LOS VIAJES DE DON SALVADOR Y DON AQUILEO
Formulamos aquí una invitación a acompañar en sus viajes por el río Magdalena a dos testigos calificados de su tiempo: Salvador Camacho Roldán y Aquileo Parra, liberales radicales, ambos presidentes de los Estados Unidos de Colombia -el primero como encargado en 1868 y el segundo en propiedad entre 1876 y 1878-. A partir de sus escritos, nos aproximamos a su manera de ver el mundo y a Colombia, y descubriremos sus sueños para un país que apenas abría los ojos.
Cálculos e inventarios para un país que podía ser rico
En 1887, don Salvador Camacho se embarcó en Caracolí, más abajo de Honda, en un vapor que lo conducirá a Barranquilla, para emprender viaje a los Estados Unidos. Anota observaciones siempre precisas, objetivas, racionales; las estadísticas, siempre presentes. ¿Qué desea comunicar? Tal vez abrirles los ojos a los dirigentes que despachan desde Bogotá, sobre las posibilidades de “progreso” del país. He aquí una palabra reveladora de su talante: el “progreso”, causa y efecto del desarrollo capitalista surgido en las grandes naciones y, por ende, sueño para estas latitudes.
Camacho observa el río desde la cordillera y comienza con sus guarismos e inventarios. Ciertos productos llaman su atención, como la paja de ‘nacuma’. Cuenta que en el alto Magdalena se producían sombreros de este material por valores de más de $ 500.000 anuales y que esta industria daba sustento a más de tres mil familias. Sin embargo, relata como “la moda de ese sombrero, antes muy extendida en las Antillas y el Brasil, no resistió la competencia de los de seda, de fieltro y de paja de arroz, más ligeros y baratos, producidos en Europa, y la exportación de ese artículo cayó. Pues bien; no se ha pensado en dar a esa paja nacuma, tan flexible y de bonito aspecto, otra aplicación. Con ella hubieran podido hacer sombreros muy superiores a los que, adornados ligeramente con gasa, cinta, plumas o flores artificiales, para señoras y niños, se importan del extranjero a los precios extravagantes de $20,$30 y aun $50 cada uno, y también se hubiera podido hacer con ella defensas para el cuello y las espaldas en los viajes por tierras calientes, quitrines o bullarengues, capelladas para alpargatas, chinelas y aun botines, cachuchas ligeras, hamacas, asientos para sillas o canapés”.
Menciona el tabaco de Ambalema, cuyas ventas internacionales produjeron una bonanza que cuadruplicó el valor de las tierras, de los ganados y de los salarios. Calcula las exportaciones de tabaco entre 1850 y 1870, e indica que las que salieron por el Magdalena ascendieron a 540.000 cargas; señala como causa de la caída del tabaco una enfermedad que atacó los cultivos y subraya, también, el surgimiento de la competencia en Java y Sumatra: “Bastaron estas dificultades para que esa industria, tan floreciente, cediese el campo sin luchar…”. Camacho, considerado el fundador de la sociología en Colombia también identifica al alcoholismo como factor del desastre: “La noche del sábado presentaba en las calles de Ambalema el teatro de la más espantosa orgía. Por todas partes mesas de juego: en gran número de casas bailes de lechona… en todas las esquinas, corrillos de tiple y bandola, rodeados de gran círculo de cosecheros y alisadoras, que celebraban con grandes risotadas canciones obscenas”.
Como buen liberal radical don Salvador ofrece la receta perfecta para la salvación de estos pueblos: “falta educación popular; pues sus escuelas públicas han dejado mucho que desear, y su población, de razas mixtas, aunque inteligente y robusta, carece, aun en sus ocho décimas partes, de esa iniciación suprema al misterio de la vida, de ese bautismo de la civilización que se llama saber leer y escribir”.
Los milagros del vapor
Al llegar a Barranquilla, el viajero suma el tiempo invertido en el trayecto: 44 horas de vapor, y agrega sus propias cuentas sobre el avance que podría tener el transporte, con máquinas más modernas en los modos acuático y férreo. Los bogota nos podrían veranear en la costa mejor que en Anapoima y “Bogotá quedaría a diez u once días de Nueva York, y a diez y seis o diez y siete de los puertos europeos. ¡Cuánta ventaja para las operaciones comerciales no daría esta economía de tiempo!”
