Fotos iStock y memes de las cuentas @CAINPRESS y @CLASSICALDAMN
21 de Julio de 2021
Por:
Diego Montoya Chica

Estas imágenes vírales no solo son vistas como arte en círculos académicos. Hay quienes, incluso, las categorizan como un potencial recurso periodístico.

 

La naturaleza del meme

 

UNA DE LAS LABORES curatoriales más valiosas de la museografía reciente en Colombia es la realizada por la artista e investigadora Beatriz González para la exposición La caricatura en Colombia a partir de la Independencia (Banco de la República, 2009). Y es valiosa porque demuestra que los caricaturistas han registrado nuestra historia con una mezcla de elocuencia, creatividad, contundencia y humor que no se ve en otros géneros periodísticos. Un aparte de dicho trabajo está dedicado al revuelo que los fotomontajes suscitaron en la Colombia política y jurídica de los años noventa, alboroto que incluso produjo una sentencia de la Corte Constitucional de 1992 que citaba sobre ese recurso gráfico: “Habla por sí solo y es concluyente de la violación de los derechos fundamentales y de las garantías a la conservación del buen nombre, la honra y su dignidad”. González recuerda también a Juan Lozano, quien en 1995 escribió una columna premiada sobre el fotomontaje: “Es un recurso periodístico legítimo y de uso frecuente en los medios de comunicación, amparado por los principios tutelares de la libertad de expresión, la libertad de opinión y la libertad de prensa, dentro del marco que las propias normas han fijado”.

 

 

Quizás hay un acuerdo social alrededor del meme como un producto ‘pirata’ que de poco o nada sirve atacar. Es rústico, espontáneo y de autor anónimo.

 

Superados esos impases de hace 30 años – solo parcialmente, pues los caricaturistas no han dejado de ser sujetos de diferentes formas de acoso judicial–, la tensión entre el poder y la opinión graficada no ha hecho sino cambiar de cara, y esa evolución ha tenido lugar según ha cambiado la tecnología. No hay sino que leer el aparte en un proyecto de ley presentado a principios de este año por congresistas del partido MIRA, que decía: “El que, sin consentimiento del sujeto pasivo, y valiéndose de medios tecnológicos, creare imágenes o videos en los que se simula el rostro de otra persona, y posteriormente los difundiere o publicare o a través de cualquier medio o red de información o de comunicación, con el propósito de obtener algún provecho económico, social o político, incurrirá en prisión de dieciséis (16) a ciento ocho (108) meses”.

Lo anterior no es sino un reencauche del recurrente intento de censura por vía legislativa, aún si los ponentes lo justificaron en su momento utilizando un caballito de batalla usual en toldos conservadores: la protección a los niños. En cualquier caso, en la era de internet, es claro que uno de los lenguajes que intentaba coartar, controlar, limitar –como se quiera– ese proyecto de ley era el del meme: el recurso gráfico que, polémicas académicas aparte, es una suerte de caricatura más contemporánea que aquella dibujada en el papel y publicada en un medio tradicional.

 

El meme es una edición de una imagen o una superposición de una imagen y un texto, todo ello para anotar un gol conceptual. La clave de su éxito está en la creatividad con la que haya sido elaborado y en su relevancia para la comunidad. 

 

¿ARTE, PERIODISMO O NINGUNA DE LAS DOS?
El docente, periodista y columnista Mario Morales no describe al meme directamente como una caricatura –cosa que resultaría reduccionista– pero sí lo considera una potencial herramienta de periodismo de opinión. “Algunos memes cumplen con características de la caricatura. Tienen una función de síntesis, así como la de ofrecer una nueva mirada sobre un fenómeno de interés público, y la de proponer una nueva relación de conceptos”, dice este estudioso de la comunicación contemporánea, quien es también defensor del televidente en Canal 1. El meme, dice, es “una expresión visual, pictórica, irónica, picaresca de la realidad del momento, en un comprimido cultural (...). Permite recordación, significa memoria colectiva y educación sentimental. Es como una versión digital de la caricatura porque acude al sustrato de conocimiento de la persona que lo consume para sintetizar un momento y derivarlo en un resultado que juega mucho con el humor”.

Francisco Toquica, por su parte, es el creador y administrador de @CainPress, una de las cuentas de memes en Instagram más irreverentes, cómicas y exitosas de Colombia. Artista y editor, coincide con Morales y reconoce que, como la caricatura, el meme supone uno que otro riesgo asociado a su poder de propagación, allí disponible para quien quiera hacer algo bueno o malo, según se vea. “Al final es una herramienta. El problema no es la pistola sino quién la dispara”, comenta Toquica, pero no es catastrofista. En su caso, pese a publicar entre tres y seis memes diarios –todos hechos con recursos tomados de internet– no ha tenido ningún ‘encontrón’ legal, y más bien pocas quejas.

“Cuando hicimos el meme con la foto de un niño que se iba convirtiendo en Alberto Carrasquilla bajo un título que decía ‘Mijo, ¿y las vueltas del pan?’, nos llamó la mamá del niño, bravísima. Le pedí disculpas, le expliqué que nos habían enviado la foto y retiré el meme de inmediato. Lo reemplazamos con otra diferente”, dice Francisco. Es decir: resistencias menores para una cuenta con frecuentes mensajes de contenido político. ¿Por qué no está él, y otras páginas de memes, imbuidas en los usuales problemas judiciales de la Colombia polarizada? En primer lugar, porque la ley protege su libertad expresiva y de opinión. Pero también porque quizás hay un acuerdo social alrededor del meme como un producto ‘pirata’ que de poco o nada sirve atacar. Por su acostumbrada –casi obligatoria– rusticidad y espontaneidad creativa; porque nace de la superposición de imágenes disponibles libremente en internet y dado que su autoría es anónima porque a nadie le interesa quién los hizo, es posible que se perciba por encima de los formalismos legales a los que a veces están sujetas las publicaciones de medios tradicionales.

