Tomás Cipriano de Mosquera, joven, con uniforme. Litografía de José María Espinosa Prieto/ Joseph Lemercier, ca. 1843. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 1897
Noviembre de 2012
Por :
Alonso Valencia Llano Doctor en historia de América, Universidad Pablo de Olavide, Sevilla. Magíster en historia andina, FLACSO. Licenciado en historia, Universidad del Valle. Profesor, Universidad del Valle.

LOS AMORES DEL GENERAL MOSQUERA

La elite de Popayán se caracterizó por la exclusión social y por mantener un prestigio sustentado en el linaje, que eran considerados valores culturales que se inculcaban desde épocas tempranas1. Esto puede observarse en la Casa Mosquera, importante por las actividades políticas de Joaquín, Manuel José y Tomás Cipriano, quienes ocupa ron los principales puestos públicos de la república durante el siglo XIX. Desde luego, no es nuestro interés estudiar esta familia, sino enfocarnos en Tomás Cipriano, recordado por ser uno de los más significativos políticos de la república y por mantener un fuerte y excluyente poder elitista, que lo llevó a ostentar el título de “conde” y considerarse descendiente de Catalina “La Grande”, en una sociedad republicana que había eliminado los títulos nobiliarios. No me referiré a su vida pública, por ser ampliamente conocida, sino a la privada, sobre todo cuando ella se cruzó con su papel de importante dirigente político; voy a hablar de los amores de un hombre público.

Ñapangas de Popayán, provincia de Popayán, 1853. Láminas de la Comisión Corográfica, 1850-1859. Colección Biblioteca Nacional de Colombia.

Los primeros amores

Los amores de los miembros de las familias elitistas han sido fuertemente controlados. Tomás, por ejemplo, en 1815 se enamoró de una prima residente en Quilichao, de nombre María Ruiz de Quijano. Aunque eran del mismo linaje, el sentimiento que unía a los jóvenes fue rechazado por la manifiesta pobreza de la joven2; situación que fue sorteada cuando el joven fue enviado por su padre a Cartagena, buscando evitarle los riesgos que generaba la situación política de la independencia.

Tomás Cipriano de Mosquera, ca. 1870. Anónimo. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 2894

La lejanía no hizo más que profundizar el sentimiento consignado en la correspondencia que ambos mantuvieron. Así lo expresaba “Natalcia”, nombre cariñoso que Tomás le puso a su amada, mientras que ella lo llamaba “Paniciro”: “Solo las voces dulces de la naturaleza podrán de algún modo explicar el dolor y tormento que sufro con tu penosa y dilatada ausencia…”3 Estos sentimientos que terminaron con propuesta de matrimonio fueron acallados por el rechazo familiar, que produjo que en 1818 Tomás retirara su propuesta. Natalcia consignó en su carta que esto se debía a “la fea mancha de la pobreza”4 (Ver carta No. 1).

Lo curioso es que mientras este amor se mantenía en forma epistolar, la distancia hizo efecto en Tomás, quien tuvo un hijo ilegítimo con una costurera de Cartagena; esta vez la naturaleza se impuso a las razones sociales.

Mariana Arboleda y Arroyo: la esposa del general

Campesina de Choachí, 1847. Acuarela de Edward Walhouse Mark. Colección Biblioteca Luis Ángel Arango. Ref. AP0128Fueron diferentes las cosas cuando Tomás pidió en matrimonio a otra prima suya –Mariana Arboleda y Arroyo– con fortuna, linaje y posición social iguales a los suyos. Con ella se casó en 1820. Para esta época, él ya participaba en política, por lo que al mes de efectuado el matrimonio se vinculó a las guerras de independencia. Su esposa solo lo vería al año siguiente, durante una de las campañas, lo que unido a una enfermedad venérea que este adquiriera y le trasmitiera, hizo que no se embarazara con la rapidez que exigía la costumbre.

Las campañas militares de 1821 y 1822 hicieron que Mariana expresara su queja: “creo que en la eternidad será donde nos vamos a unir para no separarnos nunca”5. Solo, en 1824, y por ser herido en una batalla en Barbacoas en la que Mosquera resultó con la mandíbula destrozada, los esposos pudieron reunirse. Poco después Tomás fue nombrado gobernador de Buenaventura, con sede en Iscuandé, hasta donde lo acompañó su esposa. Ya había nacido Aníbal su primogénito, quien debió quedarse en Popayán; allí nació su hija Amalia, en 1825, atendida por la negra Ygnacia, una esclava con quien Tomás había tenido un tórrido romance en su juventud y de la cual había quedado un hijo ilegítimo.

