Septiembre de 2016
Por :
Enrique Santos Molano

EL QUINQUENIO DE LA MODERNIZACIÓN

Los árboles de “la dictadura” han ocultado el bosque frondoso de progreso y de paz que hubo en la administración Reyes.

Rafael Reyes ganó de cuerpo ausente las elecciones presidenciales. Cuando su candidatura, como conservador, fue proclamada por el Partido Liberal, Reyes se encontraba en París, donde desempeñaba el cargo de Ministro Plenipotenciario de Colombia en Francia. El Partido Conservador no apoyó la candidatura del general Reyes y prefirió lanzar la del general Joaquín F. Vélez. Los liberales uribistas, y algunas personalidades conservadoras a título propio, entraron de lleno en la campaña a favor del general Reyes. Los liberales antiuribistas no se opusieron a Reyes, pero se mantuvieron pasivos. Reyes barrió en Bogotá, mientras que en el resto del país la competencia con el general Vélez fue reñida, y el largo escrutinio hecho por las Asambleas Electorales entre enero y abril de 1904, en el que los dos candidatos iban cabeza a cabeza, acabó por dividir y exasperar al conservatismo. 

Puesta la decisión en manos del Gran jurado Electoral, se reiteró por el Directorio Liberal, el 28 de mayo, el respaldo indeclinable a la candidatura del general Rafael Reyes. El 4 de julio, el Gran Jurado Electoral proclamó a Rafael Reyes como presidente electo de Colombia para el sexenio de 1904-1910, sin que faltaran las protestas de los conservadores velistas contra un supuesto fraude, ni dejaran de sostener los liberales que con Rafael Reyes se iniciaría en Colombia una nueva era que estaría marcada por la consolidación de la paz y avances colosales en el progreso material de la nación. Una de las primeras señales del talante de su Gobierno fue el nombramiento del general Euclides de Angulo como “lector de periódicos” con el propósito de rendirle al presidente cuenta diaria y detallada de las críticas que, hechas por la prensa nacional, sirvieran para corregir errores y mejorar de continuo la administración.
 

La subversión en marcha 

Reyes tomó posesión de la presidencia el 7 de agosto de 1904 y nombró un gabinete paritario: Bonifacio Vélez, Ministro de Gobierno, conservador; Diego de Castro, de Guerra, liberal; Jorge Holguín, de hacienda, conservador; Enrique Cortés, de Relaciones Exteriores, liberal; Carlos Cuervo Márquez, de Instrucción Pública, conservador; y Lucas caballero, del Tesoro, liberal. Como el conservador Jorge Holguín se excusó de aceptar, pasó al ministerio de hacienda el liberal Lucas Caballero, y se nombró en el del Tesoro al conservador Guillermo Torres. Con independencia del bando político al que pertenecieran, Reyes había escogido a seis de los colombianos más aptos para ayudarlo a gobernar el país en un momento en que se desataba una crisis económica mundial y Colombia comenzaba a resentir los estragos de la guerra de los mil días y de la pérdida de Panamá.

Había un núcleo conservador decidido a no aceptar que los liberales, derrotados en la guerra –aun cuando la Paz del Wisconsin estableció que no había vencedores ni vencidos—pasaran a ocupar la mitad del poder. Reyes fue declarado traidor a su partido. El primer aviso de cómo pensaban jugar los opositores al Gobierno del héroe de Enciso, lo marcó el atentado a bala del 17 de agosto, a diez días de iniciada la administración, contra el ex ministro de Gobierno, Esteban Jaramillo, conservador de los que apoyaban a Reyes.

A finales de año, en noviembre, Rafael Uribe Uribe manifestó que, como vía para solucionar sus graves problemas humanos, Colombia debería ensayar el socialismo, propuesta que levantó violentas críticas tanto de los conservadores como de los liberales anti uribistas, y mirada con simpatía por el Presidente de la República. La negativa de Reyes a romper con el liberalismo como rechazo a las inclinaciones socialistas de Uribe Uribe, provocó que el conservatismo declarara, el 6 de diciembre, su oposición oficial al Gobierno, a lo cual el liberalismo respondió el 10 que apoyaba a Reyes y que tenía completa confianza en su administración. En los días siguientes se enrareció el ambiente con la circulación de una hoja titulada Explicación necesaria, cuyos firmantes fueron detenidos el 22 de diciembre por considerarse que incitaban a la subversión, y se “desterró” al Congreso. Acaso por no compartir esa medida, renunció el 24 el liberal Lucas Caballero al ministerio de hacienda y fue reemplazado por el liberal Pedro Antonio Molina. El mismo día el Presidente Reyes le escribió al arzobispo de Bogotá, monseñor Bernardo Herrera Restrepo para explicarle la gravedad de la situación. No obstante el 7 de enero Reyes expidió una circular en que ordenaba estricto respeto a las garantías de los ciudadanos y el 8 anunció que estaba conjurada la subversión y que se había conservado la paz pública.