La naturaleza al servicio del progreso
Ciertas visiones difieren de manera abrumadora con el paso del tiempo: por ejemplo, la manera como se asumía la relación hombre – naturaleza: si hoy vemos deforestación y contaminación, entonces se estimaba la riqueza forestal como un recurso listo a ser usado por el hombre en su aventura de progreso. La tala se ve como una consecuencia lógica del avance del vapor y la presencia de los animales del río y del monte se registra, pero nunca como riqueza en el sentido actual. “La playa de Tacaloa, es el sitio más frecuentado por los caimanes que he visto en el río. En una tarde serena, antes de hundirse el sol, vi una vez más de doscientos en un circuito de menos de dos fanegadas”. No imaginaba el viajero cuánto echábamos de menos sus compatriotas esa riqueza que su tiempo no vio.
En cambio, ciertos comentarios sobre el problema de la tierra, son de una actualidad impresionante: “el hombre no hace todavía mansión permanente en esas riberas, quizás por temor de ser despojado de sus mejoras por algún propietario codicioso, o por la dificultad de obtener títulos de propiedad sobre la tierra mejorada con su trabajo… Es indudable que hay mucha más tierra apropiada de la que los propietarios pueden cultivar por sí mismos; fenómeno que se observa en todos los pueblos conquistados, que deben a la feudalidad el origen de su organización social. También lo es que esta forma de propiedad territorial, fundada en el despojo o en el privilegio; presenta obstáculos para el cultivo de las tierras y da origen a inmensas desigualdades sociales”.
El testimonio de las ciudades
“Tenían un cementerio muy notable por su aseo y ornamentación, buen Colegio, buenas escuelas. Casa Municipal, Hospital y Cárcel de cal y canto, amplios y muy bien servidos; paseo sombreado por grandes árboles a orillas del río, magníficas huertas de árboles frutales, y caserío de cal y canto y teja, sólido, de grandes patios y anchos corredores”. Así describe don Salvador a Mompós. De El Banco señala: “A la llegada del vapor se precipita sobre la cubierta una nube de traficantes en busca de panelas y tabaco de Ambalema, y en solicitud de realización de una variedad de artículos de producción del pueblo… Conservas de dulce, bizcochos de maíz, turpiales y sinsontes, escobas y sombreros de palma, totumas con labrados de flores y pájaros, barnizadas de diversos colores, artículos de loza porosa de barro, como tinajas, ollas, callanas, vasijas pequeñas y esteras de chíngale… Si para su fabricación se introdujese alguna maquinaria que ayudase el trabajo de las mujeres, abaratando su valor, no hay duda que el consumo llegaría a cantidades diez o doce veces mayores”.
Y cuando el cronista se refiere a Calamar, entonces caserío, parece que estuviera hablando hoy: “[El pueblo] ha emigrado sucesivamente en los últimos sesenta años de Barrancavieja a Barrancanueva, y de aquí al sitio actual… el área se ve rodeada de caños de los derrames del río, poco tranquilizadores en los grandes inviernos. La prosperidad de este pueblo depende de la solidez que se dé a los trabajos de canalización del Dique”.
La importancia estratégica del puerto de Honda no pasa inadvertida para nuestro amigo, quien toma testimonios de habitantes, para mostrar lo que fue antaño: “no menos de 20.000 habitantes debían de dar en otro tiempo animación y vida a sus calles; estrechas y llenas de almacenes al pie. Los escombros de grandes lienzos de paredes de cal y canto, de grandes arcadas de granito de sus conventos, los árboles centenarios que surgen de entre las ruinas, los restos inconmovibles de los estribos de un gran puente, volcados hoy sobre el torrentoso Gualí, todo demuestra que esa ciudad, destruida por un espantoso terremoto el 16 de junio de 1805, a las once de la noche, era no menos rica y poblada que Cartagena y asiento de más riqueza comercial que Bogotá”.
