“Sácalos”. Afiche italiano que llama al enlistamiento y a los aportes para financiar la guerra, 1914. Colección Library of Congress, Washington.
Noviembre de 2014
Por :
Ricardo del Molino García, Doctor en humanidades, Universidad Carlos III de Madrid. Docente investigador, Programa de Historia, Facultad de Ciencias Sociales y Humanas, Universidad Externado de Colombia.

LA GUERRA A LA GRAN GUERRA

En la mayoría de las ocasiones que se diserta sobre la Primera Guerra Mundial se obvia que esta tuvo sus adversarios. Durante los cuatro años del conflicto, tanto en el seno de las potencias centrales como en el del bando de los aliados, numerosos hombres y mujeres sufrieron la persecución estatal y el rechazo social por su oposición a la conflagración. Independientemente de las razones que los motivaban, las voces de aquellos antimilitaristas fueron acalladas por la propaganda y la censura gubernamentales, sus acciones fueron reprimidas por la implacable justicia militar y sus posiciones éticas censuradas por sus conciudadanos. Hoy, aquellos defensores de la paz también deben ser reconocidos como una parte de la historia de la Primera Guerra Mundial y no debe caer en el olvido su valentía en la defensa de sus convicciones, más aun cuando algunos dieron su vida o su libertad al declararle la guerra a la Gran Guerra.

“Responde al llamado rápidamente”. Afiche inglés. Colección Library of Congress, Washington.

La oposición a la guerra en un contexto de guerra

La Primera Guerra Mundial fue una Guerra Total que se libró por tierra, mar y aire, en todos los continentes, con todos los recursos disponibles y en todos los frentes, incluida la retaguardia. La guerra invadió el espacio civil de los estados beligerantes como nunca antes había ocurrido, haciendo que en la práctica la totalidad de los aspectos políticos, económicos, sociales y culturales de las sociedades europeas mutaran hacia dinámicas bélicas. La mayoría de los agentes sociales y de la ciudadanía estuvo durante cuatro años en uniforme, lo que dificultó sobremanera cualquier postura antibélica, más aún cuando desde el mismo momento del estallido de la guerra, los estados advirtieron del beneficio de una retaguardia civil cohesionada, sin fisuras y sin voces contrarias a la contienda. Tal conveniencia se convirtió en una necesidad para la victoria cuando, a partir de 1915, la guerra se estancó y la esperanza de una guerra rápida se desvaneció en los dos bandos. Ante la previsión de un largo conflicto que exigiría enormes esfuerzos humanos, los estados beligerantes se percataron de que sin una movilización total de la retaguardia no habría victoria. En ese preciso momento, el espacio civil nacional se convertía en un frente interior en el que estaban en juego la política y la economía de guerra así como los recursos humanos necesarios para la victoria; en consecuencia, toda opinión o postura antimilitarista sería perseguida. Con tal fin, los estados potenciaron el control de los medios de comunicación y el uso de la propaganda masiva, al mismo tiempo que reprimían las acciones pacifistas a través de la justicia militar.
Los estados beligerantes libraron una guerra mediática y propagandística hacia dentro contra las opiniones de sus propios nacionales contrarias a la guerra por medio del control de los flujos de información (por ejemplo, de ello se ocuparon el Ministerio de Información en el Reino Unido o la Maison de la Presse en Francia) y la realización de programas de comunicación de masas dirigidos únicamente a la retaguardia. Todo ello con el propósito de reforzar el nacionalismo cohesionador, distraer a la opinión pública, evitar la desmoralización y mantener los altos niveles de reclutamiento necesarios para continuar en la guerra. El segundo medio utilizado por los estados para mantener una retaguardia cohesionada será coercitivo, principalmente, a través de la justicia militar, que provocó una multitud de condenas a prisión y ejecuciones bajo la acusación de espionaje, deserción, desobediencia, traición o cobardía.

 

Despedida de los veteranos. “Adiós muchacho. Solo quisiera ser suficientemente joven para ir contigo. ¡Enlístate ya!”. Afiche inglés, 1914. Colección Library of Congress, Washington.

