Luis Caballero. Sin titulo. Óleo sobre lienzo, 1962. Biblioteca Luís Ángel Arango.
Octubre de 2016
Por :
Carolina Martínez Rojas

LAS ARTES PLÁSTICAS. 2A PARTE

Marta Traba y el arte de las décadas de los 60 y los 70

La década de los 60 tuvo un inicio prolífero para las artes en Colombia. Con la apertura en 1962 del Museo de Arte Moderno (MAM), gracias a la iniciativa y trabajo de Marta Traba, los artistas modernos empezaron a tener un lugar donde podían exponer constantemente sus obras. El arte de vanguardia ya no estaba supeditado a exhibirse en los Salones o en las Galerías itinerantes, tenía un espacio propio y constante.

Lo cual les otorgó a algunos artistas la posibilidad de explorar nuevas técnicas que hicieron de sus trabajos piezas más complejas. El figurativismo y la abstracción se consolidaron como las técnicas más utilizadas; la obra Violencia de Alejandro Obregón fue una de las más representativas no solo por haber ganado el Premio Nacional de Pintura sino porque le dio sentido a la utilización de nuevas técnicas para la representación de la realidad por los artistas. El arte, más que en los años anteriores, estuvo permeado por el compromiso social y político de los pintores y escultores.
 

Izquierda: Feliza Burztyn, Encaje de Bruselas. Biblioteca Luís Ángel Arango. Centro: Fernando Botero, Bodegón, acrílico sobre madera, 1961. Derecha: Marta Traba (al centro) en la inauguración del MAM en 1963. De izq. a der. Antonio Rosa, María Fornagera y Alberto Zalamea.

 

Dentro de este marco empiezan a adquirir importancia los trabajos de Fernando Botero. En 1964 se hizo su primera exposición en solitario en el Museo de Arte Moderno. Pero no solo el arte figurativo resaltado por Botero adquirió importancia en el país, trabajos de artistas como Santiago Cárdenas, que se acercó a las tendencias estadounidenses del pop art abanderado por Andi Warhol, le dieron una nueva dimensión a la relación entre lo foráneo y lo nacional.

Seguido de la pintura, el dibujo y la escultura empezaron a tener una fuerte acogida. Negret, Ramírez Villamizar y Feliza Burzstyn le dieron un camino claro a los escultores venideros. La abstracción se reflejo en sus obras, lo que genero una amplia gama de posibilidades de acción. Ya no solo se podía recurrir a esculpir cuerpos, bustos o figuras sacadas de la realidad sino que se lograban interpretaciones más conceptuales utilizando materiales menos tradicionales. El arte se convirtió, en este momento, no solo en un instrumento práctico sino también en una idea para ser pensada; ¿Qué se puede considerar como arte, como pieza artística?
 

Izquierda: Eduardo Ramírez Villamizar. Centro: Edgar Negret. Derecha: Santiago Cárdenas, Algo de comer, 1967.

 

Estos cuestionamientos hicieron mella en los grupos de artistas colombianos que, apoyados por el MAM, le dieron vida a diferentes congresos y exposiciones que intentaban explicar sus posturas frente al debate. 

Tal interés se disiparía en la década venidera. No se dieron tendencias artísticas relevantes, ni visiones del arte que marcaran nuevos paradigmas. Dentro de este contexto Marta Traba siguió fomentando el arte para que todo lo logrado en la década de los 60 no se viniera abajo; aunque su arbitraria expulsión del país en 1969 le truncó su labor por esos años. 

Uno de los logros más profundos fue el papel que hizo el artista español Juan Antonio Roda, radicado en Colombia desde 1955. En 1973, y luego en 1978, participó en una de las Bienales de arte más importantes de América, la Bienal de Sao Paulo con su obra El Delirio de las Monjas Muertas. Esto le dio al arte colombiano un reconocimiento a nivel internacional que luego sería usado por artistas como Fernando Botero, Luis Caballero y Omar Rayo.

Ese momento también les sirvió a los artistas para perfeccionar sus técnicas y hacer de sus obras trabajos con sello propio. Varios artistas asimilaron diferentes tendencias, como la abstracción, tanto en la escultura como en la pintura. Alejandro Obregón, Guillermo Wiedemann, Enrique Grau y Omar Rayo se dedicaron a perfeccionar lo que en las dos décadas anteriores habían hecho incorporando nuevas tendencias a sus creaciones. Tambien surge en la década de los setenta la alucinante creatividad de Juan Cárdenas (hermano de Santiago), uno de los artistas más originales, versátiles y pulidos del siglo XX colombiano.

