Repartición del territorio africano entre Gran Bretaña, Francia y Alemania, principalmente, pero también Italia, Portugal, Bélgica y España.
Septiembre de 2014
Por :
Rafael Antonio Díaz Díaz Licenciado en ciencias sociales, Universidad Pedagógica y Tecnológica de Colombia. Magíster en estudios africanos y doctor en historia, El Colegio de México. Profesor titular y director del Departamento de Historia y Geografía.

EL PRIMER HERVOR DE LA DESCOLONIZACIÓN

ÁFRICA Y LA PRIMERA GUERRA MUNDIAL

África no inició la guerra o, mejor, los africanos no dieron comienzo a esta primera conflagración mundial del siglo xx. Sin embargo, varios millones de mujeres y hombres africanos murieron, fueron heridos o mutilados, obligados a ir a la guerra o a cargar pertrechos y material y, en fin, obligados a abandonar sus tierras en una suerte de reactualización de la esclavitud que el continente padeció durante varios siglos. En realidad, la guerra la encendió Europa en Europa y se extendió al continente africano dada la existencia del escenario imperial, que ya tenía una presencia y una historia de, por lo menos, más de tres décadas.
John Chilembwe, líder nyasa de la revuelta en Nyasalandia en 1914 decía: “Entendemos que hemos sido invitados a verter nuestra sangre inocente en esta guerra mundial… se abusa de nosotros más que de ninguna otra nación bajo el sol” (Citado por Crowder, 1987, v, vii, p. 326). Las palabras de Chilembwe se ilustran en la afectación padecida por los africanos en la guerra y en los distintos frentes. Si bien las cifras no son precisas, más de un millón de africanos fueron enrolados, algunos de manera voluntaria y la mayoría de forma forzosa, en ejércitos en África y en Europa, un número mayor al millón fue obligado a ser cargadores, alrededor de 150 mil murieron en los enfrentamientos y centenares de africanos fueron heridos o quedaron inválidos. El reclutamiento forzoso adquirió tales dimensiones dramáticas que podría ser calificado como una “verdadera caza del hombre”, al decir de un gobernador francés de la época. Jide Osuntokun, politólogo e historiador nigeriano, lo denomina como una novedosa manera de trata de esclavos. En las áreas de mayor impacto, este reclutamiento generó resistencia, provocó levantamientos sociales y fugas hacia zonas inaccesibles. El costo social y humano se agravó por la epidemia de gripe que se amplió por el continente al siguiente año de finalizada la guerra (1918–1919).

Soldado de la tropa senegalesa acompañado de una joven con niño senegaleses. Marsella, soldado de la tropa senegalesa sosteniendo a una mujer por el brazo. Fotografía de Agence Rol, 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

En África, en términos generales, la guerra se desarrolló en cinco frentes, pero en casi todos los casos las “colonias aliadas”, invadieron y atacaron los territorios bajo la administración alemana. En el occidente la confrontación se dio entre los territorios administrados por Inglaterra y Francia, como Nigeria o Senegal, contra la colonia alemana de Togo. En el sur, la Unión Surafricana enfiló sus baterías hacia el África alemana del sudoeste (hoy Namibia), aunque los habitantes afrikáners, descendientes de los bóers, se rebelaron contra esa decisión dadas sus simpatías con los alemanes. En el oriente índico, Inglaterra rápidamente bombardeó Tanganyka, la colonia alemana, especialmente los puertos de Tanga y la ciudad de Dar-es-salaam. Y, en el norte, se desarrolló el enfrentamiento entre Turquía y lo que quedaba del imperio otomano, aliado de Alemania, contra el interés estratégico de los ingleses en los territorios del Sudán y el área anglo-egipcia. Y, por último, violando los acuerdos imperiales del Congreso de Berlín de 1885, el Congo-Belga entró a incidir en la confrontación que se desarrolló en el áfrica centro-oriental, donde unieron esfuerzos belgas e ingleses. En todos los casos, los Aliados utilizaron la guerra en África para reforzar su presencia imperial y colonial, arrebatándole los territorios a Alemania.Bélgica se vio favorecida al ampliar su dominio colonial a Uganda, la Unión Surafricana se apoderó de Namibia e Inglaterra aseguró y reforzó su presencia en Egipto, el canal de Suez y el Cercano Oriente, estrategia clave cuando se trataba de proteger a la India, joya imperial de la corona inglesa y de sus aliados capitalistas.