 

La paz armada y la belle époque

La década y media que antecede a la Primera Guerra Mundial, denominada convencionalmente como Belle Époque, estuvo caracterizada por un militarismo en alza y un nacionalismo exacerbado que generó una cultura de la violencia en algunos ámbitos políticos, sociales e intelectuales, por ejemplo, el futurismo italiano liderado por Marinetti. Pese a ello, al mismo tiempo, manteniendo la tradición pacifista internacionalista decimonónica, desde finales del siglo xix se celebraron varios congresos en favor de la paz y de la resolución pacífica de conflictos entre naciones, razón por la que algunos autores han denominado el período como una paz armada. No en vano, en 1912, el socialismo europeo proclamó, en la Conferencia Internacional de Basilea, que el movimiento obrero sería capaz de evitar una posible guerra en Europa. Junto a estas iniciativas internacionales también operaron en favor del pacifismo los premios Nobel que, desde principios de siglo, reconocían los esfuerzos particulares de diversos ciudadanos europeos por la paz.
En clave nacional, y muy relacionados con el pensamiento pacifista internacionalista, algunos políticos socialistas, comunistas y anarquistas europeos levantaron sus voces durante la Belle Époque contra el auge del militarismo y del nacionalismo, como Karl Liebknecht y Rosa de Luxemburgo en Alemania, Keri Hardie en el Reino Unido, o Edouard Vaillant y Jean Jaurès en Francia. Este último denunció las guerras balcánicas de 1912–1913 y se opuso a la extensión de tres años del servicio militar obligatorio francés.
Tras el atentado mortal en Sarajevo contra el archiduque Francisco Fernando y su mujer, el 28 de junio de 1914, algunos de estos líderes encabezaron manifestaciones antibelicistas y pronunciaron discursos a favor de la desobediencia civil y la objeción de conciencia contra el belicismo imperialista. Sin embargo, estas posturas antimilitaristas provocaron un gran rechazo en las sociedades hipernacionalistas, llegando a límites insospechados como fue el asesinato del líder francés Jean Jaurès en París, solo tres días después de que Austria-Hungría declarara la guerra a Serbia. La conmoción por su muerte quedó opacada por el júbilo de los jóvenes europeos a favor de la guerra y por la fiebre patriota de todos los agentes sociales, incluidos los partidos de izquierda del continente que cerraban filas en torno a sus respectivos mandos militares bajo las Uniones Sagradas nacionales.

La guerra de movimientos

Horacio Kitchener (1850-1916), ministro de guerra británico.

 

A finales del verano de 1914, pocos eran los que predecían una larga guerra, sin embargo, tras la conquista de Bélgica y la batalla del Marne, el frente occidental se estabilizó y se inició una eterna guerra de trincheras. Fue entonces cuando el ministro de guerra británico Horacio Kitchener, uno de los pocos hombres que previeron una larga guerra, llevó a cabo una enorme operación propagandística de reclutamiento en previsión de una necesidad de soldados mayor a la prevista con el reclutamiento voluntario bajo el lema Britons wants you. Al mismo tiempo, se inauguraba en el Reino Unido la censura en los flujos de información entre el frente y la retaguardia y se iniciaba la presión político-social contra los opositores a la guerra; no en vano, a partir del otoño de 1914, acontecieron las primeras ejecuciones de desertores y espías. Estas acciones venían a fortalecer aún más la opinión pública británica propicia al enfrentamiento armado.

Britons wants you. Afiche con la imagen de Horacio Kitchener: “¡Únase a la armada de su país!, Dios salve al rey”, 1914.

