El Mohán. En Javier Ocampo López, Mitos colombianos. Bogotá, El Áncora Editores, 1988.
Septiembre de 2013
Por :
Juanita Salamanca Uribe. Periodista, Universidad Jorge Tadeo Lozano

REALIDAD MÁGICA A LA ORILLA DEL RÍO

Una suerte de disputa pública se desató en 2012en dos periódicos de la costa atlántica: El Universal y El Heraldo. La primera piedra fue lanzada por el diario cartagenero al hacerles eco a las versiones que circularon en las redes sociales, sobre la captura -por unos  pescadores de la ciénaga de Norato- de un extraño ‘bicho’ que identificaban como el Mohán. El Heraldo, entretanto, desmintió la versión y señaló que el tal Mohán no era más que un hábil montaje fotográfico.

No es la primera ni la última vez que se desata un debate similar. Pensamos, sin embargo, que se trata de una controversia vana, con mayor razón en un país como el nuestro, preciado de su magia y escenario de realidades no menos verdaderas que las que pueden comprobarse por métodos racionales.

Campesinos, pescadores, bogas y lavanderas, en una escena que se repite a través de los tiempos, desde el Macizo colombiano hasta Bocas de Ceniza, relatan sus vivencias y las de sus antepasados, como si hicieran falta pruebas de la existencia de los seres mágicos que desde siempre los han acompañado.

 El mohán, presente 

“El Mohán es amo y señor de las aguas, por eso lo adivina todo… Es un indio moreno y cuajado, cubierto de pelo, al que le centellean los ojos y es muy traicionero”, dice un viejo campesino de Purificación y agrega:
“Una noche ninguno erraba tiro, la subienda era asombrosa. La barqueta se llenó y cuando regresaban a la playa a vaciar la ‘pilonada’, la fiera, con esas uñazas tan afiladas que tiene, le echó mano al pobre Chepe, así que hoy es tuerto y manco”.

“El Mohán es amo y señor de las aguas, por eso lo adivina todo… Es un indio moreno y cuajado, cubierto de pelo, al que le centellean los ojos y es muy traicionero”.

Cuando le preguntan si lo ha visto, responde: ¡Buff! Muchísimas veces. Ese es su sitio preferido (la confluencia de los ríos Saldaña, Magdalena y Luisa). Cuando los tres ríos están escasos de caudal, se levanta un islote que se forma de arena, troncos, ramas, etc. y, con toda seguridad, ya sea en noches de luna, o en negras noches de tormenta, al Mohán lo ve cualquier persona… acurrucado haciendo un viudo en la playa, o echando una atarraya grandota.

Al Mohán le gustan las jóvenes que lavan ropa en las orillas del río. Otro de los pescadores relata:

Había una (lavandera) muy linda llamada Chiquinca, a quien el Mohán perseguía constantemente, le hacía picardías y, aseguran las compañeras, que repetidas veces llegaba por dentro del agua, le quitaba la totuma de lavar y el jabón… Cualquier día desapareció la muchacha sin dejar la menor seña.

Según los relatos, el palacio del Mohán, en el fondo de un remanso, está lleno de tesoros y grandes salones iluminados.

“Es muy peligroso burlarse del Mohán”, dice un boga que escucha, y cuenta:

El agua en el remanso era como un espejo cristalino. De pronto oímos una carcajada fantástica y Ananías no volvió a salir. Cinco bogas se tiraron al agua, creyendo que le hubiese dado una picada al corazón, pero, ni señas ni rastros. No nos quedó la menor duda  de que el “mechudo” se lo arrastró para la cueva que tenía en La Caimanera.

Entre tanto, un par de pescadores rasgan el tiple:
En la moya Talamina se llevó una niña el Muan; ¿por qué no sos muana niña, para dejarme
atrapar?

Pero no siempre los testimonios son tan aterradores. En ciertas zonas, quienes han visto  al “Mechudo” lo pintan risueño, de pelo y barba rojos, grandes dientes de oro y sociable;  parado en una balsa que conduce por el centro del cauce, interpreta serenatas para las muchachas, con una flauta o un tiple. Los ribereños escuchan sus risotadas y griterías.