La Reforma Constitucional y la Junta de Gobernadores

Desde enero de 1904 se principió a reclamar en todo el país la reforma de la Constitución para adaptarla a las nuevas exigencias de la República y enmendar algunos defectos que hacían inadecuada la carta del 86. Uno de los partidarios de esa reforma lo era el presidente Reyes, y la razón principal que tuvo para cerrar el Congreso fue la necesidad de una Asamblea Nacional Constituyente, finalidad que cumplió el 1o. de febrero de 1905. La Constituyente inició sus sesiones el 15 de marzo. “En nombre de la patria –dijo el Presidente Reyes—declaro abiertas las sesiones de la Asamblea Nacional Constituyente y Legislativa”, en la que participaban delegados de los ocho departamentos. La Asamblea sesionó entre el 16 de marzo y el 30 de abril, y en ese mes y medio renovó la legislación, para dotar al Gobierno de mecanismos económicos y jurídicos ágiles, y efectuó una reforma profunda a la Constitución, sobre todo en materia de descentralización administrativa y creación de nuevos departamentos y el estatus de Distrito Capital para Bogotá.

A la par con la Asamblea nacional Constituyente el presidente Reyes reunió en Bogotá, por primera vez en la historia del país, una Junta de Gobernadores, que se instaló el 10 de marzo en el palacio de San Carlos. Ante ella rindió el Jefe del Estado un informe pormenorizado de su gestión administrativa y encomendó a los gobernadores que se desplazaran por las distintas regiones de sus departamentos para conocer de primera mano las necesidades de las provincias y proceder a adoptar las soluciones adecuadas, en cuya gestión tendrían pleno respaldo del Gobierno nacional. De 1905 a 1908 los gobernadores permanecieron pocos días en sus despachos y recorrieron sus departamentos palmo a palmo, lo que redundó en un extraordinario renacimiento de la provincia colombiana.

El atentado

Las medidas contra los subversivos de 1904 no amilanaron a los partidarios de derrocar al gobierno de Reyes a como diera lugar. Los liberales librecambistas, ardidos por las medidas proteccionistas de Reyes, se unieron a los conservadores para actuar de manera ilegal contra Reyes. Antonio José Restrepo, revolucionario de oficio cuando no tenía chanfa en que ocuparse, y otros seis ciudadanos, fueron detenidos y confinados en Orocué por dos meses. Ante la posibilidad de que los liberales de la frontera con Venezuela sintieran tentaciones subversivas, Reyes nombró jefe militar de la frontera en el Táchira al general Benjamín Herrera, que marchó a Cúcuta a encargarse de la situación, Entre tanto, en Bogotá, los magistrados Carmelo Arango y Gabriel Rosas fueron declarados insubsistentes por estar en connivencia con los jefes de la subversión. El 19 de diciembre, la red de conspiradores, que tramaba un golpe sangriento para deponer a Reyes antes de la Navidad, fue descubierta por la policía, comandada por el Comisario Marcelino Gilibert, y hubo más de veinte capturas. El 21 de diciembre una multitud de cinco mil personas, entre liberales y conservadores, marchó por la carrera séptima hasta la plaza de Bolívar para proclamar su respaldo irrestricto al Presidente Reyes y su rechazo a los intentos de perturbar la legalidad y la tranquilidad.