 

“Para las mujeres de Gran Bretaña. Algunos de sus amigos se están rehusando. ¿Les gustaría probar su amor por su país persuadiéndolos a ir?” The Romwell Press, Strand, Londres. Poster del Comité Parlamentario de Reclutamiento de Londres, 1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

Cabe recordar que la práctica totalidad del pensamiento político del Reino Unido, incluidos los laboristas y los socialistas, así como buena parte de los intelectuales (entre ellos, H.G. Wells, Thomas Hardy o Chesterton), apoyaron la guerra contra Alemania. Por lo tanto, no debe extrañarnos que desde el mismo inicio de la guerra aparecieran organizaciones civiles en apoyo a los militares. Una de ellas, la fundada en agosto de 1914 por el almirante Charles Fitzgerald, arengaba a las damas inglesas a entregar plumas blancas, emblema de cobardía, a todos aquellos jóvenes ingleses que, con edad de estar en la guerra, pasearan por las calles en vez de estar enrolados en el ejército o combatiendo en el frente. Incluso, la feminista Christabel Pankhurst recorrió el país haciendo discursos de reclutamiento y manifestándose con sus seguidoras bajo pancartas con frases como Intern Them All (Encarcelarlos a todos) en evidente referencia a aquellos hombres que no se alistaban en el ejército.
Sin embargo, pese a la propaganda patriótica pro-reclutamiento, la censura de los medios y la presión social patriota, en el Reino Unido se inició una organizada lucha contra la guerra a través del movimiento de objeción de conciencia No Conscription Fellowship, fundado en noviembre de 1914.

Christabel Pankhurst, co-fundadora de la Unión Social y Política de Mujeres - WSPU. Fotografía de Bain News Service, 6 de diciembre de 1918. Colección Library of Congress, Washington.

En Francia, el patriotismo de la mayoría de los periódicos no hizo necesario un control estatal de la información tan férreo como el inglés. Sin embargo, en los tres primeros meses de guerra, el Estado francés conformó tribunales especiales de guerra y realizó las primeras ejecuciones de cobardes, traidores y desertores como escarmiento a los opositores a la guerra. Los casos de ejecutados como escarmiento o ejemplo fueron numerosos en el bando galo, llegándose a fusilar a algunos inocentes como medida de aviso a cobardes, traidores, desertores y objetores. Este fue el caso de los Mártires de Vingré que, una vez finalizada la contienda mundial, fueron rehabilitados.

Doctor Max Planck. Fotografía de Bain News Service, s.f. Colección Library of Congress, Washington.

 

Doctor Karl Liebknecht, ca. 1911. Colección Library of Congress, Washington.

 

Los imperios centrales también exigieron la cohesión social en su retaguardia a favor de la guerra. Socialistas, comunistas y anarquistas, alemanes, austriacos y húngaros, arrastrados por el nacionalismo, apoyaron a sus estados anteponiendo su nacionalidad a su clase y a sus ideas políticas internacionalistas. Incluso los intelectuales germanos, entre ellos algunos premios nobel, como el físico Max Planck, elaboraron en septiembre de 1914 el Manifiesto de los 93 donde se justificaba las acciones militares de Alemania, incluida la invasión de Bélgica. En la esfera política e intelectual alemana, solo unos pocos decidieron declarar la guerra a la guerra, así quedó demostrado cuando únicamente tres intelectuales, entre ellos Einstein, firmaron el Llamado a los europeos que G.F. Nicolai redactó en contra del Manifiesto de los 93 o cuando H. Hesse recibió numerosos anónimos y retiradas de afectos tras publicar, el 3 de noviembre de 1914, en el Neue Züricher Zeitung, un artículo antibélico. En el plano parlamentario, solo Karl Liebknecht votó el 3 de diciembre de 1914 contra los créditos a la guerra en el Parlamento alemán, rompiendo la disciplina del partido socialdemócrata.

Espías fusilados a las afueras de Reims. Fotografía de Agence de Presse Meurisse, París, 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

El balance de los primeros cuatro meses de guerra fue absolutamente desfavorable a aquellos que hicieron la guerra a la guerra en cualquiera de los dos bandos beligerantes. La propaganda, la censura, el apoyo de políticos e intelectuales, las primeras ejecuciones por escarmiento y una sociedad entusiasmada conformaron unas retaguardias civiles fuertemente hostiles hacia aquellos que se opusieron a la guerra.
 

