Panóptico de Bogotá
Agosto de 2016
Por :
Credencial Historia

LA CUARTILLA DEL LECTOR EDICIÓN 216

Durante la Guerra de los Mil Días (1899-1903) el abogado, poeta, periodista y notable hombre público Adolfo León Gómez (Pasca, 1857 – Agua de Dios, 1927), pasó un tiempo como preso político en el Panóptico de Bogotá -hoy Museo Nacional- , lugar donde cientos de presos de esa naturaleza permanecieron en las más deplorables condiciones. En sus memorias de aquel presidio dejó un testimonio sobre las torturas a las que eran sometidos los reclusos, relato enviado por nuestro lector Rodrigo Rojas:

"Casi no había noche que unos gritos espantosos, mezclados con maldiciones y alaridos de dolor, no viniesen a aumentar el malestar general y a acabarnos de quitar el sueño. Esos gemidos los daban los pobres presos a quienes, por insignificante falta suya o por cualquier abuso de los capataces, ponían en el cepo.

Era este un suplicio tan bárbaro, que aun a los hombres más esforzados y valientes hacía gritar y llorar, como lo presenciamos muchas veces. Y no era para menos, porque consistía en dos maderos paralelos colocados horizontalmente sobre dos postes verticales, a cierta altura del suelo. En esos maderos había agujeros para meter los pies del preso, que quedaba colgando con la cabeza contra los ladrillos. Al cuarto de hora de ese tormento, ya tenía llagas en las espinillas y la sangre agolpada en la cabeza, y sufría tanto que le era imposible contener los gritos. …

Otro tormento verdaderamente salvaje que vi en el Panóptico, es la picota. Esta es un botalón o poste de hierro clavado en la mitad de un patio, a flor de tierra. De la cabeza de este poste salen tres gruesas cadenas de hierro, y una de éstas la remachaba un herrero sobre el tobillo del preso, que permanecía allí, según su falta o la crueldad de sus verdugos, un día o dos, o tres o más, con sus noches, a la intemperie, girando alrededor del poste con desesperación horrible y satisfaciendo en el mismo lugar sus necesidades corporales.

Calcúlese lo terrible que será pasar una noche entera, con el frío glacial del Panóptico, en la mitad del patio, sin cama, sin abrigo y quizá con hambre! Imagínese aguantar sobre el desabrigado cuerpo un aguacero, y luego el viento y el sereno helado de las noches de verano, y al día siguiente, por horas enteras, un sol de fuego! ...

El mico, tormento no tan terrible como el cepo y la picota, pero más humillante y ridículo, consistía en un gran trozo de madera, que por medio de una gruesa cadena de hierro ataban sobre el tobillo del paciente, quien se veía forzado a permanecer en un solo sitio o a cargar su mico por dondequiera que iba, pues no era fácil ni cómodo arrastrarlo. Los condenados a sufrir el mico hacían una figura grotesca llevando en brazos, como a un niño enfermo, a todas horas y por todas partes, su inseparable y pesado compañero.

La guillotina era un corbatín de hierro, como de unos tres dedos de ancho, que aplicaban al cuello del preso, cerrándolo con un pequeño candado que se colocaba en dos argollitas de hierro pegadas al corbatín en la parte que quedaba en la nuca del paciente. De uno de los lados del corbatín pendía una cadena que remachaban al grillete del pie del preso, dejándola corta para que éste tuviese que andar ridículamente inclinado y en una posición al rato intolerable.

Los grillos y las cadenas eran, como vulgarmente dicen, pan y carne. Por el menor motivo, por cualquier delación, por causas ignoradas de los presos y solo sabidas de los capataces y polizontes, se veía de un momento a otro con grillos y cadenas al que un rato antes parecía ser el más inocente de los políticos. …

Un tormento terrible son los solitarios. Estos son cuatro calabozos oscurísimos, como de tres metros por lado, situados en el centro de la cruz que forma el edificio, en la mitad del Panóptico; donde continuamente se oye el estridente crujido de las cadenas y verjas de los Rastrillos, el inaguantable alboroto que en las puertas de éstos forma la multitud de presos agolpados siempre allí, y las voces de los centinelas”.

Adolfo León Gómez. Secretos del Panóptico. Imprenta de M. Rivas & C.a. Bogotá, 1905. pgs 76-82.