El bambuco “Leyenda de mi tierra”, de Leonor Buenaventura de Valencia, cuenta que cuando muere la tarde, una linda calentana lava su ropa en el río; de pronto, surge del  remanso un hombre hermoso, de ojos refulgentes y largos cabellos. Es el Mohán, dios de las aguas que, fascinado con la belleza de la lavandera, le declara su amor, pero... ella,  desdeñosa, se burla de la extraña figura del hombre salvaje. Desde entonces, en las noches de luna, se oye una cadencia dulce y dolorida: es la flauta del Mohán que llama a su amada...

Aquí otros testimonios:

Había un viejito que se llamaba Juan Solórzano… Él echaba el chile (red) y sentía muy pesao, como si fuera a sacar mucho pescao, y sacaba el chile y salía el Muan acurrucao y no le hacía nada.

Yo lo he oído reírse por dos ocasiones:“¡Ñeeejeejee!” Ese es el modo de él reírse….
verlo nosotros parado ahí. ¡Y cómo tamboreaba!:¡pum, pum, pum, pum, pum! ¡Durísimo! Y nosmiraba y pelaba esos dientes... ¡Cómo se reía! Mirando... y nosotros... ¡todos  mirándolo! Y así duró un rato, y nosotros paramos a ver qui’hacía, a ver si duraba... Al rato se zambulló.

En ocasiones, el Mohán, al que también le dicen el Poira, se confunde entre las gentes y compra mercado, parrandea, “ jarta aguardiente” para luego desaparecer. Por eso no es raro que al día siguiente, en medio del guayabo y del calor, un ribereño le diga al otro: “¡El mechudo taba con nosotros anoche, compadre!”

La candileja:una gran bola de fuego

En un mes de junio a principios del siglo XX, se celebraban las fiestas de San Juan y San Pedro, cerca de Ambalema. Y como solía –y suele– suceder, en el punto más alto de la parranda, se acabó el aguardiente.

Dos de los asistentes, de apellidos Ortiz y Rodríguez, fueron encomendados para ir a buscar
trago en el pueblo. Apenas salieron divisaron una gran bola de fuego que saltaba de samán en samán. “Es la Candileja”, dijo uno de ellos, y le propuso a su compañero capturarla, utilizando una estrategia conocida por las gentes de la región: había que rezar para atraer el fantasma; en caso contrario, si se la quería ahuyentar, había que gritarle groserías e improperios.

La gran bola de fuego se les acercó no bien los dos hombres habían comenzado a rezar el Padre Nuestro; quedó enredada en una mata, esparciendo una lluvia de lucecitas, que luego se apagaron, para dejar a la vista un esqueleto humano. Ortiz lo recogió para mostrarlo a su
regreso a los asistentes a la fiesta, que resolvieron colocar los huesos en un baúl y seguir la fiesta hasta la noche siguiente. Cuando se ocultó el sol, los presentes comenzaron a escuchar unos lamentos procedentes del baúl; lo abrieron y, sobrecogidos, vieron salir la bola de candela con la que se habían encontrado los hombres en el campo.

La Candileja representa a una anciana alcahueta que vivía con sus dos nietos, a quienes todo se lo permitía, incluso ensillarla como bestia de carga. Cuando murió la anciana, San
Pedro la recriminó por la falta de rigidez en la educación de sus nietos, y la condenó a purgar sus penas en este mundo entre tres llamaradas de candela que representan el cuerpo de los tres protagonistas de la historia. Es conocida de autos en las orillas del río:

Esa pájara es como un cachón de candela que  tiene cola y echa llama por la boca, y ella se posesiona de partes del monte, y eso vuela así de palo en palo, echando llama; y más que todo... eso asusta a los que van pu’el monte de noche... y cuando van borrachos, les embolata el camino.

Dorotea era una hermosa muchacha, hija de una de las famosas ‘ juanas’, de la guerra de los mil días. Le gustaba la parranda y el ‘chirrinche’

Varias versiones, un personaje

“Érase que se era una mulatica quinceañera despabilada y sabrosona ella… Habiendo tenido un hijo por artes conocidas de todo aquel que las supiere, y no sabiendo qué camino tomar para no desmerecer ante los ojos de los suyos, decidió ahogar a la criatura una noche de luna… Víctima de su remordimiento, regresó al poco rato, a buscar, sin éxito, al hijo de sus entrañas. Desde entonces, en las noches de luna, se oye la voz de la Llorona que grita y se lamenta buscando afanosamente a su hijo mientras dice ‘¡Aquí lo eché… aquí lo eché: ¿En dónde lo encontraré?!’”