El trabajo conjunto de artitas y críticos de arte logró que la década de los 70 diera fruto a largo plazo dentro de la consolidación del arte colombiano. Sumados a Marta Traba tres críticos más se anexaron a la labor de estudiar y entender el fenómeno del arte del país: Casimiro Eiger, Clemente Airó y Walter Ángel. Todo este proceso hizo que la gente accediera con más facilidad al arte, no sólo porque lo entendía mejor sino además porque estaba enterada del lugar en donde los artistas estaban exponiendo sus obras. Demostró también cómo Alejandro Obregón comenzó la historia de la abstracción auténtica, explicó la dimensión de artistas foráneos como Leopoldo Richter y Guillermo Videmann dentro del contexto nacional y resumió la geometría de Eduardo Ramírez Villamizar y Edgar Negret. Reveló la distorsión de Fernando Botero, exaltó la anarquía de Feliza Bursztyn y el dramatismo de Antonio Roda y Jaime Manzur. Este proceso le dio sentido al arte, a los artistas y a los espectadores. 
 

Izquierda: Leopoldo Richter, Mural,Sin Título, 1992. Biblioteca Luís Ángel Arango. Centro: Alejando Obregón, Aleta Milenaria, óleo sobre lienzo. Biblioteca Luís Ángel Arango. Derecha: Enrique Grau, Coleccionista de mariposas,acrílico.

 

La década de los 70 trajo un cúmulo de posibilidades en el fortalecimiento del arte. Con la apertura y mantenimiento del Museo de Arte Moderno la difusión del arte se hizo cada vez más efectiva. Artistas como Beatriz Gonzáles, Luis Caballero y Santiago y Juan Cárdenas le mostraron al país sus trabajos, que llegaron a ser reconocidos a nivel internacional gracias a la gestión del Ministerio de Educación, de los directivos del MAM y de nuevas instituciones creadas en este periodo como el Museo de Arte Moderno La Tertulia en Cali, El Museo de Arte Contemporáneo Minuto de Dios y el Museo de Arte Moderno de Cartagena. Lo mismo sucedió con Juan Antonio Roda quien logró gran reconocimiento. 

En los últimos años de la década de los 70 y principios de la década siguiente, prevalece el uso de temas políticos y, dentro de su tratamiento, la importancia del arte conceptual. De allí emergen el realismo fotográfico y el erotismo, principales aportes de las artes colombianas del siglo XX, que tiene como sus más grandes abanderados a María de la Paz Jaramillo, Oscar Núñez y Ever Astudillo.
 

Izquierda: Juan Antonio Roda, El Delirio de las Monjas Muertas, 1971-1976. Derecha: Guillermo Wiedemann, Subir, 1965. Biblioteca Luís Ángel Arango.

 

Esta corriente nueva de artistas germina gracias a los cambios en la moral que durante los años 70’s se dieron, en gran medida, por la secularización de la sociedad y la fuerte entrada de la cultura en masas, los medios masivos de comunicación y la publicidad. También como derivación de un contexto histórico bañado por la violencia: el narcotráfico, el sicariato, la desaparición de grupos políticos, el quebranto de los grandes partidos decimonónicos, las masacres y el terrorismo. Pero se fortifica con el fin del Frente Nacional y la entrada al poder de un gobierno liberal en 1974, gobierno que tenía metas claras en relación al papel de las artes dentro de la sociedad. 

Paralelo a lo anterior surge una vertiente que se aleja del movimiento abstracto. Nacida a finales de la década de los 70 y afianzada durante los primeros años 80, se interesó por el erotismo y relegó los hechos políticos a un segundo nivel. Sus más reconocidos exponentes fueron Antonio Caro, Miguel Ángel Rojas, Jim Amaral y Félix Rojas quienes retomaron lo que muchos años atrás había realizado la artista Débora Arango.

Abstraccionistas, conceptuales y figurativistas crearon un arte mas fuerte, un arte que, no obstante las influencias de las tendencias mundiales, pudo encontrar un punto de inicio para formar un arte propio. Esos artistas, muchos de ellos ya consagrados para las décadas de los 70’s y los 80’s, forjaron un panorama para los años posteriores. En ellos se evidenciará la necesidad por encontrar expresiones novedosas frente al arte dentro de las que sea posible experimentar con las técnicas consolidadas y las nuevas alternativas. De allí emergen las instalaciones y los performance que le darán al arte colombiano en las décadas siguientes del siglo XX un nuevo rumbo
 

La transformación de las artes plásticas

El nuevo orden mundial, al iniciarse la Guerra Fría, trajo consigo la reivindicación de polos ideológicos. Esto arraigó las posiciones de algunos artistas y además los llevó a dar vida a nuevas técnicas más impactantes a la hora de ser vistas. Las instalaciones (José Alejandro Restrepo) y los performance (María Teresa Hincapié) llevaron al espectador a nuevas visiones que muchas veces eran crítica del sistema capitalista.