La vida política de Mosquera tuvo desarrollos diferentes a partir de 1826, cuando ocupó cargos como el de intendente de Guayaquil (1826) y del Cauca (1827), luego ministro ante los gobiernos de Perú, Bolivia y Chile. Es de anotar que en estos cargos no lo acompañó su esposa, quien reprochó sus conocidas infidelidades, en cartas en las que le decía que esperaba que las quiteñas le pasaran “el buen humor”, o que saludara de su parte a as “señoritas guayaquileñas”6. La situación política del país, con la derrota de los seguidores de Bolívar, llevó que Tomás realizara un viaje a Europa que, además de ampliar sus horizontes culturales y científicos, le permitió llevar la vida disipada a que estaba acostumbrado: desde luego también amplió sus horizontes estéticos, como lo expresara a su amigo Pedro Alcántara Herrán: “¡Qué feas están las colombianas! Si todas se parecieran a las pirringas, le juro a Usted que no sería más casto San Indalecio que yo. Putas, amarillas y feas es lo que hay generalmente hablando”7.

A su regreso al país en 1832 logró consolidarse como uno de los políticos más importantes de la república, lo que consolidó al casar a su hija Amalia con Herrán quien fue electo presidente de la república. Con esta boda, el futuro político de Mosquera quedó asegurado, a tal punto que fue elegido presidente en 1845.

Susana Llamas: el amor del presidente

Durante este período las relaciones con su esposa se hicieron más distantes y se agravaron cuando llevó a palacio a una hermosa mulata antioqueña –Susana Llamas– con la que sostenía relaciones desde 1841 cuando la conoció en Cartagena. Se trataba de un amor que se sobrepuso a las presiones sociales y políticas, y a los antecedentes de su amada, averiguados por Francisco Córdova, su secretario privado:

Susana por su conducta arrastrada, prostituida, berrionda, es la mujer más despreciada que hay en esta ciudad [de Medellín]. No merece los cariños de un caballero noble y generoso como es usted. No hay en Medellín negro artesano, ni comerciante que no haya conseguido favores de la incasta Susana, así como no hubo ni soldado ni oficial del Batallón Nº 2 que no pasara revista por sobre ella. Esto lo he sabido aquí porque es público. Se me cae la cara de vergüenza en cuanto oigo referir la vida de esta ramera que ha tenido la astucia necesaria para engañar a usted8.

Cuando su esposa partió a Norteamérica, Susana vivió en el Palacio Presidencial como ama de llaves, situación que incrementó los chismorreos y obligó a que en 1847 Mosquera dejara temporalmente l poder en medio de gritos en los que se le calificaba de “fornicador y asesino”. Los amantes se trasladaron a la costa Atlántica, desde donde Tomás buscó mejorar su imagen pública, aparentando una separación con Susana a quien le instaló una tienda en Bogotá (Ver carta No. 2). Sus visitas nocturnas a la casa de Susana no acallaron los rumores que se prolongaron hasta el momento en que entregó el poder y se retiró, de nuevo, a la costa. Los rumores en Bogotá, con comentarios bastante descomedidos acerca e su amante, hicieron que demandara por calumnia a sus detractores ante un juez de Barranquilla (Ver Declaración de “Nudo Hecho”), lo que convenció a Mosquera que Susana era un impedimento para sus proyectos políticos, por lo que la envió nuevamente a Bogotá con mercancías suficientes para poner una tienda. La separación llevó a que expresara a su amigo el general Ramón Espina, su amor
por la mulata:

Tomás Cipriano de Mosquera, ca. 1886. Óleo de Constancio Franco Vargas. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 406Creí conveniente esta separación para que no hubiera motivos para estarnos mortificando. Mucho me ha costado porque juro a usted que ha sido y es la única pasión que he tenido en mi vida. Yo conozco ahora que jamás había amado a una mujer. Si ella me llegara a ser infiel no sé lo que haría. ¿Qué dice usted de un amor semejante a los 51 años?

Amigo, no sé qué decirle a usted, estoy más enamorado ahora que un cadete de 18 años. Escríbame algo sobre ella y bueno es que se diga por allá que ya no hay relaciones ningunas entre los dos9.

Esta fingida separación terminó cuando a comienzos de la década del cincuenta, nuestro general se trasladó a Nueva York con su familia, Susana se instaló en Brooklyn, donde puso una tienda. La dedicación de Tomás a los negocios y a las actividades científicas, lo alejaron un poco de las contiendas políticas hasta 1854. Tuvo que regresar a EE. UU. a enfrentar la quiebra de sus empresas mal administradas por su hijo Aníbal. A estas dificultades económicas se unió la separación de Susana, debido a que Mosquera había establecido relaciones con otra mujer. Susana, a su vez, estableció relaciones con otro hombre, lo que hizo estragos en el ánimo de Tomás, tal y como lo confesó él mismo, a su amigo Antonio J. Irisarri, en carta escrita en 1857 (Ver carta No.3).