Este relato del folclorista antioqueño Agustín  Jaramillo Londoño, es una de las variantes de la leyenda de la Llorona. En otra historia popular, una ‘Penélope’ criolla que, en tiempos de guerra, se dedicó a la modistería para no morir de hambre, luego de conocer la noticia de la muerte de su marido, se enamoró de un soldado con quien engendró un hijo. Pero luego se supo que el esposo estaba vivito y coleando y que se aprestaba a regresar.

Sabiendo lo que le podía esperar, la costurera agarró al recién nacido contra su pecho, se internó en la oscuridad y se lanzó al río embravecido en medio de lamentos.

Por su parte, en el municipio de Tamalameque en el Cesar, parte de cuya popularidad se debe a la Llorona, se divulga la versión, escrita por el poeta Diógenes Armando Pino, autor
de Tamalameque historia y leyenda. Esta es una síntesis:

Una doncella, niña bien, que empujada a la agitada corriente del amor, no supo nadar buscando la orilla, sino que, por el contrario, se sumergió en el piélago de la pasión, entregándose sin reserva ninguna a su amante. De esa entrega resultó como consecuencia un embarazo… Al comentar con su amante sobre el fruto que latía en sus entrañas, él montó en cólera, evadiendo toda responsabilidad y huyendo del poblado, dejando abandonada a la desflorada doncella.

… [Ella] Consulta con una comadrona por las hierbas malditas que pueden truncar una vida en gestación… Prepara el fatídico brebaje, el cual consume desesperada.

Trata de arrepentirse, no hay remedio, el mal estaba hecho. Loca, totalmente desquiciada, vaga por las calles lanzando alaridos sobrehumanos y lamentos mientras pregunta por su  hijo. Se dirige al “Caño Tagoto”, lanzándose a sus aguas y hundiéndose por siempre en él.

En una calle de Tamalameque Dicen que sale una Llorona loca. Que baila por aquí Que baila por allá Con un tabaco Encendido en la boca

( José Barros)

La Llorona viste una larga túnica deshilachada.Tiene el pelo largo, negro y revuelto, donde se posan luciérnagas y cocuyos. Su rostro es una calavera y en las cuencas de sus ojos giran dos bolas incandescentes. Con sus manos grandes, huesudas y ensangrentadas, arrulla a un bebé muerto. Causan terror sus quejas y alaridos gritando a su hijo. La han pintado con un cordón umbilical colgado de la nariz y con un tallo de rosa entre los dientes.

Don Polo, un personaje de Purificación,dice:

El modo de llorar de la Llorona es... haga de cuenta vusté una mujer llorando. Lo mismo que una mujer que se le murió el marido o un hijo. ¡Pero eso es más duro! ¡Esu’es un llanto muy terrible! ¿No? Tarde la noche la oye vusté llorar pu’ai en la mitá del río o en una quebrada, y va vusté a mirar... y ¡nadie! Ese es el sistema de la Llorona…

Seres fantásticos del monte solitario
Una mujer musgosa, putrefacta y misteriosa, acompaña a los caminantes y arrieros de las selvas de la margen occidental del río Magdalena, sobre todo en Caldas y Antioquia, y les hace la vida imposible a quienes portan una motosierra, un hacha u otra herramienta para tumbar monte.

Es la Madremonte o Madreselva, la que dirige los vientos, las lluvias y el mundo vegetal.
Es inmensa, muy fea, de grandes colmillos, huesuda; su pelo está hecho de lianas y helechos; sus ojos son desorbitados y rojos. Es un ser mitad mujer, mitad monte. En algunos relatos se insinúa que descuartiza a los viajeros después de haber tenido relaciones sexuales con ellos.

“Cuando los leñadores tumban árboles en el monte, la Madremonte grita, gime y se enfurece”. Se aparece en forma de zarza, les araña la cara, les apaga el farol en las noches de tormenta.

Pepas de cabalonga, bastón de guayacán, varas de cordoncillo y lanzarle insultos sin mostrarle miedo, son algunos de los contras que conocen los hombres de monte, para defenderse de su enemiga.

