Foto: Ruvén Afanador, cortesía Cimarrón.
Foto: Ruvén Afanador, cortesía Cimarrón.
30 de Noviembre de 2022
Por:
Laura Galindo M @LauraGalindoM

Cimarrón es un animal doméstico que se escapa y se hace salvaje. Una planta cultivada que muta y crece silvestre. Un negro esclavizado que se rebela y se hace libre. Y una agrupación de joropo que rompe moldes: en él, las mujeres hacen ‘canto recio’, los hombres bailan solos y el zapateo es un instrumento. La propuesta imaginada por esta intérprete suma ya cinco álbumes de estudio, una nominación a los Grammy y otra a los Latin Grammy Awards. Fotos: Ruvén Afanador, cortesía Cimarrón. 

Ana Veydó, la recia

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Que hace calor, dice Ana. Que en San Martín, Meta, el clima está de tregua y van tres días sin lluvia. Se abanica con ambas manos y se calza el sombrero. Que ha sido bueno, porque pudieron grabar el video de Agüita fresca, una de las canciones del próximo disco que se llama La recia. Que si hablamos con canciones, le propongo yo. Que mucho mejor así, me dice ella.
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“Que siempre le canta al llano, le canta al llano sus coplas improvisá’, que lleva siempre su música a donde quiera que va”. Auténtica llanera (2018).

Yo soy del campo. Nací en Otanche, Boyacá. Somos diez hermanos: siete mujeres y tres hombres. Ellos son mucho mayores que yo, podrían ser mis padres. A las 4 de la tarde, todos poníamos la radio y escuchábamos emisoras venezolanas. Siempre voces masculinas haciendo canto recio: hombres que hablaban de: “yo me monte a caballo y detuve un toro y después me encontré con un tigre…”. ¿Me entiende? El héroe. Yo tenía 4 años y me gustaban esas canciones porque decían cosas que yo vivía: ordeñar, apartar los terneros… Cosas que eran mi día a día. Me fui conectando con esas historias y, sobre todo, con esa forma fuerte de cantar. Recia, agresiva, ruda. Entonces, empecé a imitarlos.

“Recia como el río Orinoco cuando lleva caramero, dulcita como la miel y el agua del linajero, mientras que suene el joropo, yo me meto poco a poco, cual canto cabrestero”. Recia como el Orinoco (2022).

El canto recio es el canto para designar lo más fuerte y se hace alrededor de dos ritmos: el pajarillo y el seis, por derecho. Ahora, prácticamente, está asociado a los concursos. Antes era común ver a los artistas grabándolo, estoy hablando de los años cincuenta, cuando se cantaban gabanes, pajaritos, golpes. Ahora toda la música llanera habla de pasajes y desamores o cosas jocosas. No es que sea malo, pero se ha perdido esa temática de lo recio. Era solo de hombres, claro, yo fui de las primeras que compuso así. Las mujeres cantaban cosas más “aboleradas”, lo recio se dejaba solo para concursar y nadie decía nada mientras fuera en esos espacios.

“Si te preguntan quién canta, no digas que ese fui yo, diles que cantó en tu rama, turpial madrugador”. Tonada de la palomita (2019).

Lo que llamaba la atención cuando yo cantaba era mi voz aguda. Lo hacía en una tesitura muy alta —ya no lo puedo hacer— y eso, casi siempre, me garantizaba estar dentro de las finalistas. Pero tampoco vaya a creer que había más que eso. El canto recio no le gustaba a todo el mundo, era cosa de unos pocos. La gente de Villavicencio, por ejemplo, prefería una música más dulzona, más suave, a lo Juan Vicente Torrealba, el de “Yo nací en una ribera del Arauca vibrador…”. El canto recio les parecía ramplón, les gustaba en concursos, pero tenerlo en voces comerciales era otra cosa.


La épica es una de las patas de la mesa de la música llanera: los géneros en ella hablan de la aventura rural, de la relación con un ecosistema a veces indómito. Foto: Constantino Castelblanco, Cortesía: Cimarrón

“No me gusta el verbo ajeno, por eso canto lo mío…”. Vine a defender lo mío (2011).

Lo que nosotras hagamos siempre será medido por lo que pueden hacer los hombres. O sea, no por lo que nosotras podamos dar, sino por qué tan cerca del estilo masculino llegamos. Así está diseñado esto. Es una tradición viril y gira alrededor de los valores del hombre. Lo han perpetuado los artistas y la institución misma. El problema es que nosotras tratamos de emular y querer ser para alguien. Le cuento mi caso: yo fui parte de esa construcción y un día me estrellé, me di cuenta que ese no era el camino, porque no me hacía libre ni me permitía poner en mi arte lo que yo veía en la región. Tomé distancia y la propuesta que tenemos con Cimarrón es contar una región diversa. Esta no es una tierra con una sola identidad, son muchas. Algunas me generan rechazo: la vaquería y el maltrato animal, por ejemplo. O la imagen que hay de la mujer: de desprecio y machismo, incluso entre las mismas mujeres. Nosotros le apostamos a tomar la tradición musical y construir sobre eso. A romper con los estereotipos que hay del Llano. Mire, le pongo un ejemplo: todo esto es serranía, usted tiene que ir muy lejos para encontrar una sabana abierta, y la gente sigue pensando que el Llano es plano. De eso le hablo, de contar lo que veo.

“Mi tierra negra, no sabes con qué dolor, con qué dolor de tu lado me despido”. Tierra Negra (de Ángel Custodio Loyola).

