El Paraiso perdido, Jhon Milton
Agosto de 2016
Por :
Credencial Historia

LA CUARTILLA DEL LECTOR, EDICIÓN 214

El encuentro del niño José María Quijano Wallis, nacido en Popayán en 1847, con el célebre General José María Obando (1795-1861) constituye un significativo relato de la imagen que se formaban las juventudes sobre los dirigentes políticos de bandos diferentes a los de su familia. Quijano Wallis llegaría luego a ser un destacado jurista, político y diplomático que dejó en sus Memorias el testimonio de tan patético encuentro, enviado por la lectora de Credencial Historia Natalia León Soler:

"Uno de los recuerdos más interesantes de mi infancia se relaciona con el célebre General José María Obando, … ídolo de los unos, objeto de execración y odio de los otros, capitán denodado y hábil para éstos; guerrillero cruel e ignorante para aquellos. …Fue el caudillo más seductor y prestigioso de las masas populares, el hombre público que ocupó en su país la más alta posición política y militar durante cuarenta años y el que con mayor valor y entereza sufrió durante su agitada vida las más bruscas vicisitudes, y el modelo de hombre de hogar y de buen ciudadano.

Siendo muy niño conocí al General Obando en circunstancias casi trágicas para mi espíritu infantil, como paso a referirlo. …Mi padre, mi madre y hasta mi abuela, estaban afiliados en el bando conservador, del cual era mi padre una de las figuras sobresalientes. Siendo pues mi familia netamente conservadora, y dada la vehemencia de las pasiones políticas de aquella época, y especialmente bajo la atmósfera del cauca, caldeada por las revoluciones, fácil es comprender por qué se odiaba y execraba tanto en mi casa el nombre del General José María Obando, caudillo prestigioso del bando liberal, a quien se rodeaba de una fama terrible y siniestra. Así pues, desde que tuve discernimiento, oía decir que el General “Obando era un monstruo de iniquidad, un aborto del infierno, el tigre de Berruecos, (porque se le atribuía el asesinato del Mariscal de Ayacucho), que degollaba a todas las personas que encontraba en su camino de sangre y exterminio, hasta el punto de comerse los niños crudos”.

Aterrado con este macábrico fantasma, más de una vez en mis pesadillas infantiles ví al General Obando ( a quien no conocía) en forma de un monstruo o dragón infernal que trataba de regalarse con mis tiernas carnes de niño.

Hallándonos algún día, a eso de las tres de la tarde, reunidos en el comedor de Río Blanco, mis tíos, Dr. Wallis y Dña. Cornelio Obando, con mis hermanos mayores, un amigo de las vecindades, mi primo Juan y yo, oímos el ruido que hacían las herraduras de un caballo sobre las baldosas del patio. Pocos momentos después anunció la criada que acababa de llegar el General Obando, … Al destacarse en la puerta la gallarda figura del General, mis tíos, (su yerno e hija) se apresuraron a recibirle en sus brazos y a instalarlo en la cabecera de la mesa.

Dados los antecedentes que dejo referidos, fácil es comprender el terror que de mí se apoderaría al persuadirme que el hombre que acababa de llegar era el General Obando, el fantasma de mis terrores nocturnos. Por fortuna, como yo estaba sentado en el extremo de la mesa, me hallaba lejos del monstruo. Durante el tiempo de la comida lanzaba yo miradas de soslayo para conocerlo y rezaba en secreto cuantas oraciones me había enseñado mi madre para impetrar la protección de la Virgen contra las tendencias canibalescas que, contra mi, pudiera tener el General.

Casi al terminar la comida, sentí como si un rayo hubiera caído sobre mí cuando el General Obando, después de las expansiones de familia y de algún relato que supongo sería interesante, le preguntó a mi tío señalándome: “¿Quién es ese niño tan simpático que está sentado en la punta de la mesa?”. Ignoro lo que le contestó mi tío porque el terror invadió todos mis sentidos y no sé como no caí desmayado, ni como pasé esa noche horrible, encerrado en mi pequeño cuarto.

Para celebrar la visita del General Obando, mi tío resolvió hacer al día siguiente, una gran cacería de siervos en el bosque principal de la hacienda. …La cacería, dirigida como era natural por el General Obando, debió tener todos los caracteres de una gran batalla. …A mi se me destinó a una pequeña colina con el viejo perro que llamaban de laja, porque tanto por mi tierna edad como por ignorar el manejo de la escopeta, no podía prestar otro servicio en la cacería. Siendo tan pasiva mi labor, resolví desmontarme, atar a un árbol la yegüita y recostarme sobre su tronco. Casi inmediatamente un profundo sueño se apoderó de mí…. Presa me hallaba de una terrible pesadilla relacionada con el General Obando, cuando sentí que alguien ponía la mano sobre mi hombro. Desperté sobresaltado y me encontré frente a frente y a solas con el terrible monstruo de mi pesadilla. Aterrado con la idea de que la fiera venía a devorarme, caí de rodillas delante de él y, con lágrimas en los ojos, juntas mis manos temblorosas en señal de súplica, con la voz balbuciente, le dije: “no me mate, no me mate, Señor, por Dios se lo pido; yo no le he hecho ningún mal; yo soy un pobre niño y si Ud. me come, mi mamá se morirá de pena”.

Nunca olvidaré la impresión de pesar que, en el rostro marcial del General Obando, hicieron mi actitud y mis súplicas. “Hijo mío, me dijo, muy emocionado, yo no soy un hombre malo como acaso se lo han dicho ni yo he hecho mal a nadie, ni lo haré nunca; por el contrario, siempre he hecho todo el bien que he podido hacer. Desde ayer que lo conocí, mi hijito, me fue Ud. muy simpático y, aprovechando un momento de descanso en la cacería mientras los perros levantan otro venado, he venido a buscarlo para acariciarlo, porque yo quiero mucho a los niños, y para hacerle un regalito. Mire, agregó, esa brida de su yegua está muy fea y dañada. Voy a cambiársela por una preciosa de cerda de diversos colores que trabajan los Indios del Andaquí… Agregando el hecho a las palabras, hizo el cambio en el cabestro de la montura. Luego, sacando de su bolsillo una cajita formada por cortezas de árbol, traigo, dijo, estos dulcecitos de panela y leche, que son exquisitos y fabrican los timbianos. Tómalos, añadió, cambiando de tratamiento, para que en tus labios hagan desaparecer las amarguras contra mí con que te ha amamantado la saña cruel de mis enemigos”. No pasó por mi imaginación infantil la idea de que el General quisiera envenenarme. …El General Obando estaba dotado por la naturaleza de un atractivo tal y de un poder tan grande de seducción, a los cuales sin duda debió su prestigio y su inmensa popularidad, que era imposible conocerle y tratarle sin quererle con devoción y entusiasmo…”

José María Quijano Wallis. Memorias autobiográficas, histórico-políticas y de carácter social. Grottaferrata. Tipografia Italo-Orientale, 1919. pgs 49-52.