Una corte marcial se instaló el 12 de enero para juzgar a los conspiradores del 19 de diciembre. El Gobierno rodeó de garantías a los defensores de los acusados y vigiló que se cumpliera el debido proceso. La Corte marcial declaró culpables de la conspiración del 19 de diciembre a los doctores Felipe Angulo, Luis Martínez Silva, y a los generales Jorge Moya, Manuel María Valdivieso y Eutimio Sánchez, y los condenó a confinamiento en la colonia militar de Mocoa

Los conservadores hicieron circular en el exterior versiones de que “una feroz dictadura” se ejercía en Colombia. Dichas versiones fueron refutadas por el liberal Nemesio Camacho, quien invitó a los corresponsales de la prensa extranjera a que vinieran a Colombia a comprobar si aquí había vestigios de dictadura alguna.

Con anterioridad el vicepresidente de la República, el conservador Ramón González Valencia, renunció a su cargo de repente, por estar en desacuerdo con el Presidente, y el 10 de febrero fue nombrado primer designado el expresidente Clímaco Calderón. Tras el nombramiento del designado, el Presidente, y su hija Sofía, emprendieron su pase diario en coche hacia Chapinero. En el sitio que denominaban Barro Colorado, a la altura de la calle 45 con carrera 7a, el coche del Presidente fue atacado por tres jinetes, que dispararon con la intención de asesinar al mandatario y a su hija, quienes salieron ilesos por milagro, o porque el nerviosismo de los asesinos dañó su puntería. El escolta del presidente, capitán Faustino Pomar, espantó a los agresores, que lograron evadir el cerco y escaparon en una fuga cinematográfica. Fueron capturados por la policía en Bogotá el 2 de marzo. (ver recuadro del relato de Reyes).
Reyes regresó a la capital y difundió un mensaje sereno, en el que pidió calma y aseguró que, aparte de la tristeza por el acto criminal, no albergaba hacia sus agresores sentimientos de venganza, ni de amargura. El habilidoso comisario Gilibert se movió con rapidez. El 13 de febrero fueron detenidos varios sospechosos de haber fraguado el atentado, entre ellos el exministro y poeta José Joaquín Casas, el exministro Arístides Fernández, los doctores Benjamín Uribe, Joaquín Uribe y Pantaleón Camacho. Se ofreció una recompensa de cien mil pesos por informes que permitieran la captura de los fugitivos Roberto González, Marco Arturo Salgar y Fernando Aguilar, y doscientos mil pesos por Pedro León Acosta. Los autores materiales del atentado fueron condenados a muerte y ejecutados el 5 de marzo en el mismo sitio donde lo perpetraron. Hubo voces que pidieron igual patíbulo para los autores intelectuales. Reyes se negó.

Giras Presidenciales

Los liberales condenaron el atentado a Reyes y pidieron la unión nacional en torno al Presidente. El 3 de marzo de 1906 Reyes reunió a los diputados de la Asamblea Nacional y citó a elecciones para Congreso, y el 20 de julio, fiesta de la patria, el Presidente otorgó un indulto para los presos político. Quedaron en libertad los conspiradores del 19 de diciembre y del 10 de febrero.

A comienzos de 1907 el Presidente Reyes puso en práctica su teoría de que un gobernante de escritorio es lo mismo que nada y emprendió el 7 de enero una gira de inspección por las provincias, que en su primera fase se prolongó hasta el 17 de enero. Entre abril y mayo de 1908, hizo una nueva gira que llegó hasta Santa Marta y que le permitió formular a la Asamblea Nacional importantes recomendaciones para complementar las reformas de 1905 y de 1907.

Al regresar de su primera gira, Reyes convocó el 28 de febrero de 1907 a sesiones extraordinarias de la Asamblea Nacional, que se iniciaron el 1o. de abril, con un mensaje presidencial de paz y esperanza. La Asamblea abordó el estudio del reordenamiento territorial del país que, dada su complejidad, no pudo completarse sino en las sesiones de 1908, que alcanzaron a incluir las observaciones del presidente Reyes motivadas en su gira por las provincias. El presidente instaló la Asamblea Nacional el 20 de julio, con un suntuoso banquete a los diputados en el Palacio de San Carlos, y adoptó la subdivisión territorial por el decreto 916 del 31 de agosto de 1908, que organizó al país en 29 departamentos, divididos a su vez en poblaciones y provincias autónomas para el manejo de su economía. Acogida con entusiasmo en todos los pueblos y regiones, la nueva división territorial impulsó en pocos meses una reactivación económica inusitada que favoreció a los campesinos y sacó a las provincias del abandono en que se encontraban. Al mismo tiempo las ciudades despertaron de su letargo.

