Gabriel García Márquez. Fotografía de Gabriel Carvajal Pérez, s.f. Colección Biblioteca Pública Piloto de Medellín. Reg. BPP-F-019-0162
Marzo de 2014
Por :
Nicolás Pernett. Maestría en literatura y cultura, Instituto Caro y Cuervo. Historiador, Universidad Nacional de Colombia. Investigador. Archivo de Bogotá.

EL RÍO DE LA VIDA: EL MAGDALENA EN LA OBRA DE GABRIEL GARCÍA MÁRQUEZ

Portadas de los libros de Gabriel García Márquez, Cien años de soledad. Buenos Aires, Editorial Suramericana, 1968. El general en su laberinto. Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1989. El amor en los tiempos del cólera. Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1994.

 

Cuando Mario Vargas Llosa hizo su exhaustivo análisis de la obra de Gabriel García Márquez en García Márquez: historia de un deicidio (1971), identificó dos escenarios principales en la obra del autor colombiano. Uno era “el pueblo”, un agreste poblado ribereño, oprimido por la violencia política, en donde se desarrollan ficciones como El coronel no tiene quien le escriba (1957) y La mala hora (1962). El otro era el famoso Macondo, caracterizado por lo fantástico y desmesurado, e igualmente condenado por los fracasos históricos, que alcanzó su máximo desarrollo y postrera destrucción en Cien años de soledad (1967). En la década de los ochenta, García Márquez añadiría un nuevo escenario a su universo novelado, esta vez uno plenamente real de la geografía nacional: el río Grande de la Magdalena, que aparece y es protagonista en sus novelas El amor en los tiempos del cólera (1985) y El general en su laberinto (1989).

El bajo Magdalena. En Cortés, Santiago, Historia natural y paisajes de la Guajíra, Región del Catatumbo y del Páramo de Tamá. Bogotá, Manuscrito, 1900. Colección Banco de la República.

 

El río Magdalena no era desconocido para García Márquez, quien lo recorrió varias veces en su época de estudiante, yendo y viniendo de su internado en Zipaquirá, a más de dos mil metros por encima de su natal Aracataca. Estos viajes fueron narrados en sus memorias Vivir para contarla (2002) como una experiencia dichosa, con parrandas interminables a bordo de los buques repletos de estudiantes y con un paisaje inacabable de animales y plantas bordeando el recorrido. Desde el primer viaje que realizó en 1943, a bordo del famoso buque David Arango, embarcación insigne de la naviera colombiana, García Márquez quedó fascinado con la palpitante vida que se desplegaba en la arteria fluvial de Colombia. Muchos años después escribiría: “por lo único que quisiera volver a ser niño es para gozar de aquel viaje”.

Macondo. Hombres del petróleo. Río Magdalena, Colombia. Fotografía de Leo Matiz, ca. 1950. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 7671. Fundación Leo Matiz No. 011391-N.

 

Después de haber agotado el mundo de Macondo y de ganar el Premio Nobel de Literatura en 1982, García Márquez haría del río Magdalena un espacio del olvido y el amor, de la violencia y la esperanza, en su novela El amor en los tiempos del cólera. En ella, su protagonista, Florentino Ariza, emprende un primer viaje por este río a finales del siglo XIX para olvidar el desaire de Fermina Daza y reponerse de las penas del corazón lejos de su costa natal. El buque en el que viaja es uno de los que se hicieron comunes en la navegación de vapor de mediados del siglo XIX, con varios pisos de camarotes y una rueda en la popa movilizada por la fuerza de las máquinas alimentadas por los árboles talados en la propia ribera. Comandado por uno de los capitanes, que en la obra de García Márquez son siempre sabios y justos, la embarcación se ve sometida a las veleidades del río, que sube y baja, se arremolina o se hace uniforme, de acuerdo con la temporada del año y con los accidentes del trayecto. En la novela, el buque pertenece a la Compañía Fluvial del Caribe, cifra literaria de las grandes empresas que dominaron en Colombia la navegación por el Magdalena durante los siglos XIX y XX, como la Compañía Unida de Vapores del Magdalena o la Colombia Railways and Navigation Co.