“Seamos claros, Inglaterra! Austria y Serbia están en guerra. La naturaleza de los reclamos de Austria y la actitud de Serbia en lo concerniente a ellos indica que Serbia está en lo correcto. En ningún caso esto concierne a Gran Bretaña. Rusia e inclusive Francia pueden intervenir a favor de Serbia, Alemania e inclusive Italia a favor de Austria. En ese caso, ¿Qué debe hacer Gran Bretaña? Lo correcto a hacer se resume en dos palabras: NO INTERVENIR”. A continuación se explican las siete razones para no hacerlo. Publicado por War and Peace en 1914.

 

1915, El año de la verdad
 

Edith Cavell, enfermera británica ejecutada por el ejército alemán durante la Primera Guerra Mundial. Fotografía de Bain News Service, ca. 1910–1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

Foto Shutterstock

 

La proliferación de frentes militares, las nuevas armas y la alta mortalidad de la guerra de trincheras, provocaron en 1915 un aumento de recortes sociales y la demanda de un número mayor de ciudadanos dispuestos a convertirse en soldados. Estas circunstancias provocaron el establecimiento de una definitiva vinculación entre la retaguardia y la guerra, con consecuencias para aquellos que se oponían a la guerra.
Entre los aliados, el Reino Unido era el más necesitado de militares, por lo que aumentó la propaganda con el fin de engrosar el ejército de ciudadanos. Uno de los asuntos más mediáticos de toda la guerra, utilizado por los medios de comunicación británicos para alimentar el nacionalismo, fue el fusilamiento de la enfermera británica Edith Cavell por los alemanes en Bélgica. La cobertura de su ejecución fue tal que su caso se conoció en países neutrales como EE.UU. o Hispanoamérica, generando un clima antigermánico en la opinión pública internacional. En la retaguardia británica, en medio de este sentimiento antialemán, reforzado por los primeros bombardeos alemanes sobre Inglaterra con zeppelines, solo unos pocos se atrevían a declararse contrarios a la guerra, entre ellos Bernard Shaw y Bertrand Russell. Este último fue capaz de defender públicamente su oposición a la contienda a través de artículo La ética de la guerra. Su osadía le costó al aislamiento y desprecio social. Por su parte, Francia mantuvo la represión de cobardes, desertores y desobedientes en sus frentes, incluyendo nuevos casos de ejecuciones de inocentes como escarmiento, ese fue el caso de L. Bersot, fusilado simplemente por negarse a vestir unos pantalones militares ensangrentados.

Miss Cavell, fusilada por los alemanes en Bruselas, 12 de octubre de 1915. Litografía publicada en Société des
Etablts, Minot, París, ca. 1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

 

En las retaguardias de los imperios centrales también se oprimió a aquellos que clamaban contra la Gran Guerra. Alemania encarceló a líderes como Rosa de Luxemburgo y censuró las publicaciones antibélicas como las de Karl Liebknecht. Por su parte, Austria-Hungría, sumida en un relevo político del mando civil por el militar y condicionada por el problema de las nacionalidades, aumentó las detenciones de políticos pacifistas, en su mayoría checos (entre ellos el político Karel Kramár) acusándolos de elementos perjudiciales para la cohesión nacional.

Rosa Luxemburgo, Berlín, ca. 1907. Colección Rosa- Luxemburg-Stiftung, Berlín.

 

La novedad de 1915 radica en que el debate pacifista se instaló en EE.UU. y Suiza, entonces países neutrales. En el caso norteamericano, la opinión pública contraria a la entrada estadounidense en el conflicto europeo era mayoritaria hasta que en mayo el hundimiento del buque Lusitania por los alemanes, junto con el control de las noticias procedentes de Europa por Inglaterra, invierte la balanza. Respecto a Suiza, el país se convirtió en el principal refugio de intelectuales exiliados que combatían la guerra e incluso, en septiembre de 1915, el país helvético fue el escenario político de una reunión secreta de la izquierda socialista europea, la Conferencia de Zimmerwald, que fracasó al no poder restablecer el pacifismo obrero internacionalista.
 

