FOTO JULIANA LOPERA, CORTESIÁ MARÍA ELVIRA ARANGO
26 de Octubre de 2021
Por:
María Elvira Arango

Esta columna de opinión de la periodista hace parte del especial #35AñosRevistaCredencial

"Ese mismo 1986, que estuvo plagado de noticias, entré a estudiar comunicación social y periodismo, sin saber si mi pasión por la información era mi destino": María Elvira Arango

 

Sin exagerar, mi vida cambió en el 86. No por nada era el año del tigre. Después del último paso del cometa Halley por la tierra; de la cobarde fuga del dictador Jean-Claude Duvalier de Haití; de ver la nueva presidenta de Filipinas, Corazón Aquino, exponer la vergonzosa colección de zapatos (150 pares) de Imelda Marcos, y tras llorar la muerte de Jorge Luis Borges y de recitar de memoria: “Debo fingir que hay otros. Es mentira. Solo eres tú, mi desventura y mi ventura, inagotable y pura...”. Luego de ver por televisión el accidente del transbordador espacial Challenger, que voló en mil pedazos con sus siete ocupantes a bordo y no pudo despegar rumbo al espacio; de celebrar que por fin Barranquilla estrenaba el estadio metropolitano de fútbol, y de agradecer la elección de Virgilio Barco como nuevo presidente de Colombia (voté por primera vez). Después de temblar de miedo por los asesinatos del Cartel de Medellín a un magistrado de la Corte Suprema, a un agente de la DEA, a un capitán de la policía, a un juez y al periodista Guillermo Cano Isaza. Después de celebrar el 3-2 que le metió Argentina a Alemania en el Mundial de México, y de haber salido a la calle en Bogotá a saludar al mismísimo Papa Juan Pablo II que pasó por acá; de haber quedado boquiabierta con la noticia de que un fan mató a las dos abuelas del gran Fito Páez; de haberme paralizado con la historia de Campo Elías Delgado, convertido en el mismísimo diablo en Pozzetto, un restaurante al que iba con alguna frecuencia a pedir spaghetti carbonara, y también después de gozarme el debut en la televisión de un señor al que le decían Don Francisco en un programa que se llamaba Sábados Gigantes y que duró años al aire, después de todo eso, tras muchos castigos, esfuerzos, habilitaciones y malas calificaciones, ¡por fin! Me gradué del colegio.

 

 


"Campo Elías Delgado se convirtió en el mismísimo diablo en Pozzetto, un restaurante al que iba con alguna frecuencia".


Ese mismo 1986, que estuvo plagado de noticias, entré a la Universidad Javeriana a estudiar comunicación social y periodismo sin saber muy bien si mi pasión por la información, la actualidad y la lectura eran mi destino o si iba a cambiar luego a estudiar derecho. Pero nunca en mi vida en el colegio había brillado tanto: en la Javeriana me convertí en una joven llena de ganas y de entusiasmo por mi carrera. Pasé de ser una estudiante mediocre y desmotivada a estar dispuesta a comerse el mundo. Con una feliz mezcla de buena suerte, algo de talento para las comunicaciones y el empeño por hacerlo bien, ese año supe que me iba a dedicar para siempre al periodismo. Lo del tigre era una premonición.


El otro hito de la década, recordado por Colombia entera: la tragedia de Armero, en la que fallecieron más de 23.000 personas.