Zona bananera. Río Magdalena, Colombia. Fotografía de Leo Matiz, ca. 1939. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 7681. Fundación Leo Matiz No. 011499-N.

 

En este recorrido, Florentino Ariza se alcanza a emocionar, al igual que el joven García Márquez, “viendo los caimanes inmóviles asoleándose en los playones con las fauces abiertas para atrapar mariposas, viendo las bandadas de garzas asustadas que se alzaban de pronto en los pantanos, los manatíes que amamantaban sus crías con sus grandes tetas maternales y sorprendían a los pasajeros con sus llantos de mujer” (196). Nostalgia y deslumbramiento por el mundo se combinan en este viaje de Florentino Ariza, quien, en lugar de terminar como telegrafista desengañado en un pueblo del interior, conoce el amor sexual con una de las pasajeras anónimas y, finalmente, decide volver a su ciudad natal a esperar el amor eterno de Fermina Daza.

Sobre para pago de jornales de la carrera Santa Marta-Río Magdalena (sector Ciénaga- Fundación). Anónimo, 1932. Colección Museo Nacional de Colombia. Reg. 7403

 

Mientras espera a Fermina, Florentino Ariza continúa trabajando en la Compañía Fluvial del Caribe, donde conoce de cerca los avatares de la navegación fluvial durante los siglos XIX y XX: desde las empresas desdichadas del histórico precursor alemán Juan Bernardo Elbers, quien introdujo la navegación a vapor por el Magdalena durante las guerras de independencia y recibió –y poco después perdió– el monopolio del transporte fluvial en los albores de la República, hasta el peligro que significó para los buques ser desplazados a comienzos del siglo XX por los hidroaviones que empezaron a ser más atractivos para la carga y los pasajeros.

En la valoración literaria que García Márquez hace de la navegación por el río Magdalena es constante la alusión al debate sobre la conveniencia de la concesión de privilegios para monopolizar el transporte por este que se le dio a Elbers y que luego otros volverían a solicitar. A pesar de la simpatía que muestra el autor por el precursor alemán, tanto para Florentino Ariza en El amor en los tiempos del cólera, como para el Bolívar de El general en su laberinto, los privilegios fueron perjudiciales para el desarrollo de la navegación y solo beneficiaron a empresarios extranjeros.

Pero lo que aparece en la literatura garciamarquiana como el legado más triste del siglo glorioso de los vapores por el río Magdalena fue el devastador efecto ecológico que estos tuvieron sobre la flora y la fauna. Ya en el viaje del Bolívar de El general en su laberinto, escenificado en 1830, este alcanza a ver “los primeros destrozos hechos por las tripulaciones de los buques de vapor para alimentar las calderas”. Lo que lo lleva a decir: “Los peces tendrán que aprender a caminar sobre la tierra porque las aguas se acabarán” (97). También, en el viaje en el que logran cumplir su amor los protagonistas de El amor en los tiempos del cólera, un siglo después del viaje del general, los destrozos ya están por todas partes y por ninguna se ve la riqueza natural de otro tiempo: “En lugar de la algarabía de los loros y el escándalo de los micos invisibles que en otro tiempo aumentaban el bochorno del mediodía, solo quedaba el vasto silencio de la tierra arrasada”. El río había muerto “cuando los caimanes se comieron la última mariposa, y se acabaron los manatíes maternales, se acabaron los loros, los micos, los pueblos: se acabó todo” (459).

A pesar de esto, Fermina Daza y Florentino Ariza logran disfrutar su unión en un río que vuelve a ser idílico por la fuerza del amor, que en la obra de García Márquez suele ser la única que se le puede interponer a los desastres inevitables del tiempo. Los ancianos reencontrados se embarcan al final de la novela en un romance crepuscular, a bordo de un buque que recorre un río Magdalena que volvía a ser un lugar de ensueño, como antes lo fue, y que se convertía en un recorrido apacible y amable, como nunca
lo fue. Sin importarles los cadáveres de las interminables guerras civiles que todavía bajaban por él, o las alimañas legendarias que hacían la pesadilla de los viajeros decimonónicos, el río se convierte en el lugar donde los protagonistas pueden volver a empezar, cuando supuestamente ya estaban al borde de la muerte.