1916, El hastío
 

Durante 1915 la oposición a la guerra se mantuvo muy limitada ya que los estados y la sociedad seguían volcados patrióticamente con sus soldados. Sin embargo, la crueldad, la duración y el aumento de esfuerzos económicos y humanos exigido durante 1916 hacen que la ciudadanía hastiada comience a escuchar las voces de aquellos que clamaban contra la guerra en la retaguardia.

Afiche alemán invitando a los habitantes de Altona a contribuir para la guerra, 18 de enero de 1916. Colección Library of Congress, Washington.

 

Escarapela Silver War Badge, para la retaguardia no uniformada.

 

La situación bélica en 1916, con las grandes ofensivas de Verdún y Somme, obliga al Reino Unido a aprobar una ley de servicio militar que pone punto final a la tradicional separación entre la sociedad civil y el ejército. De este modo, todos los hombres británicos de entre 18 y 41 años, a menos que tuvieran certificado de exención, fueron llamados a filas. Este hecho provocó un incremento de objetores de conciencia que fueron ocupados en actividades de apoyo logístico militar o de servicio social. No obstante, hubo objetores más radicales que se opusieron también a cualquier servicio o acción de retaguardia por lo que fueron condenados a trabajos forzados, encarcelados en prisiones militares o internados en campos de entrenamiento donde surgían todo tipo de vejaciones y malos tratos. Lo cierto es que ser objetor de conciencia en el Reino Unido en 1916 no era una opción fácil ni una posición cómoda socialmente, sino todo lo contrario. De hecho, aquellos hombres que se declaraban objetores debían soportar la humillación que les afligían los jueces militares durante el proceso judicial que determinaba su condición y el escarnio público de su comunidad. No ha de olvidarse que el clima social era absolutamente contrario a las posiciones antibélicas, más aún cuando el gobierno mantenía la censura sobre ese tipo de opiniones, fomentaba la propaganda militar y hacía públicas las ejecuciones de supuestos desertores como la de Harry Farr en 1916, quien fue fusilado por negarse a volver al frente. En consecuencia, la sociedad británica reaccionaba violentamente contra aquellos que no estaban dispuestos a sacrificar su vida por la patria. Una prueba de ello es que en 1916 el gobierno británico repartió una escarapela de metal, la Silver War Badge, entre aquellos hombres que no siendo desertores, ni cobardes, se encontraban en la retaguardia sin uniforme militar. La escarapela en sus solapas servía para diferenciarlos de objetores, pacifistas y traidores y así no ser objeto de los insultos de la población. Otro ejemplo de cómo la sociedad británica se mantuvo absolutamente represiva contra aquellos que le hacían la guerra a la guerra fue la expulsión de Bertrand Russel del Trinity College de la Universidad de Cambridge tras su sentencia a prisión por aconsejar a jóvenes sobre cómo evitar el servicio militar.

Un grupo de los objetores de conciencia al servicio militar durante la Primera Guerra Mundial en un campo de prisioneros, octubre de 1916. Liddle Collection, University of Leeds.

 

A diferencia de lo que ocurría en Europa, la sociedad australiana votó en un plebiscito en contra del reclutamiento obligatorio de sus jóvenes, otorgando así una salida digna a los objetores y antimilitaristas. Este fue un éxito sin precedentes en un mundo militarizado. Por el contrario, el neutral Estados Unidos tomaba otro rumbo en 1916 y, tanto el gobierno como la sociedad estadounidenses, poco a poco, se fue tornando más probélica. Por su parte, Suiza se consolidó como el principal espacio de los exiliados europeos que hacían la guerra a la guerra por medio de proclamas, artículos, ensayos o a través del arte. Así lo hizo el conocido Grupo de Zurich, quienes realizaron diferentes propuestas artísticas antibélicas, entre las que destaca el dadaísmo. Este movimiento artístico consiguió aquello en lo que fracasó la Conferencia de Zimmerwald un año antes, es decir, logró poner de acuerdo a personalidades de diferentes nacionalidades y de bandos en conflicto.