Toquica, que dice no dedicarle más de una hora al día a la cuenta –la tiene bloqueada de 9 a 6– y que no recibe más utilidades de esa actividad que la de posicionar la editorial que fundó hace años con su hermano, sostiene que intenta estar enterado del acontecer nacional e internacional. Todo para hacer memes sobre ello: finalmente, estos parten del espacio social, del suceso compartido por una comunidad, del código común. De lo que Mario Morales llama “el sustrato de conocimiento de una persona”, que es compartido entre pares.

Sin embargo, más que en una posible dimensión periodística del meme, Toquica repara especialmente en este como un hecho cultural. “La cultura es lo que nos construye en el sentido amplio de lo que somos y eso abarca todo: la manera como comemos, como nos burlamos, como bailamos. Los memes son unidades culturales muy chiquitas”, dice y añade: “Incluso existe en el arte plástico: un Salón Nacional reciente tenía una sección de memes, unos producidos por el equipo curatorial y otros por el público general”.

Desde la esfera cultural hay otras voces que también reclaman al meme como un hecho artístico. En YouTube hay publicada una sesión de clase del departamento de Artes y Humanidades de la Universidad de Los Andes bautizada Modos de ver el meme: una lectura desde la historia del arte. La imparte la docente Mariana Garrido, quien cuando lista algunas características clave del meme –como que se compone de imágenes sacadas de contexto y reinterpretadas por un autor cuya identidad es irrelevante–, llega a una que considera central: que tiene “raíces en el canon de la historia del arte predigital”. Se refiere, entre otras, a códigos universales de la comunicación humana, como algunos ges- tos faciales y corporales, de los que el arte ha echado mano desde siempre. Inclusive habla de antecedentes milenarios egipcios para la tendencia denominada Tiny Trump: una cascada de memes en los que el expresidente de Estados Unidos era editado para parecer de menor tamaño al de otras personalidades, metaforizando su pequeñez como líder. Garrido también relaciona al meme con corrientes artísticas – como el dadaísmo– o artistas específicos como Marcel Duchamp, que le daba un significado nuevo a elementos de la vida cotidiana.

 

LA HISTORIA
Llama la atención la cantidad de referencias a la biología y, dentro de ella, a la genética, que se hace cuando en ámbitos académicos se analizan los memes. “Se propagan como un virus”, se suele escuchar, así como: “Son como genes que se transmiten a la siguiente generación” y “tienen ancestros”, entre otras metáforas científicas. Un lenguaje curioso si se piensa que está siendo utilizado para hablar de chistes gráficos.

Parte de esa relación está dada porque, en 1976, el biólogo evolutivo keniata Richard Dawkins, en su libro The Selfish Gene, escribió: “El meme es la unidad de herencia cultural, es cualquier cosa que se comporte como un gen. En la cultura humana, equivalente a la reproducción, el nivel genético sería el acto de copiar una idea de un cerebro a otro”. Es decir: la cultura, divisible en unidades mínimas –ideas– que se transmiten. El término fue utilizado a principios de los 2000 para describir aquellos chistes graficados que comenzaron a aparecer –como con tantos fenómenos digitales cuyo impacto es luego inmenso, véase el del colectivo Anonymous– en foros de la web 2.0 gestados y administrados por y para ciudadanos del común.

Uno de los primeros websites que globalizó los memes se llamaba Very Demotivational y en él se ironizaba el formato de un típico cartel motivacional norteamericano de oficina en los años noventa: una imagen inspiradora insertada en un marco negro, y en la parte inferior del marco un mensaje que le daba un sentido aún más inspirador al conjunto: Neil Armstrong sobre una frase relativa al concepto de “coraje”; un escalador sobre la palabra “disciplina”; un árbol otoñal acompañado de un pequeño discurso sobre el cambio... el formato perfecto para hacer versiones sarcásticas.

Según internet penetró sociedades alrededor del planeta y los programas de edición de imagen fueron más accesibles, y a medida que se viralizaban nuevos hitos –el grumpy cat, el meme de Drake, la “niña del desastre”, la “novia psicópata”, roll safe, hide the pain Harold, etcétera– el meme proveyó formatos genéricos para adaptar a cualquier contexto local y compartir el resultado entre quienes apreciarán el mensaje. Hoy hay incluso apps para el celular con las que se pueden elaborar y compartir. Tan democrático en la divulgación de la imagen es hoy el meme que hay quienes echan mano del arte clásico para parodiar situaciones con las que cualquiera se puede identificar, como ocurre en la cuenta @ClassicalDamn, en Instagram.

Un ejercicio interesante es comparar qué tanto se busca en Internet la palabra “meme” con otra perteneciente a la cultura más arraigada; digamos: “Jesus”. Google Trends, que permite realizar esa comparación, le otorga una impresionante ventaja al primer término en la mayor parte del mundo conectado a la red. “La validez del meme, que no pasa en otros contenidos”, dice Mario Morales, “es que si circula, es porque ha procurado el impacto que estaba buscando. La risa y la ironía se convierten en un lenguaje común”.

Y concluye con una clave que puede contribuir a explicar su popularidad: “Cuando un usuario com- parte un meme a otro le está diciendo: le encontré sentido, yo creo que tú se lo encontrarás”. 


Artículo publicado en la edición impresa de julio de 2021.