Rafael Reyes Prieto. Oleo de Ricardo Acevedo Bernal. ca.1910. 61.5cm (diámetro). Museo Nacional de Colombia, Bogotá.
Noviembre de 2016
Por :
Alberto Mayor Mora

RAFAEL REYES

La ruinosa guerra civil de 1899-1902 y su apéndice internacional de la pérdida de Panamá en 1903 ocasionaron en Colombia un choque externo, preludio de grandes transformaciones en sus fuerzas productivas internas, larvadas y vacilantes desde el período anterior. El estadista que supo canalizar y dirigir dichas fuerzas y que encarnó ese enorme poder de recuperación que le permitió al país rehacerse tras la catástrofe fue Rafael Reyes.

Acostumbrado desde muy joven a un agresivo despliegue de sus energías personales que, entre 1868 y 1885, lo llevaron de explorador de rutas interoceánicas a empresario de la quina, de comerciante a industrial de barcos a vapor, Reyes representó el espíritu positivo de la época que ateniéndose a hechos constatables convidaba al esfuerzo colectivo para apropiarse las riquezas naturales y vencer los obstáculos que el medio físico bravío interponía al transporte. No fue casual que en 1878 otro pionero del transporte, Francisco Javier Cisneros, descubriese tempranamente en Reyes a un "distinguido y atrevido joven, explorador del Putumayo y promotor de su navegación", dispuesto a grandes retos como la apertura de una nueva ruta interoceánica. Era que, en efecto, Reyes rebosaba de esa visión en grande, propia de quienes por esos años concebían y dirigía obras portentosas como los ferrocarriles norteamericanos o los canales de Suez, Panamá y Nicaragua.

Una visión tan dilatada y un espíritu de empresa tan curtido era lo que justamente necesitaba Colombia después de los desastres de 1900 y 1903. A ello se aunó el escepticismo que provocaron en Reyes las guerras civiles. Protagonista central de confrontaciones como la de 1885, Reyes entendió que la intención primordial del impulso hacia la industrialización era la paz, y que el fomento a las grandes empresas fabriles y agrícolas debía tener como objetivo deliberado la atenuación de las pugnas políticas del inmediato pasado. Con sus medidas proteccionistas buscó implantar aquí el elemento distintivo de la vida moderna, la fábrica, diferente de los precarios talleres y manufacturas con base en herramientas y aparatos. La imaginación del pueblo que visitaba las fábricas o formaba parte del contingente trabajador de Coltejer, Fábrica Textil de Bello, ingenios Central Colombia y San Joaquín, Fósforos Olano, textiles La Espriella y Sámaca, debía ser cautivada por el ordenado dispositivo de las máquinas, los sistemas de transmisión accionados por energía eléctrica y por la rapidez y perfeccionamiento de los equipos, colocando así en un plano distinto la confrontación política. La llegada de la fábrica implicaba, por consiguiente, introducir en Colombia el espíritu de calculabilidad no sólo de los costos, en la contabilidad y en la previsión de los mercados, sino también en la medida del esfuerzo humano, vale decir, en la productividad del trabajo. En una palabra, las relaciones propias del capitalismo moderno, a tono con las cuales el Estado mismo debía modernizarse en su organización interna, en su presupuesto, en su estadística y en sus funcionarios. Un libro como La cuestión monetaria en Colombia, de Carlos Calderón, expresó ese nuevo espíritu. No fue casual, entonces, que Reyes se rodeara de un grupo de empresarios reconocidos como Pedro Nel Ospina, Carlos E. Restrepo y Mariano Ospina Vásquez; de políticos destacados como Rafael Uribe Uribe, e intelectuales sobresalientes como Carlos Arturo Torres Y Baldomero Sanín Cano, quien subrayó en su libro Administración Reyes, 1904-1909 el sentido histórico de un régimen que orientó a Colombia hacia un orden social, económico y político moderno. Pero esta misma clase social que Reyes contribuyó a elevar se encargó de deponerlo, cuando los abusos y la corrupción, rémora del pasado y obstáculo a la modernización, se hicieron intolerables. El impulso decisivo del estadista modernizador, sin embargo, estaba dado.