¡Claro que me acuerdo de mi primer concurso! Fue aquí, en San Martín. ¡Mentira…! ¡Fue en Acacías! Fui como ‘voz pasaje’ porque esa era la categoría en la que me permitían participar en ese tiempo. Canté una canción que se llamaba Tierra Negra, de Ángel Custodio Loyola, un venezolano que era mi ídolo. Así empecé yo con mis concursos, pero me fueron generando desazón porque no eran espacios que me permitieran desarrollarme profesionalmente. Entonces, me metí a estudiar música.

“Y echa pa’lante mi niño y echa pa’lante mi bien, que estas aguas están muy turbias, están muy turbias y no se pueden beber”. Velorio (2022).

¿Que cómo me fue cuando llegué a la universidad? ¡Pues mal! Yo qué iba a hablar de canto recio o de joropo por allá. ¡Y menos en clase de coro! Me acuerdo de estar con la profesora Elsa Gutiérrez, aprendiendo a colocar la voz, a cantar con voz de cabeza… Todo al revés de lo que yo hacía. Sentía vergüenza, hacer música tradicional era vergonzoso en el Conservatorio. Y en todo lado, la verdad. Había un programa en la Luis A. Calvo, bajo la dirección de Samuel Bedoya, que se llamaba Plan Experimental. Yo estuve ahí, no era una carrera, pero sí fue un buen comienzo para las músicas populares. Después, como desde el año 2000 para arriba, el Ministerio de Cultura comenzó una serie de programas de enseñanza de músicas tradicionales en Colombia y ahorita hay hasta maestrías. Pero en mi época, nada. Tanto así que no terminé y me puse a estudiar Historia.


¡ARRÉCIESE! Escanee este código QR y escuche atentamente las canciones que hilan esta entrevista:


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Que hagamos una pausa, dice Ana, que tanto hablar le da sed y que el calor no ha bajado. Vuelve a los pocos minutos y, por primera vez, me fijo en la flor anaranjada, casi roja, que tiene en el sombrero. Me recuerda la corona de flores que lleva puesta en la portada de Orinoco, el tercer disco de Cimarrón. Ese en el que hicieron canciones con cantos de vaquería y juntaron el golpe sordo de la percusión con el viento de un cacho de venado. Que los cantos de vaquería son cantos indígenas sobre coplas españolas, dice ella, que el cacho de venado era el instrumento con el que los indígenas Sikuani le pedían a los dioses por sus muertos. Que sigamos con la entrevista.

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“Voy cantando el cimarrón, el cimarrón por los caminos sin final. Le voy relatando el Llano, mis penas una por una”. El cimarrón (2011).

Cimarrón existía antes de que yo llegara. Por lo menos de nombre. Pasaba que los grupos llaneros le montaban repertorio al artista, entonces, el cantante era la estrella, recibiendo todo, y ellos detrás. En 2000, cuando yo conocí a Carlos ‘Cuco’ Rojas, que toca el arpa, decidimos imaginarnos otra cosa. Algo diferente, en lo que cada uno fuera importante, tuviera qué decir y resultara indispensable para el show. Teníamos dos opciones: ser un grupo de folclor y quedarnos en la región, o entrar en lo que se llama World Music, abrirnos al mundo y, quizá, perder la posibilidad de estar aquí, porque salirse de la tradición genera rechazo. Nos fuimos por lo segundo. Metimos duetos de bandola y arpa, que nadie más hacía, e incluimos en nuestro repertorio las tonadas de ordeño. Está documentado: en Colombia no se cantaban tonadas de ordeño, el único que hacía eso era un venezolano llamado Simón Díaz.

“Que tus pies te lleven donde el ritmo quiere, déjalos danzar”. Ponle Pasión (2019).

Todo el tiempo buscábamos elementos nuevos, cosas que nadie hiciera. ¿Usted sí se ha dado cuenta que el joropo nunca se baila despegado? En los concursos, si la pareja se soltaba, quedaba eliminada. Había una emisora que, entre canciones, decía algo así como: “¡Y ojo! El baile es emparejao’, nunca despegado”. Lo repetían todo el tiempo, como para que nadie se olvidara qué era ser llanero. Entonces, una vez estábamos en un concierto en la Universidad Nacional de Bogotá y yo le dije al bailador: “¿Por qué no baila usted solo? Zapatee, improvise”. ¡Ese muchacho estaba aterrado! Me decía: “No, no, que me van a chiflar”. Y yo: “Hágalo. Usted no está allá, nadie lo va a chiflar, aquí lo van a aplaudir”. Lo hizo y la gente se emocionó. Así comenzamos a incluir el zapateo solista como un instrumento de percusión. Después incluimos el cajón, con la idea de duplicar el zapateo cuando el bailador se cansa. Luego la tambora, luego el zurdo. Luego el cuatro solista porque ya no lo necesitábamos haciendo golpe rítmico. Luego casi que sacamos las maracas. Fuimos encontrando una identidad, un sonido propio. Aquí no les gusta mucho, la gente está muy pegada a la tradición, pero en el resto del mundo funciona muy bien. Y al final, créame, la tradición cambia, ¡o muéstreme dónde están las mujeres llaneras que madrugan a las cinco de la mañana a cantarle a las vacas para que le den leche!


Ana Veydó, voz líder de Cimarrón. 

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Que se nos fue el tiempo, me dice Ana. Que perdón por alargarme tanto, le digo yo. Que me veía de lejos y me imaginaba mayor, dice ella. Yo no digo nada, pero también la imaginaba diferente. Es una mujer morena de ojos oscuros y pelo largo negrísimo. Delgada, altiva, recia. La recia.
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“Por eso le voy a dejar lo recio de mi cantar, enreda’o en el cuerdero, como potro cimarrón, sin alambre ni lindero”. Recia como el Orinoco (2022).