Noviembre de 2018
Por :
JUANITA BARBOSA*Profesora, Instituto de Investigaciones Estéticas, Facultad de Artes, Universidad Nacional de Colombia.

TEATROS DE HERRADURA EN COLOMBIA

A mediados de 1858 inicia la primera temporada de ópera en Bogotá a cargo de una compañía italiana. El 27 de junio de ese año se presenta “Lucia de Lammermoor” de Gaetano Donizzeti, pero no se sabe dónde fue la representación, aunque lo más lógico sería suponer que si la segunda ópera de esa temporada, “Norma” de Vincenzo Bellini, y la tercera[1], “El Barbero de Sevilla” de Gioacchino Rossini fueron en el teatro que anteriormente existía donde hoy está el Teatro Colón, ahí mismo debió ser la primera ópera de la que pudo disfrutar el público bogotano.

Inicialmente conocido como El Coliseo y citado en varios libros como Coliseo Ramírez, este edificio, que posteriormente es reemplazado por el Teatro Colón, estuvo en pie por más de 90 años, después de varias remodelaciones, cambios de propiedad y situaciones dramáticas de uso y abandono, hasta que el presidente Rafael Núñez decide expropiarlo en 1885, y encarga al entonces “arquitecto nacional” Pietro Cantini, italiano, que había llegado al país a principios de 1881, para que lo recupere y lo adapte como Teatro Nacional. Sin embargo, después de evaluar el estado de conservación del edificio, Cantini concluye que es mejor demolerlo y construir un nuevo teatro y así se lo comunica al presidente.

Teatro Colón, Bogotá. Foto: Luis Carlos Celis.

 

 

El Coliseo era un teatro con 93 palcos organizados en tres órdenes alrededor de la platea, construido en mampostería, en cuya última remodelación, atribuida a Julián Lombana, le dejan solo 69 palcos un poco más amplios y cómodos. Pero no se conoce el plano de la planta del teatro para verificar qué forma tenía, pues podría haber seguido el modelo de los típicos corrales de la península ibérica o, al ser un teatro de palcos, como lo describen, podría haber sido en “U” o ser de herradura. Lo cierto es que este coliseo funciona durante el siglo XIX y fue un escenario protagónico en la vida social de los bogotanos.

Durante la segunda parte del siglo XIX comienzan a cambiar las costumbres, y es especialmente en Bogotá y en las ciudades más grandes donde va a notarse que aparecen nuevos espacios y edificios para pasar ratos de ocio y diversión. Los paseos a los parques o las caminatas para “dejarse ver” se vuelven frecuentes y nuevas actividades sociales como las reuniones en los cafés, la afición a los caballos, los espectáculos de teatro y de variedades y más adelante el cine, van a ser parte de la vida cotidiana a finales de siglo XIX y en las primeras décadas del XX.

Izquierdo:contrata
Fachada original del Teatro Colón en Bogotá. Foto: Alberto Saldarriaga. 
Derecha:Fachada del Teatro Colón después de la última remodelación

El Teatro Nacional, llamado Teatro Colón a partir de 1892 en homenaje a Cristóbal Colón, comienza a construirse en 1886 y se termina totalmente entre 1894-1895, cuando se inaugura con la ópera “Hernani” de Giuseppe Verdi, a cargo de la compañía italiana de Augusto Azzali.

El Colón sigue el modelo del teatro italiano de ópera que se desarrolla en el siglo XVIII, entre cuyas características, tal vez la que más lo identifica es la planta con forma de herradura delimitada en altura por varios niveles de palcos, en este caso, tres órdenes de palcos y galería. La forma cóncava, de herradura, contribuye a fortalecer el sonido y a llenar el espacio con la música; le ayudan los palcos, cuyas separaciones de madera pueden actuar como membranas de resonancia, y la ornamentación puesto que las superficies múltiples contribuyen con la reflexión del sonido. La madera es un material determinante, generalmente utilizado en los pisos, las divisiones y los enchapes de los teatros, porque ayuda a absorber los sonidos de baja frecuencia y a reflejar los de alta frecuencia; no sin razón la madera es irremplazable para la construcción de instrumentos musicales. En el Teatro Colón los antepechos de los palcos se construyen con entramado de madera y caña brava como base para la aplicación de la ornamentación en yeso, y los pisos, tanto del escenario como de la platea, son de madera.