La gestión económica

Reyes tuvo que enfrentar una situación económica difícil en lo local y en lo internacional. Los efectos de la guerra de los mil días y de la pérdida de Panamá, la insistencia de los librecambistas en amortizar el papel moneda, el intenso verano de 1905, la acción incesante de los especuladores, que jugaban al alza de cambio en detrimento de la estabilidad del papel moneda, y otros factores internos; las quiebras financieras en Europa y Asia, las pugnas de las potencias por apoderarse de los mercados, entre otros factores externos, le causaron más de una angustia a la administración del Quinquenio; pero Reyes fue superior a las contingencias. Había llegado a la presidencia con la meta de modernizar el país, y aun sin haber completado su sexenio, cumplió con las expectativas que le había creado al país.

Dictó reglas de juego claras para la inversión extranjera, que debía someterse a las leyes colombianas, y los capitales extranjeros fluyeron hacia Colombia, como lo hace constar Enrique Cortés; rescató de su postración la economía de las provincias, efectuó el censo agraria, creo campos de ensayo agrícola, adoptó medidas para evitar el agotamiento de los suelos, e impulsó la avicultura científica. Reordenó el gasto público, incrementó la exportación de café a Europa, ordenó el tipo de cambio, evitó la quiebra del comercio, acorraló a los especuladores, fomentó las exportaciones, que tuvieron gran influencia en la estabilidad cambiaria, y a finales de 1908, por primera vez en nuestra historia económica, las exportaciones colombianas superaron las importaciones. Así también instaló la Agencia Fiscal de la República en Londres, sentó las bases de la que, según su criterio, era la clave de una economía sana: producir más y gastar menos, y tomó medidas para rebajar y eliminar impuestos. Hizo grandes economías en el servicio consular y diplomático sin disminuir su eficiencia, y a mediados de 1908 consiguió el superávit fiscal. El impulso de la administración Reyes a la industrialización de Colombia fue fundamental. Durante el Quinquenio se instaló la industria de refrigeración de carnes, se incremento la fabricación de bebidas gaseosas, lideradas por Posada & Tobón, y se montó en Bogotá una fábrica de ladrillos de engranaje para construcción de todo tipo de edificios. La industria manufacturera hizo grandes progresos y el desempleo cayó en un setenta por ciento en relación con el que había cuando Reyes asumió el mando. En materia de transportes fueron mejoradas las carreteras para uso del incipiente medio automotor, se incrementaron los ferrocarriles, se concluyó el de Girardot, se colocaron los primeros rieles del de Puerto Wilches y se ampliaron y modernizaron las vías férreas. En materia de combustibles se hicieron importantes concesiones para la explotación del petróleo, con la Atlantic Oil Company, del carbón y de las minas de oro. El diario El Comercio de Nueva York habló del “renacimiento económico de Colombia” como de un milagro ejemplar y se reconoció que el gobierno de Reyes había sacado a Colombia de la servidumbre que le impuso el librecambio. Tales eran los milagros alcanzados por un buen gobierno: aumento de la producción, estabilidad del cambio, crecimiento del empleo y del poder adquisitivo de los ciudadanos, y como consecuencia de ello, el reinado del orden.

La felicidad hubiera sido completa si las fuerzas poderosas del librecambio no hubiesen estado resueltas a perturbarla y a ponerle fin a “la dictadura” que les impedía obrar a su antojo y capricho.

El 13 de marzo

Es creencia que la dictadura del general Rafael Reyes fue derrocada el 13 de marzo de 1909 por un movimiento civilista y libertario. La verdad es otra. Ni Reyes fue derrocado el 13 de marzo, ni hubo dictadura en su Gobierno, ni el movimiento del 13 de marzo fue civilista y libertario.

El presunto dictador Rafael Reyes era el mismo presidente demócrata que el 14 de abril de 1908 les había pedido a los periódicos que en lugar de elogiarlo tanto, mejor se ocuparan de asuntos de interés público, y que el 3 de diciembre siguiente rechazó con énfasis el culto a la personalidad y pidió que no se utilizara su nombre para bautizar ninguna población, edificio, buque, obra, ni lugar público, y que no se colocaran retratos suyos en las oficinas públicas.

