La vendedora de rosas , de Victor Gaviria (1998) Por: Hugo Chaparro Valderrama
Septiembre de 2016
Por :
Hugo Chaparro Valderrama

LA VENDEDORA DE ROSAS (V. GAVIRIA)

En septiembre de 1987 el periódico El Colombiano publicaba una carta abierta de Víctor Gaviria a los cineastas colombianos donde el poeta y realizador declaraba: "La fortuna y el infortunio tienen de fondo la muerte, que en el primer caso es cruel --cuando interrumpe la felicidad-- y el segundo es bienvenida o bienhechora --cuando interrumpe la desgracia que ningún hombre se merece por siempre..."

Los personajes de los largometrajes que hasta el momento ha dirigido Gaviria --Rodrigo D. No futuro (1988) y La vendedora de rosas (1998)-- se tambalean entre la fortuna y el infortunio, con el vaivén de la muerte rondando espectral en sus vidas. En las dos películas, el frío registro noticioso de la realidad colombiana en la década de los años ochenta y noventa se transforma por la mirada de Gaviria conduciendo al espectador hacia la intimidad, la fantasía, los monstruos y el universo de los personajes que hallan la tragedia o acarician una frágil esperanza en medio de circunstancias difíciles.

"Nosotros queremos hacer un cine donde la información vaya en otro sentido", declaraba a la revista Kinetoscopio. "Un cine que abra la posibilidad de conocernos a nosotros mismos, de no estigmatizar, de crear. Se puede decir que es un cine humanamente más comprometido con nuestra propia comunidad". Un cine que nos refleja y nos pertenece en la medida en que se atreve a dirigir su cámara hacia un mundo más cercano de lo que podríamos suponer, mostrando la tragedia del ser humano en Rodrigo D. y la azarosa e incierta rutina de los muchachos que protagonizan La vendedora de rosas.

La aparente ficción de estas películas nos recuerda el material del que están hechos los sueños pero, sobre todo, las pesadillas de sus personajes. Trabajando con actores naturales, conociendo y comprendiendo sus vidas, haciendo de la cámara un ojo que observa y no desmiente el peso de la realidad que acompaña estos relatos, el método de Gaviria es libre y descubre, a través de ensayos y largas conversaciones con su equipo de producción, el universo del que provienen sus guiones y la puesta en escena de los mismos.

 

El filtro de la ficción hace de la violencia algo soportable en una pantalla de cine cuando es mostrada de forma inteligente y compasiva; permite comprender de una manera, tal vez más serena aunque sin negar el aspecto emocional, los motivos que condujeron a esa violencia. Pero los personajes y la realidad que se encuentran en el cine de Víctor Gaviria esperan tras el umbral del teatro. Y gracias a películas como estas podemos tener un mejor entendimiento de ese mundo al que siempre se abandona en el lado oscuro de la realidad.

El crítico Luis Alberto Alvarez, quien siguiera de cerca la evolución de Gaviria confiando en su talento y en su entrañable amistad, escribió alguna vez que su tendencia a la autenticidad documental era uno de sus rasgos creativos básicos. Para un espectador local es algo de fácil comprobación en cualquier calle del país. Para un espectador extranjero, aquellos que han invitado a Gaviria a la plataforma del Festival de Cannes, es el rasgo distintivo de un director que ha hecho de la muerte y de su riesgo el motivo de su historia y el impulso que las anima.

La vendedora de rosas y Rodrigo D. no son simplemente dos largometrajes que nos acercan a unos seres humanos vulnerables y sometidos a circunstancias que los rebasan; también se trata de historias necesarias en un país como el nuestro para entender que, más allá de una cifra o de un nombre extraviado en la desolación de una morgue, se encuentran las vidas frustradas de personajes que siempre pudieron dar mucho más de sí mismos, pero a los que el callejón sin salida en el que se encontraron les cerró todas sus posibilidades.