Fachada del teatro Heredia, arquitecto Luis Felipe Jaspe. Abajo, detalle de las celosías en madera de los palcos. Cartagena de Indias. Fotos: Alberto Saldarriaga.

El Colón es un teatro pequeño, de gran calidad arquitectónica, con capacidad actual para 773 espectadores, en 74 palcos, galería y platea, que se construye en un proceso de obra cuidadoso, dirigido con profesionalismo por Cantini –a pesar de los sinsabores que le causó el gobierno colombiano–, en el que seguramente se buscó el objetivo del teatro lírico italiano: un espacio donde se trasmitiera equilibradamente el sonido de la voz con el de la orquesta, y se definiera el lugar para la representación del drama, o sea, el escenario, y el lugar del público: la platea y los palcos.

 

[1] Los programas de esas tres óperas son parte de la colección de E. Bermúdez y dos de ellos aparecen publicados en: Fvndacion de Mvsica, Bermúdez, Egberto, 2000, pp. 89, 91.

Teatro Heredia. Plafond central del cielo raso. Pintura por Enrique Grau. Interior del teatro. Cartagena de Indias. Fotos: Alberto Saldarriaga.

A mediados de 1858 inicia la primera temporada de ópera en Bogotá a cargo de una compañía italiana. El 27 de junio de ese año se presenta “Lucia de Lammermoor” de Gaetano Donizzeti, pero no se sabe dónde fue la representación, aunque lo más lógico sería suponer que si la segunda ópera de esa temporada, “Norma” de Vincenzo Bellini, y la tercera[1], “El Barbero de Sevilla” de Gioacchino Rossini fueron en el teatro que anteriormente existía donde hoy está el Teatro Colón, ahí mismo debió ser la primera ópera de la que pudo disfrutar el público bogotano.

Inicialmente conocido como El Coliseo y citado en varios libros como Coliseo Ramírez, este edificio, que posteriormente es reemplazado por el Teatro Colón, estuvo en pie por más de 90 años, después de varias remodelaciones, cambios de propiedad y situaciones dramáticas de uso y abandono, hasta que el presidente Rafael Núñez decide expropiarlo en 1885, y encarga al entonces “arquitecto nacional” Pietro Cantini, italiano, que había llegado al país a principios de 1881, para que lo recupere y lo adapte como Teatro Nacional. Sin embargo, después de evaluar el estado de conservación del edificio, Cantini concluye que es mejor demolerlo y construir un nuevo teatro y así se lo comunica al presidente.

El Coliseo era un teatro con 93 palcos organizados en tres órdenes alrededor de la platea, construido en mampostería, en cuya última remodelación, atribuida a Julián Lombana, le dejan solo 69 palcos un poco más amplios y cómodos. Pero no se conoce el plano de la planta del teatro para verificar qué forma tenía, pues podría haber seguido el modelo de los típicos corrales de la península ibérica o, al ser un teatro de palcos, como lo describen, podría haber sido en “U” o ser de herradura. Lo cierto es que este coliseo funciona durante el siglo XIX y fue un escenario protagónico en la vida social de los bogotanos.

Durante la segunda parte del siglo XIX comienzan a cambiar las costumbres, y es especialmente en Bogotá y en las ciudades más grandes donde va a notarse que aparecen nuevos espacios y edificios para pasar ratos de ocio y diversión. Los paseos a los parques o las caminatas para “dejarse ver” se vuelven frecuentes y nuevas actividades sociales como las reuniones en los cafés, la afición a los caballos, los espectáculos de teatro y de variedades y más adelante el cine, van a ser parte de la vida cotidiana a finales de siglo XIX y en las primeras décadas del XX.