“¡Ve! Es tu deber muchacho. Únete hoy.” Impreso por David Allen & Sons Ld. Harrow, Middlesex. Afiche del Comité Parlamentario de Reclutamiento de Londres, 1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

 

La crisis de 1917 y el desenlace de 1918
 

El enorme costo de vidas en los frentes, las penurias de la población civil y la conciencia de que la guerra no concluiría pronto llevaron a las retaguardias y a los soldados del frente al desánimo en todos los países contendientes en 1917. Prueba de ello fue la oleada de huelgas en Gran Bretaña y en Francia (lideradas por Clovis Andrieu), los motines en el ejército francés o el aumento de las demandas nacionalistas en Austria-Hungría. Ni siquiera la entrada de EE.UU. en la guerra, que podría haber nivelado el ánimo tras la retirada de Rusia, provocada por la revolución, pudo levantar los ánimos. Es por ello que las filas de aquellos que se oponían a la guerra aumentaron poco a poco.

Mata Hari, el día en que fue arrestada, 13 de febrero de 1917.

 

Es en este contexto de desesperanza y hastío donde se produce el repunte de la censura de los medios de comunicación, la hiperexaltación de héroes nacionales (el caso del Barón Rojo en Alemania), la propaganda de ejecuciones de espías con el fin de transmitir la sensación de que la guerra también se libra en la retaguardia (el mediático ajusticiamiento de Mata Hari), la popularización de grandes mentiras sobre el bando contrario (el bulo de la fábrica de sebo alemana con los cadáveres de sus muertos) y las sucesivas declaraciones oficiales ante la opinión pública identificando a los antimilitaristas como simples cobardes o traidores. Además, junto a estas políticas informativas, los estados beligerantes pasan a reprimir muy duramente las manifestaciones pacifistas, como ocurrió en la ciudad italiana de Turín donde murieron decenas de manifestantes.
A pesar de esta reacción propagandística y violenta de los gobiernos, en 1917 se asiste a un fenómeno que no parece tener vuelta atrás: la mutación de muchos intelectuales desde posturas bélicas hacia el pacifismo o la objeción de conciencia. En el Reino Unido, fueron muy mediáticos los casos protagonizados por los jóvenes poetas que en otrora ensalzaron la guerra, pero que en 1917 se transforman en defensores de la paz, ese fue el caso de Wilfred Owen y Siegfried Sasoon (este último declarado demente y confinado en un hospital psiquiátrico por el mero hecho de negarse a volver al frente). En el bando de las potencias centrales, en Alemania, presenciamos una idéntica mutación en Sigfried Krakauer. Junto a ellos, y antes del desenlace de la guerra, otras personalidades levantaron su voz antimilitarista como el estadounidenses John Dewey, el poeta galés D. Gwenallt Jones o los exiliados R. Rolland y Stephan Zweig.
 

El pacifismo no ganó la guerra
 

Como conclusión general, cabe decir que la guerra no la ganaron quienes pelearon contra ella, pero sí obtuvieron victorias importantes. Por un lado, gracias a las voces de aquellos que se opusieron a la contienda se dio carta de naturaleza al debate antimilitarista y de la objeción de conciencia, posicionando a algunos sectores de la sociedad, como aconteció en Australia. Por otro lado, las tímidas acciones de aquellos hombres y mujeres, entonces tachados de cobardes o traidores, permitieron que se mantuviera viva la incipiente cultura de paz decimonónica a pesar del omnipresente aparato propagandístico estatal y de la censura social.

Finalmente, como tributo a aquellos objetores, antimilitaristas o simplemente hombres modernos que no se dejaron matar por una bandera, valga desde esta tribuna el reconocimiento de su valentía en un momento en el que ser pacifista fue un verdadero acto heroico.
 