Por esta razón, desde 1975 los salones de artistas cambiaron de nombre: Salón Nacional de Artes Visuales. En él se conjugaban la pintura, el grabado, el dibujo, la escultura y las artes visuales contemporáneas, dando así una amplia visualización del arte colombiano. Las convocatorias se hicieron más amplias, y abrieron la posibilidad tanto para los artistas como para el público de tener una mirada amplia de tendencias y posturas.

Gracias a esa masificación del interés por el arte se crearon nuevas revistas como Arte en Colombia, Sobre Arte y Revista de Arte y Arquitectura en América Latina, que le pavimentaron al arte más vías de acceso y de entendimiento. 

El primer Salón de la nueva época, aunque sigue siendo numerado desde la postura anterior, fue realizado en 1980. Aquí se vieron esos nuevos enfoques que le otorgaron a la experimentación un lugar importante dentro de la muestra. Entre experimentación y pluriculturalidad ese Salón tomó una forma mucho más vanguardista y de alguna forma propia. Aunque siguió a la delantera el dibujo, que volvió a las raíces académicas, puras y perfectas, no era extraño ver dentro de la exposición pedazos de buses en la mitad de la sala o cuerpos pintados inmóviles. Aquí la escultura también hizo presencia. En esos años se destacaron John Castles y Ramiro Gómez, quienes se dedicaron a hacer esculturas abstractas utilizando nuevos materiales.

Los inicios de la década de los 80 trajeron, además de nuevos puntos de vista, la necesidad de darle cimientos sólidos al arte razón que llevó a muchos historiadores y artistas a explorar y analizar el pasado del arte nacional. Con motivo de este renacer del Salón, y del arte colombiano con él, se hizo un homenaje a la principal gestora del arte en el país, Marta Traba. Dos de sus obras fueron publicadas Dos décadas vulnerables en las artes plásticas latinoamericanas y La historia abierta del arte colombiano. 

Pero esos intentos no fueron lo suficientemente contundentes y en 1982 el Salón Nacional de Artistas fue suprimido nuevamente. Cuatro años más tarde el Salón reapareció, de consuno con los Salones regionales que se habían establecido como una forma de fomentar el arte en todo el país. 
 

Izquierda: David Manzur, La Batalla, pastel sobre papel, 1981. Centro: Beatriz González, 1980. Derecha: María Paz Jaramillo, 1991.

 

En la década siguiente, los 90’s, la escultura juega un papel fundamental. En ella se destacaron las propuestas de Negret y de Ramírez Villamizar, al igual que las obras de Botero, Castles y de Vayda. En esos años aparecen figuras tan significativas como Consuelo Gómez, Doris Salcedo, Hugo Zapata, María Fernanda Cardoso, Nadín Ospina, Ezaquiel Alarcón y Beatriz Ángel quienes le aportan al arte nacional una visión fresca muestra de la utilización de técnicas reapropiadas. 

El arte tridimensional figurativo, la geometría, el expresionismo y el naturalismo, la pintura en materiales naturales, desechos y muebles reciclados fueron el armazón de las propuestas artísticas de esta década. Ese nuevo arte no olvida lo que en el exterior se ha venido realizando. Todos esos artistas están al tanto de lo que pasa en lugares como Nueva York, Paris o Londres, pero tienen claro que, aunque empapados de estas tendencias, no las quieren reproducir exactamente, en gran medida como una manera para proteger los intereses del arte colombiano.

Ese incremento del arte contemporáneo trajo en las últimas décadas la apertura de un gran número de galerías de arte; expansión que puso al arte en un nivel de reconocimiento mas extenso, valorizando los trabajos y ampliando la comercialización. Los artistas y el interés cultural le trajeron al país tierra fértil para el camino de los artistas que vendrán en el siglo XXI. 
 

Izquierda: Juan Cárdenas, Homenaje a Leonardo. Centro: Jim Amaral, Secuestro. Derecha: Consuelo Gómez, Guatavita.