El Teatro Nacional, llamado Teatro Colón a partir de 1892 en homenaje a Cristóbal Colón, comienza a construirse en 1886 y se termina totalmente entre 1894-1895, cuando se inaugura con la ópera “Hernani” de Giuseppe Verdi, a cargo de la compañía italiana de Augusto Azzali.

El Colón sigue el modelo del teatro italiano de ópera que se desarrolla en el siglo XVIII, entre cuyas características, tal vez la que más lo identifica es la planta con forma de herradura delimitada en altura por varios niveles de palcos, en este caso, tres órdenes de palcos y galería. La forma cóncava, de herradura, contribuye a fortalecer el sonido y a llenar el espacio con la música; le ayudan los palcos, cuyas separaciones de madera pueden actuar como membranas de resonancia, y la ornamentación puesto que las superficies múltiples contribuyen con la reflexión del sonido. La madera es un material determinante, generalmente utilizado en los pisos, las divisiones y los enchapes de los teatros, porque ayuda a absorber los sonidos de baja frecuencia y a reflejar los de alta frecuencia; no sin razón la madera es irremplazable para la construcción de instrumentos musicales. En el Teatro Colón los antepechos de los palcos se construyen con entramado de madera y caña brava como base para la aplicación de la ornamentación en yeso, y los pisos, tanto del escenario como de la platea, son de madera.

El Colón es un teatro pequeño, de gran calidad arquitectónica, con capacidad actual para 773 espectadores, en 74 palcos, galería y platea, que se construye en un proceso de obra cuidadoso, dirigido con profesionalismo por Cantini –a pesar de los sinsabores que le causó el gobierno colombiano–, en el que seguramente se buscó el objetivo del teatro lírico italiano: un espacio donde se trasmitiera equilibradamente el sonido de la voz con el de la orquesta, y se definiera el lugar para la representación del drama, o sea, el escenario, y el lugar del público: la platea y los palcos.

 

[1] Los programas de esas tres óperas son parte de la colección de E. Bermúdez y dos de ellos aparecen publicados en: Fvndacion de Mvsica, Bermúdez, Egberto, 2000, pp. 89, 91.

izquierda:Teatro Municipal Enrique Buenaventura, Cali. Exterior del teatro con la fachada principal antecedida por el atrio de la entrada. 
Teatro  Derecho: teatro municipal popayan

 

Desde la boca del escenario, donde cae el telón, avanza el proscenio cuyo piso termina con una suave curva hacia la platea –que normalmente define el espacio del foso de la orquesta situado adelante en un nivel más bajo que el de la platea– y en alzado se delimita a cada lado mediante los palcos que cierran la forma de la herradura. Si los cantantes están muy atrás del escenario las voces pierden fuerza, por eso el avance del proscenio es útil, pues permite que se reflejen en el piso de madera y se difundan hacia la sala. Entre más grande es el teatro, mayores son las dificultades para equilibrar los sonidos, por eso las dimensiones del Colón se convierten en uno de los tantos atributos que se valoran entre sus particularidades, que sin duda derivan de esa conjunción cultural entre dos países, dos culturas, que en un periodo relevante de la historia de la capital producen una obra arquitectónica que desde 1975 es un bien del patrimonio cultural del país.

Cada elemento en el escenario y en la sala tiene su función y repercusión a nivel acústico, pero también vale la pena resaltar que no solo de música se trataba, puesto que el espacio del público también se convertía en lugar de la actuación, pues era bien sabido que ir a la ópera engalanado con atuendos y accesorios era parte del ritual para figurar, o tal vez aparentar, y dejar en claro el nivel social de cada espectador. Los palcos proporcionaban intimidad a ciertos grupos que no querían mezclarse con todos, pero también permitían que el público fuera variado porque, como sucede aún hoy, de acuerdo con la ubicación en el teatro, las posibilidades de acceso dependían del valor de la entrada. Aunque el lugar de la representación fuera el escenario, la platea, los palcos y los vestíbulos se convertían en espacios de “representación improvisada” que todos aprovechaban.