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                         

Jean Jaurès

(Castres, 1859 – París, 1914)

Tres días después del inicio de la Gran Guerra, el 31 de julio de 1914, fue asesinado este socialista abanderado del movimiento pacifista previo al desenlace de los acontecimientos bélicos. Diez años atrás había fundado el periódico L’Humanité, actividad en la que sintetizó sus preocupaciones sociales nutridas por dos acontecimientos fundamentales: la huelga de Carmaux y el caso Dreyfuss en los que se cuestionaron aspectos esenciales de la democracia francesa, vinculados con el ideal de libertad, igualdad y fraternidad así como con el sentido de la justicia. Luego del asesinato del archiduque Francisco Fernando, Jaurès enfatizó su afán por el pacifismo internacional y condenó con vehemencia a los culpables de la situación pre-guerra: “la política colonial de Francia, la política hipócrita de Rusia y la brutal voluntad de Austria”. Invitó a los obreros a unirse en torno al pacifismo internacional que evitara la “horrible pesadilla” de la guerra, pero ese llamado le generó profunda animadversión entre los exaltados nacionalistas y uno de ellos, Raoul Villain, le propinó tres balazos cuando estaba en el Café du Croissant en la rue Montmartre de París.

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                  

Mata Hari

(Leeuwarden, 1876 – Vincennes, 1917)

La vida de Margaretha Geertruida Zelle (Mata Hari) se encuentra llena de misterios, confusiones y contradicciones. No hay certeza sobre su real y efectivo papel como espía para los alemanes durante la guerra, pero su juicio y ejecución en Francia causó un importante efecto mediático. Sus encantos de bailarina exótica le permitieron acceder a numerosos oficiales franceses y por esa vía a posible información restringida que supuestamente transmitía a los alemanes. También se decía que espiaba al embajador de Alemania en Madrid, ejerciendo de doble agente para lograr así los ingresos que le permitieran mantener el nivel de vida al que había llegado en la pre-guerra luego de su paso por Java y de su instalación en París como famosa bailarina. Es siempre recordado que le envió un beso al pelotón de fusilamiento y que solo cuatro de los disparos hechos por los doce soldados impactaron su cuerpo. Esta mujer es muestra marginal, pero simbólica del espionaje durante la Primera Guerra Mundial, que se hizo también por caminos más sofisticados.

 

 

 

 

Bibliografía

Ferro, Marc. La Gran Guerra. (1914-1918). Madrid, Alianza, 1999.

Fussell, Paul. La Gran Guerra y la memoria moderna. Madrid, Turner, 2006.
Gilbert, Martin. La Primera Guerra Mundial. Madrid, La Esfera, 2004.
MacMillan, Margaret. 1914. De la paz a la guerra. Madrid, Turner, 2013.
Nieberg, Michael S. La Gran Guerra. Una historia global (1914-1918). Barcelona, Paidós, 2006.

Rerefencias

1 Según Marc Ferro, la intoxicación informativa fue mucho mayor en la retaguardia de los países aliados que en la de los imperios centrales.

2 En 1903, el británico William Randal Cremer recibió el Nobel por su trabajo en el arbitraje internacional y, particularmente, por el pacto anglo-americano; en 1905, la austriaca Bertha Felicitas Sophie, recibió el galardón por su pacifismo ético; en 1906, el estadounidense Theodore Roosevelt por sus negociaciones en el fin de la guerra rusojaponesa; en 1907 se reconoció la militancia pacifista del italiano Ernesto Teodoro Moneta; en 1911 el colaborador de Bertha von Suttner, Alfred Hermann Fried fue distinguido con el Nobel de la Paz por la fundación, en 1892, de la Sociedad Alemana por la Paz.

3 Thomas James Highgate, de 19 años, fue el primer ejecutado por deserción el 8 de septiembre de 1914. Dos meses más tarde, en noviembre, se ejecutó al primer espía alemán, Carl Hans Lody, en la torre de Londres. Desde 1741 no se ajusticiaba a nadie en el mítico lugar.

4 Es necesario advertir que Bertrand Russell no era contrario a todas las guerras sino a esta en particular.

5 Las noticias sobre la guerra llegaban a EE.UU. a través de un único cable transatlántico inglés.