A comienzos de 1909 el presidente Reyes partió para su última gira por provincias. El 3 de febrero se encontró en Puerto Berrío con el general Jorge Holguín y con el regresó a Bogotá el 7. Instaló la Asamblea Nacional el 22, y al concluir su mensaje dijo que ese sería el último que hacía como mandatario. ¿Podría creerse que estaba pensando en perpetuar su mandato? El 1o. de marzo la Asamblea señalo el 1o. de febrero de 1910 para que el congreso, elegido por elecciones populares, se reuniera por derecho propio y Reyes presentó de inmediato un proyecto de Ley para convocar a elecciones parlamentarias.

Esto no bastó para desanimar a los que se empecinaban en hacer que Reyes abandonara el poder a las malas. Con motivo de unos tratados que se firmaron con los Estados Unidos y Panamá, por los cuales Colombia reconocía la república de Panamá, los enemigos de la administración hundieron el dedo en la herida todavía viva y desde el 10 de marzo se produjeron manifestaciones hostiles al Gobierno por parte de los estudiantes de la Universidad Nacional. Enrique Olaya Herrera estrenó sus dotes de orador y no le fue difícil, con su verbo encendido, mover a los estudiantes revoltosos. El 11 de marzo Reyes reorganizó el gabinete. Nombró a Jorge Holguín ministro de hacienda y tesoro y lo designó para ejercer el Poder Ejecutivo. La policía prohibió en Bogotá la reunión de más de cinco personas, lo que no hizo sino exacerbar los ánimos. El 13 de marzo las calles se llenaron de gente que vociferaba contra Reyes y que, enardecida por los discursos de Olaya Herrera, apedreó la casa arzobispal y otros edificios públicos. Pensando que él era el motivo de los disturbios, y que su renuncia contribuiría a la restauración ipso facto del orden público, Reyes dimitió su cargo y nombró a Jorge Holguín para ejercer el poder ejecutivo mientras el Congreso procedía a la elección del mandatario que debería concluir el sexenio; pero los disturbios no pararon con la renuncia de Reyes. A las ocho de la noche Jorge Holguín declaró la ciudad en estado de sitio, ante la magnitud de las manifestaciones callejeras encabezadas por los estudiantes de la Universidad Nacional. A las cinco de la mañana del día 14, El Presidente Reyes y el encargado Jorge Holguín resolvieron que aquel reasumiera el mando, y a las diez de la mañana Reyes ejercía. Declaró en interinidad a los empleados públicos, irreeligibles a los que hubiesen tomado parte en los motines del 12 y 13 de marzo, y el 15 dio parte de que el movimiento subversivo había sido militarmente dominado. El 16 fueron condenados a 5 años de prisión los dirigentes del 13 de marzo, Felipe S. Escobar y Enrique Olaya Herrera, a los que, dos meses después, el 19 de mayo, “el dictador” Rafael Reyes concedió amnistía y dejó en libertad. El 16 de marzo una multitud regresó a las calles, esta vez para expresar su respaldo a Reyes y pedir a la Asamblea Nacional que no le aceptara la renuncia, en efecto rechazada por la Asamblea. Al agradecer a la Constituyente y a los ciudadanos esa muestra de confianza, Reyes dijo que seguiría gobernando sólo en la medida que no se le considerara un dictador, ni un tirano. Sin embargo ya había tomado la resolución de abandonar la presidencia antes del 7 de agosto de 1910, en que concluiría su período.

La despedida

Reyes dirigió a la Asamblea, el 20 de marzo, un mensaje trascendental por el cual llamó a elecciones inmediatas de Congreso y fijó el 1o. de abril para los comicios populares, aunque, por dificultades de organización, no pudieron efectuarse hasta el 30 de mayo. Ese día el presidente Reyes votó por la lista de Unión Republicana que encabezaban sus opositores el ex liberal Nicolás Esguerra y el ex conservador Ramón González Valencia, y expresó que daba su voto “por la concordia y por el gobierno de todos”. Las elecciones del 30 de mayo fueron calificadas como una lección de paz, concordia y serenidad.