Todo contaba y aún cuenta con el fin de garantizar una buena acústica, porque el valor fundamental del teatro all’italiana es la “claridad acústica”; desde el diseño de las formas hasta los materiales usados contribuyen a su búsqueda. Las elaboradas vestimentas que se usaban en el XVIII y aún hoy, la ropa de los espectadores en un teatro con aforo completo, actúan como elemento absorbente que ayuda a equilibrar el sonido al contrarrestar la reverberación.

En la obra del Colón concurren varios especialistas italianos que, con Cantini y con los equipos de trabajo locales, ponen sus saberes en armonía para proporcionar el ambiente adecuado para la representación del drama musical. Vienen al país porque son contratados específicamente y demuestran su maestría con los aportes que dejan, pues no solo se limitan a la obra del teatro sino, también, a la trasmisión de sus oficios[1].

La llegada de la ópera a Bogotá es un suceso muy significativo a nivel cultural que refleja cómo, poco a poco, el gusto por ciertos espectáculos asociados a la élite se implanta en la ciudad y comienza a marcar las diferencias en los escenarios teatrales. El Teatro Colón fue, principalmente, para las clases altas bogotanas, mientras que el Teatro Municipal, que también fue un teatro lírico construido entre 1887 y 1889 con proyecto de Mariano Santamaría, al lado del Observatorio Astronómico, tuvo un público más amplio a nivel social. Se inaugura a principios de 1890 con “Il Trovatore” de Giuseppe Verdi. La ópera y la zarzuela van a ser muy apreciadas por el público y se convertirán en verdaderos acontecimientos de la vida social, aunque los teatros no solo se dedicarán a este tipo de representaciones. En varias ciudades y poblados en el país surgirán teatros municipales en las primeras décadas del siglo XX, y el tipo arquitectónico que se usó, con variaciones, fue el de herradura.

Entre los teatros de este tipo que se construyen en esas primeras tres décadas del siglo XX, está el Teatro Municipal de Cartagena, conocido como Teatro Heredia y hoy llamado Teatro Adolfo Mejía con capacidad para 643 espectadores. Aunque desde 1884 existía un evidente interés de construir un “teatro de variedades” en la ciudad, este objetivo solo se concreta muchos años después, cuando se construye donde estaba la iglesia de La Merced y se inaugura en febrero de 1913.

[Proceso: Utilizar la fotografía entregada por Alberto Saldarriaga y revisar con él el pie de foto y fuente] Luis Felipe Jaspe es el autor del proyecto del teatro, en el que se aprecia particularmente cómo el clima de la región, o si se quiere, el espíritu caribeño, se imprime en el interior, en contraste con el exterior, con la presencia de calados de madera que se aprovechan para separar los palcos a media altura, marcados individualmente como balcones en los primeros dos niveles, y con antepecho continuo en el tercer nivel y en la galería del cuarto, de manera que la percepción del espacio de la sala es continua, fluida, en contraposición al escenario limitado y definido. Sin duda, es una variación del tipo que demuestra la riqueza del lenguaje adaptado al carácter de la región.

izquierda:Teatro Municipal de Buga. Detalle de la fachada principaly ángulo de la sala con la platea y los palcos. Foto: Juanita Barbosa, 2013.derecha  Teatro Municipal de Buga. El foyer durante la realización de un taller para niños. Foto: Juanita Barbosa, 2013

[1] Luigi Ramelli se encargó de la ornamentación junto con el escultor Cesare Sighinolfi; el pintor Antonio Faccini, que estaba en Bogotá con su hermano, fue el responsable de todas las decoraciones pictóricas y de la escenografía; Annibale Gatti, amigo de infancia de Cantini, no vino a Bogotá pero siguió las instrucciones del encargo para realizar el telón de boca del escenario, y la compañía del ingeniero Carlo Malenchini fue la responsable de instalar y mantener la luz eléctrica en el teatro.