Como su nombre lo indica, la Patasola es un ser de una sola pata, terminada en pezuña de
vacuno o de oso, un solo seno sobre el pecho y un ojo: así se representa a la Patasola, considerada el mito del árbol. La tal pezuña está dispuesta al revés, de manera que quienes le siguen el rastro, toman la dirección contraria. La leyenda se basa en un relato como este:

Al descubrir que su mujer lo estaba engañando con su patrón –el dueño de la hacienda donde servía como vaquero–, un campesino decapitó al hombre con un machete y a la mujer le cercenó la pierna desde la cadera. Las gentes aseguran haberla visto saltando por sierras, cañadas y caminos, destilando sangre y lanzando gritos lastimeros. Es el alma en pena de la mujer infiel. Vampiresa despiadada, tigresa de ojos rasgados, se alimenta de la sangre de los niños hurtados.

Según otra versión, la Patasola es una mujer  muy bella que atrae a los campesinos para luego ‘comérselos’. Solo deja los huesos pelados. Quienes deben lidiar con ella, deben decir un conjuro cuando la encuentran o escuchan sus lamentos jiiiiiiii jiiiiiiiiiii, juuuuuuu:

Yo como si,pero como ya se ve suponiendo que así fue lo mismo que antes así si alguna persona a mí echare el mismo compás eso fue de aquello pende, supongo que ya me entiende no tengo que decir más. Patasola, no hagas mal que en el monte está tu bien.

Lo malo, según muchos de los que han vivido la experiencia, es que el susto los hace olvidar
el verso de la salvación.

De acuerdo con el autor antioqueño José Ignacio Duque, la joven hija de un conquistador, de cabellos rubios y ojos azules, se enamoró de un cacique y huyó con él. Al ser descubierta la  pareja, los españoles capturaron al cacique, lo martirizaron y lo mataron, junto con el  bebé.La madre, loca de dolor, se tiró a las aguas del Magdalena y se ahogó.

Desde entonces, una joven rubia de ojos azules, cabalga sobre los caimanes y se esconde con ellos en las cuevas del río. Persigue a los caimaneros y a los pilotos de las  embarcaciones y deslumbra a quienes la ven, muy cerca de su palacio en Guarinocito.

A la Madre de agua se le atribuyen las crecientes desastrosas del río Lagunilla, una en 1843
y otra en 1985. Para muchos son lecciones sobre  el mal manejo del ambiente.

En el caño ‘Las mujeres’, ya no hay risas
Las muchachas de Plato, población del Departamento del Magdalena, ya no se bañan  desnudas en el caño ‘Las mujeres’, una derivación cristalina del gran río, donde solían jugar tranquilamente. La vieja costumbre fue abolida luego de que algunas de las bañistas se encontraran de frente con un ser de pesadilla, con cabeza de hombre –para más señas la de don Saúl, unsesentón conocido en el pueblo– y cuerpo de caimán. El legendario ‘hombre–caimán’ había hecho su aparición.

Cuando era un hombre de cuerpo entero, era tal su gusto por el espectáculo que se ofrecía
en el caño con la colaboración de un chamán de la Guajira, donde encontró la manera de aproximarse lo más posible a las muchachas. Al untarse una sustancia de color rojo,  preparada por el brujo, se convertía en caimán; cuando quería regresar a su condición de hombre, algún amigo le aplicaba un remedio color blanco, también fabricado por el guajiro.

Vino entonces la desgracia del ‘hombrecaimán’. Un día el amigo dejó caer la botella del líquido blanco sobre una piedra: apenas unas gotas de su contenido alcanzaron la cabeza del caimán, de manera que la metamorfosis esperada solo llegó hasta el cuello. La mala suerte no se apartó del personaje, puesto que cuando sus allegados fueron a buscar al chamán, este había muerto llevándose a la tumba la dichosa formulita.

Hoy el caño está desierto y desolado; más nunca las muchachas se volvieron a bañar; el silencio que ronda el paraje apenas es interrumpido cuando una mujer aparece con un plato de sancocho. Es la madre de Saúl.

Bibliografía

Álvarez, Blanca. Bajo el cielo hechizado del Tolima, Ibagué, Tecnimpresos, 1992.
Ocampo López, Javier. Mitos, leyendas y relatos colombianos,Bogotá, Plaza & Janés, 2006.
Vélez Correa, Fabio. Mitos, espantos y leyendas de Caldas.2ª. ed., Secretaría de Cultura de Caldas.