicado en temas de narcotráfico.

Todos los casos resultaron en la captura de los responsables. El dinero se recuperó en un alto porcentaje.

Háblenos del segundo caso publicado, titulado: El túnel de la codicia, en Pasto. ¿Cómo ocurrió el robo?

Ocurrió en 1977. Hay un antecedente y es que al Banco de la República de Girardot le habían hecho un túnel unos ladrones que habían aprendido en las minas de esmeralda de Muzo. Y los descubrieron cuando venían muy cerca ya —les faltaban 20 centímetros—, pero se escaparon para México antes de que la policía los pudiera capturar. Allá, en el Estado de Chiapas, también organizaron un robo por túnel a un banco comercial grandísimo y sacaron muchísimo dinero.

Luego, vieron que el Banco de la República en Pasto les daba unas condiciones muy similares a las de ese robo, entre otras cosas porque también era frontera, en este caso con Ecuador. Así que alquilaron una casa y montaron una cafetería llamada La caleñita, y al fondo empezaron a hacer un túnel de un poco menos de 50 metros que los llevó exactamente hasta debajo de la bóveda. Por allí se metieron.

Yo llegué entonces a Pasto de inmediato. Y encontré a un verdadero héroe: Álvaro Campo —que en el libro figura como Albín Prado—, quien trabajaba en investigaciones económicas y que era el más flaco de la oficina. Cuando se fue a meter por el hueco que habían hecho los ladrones en la placa, no cabía: solo lo logró cuando se quitó la ropa, le tocó empelotarse y meterse en pantaloncillos. Pero lo logró, se fue por el túnel, todo raspado, y encontró que venía de La caleñita.

Pero para investigar, en ese momento solo teníamos un hueco y un túnel. Y a partir de ahí y en compañía de Carlos Javier Moncayo —lo máximo que he encontrado yo en mi vida en funcionarios judiciales— empezamos a investigar.Se habían robado 88 millones de pesos, de los que luego se recuperaron solamente seis. Pero es que esto fue hace 46 años: eso era mucha plata. Eran bultos de billetes de 500 pesos, cuando esa era la máxima denominación en Colombia.


Estas son las primeras dos entregas de 10: padre e hijo aspiran a publicar cinco este año, para terminar las otras cinco en 2024.

¿Y cómo llegaron a los ladrones entonces?  

Porque supimos que lo que había ocurrido en México se parecía en algunas cosas, así que viajé allí varias veces, gracias a lo cual logramos traer información valiosa. Una de las pistas fue aportada por una madre cuya hija había quedado embarazada de uno de los ladrones. El caso es que todo se descubre y los capturan. Recuerdo que el diario El Espacio sacó en primera página el titular “Todos al hueco” cuando los apresaron. En el túnel habían dejado una leyenda con recortes de la revista Cromos que decía: “No contaban con mi astucia”, la misma del Chapulín Colorado. Cuando luego se demolió esa bóveda, la piedra donde habían pegado ese mensaje le fue entregada al juzgado de Instrucción Criminal, y el doctor Moncayo, el gran investigador, la puso en un archivador frente a su escritorio para recordar a qué astucia se refería.

Aparte de esas historias, hay ocho más. ¿Cuáles son los casos narrados?

 Hay, por ejemplo, dos historias resultantes de un episodio en Neiva —uno de ellos de billetes amortizables—, uno adicional en Pasto, y otros en Cartagena, Antioquia, Guapi y Chiquinquirá