Castrillón Arboleda, Diego. Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, Ed. Planeta, 1994, pp. 362-363.La vida política de Mosquera continuó cuando fue elegido gobernador del Cauca en 1859, época en la cual desplegó una inusitada actividad política que lo llevó a acercarse al Partido Liberal y a dirigir la única revolución triunfante en la historia de Colombia –la del 60–, a la creación de los Estados Unidos de Colombia –a partir de 1863– y al establecimiento del Estado Soberano del Cauca. Como en el pasado, las mujeres volvieron a ser importantes en su vida, esta vez como informantes políticas.

María Ignacia Mosquera: la esposa del presidente senil

En 1865, Mosquera recibió la misión de conseguir empréstitos en Europa, lo que aprovechó para visitar a su hermano Joaquín quien se encontraba en París sometido a un tratamiento médico. Joaquín vivía con su hermano Manuel María, con Mariana –su prima y cuñada– y con su sobrina Amalia de Herrán, separada de su esposo, quien en esos momentos se encontraba en Chile en medio de la guerra que aquel país libraba contra España. Vuelto al país asumió de nuevo, en 1866, la Presidencia de la República, para ser destituido en 1867 y ese mismo año fue expulsado del país, gracias a una alianza de sus enemigos los liberales radicales con los conservadores. Su exilio fue en Lima, donde en 1868 recibió dos cartas de su antigua amante Susana Llamas, quien vivía en Guayaquil y pretendía revivir su viejo amor (Ver carta No. 4); lo que no fue aceptado por Mosquera como puede deducirse de una carta que la mulata le escribió con algunos reproches:

…Quiero retirarme a cualquier campo donde pueda trabajar en alguna tienda de cualquier clase que sea en otro temperamento pues este es bastante malo, aunque yo con mis 42 años me conservo buena y todavía con mis dientes de muchacha y mi pelo. Usted me perdona y me enrostra un porvenir muy triste, pero se rehúsa de liberarme [por] segunda vez del abismo que U. me anuncia, yo no pido su amor porque yo sé que desde antes de su extravío, ya no existía, desde los amores que tenía con la González en Bogotá…10
Era claro que para Mosquera este amor ya estaba muerto, por lo que se refugió en la vida cortesana que ofrecía Lima. Allí lo sorprendió otra noticia: su esposa doña Mariana había muerto en Medellín el 27 de octubre de 1869, en casa de su hija Amalia, quien ya se había reconciliado con Herrán. A su regreso a Popayán en 1871 para ocupar la Presidencia del Cauca, fijó su mirada en una sobrina suya, María Ignacia Arboleda, de 27 años, “edad inquieta para cualquier soltera de su época”, con quien se casó el 15 de julio de 1872, época en que fue declinando su participación en política, la que al final abandonó para dedicarse a los cuidados del embarazo de su esposa. También amplió su testamento para garantizar los derechos herenciales de su nuevo hijo, quien nació el 2 de julio de 1877. En adelante Tomás solo se dedicó a su hogar, en el que murió el 7 de octubre de 1878.

Referencias

  1.  Quijano Wallis, José María. Memorias autobiográficas histórico-políticas y de carácter social, Bogotá, Editorial Incunables, 1983, p. 22. Lofstrom, William. La vida íntima de Tomás Cipriano de Mosquera, 1798-1830, Bogotá, Banco de la República-El Áncora Editores, pp. 55 y 56. Castrillón Arboleda, Diego. Tomás Cipriano de Mosquera, Bogotá, Planeta Editorial, p. 20. Aspectos más amplios acerca de Mosquera y, en particular, la relación entre amor y política, puede consultarse en mi obra Mujeres caucanas y sociedad republicana, Cali, Centro de Estudios Regionales – Región / Universidad del Valle, 2001.
  2. Castrillón. Op. cit., pp. 32 y ss.
  3. Lofstrom. Op. cit., p. 85.
  4. Ibíd., p. 94; Castrillón. Op. cit., pp. 36 y 37.
  5. Lofstrom. Op. cit., p. 110; Castrillón. Op. cit., p. 63.
  6. Ibíd., pp. 174, 176 y 184.
  7. Ibíd., p. 159.
  8. Citado en Ibíd., p. 205.
  9. Ibíd., p. 365.
  10. Ibíd., pp. 634 y 365.