 

A esto se suma, por un lado, la importancia que a nivel internacional adquirieron en el transcurso del siglo XX artistas como Fernando Botero, Alejandro Obregón, Luís Caballero, Juan Cárdenas; y por otro lado, la ayuda que el sector privado brindó, en las últimas décadas del siglo XX, para el fortalecimiento del arte. Un ejemplo de ello son los espléndidos libros que, dedicados a honrar a los grandes artistas vivos colombianos, ha venido publicando cada año, durante más de treinta, Seguros Bolívar.

Adicional a esto, el Banco de la República, durante buena parte del siglo, asignó recursos a la actividad cultural; labor que fue reiterada por la Asamblea Constituyente de 1991. En esa asamblea se expresó total apoyo al mantenimiento de los programas culturales del Banco de la República, creando una ley, la ley 32 de 1991, que definió concretamente las áreas de acción y las condiciones para prestar estos servicios. Servicios que hoy son parte integral de los gastos operativos normales del Banco (En los últimos años han estado cerca al 10% de los gastos generales de la institución). 
 

Izquierda: Ever Astudillo. Centro: Miguel Ángel Rojas, Caloto, 1994. Derecha: Doris Salcedo. 

 

La importancia de la actividad artística recae en lo trascendental que se convierte a la hora de otorgarle identidad a la sociedad . De darle una historia, un pasado, que nos haga partícipes de una forma de entender el mundo. El patrimonio cultural de nuestro país se experimenta diariamente en el reconocimiento de los lugares significativos del entorno urbano y rural (monumentos, iglesias, bibliotecas y museos), en textos literarios como Cien años de Soledad, en imágenes del cine o la televisión, en la artesanía y por supuesto, en las obras de arte. Esa identidad se transforma en la memoria del país. En la memoria de mujeres y hombres que habitaron este territorio, que vivieron en el campo y vieron crecer las ciudades, que murieron en las oleadas de violencia, en las disputas de los partidos políticos, en los golpes de estado y en la aparición sin tregua del capitalismo. El conocimiento de la historia local y nacional, de la tradición literaria y artística, de la persidad cultural y étnica del país, es la forma más efectiva para generar un sentido de pertenencia.
 

Un nuevo lenguaje

Por esto es delicado instaurar un espacio temporal dentro del acontecer del siglo XX que enmarque los orígenes del arte de este momento. Y mucho más difícil determinar un conjunto de características que definan el estilo del siglo. Claramente hay una incorporación del arte de los maestros que renovaron las experiencias artísticas a finales del siglo XIX y principios del XX: Cézanne, Picasso, Gauguin, Degás, Braque, Renoir, Monet, Van Gogh, Matisse, Kandinsky. 
 

Izquierda: Nadin Ospina, Idolo con muñeca y cincel, talla en piedra, 1991. Derecha: María Fernanda Cardoso.

 

La historiografía del arte intenta entonces ordenar estas experiencias artísticas, agrupar, desagrupar, buscar trazos transmitidos que nos muestren la razón de ser de determinadas manifestaciones y comportamientos relacionados de manera directa con el devenir del país. Pero es claro que la historia del arte contemporáneo no encaja en un patrón determinado que nos permita clasificar a los artistas, las obras, los conceptos e ideas que forman el conjunto del arte del siglo XX. Este ensayo sobre las Artes Plásticas en el Siglo XX Colombiano es apenas un intento subjetivo por mostrar la historia del arte en el país. Una historia que está enmarcada dentro de coyunturas sociales, políticas y culturales que dieron cabida a expresiones artísticas determinadas.

Esos condicionantes transformaron la temática de las obras, los materiales que fueron utilizados, las formas expresivas, la composición y estructura, y más revelador aún, al concepto de la obra como objeto artístico. Por esta razón el sello que diferencia el arte del siglo XX del resto del arte producido en los siglos anteriores es la adquisición de un nuevo lenguaje plástico. Dejando de lado las grandes tendencias como hilos conductores del arte. Proponiéndole al arte una percepción de la naturaleza y de la realidad transportada hacia los nuevos ambientes y escenarios urbanos donde se desarrolla la vida moderna (fábricas, calles saturadas de gente, cafés). Y, gracias al cambio de concepción, explorado por Norbert Elías, entre lo público y lo privado, permiten al artista recrearse en escenas íntimas (habitaciones, baños) que nunca antes fueron representadas. Un lenguaje inpidual, que le otorga a la interpretación de la realidad la característica que cada artista imprime en sus obras.