En Cali, el Teatro Municipal Enrique Buenaventura es otra valiosa evidencia que ha dejado la historia para demostrar cómo se enriquece y se particulariza un edificio a partir del mismo tipo arquitectónico. Desde 1917, cuando se organiza la Junta Constructora del Teatro Municipal, que se encarga de impulsarlo hasta que el teatro se inaugura con la ópera “Il trovatore” en noviembre de 1927, son muchos los esfuerzos y las gestiones que se hacen para que sea una realidad. Los ingenieros Rafael Borrero y Francisco Ospina hacen el proyecto –que se exhibe públicamente–, y en cuya obra participan varios profesionales, maestros y artistas reconocidos, como José Díaz que realiza las doraduras, Mauricio Ramelli que pinta el plafond y Efraím Martínez que es el autor de los grandes lienzos que decoran el foyer del teatro.

El Municipal de Cali es un teatro de cuatro órdenes, tres de palcos y una galería, con mayor capacidad que los anteriores, para 1.336 personas, para el que se planea el uso de innovaciones tecnológicas[1], y en el que se utilizan nuevas técnicas constructivas, de vanguardia en ese momento, como el concreto y la estructura metálica. Si desde el punto de vista técnico es novedoso, el espacio interior es remarcable pues la sala, con la platea y los palcos, culmina en altura con el espléndido plafond pintado que resalta la forma de herradura iluminado con ocho lucarnas. Exteriormente, el teatro anuncia la relevancia del espacio que se encontrará al entrar.

 

[1] Gatos hidráulicos para nivelar la platea, foso de agua bajo el escenario para mejorar la acústica, sistema de parrillas, corredores y poleas en la tramoya para 45 telones y buitrón de pesos y contrapesos para moverlos.

Son muchos más los ejemplos de teatros de herradura en Colombia, como el Teatro Municipal de Popayán, el Municipal de Buga, el Imperial de Pasto, el Teatro de Sogamoso, derivados del teatro de ópera, con variaciones tanto desde el punto de vista del uso como de la imagen exterior y del ambiente interior, con alguna novedad derivada del lugar donde están, de las personas que los diseñaron y los construyeron y de los espectadores que los vivieron y aún pueden apreciarlos, pues hoy todos forman parte del patrimonio cultural colombiano.

 

Bibliografía

 

  1. Cantini, Jorge Ernesto. Pietro Cantini. Semblanza de un arquitecto. Bogotá, Ediciones Proa, 1990.
  2. Fundación de Música, Bermúdez, Egberto y Duque, Ellie Anne. Historia de la música en Santafé y Bogotá. 1538-1938. Bogotá, Fundación de Música, 2000.
  3. I Progetti per la ricostruzione del teatro La Fenice 1997. Catálogo realizado por la Commissione per la ricostruzione del teatro, Venezia, Marsilio Editore, 2000.
  4. Lamus, Marina. Teatro en Colombia: 1831-1886. Práctica teatral y sociedad. Bogotá, Editorial Ariel, 1998.
  5. La madera en la acústica de las salas de conciertos en Finlandia en: https://infomadera.net/uploads/articulos/archivo_2329_10040.pdf
  6. León, Ángel Luis. La acústica de los teatros a través de la historia. Actas del Segundo Congreso Nacional de Historia de la Construcción, A Coruña, 22-24 octubre 1998, eds. F. Bores, J. Fernández, S. Huerta, E. Rabasa, Madrid: I. Juan de Herrera, SEdHC, U. Coruña, CEHOPU, 1998.