También en El general en su laberinto el Magdalena es el escenario en el que un derrotado y envejecido Simón Bolívar da muestras de que todavía hay vida y proyectos por realizar en su desgastado corazón, y casi hasta el final se le ve planeando posibles estrategias para retomar el poder y realizar su sueño de unión americana, a pesar de que la vida se le escurre entre las manos.

Sin embargo, y a pesar de que Fermina Daza y Florentino Ariza sueñan con seguir realizando su viaje de amor de arriba a abajo por el Magdalena durante “toda la vida”, la muerte parece estar acechando pocas páginas después del final del libro; para ellos y para el río. En El general en su laberinto, la muerte de Bolívar pone fin a los sueños políticos del general y también, de alguna manera, significa la derrota final del propio río en el que Fermina y Florentino soñaron con revivir las aguas muertas a punta de amor y en el que el Libertador soñó con un renacimiento de entre las cenizas. En 2002, en sus memorias, García Márquez corrobora finalmente la destrucción anunciada que ya había trabajado en sus novelas y que ahora ni el amor parece poder revertir: “Hoy el río Magdalena está muerto, con sus aguas podridas y sus animales extinguidos. Los trabajos de recuperación de que tanto han hablado los gobiernos sucesivos que nada han hecho, requerirían la siembra técnica de unos sesenta millones de árboles en un noventa por ciento de las tierras de propiedad privada, cuyos dueños tendrían que renunciar por el solo amor a la patria al noventa por ciento de sus ingresos actuales” (216).

Uno de los temas más recurrentes en toda la obra de Gabriel García Márquez es la decadencia y muerte del mundo y los personajes sobre los que escribe, ya sean sus avejentados coroneles y bíblicas matriarcas, o la destrucción de pueblos como Macondo, que poco a poco van decayendo hasta que son arrasados por un viento apocalíptico. Pero en el caso de las novelas escenificadas en el real e histórico río Magdalena, el final de este mundo se hace más angustiante y doloroso, pues se trata de una destrucción que se puede corroborar año tras año y que García Márquez hace sentir en su narrativa como la despedida para siempre de un lugar asociado a las nostalgias del amor y al descubrimiento del mundo que lo deslumbraron en su juventud.

Fragmento de El amor en los tiempos del cólera

“Navegaban muy despacio por un río sin orillas que se dispersaba entre playones áridos hasta el horizonte. Pero al contrario de las aguas turbias de la desembocadura, aquellas eran lentas y diáfanas, y tenían un resplandor de metal bajo el sol despiadado. Fermina Daza tuvo la impresión de que era un delta poblado de islas de arena. 

—Es lo poco que nos va quedando del río –le dijo el capitán. 

Florentino Ariza, en efecto, estaba sorprendido de los cambios, y lo estaría más al día siguiente, cuando la navegación se hizo más difícil, y se dio cuenta de que el río padre de La Magdalena, uno de los grandes del mundo, era solo una ilusión de la memoria. El capitán Samaritano les explicó cómo la deforestación irracional había acabado con el río en cincuenta años: las calderas de los buques habían devorado la selva enmarañada de árboles colosales que Florentino Ariza sintió como una opresión en su primer viaje. Fermina Daza no vería los animales de sus sueños: los cazadores de pieles de las tenerías de Nueva Orleans habían exterminado los caimanes que se hacían los muertos con las fauces abiertas durante horas y horas en los barrancos de la orilla para sorprender a las mariposas, los loros con sus algarabías y los micos con sus gritos de locos se habían ido muriendo a medida que se les acababan las frondas, lo manatíes de grandes tetas de madres que amamantaban a sus crías y lloraban con voces de mujer desolada en los playones eran una especie extinguida por las balas
blindadas de los cazadores de placer” (450).

 

Bibliografía

García Márquez, Gabriel. El amor en los tiempos del cólera. Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1985.

García Márquez, Gabriel. El general en su laberinto.Bogotá, Editorial Oveja Negra, 1989.

García Márquez, Gabriel. Vivir para contarla. Madrid, Grupo Editorial Random House Mondadori, 2002.

Vargas Llosa, Mario. García Márquez: historia de un deicidio. Barcelona, Barral Editores, 1971.