El 3 de junio el presidente Reyes comunicó al designado Jorge Holguín y a los Ministros del despacho que se ausentaría de la capital, en ejercicio del Poder Ejecutivo, y el 4 viajó a Apulo con la mira de visitar varios puertos sobre el Magdalena. Llegó el 7 de junio a Gamarra, y allí firmó un decreto por el que encargaba del poder Ejecutivo al designado Jorge Holguín, que tomó posesión el 9, ante el asombro y el desconcierto de los ciudadanos. El 10 de junio el presidente Reyes se entrevistó en Barranquilla con un comité de la Unión republicana, y les comunicó que no retornaría al gobierno y que se despedía políticamente. “¿Dónde está Reyes?” se preguntaban en Bogotá el 11 de junio, y el 13 llegó un telegrama de Reyes en que, al tiempo de embarcar en Santa Marta, comunicaba al Congreso su renuncia de la Presidencia. Se dijo que el presidente Reyes había viajado a los Estados Unidos. En realidad navegaba rumbo a Europa. Desembarcó en Londres el martes 29 de junio, la prensa londinense le dedicó estimulantes elogios, y el martes 3 de julio fue recibido y agasajado por el rey Eduardo VII.

Reyes relata el atentado

“11a. m. a 12 m. En marcha hacia Palacio a buscar allí a mis hijas para el paseo diario a Chapinero a esta hora; no pudo acompañarme sino mi hija Sofía. Al subir al coche, que es un landeaux, y que estaba cerrado, le propuse abrirlo todo y no aceptó sino que se abriera solo la parte de adelante, por temor de que pudiera resfriarme. Le agradecí esta delicadeza, porque ella se marea en coche cerrado. Al pasar por la esquina de San Carlos, encontramos allí a Clímaco Calderón, a quien invité al paseo a Chapinero, y al ir a subir al coche, alcanzó a ver al señor Manuel de Freire, con quien tenía una cita, y por esta razón se excusó de acompañarnos. Seguimos por la Plaza de Bolívar, calle de Florián, calle de Santo Domingo, Calle Real y Camellón de las Nieves. Al pasar por delante de la Iglesia de ese nombre, levanté mi sombrero para saludar al Santísimo y, como de costumbre, hice una corta oración mental. Al pasar por la esquina sur del parque de San Diego, vi tres jinetes de aspecto sospechoso que se miraron entre sí al vernos, y tuve el presentimiento de que eran tres asesinos. Pensé parar el coche para interrogarlos, pero consideré que ese habría sido el medio de asegurar el que me mataran, y resolví seguir adelante.

Al llegar al punto de Barro Colorado, frente a la quinta de La Magdalena, ordené al cochero que regresara porque eran ya las once y media a. m., y así lo hizo; y cuando había volteado el coche, vi que uno de los jinetes que estaban en el parque de San Diego, y que habían seguido sigilosamente detrás del coche, se adelantó a detener los caballos al mismo tiempo que sus dos compañeros, uno por el lado izquierdo, y el otro por detrás, disparaban sus revólveres sobre mí. Ordené al cochero, Bernardino Vargas, hombre de serenidad, que fueteara los caballos y atropellara al asesino, y al mismo tiempo ordené al capitán Faustino Pomar, quien se portó con serenidad y valor, que disparara su revólver sobre los dos asesinos que me atacaban. El cochero Vargas atropelló al asesino que quiso detenerlo. Este se hizo a un lado y se dirigió por el lado derecho del coche y disparó cinco tiros de revolver sobre mi pecho, y el que estaba atrás uno sobre mi cabeza.; el capitán Pomar disparó todos los tiros de su revolver sobre los tres asesinos, que huyeron despavoridos. Mi hija Sofía se portó con gran serenidad, y repetidas veces grito a los malhechores: ¡asesinos! ¡cobardes! ¡asesinos! ¡demonios!. La escena duraría tres minutos.

Temí que mi hija estuviera herida, porque los ocho tiros de revolver disparados sobre mí, eran también disparados sobre ella, porque estaba a mi lado y el coche se movía. La examiné al mismo tiempo que ella con gran valor me examinaba a mí; el ala de su sombrero y el boa que lleva al cuello estaban atravesados por las balas en varios puntos, lo mismo que el landeaux; en mi vestido no dejaron rastro alguno, y con mi hija dijimos: Dios nos ha salvado”.

(Fragmentos del Diario del Presidente Reyes, correspondiente al día 10 de febrero de 1906)