La última cena del capitán
Camacho encontraba muy agradable el viaje por el Magdalena en vapor: “a diferencia de lo que sucede en países más civilizados –en donde, a menos de introducción especial, no haycomunicación alguna entre los pasajeros–, entre nosotros, un cuarto de hora después de comenzado el viaje principia la conversación general, y a pesar de la ausencia de etiquetas y formalismos, reina en las relaciones no poco de benevolencia y cultura… En la última comida a bordo suele el Capitán festejar a los pasajeros con un pudding inglés y algunas botellas de champaña”.
El presidente que vendía bocadillos
La perspectiva de don Aquileo Parra es diferente, aunque no menos interesante. Está marcada por la actividad comercial desarrollada en los años 40 del siglo XIX, en el escenario del gran río. Radicado en Vélez, don Aquileo amasó una pequeña fortuna con el comercio de los bocadillos de guayaba, así como de sombreros de Girón, badanas, vaquetas, tagua, dulces y mantas que adquirían los bogas para cubrirse en las noches, que transcurrían a cielo abierto en los playones del río. Tiempos en los que aún no se afianzaba el vapor y debía utilizarse, para el transporte, el champán, una inmensa barca de tronco, con un precario techo de palma, impulsada por una cuadrilla de bogas negros, armados con palancas y canaletes.
Parra empacaba su mercancía en Vélez y tomaba el “camino del Carare”, para entonces una peligrosa trocha, que fue una de sus obsesiones: soñaba con una vía adecuada que conectara a los pueblos de la cordillera oriental de Santander y Boyacá con el Magdalena. Un deseo que aún no se ha cumplido. El destino eran las poblaciones de Magangué y Mompós, adonde llegaba mercancía del exterior y del interior. Y el viaje, una aventura de principio a fin, con fieras al acecho, borrascas, enfermedades como el paludismo y el cólera, naufragios con pérdida de la carga. Pero dejemos contar a don Aquileo el comienzo de un viaje:
“El dueño [de la carga] se trasladaba muy temprano con su equipaje al lugar de embarque, que era el puerto de Las Ceibas, distante un cuarto de hora de la plaza de Mompós; y al llegar encontraba allí al piloto, acompañado de algunos bogas, en aparente actitud de marcha.
“… Transcurridas tres o cuatro horas de inútil espera, se resolvía el patrón a ir en busca de los bogas que se hallaban en mora, y por la tarde regresaba acompañado de ellos; pero a ese tiempo ya habían desfilado dos o tres de los que en la mañana estuvieron presentes. En vista de esto se resolvía diferir la salida para el día siguiente… [al tercer día] se lograba que saliera la embarcación, aunque en condiciones poco satisfactorias, pues que los bogas se habían embarcado en un estado de embriaguez tal, que no daban un paso sobre la movediza tolda del champán sin caer al fondo del río, en grupos de tres o cuatro…
“…A la voz del patrón, dada en cualquier momento de peligro, los bogas se arrojaban al agua sin reparar en los caimanes ni en la impetuosidad de las corrientes; y para salvar la embarcación empeñaban todas sus fuerzas…. Infelices bogas! Yo les he perdonado hasta la incomparable mortificación que me causaban al declararse en huelga por tres o cuatro días en cualquier miserable caserío… A tiempo de partir la embarcación, después de la comida, recitaba alguno de ellos una retahíla, mezcla singular de oración y de blasfemias, que empezaba así:
Ave María, gracia plena, Que vivan los condenados…” Y así, condenados por las inclemencias de un viaje que hoy vemos como una aventura absurda, al cabo de treinta y dos días, llegaban los viajeros, no a su casa, sino al puerto para emprender el camino a Vélez. Con razón hoy ese punto sobre el Magdalena lleva el nombre de Puerto Parra.
Bibliografía
Camacho Roldán, Salvador. Notas de viaje: Colombia y Estados Unidos de América, 1973, en http://www. bdigital.unal.edu.co
Parra, Aquileo. Memorias, en http://www.banrepcultural. org/blaavirtual