El desorden en las fuerzas de defensa de la Unión de embarque en Johannesburgo para proteger los cobertizos de las locomotoras. Fotografía de Agence Rol, 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

Sin lugar a dudas, y efectuando una lectura africana de la Primera Guerra Mundial, se puede afirmar que el significado transversal más importante de la guerra para la historia africana contemporánea es el comienzo del fin del colonialismo y del imperialismo en África como realidades de control, opresión, explotación y exacción. El trasfondo histórico y simbólico de este hecho radica en que la guerra catapulta o hace evidente lo que se puede calificar como el “quiebre moral” de Occidente en tanto, supuestamente, estandarte del humanismo ilustrado. La esclavización de millones de seres humanos, entre los siglos xvi y xix, ya había dado prueba irrefutable de tal declive moral. En cuestión de 31 años (1914–1945) la descolonización fue adquiriendo su propio ritmo, cuando se celebró, en 1945, la Conferencia Panafricana en Manchester, a donde acudieron los más importantes líderes que llevarían a sus países a la independencia. 1951 (Libia), 1952 (Egipto), 1955 (Marruecos), 1956 (Túnez), 1958 (Ghana). Y, en los años subsiguientes, las independencias africanas fueron tropel y se desgranaron. Claro, en esos 31 años el acicate definitivo fue la Segunda Guerra Mundial y otros factores. En la época de las guerras, esos 31 años, a decir de Hobsbawm, “la humanidad sobrevivió, pero el gran edificio de la civilización decimonónica se derrumbó entre las llamas de la guerra al hundirse los pilares que lo sustentaban” (Hobsbawm, 1995, p. 30)

Carga de algodón en el puente de Lomé. Togo, África. Ca. 1885-1914. Colección Archivo Federal de Alemania - Bundesarchiv.

 

Si bien algunos africanos habían construido, desde épocas remotas, un imaginario que asociaba el blanco europeo a la muerte, no se había desarrollado alguna representación contraria del blanco que supusiera una imagen degradada del mismo. Esa posibilidad se empezó a manifestar claramente a raíz de la participación evidente y mayoritaria de los blancos en la guerra en todos sus campos y frentes de batalla. Posiblemente, fue alarmante, contradictorio y sorprendente para miles de africanos apreciar como los europeos se atacaban o se mataban entre sí, y como los europeos instigaban a sus compatriotas y a los mismos africanos a matar blancos, tanto en las regiones africanas, como en los frentes europeos. Si tan solo se pensara en que pudieron morir entre 9 y 10 millones de europeos en la guerra, entonces cobra sentido lo dicho por el canciller inglés la noche en que comenzó la guerra: “Las lámparas se apagan en toda Europa. No volveremos a verlas encendidas antes de morir”. La capacidad de matar como esa variable que coadyuvó, para el africano, en el derrumbe de la idea de la superioridad de la civilización occidental.

 

Las dinámicas y los procedimientos de la guerra, como las masivas campañas de reclutamiento forzoso, atizaron en muchos africanos sentimientos y actitudes desafiantes que ya tenían su historia debido al proceso violento y dramático de imposición del dominio colonial europeo. También por la manera violenta y criminal de como los europeos habían conjurado las sublevaciones africanas antes del comienzo de la guerra. Para mencionar, por ejemplo, el genocidio alemán contra los nama y los herero en  África sudoccidental. La brutal represión alemana de la rebelión Maji-Maji en Tanganyka. La violencia inglesa contra la sublevación kikuyu de los mau-mau en Kenya. Las amputaciones hechas a los congoleses por parte de los belgas en el Congo. Todos estos factores y de manera local o regional hicieron posible la explosión, en el contexto de la guerra, de muchas sublevaciones o revueltas, diferentes entre sí en su accionar o manifestación. La guerra misma facilitó la insubordinación, pues la administración colonial europea se vio reducida en su capacidad de control al enrolarse o emigrar miles de funcionarios europeos con destino a la guerra en Europa o en zonas africanas. Dado que los africanos contaban con sus instituciones políticas y sus niveles de poder y dado que estas realidades habían sido confiscadas, alteradas o subordinadas por la imposición colonial, entonces la guerra propició el surgimiento de ciertas condiciones que proyectaron el objetivo de recuperar la autonomía política a través de manifestaciones como el resentimiento, revueltas, solicitudes, levantamientos y hasta la formación de asociaciones políticas, hermandades religiosas y sindicatos, entre otros agrupamientos. El culto munbo, en Kenya, atacaba la religión cristiana al manifestar que: “Todos los europeos son vuestros enemigos, pero se acerca el momento en que desaparecerán de nuestro país” (Citado por Crowder, 1987, vol. vii, pp. 325–326).

Mujer senegalesa y soldado de la tropa. Fotografía de Agence Rol, 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

La caída de los precios para el productor, o su incremento para el consumidor y la crisis en el comercio se encuentran entre las razones que explican no solo algunas de las revueltas sociales, sino los efectos que la guerra tuvo en las economías africanas. Las administraciones coloniales tendieron a favorecer, en sus políticas de intervención y de importación, más a las grandes empresas europeas en detrimento de las empresas medianas y pequeñas de propiedad africana, como sucedió en regiones de Nigeria. Los campesinos vieron afectadas su capacidad productiva y las posibilidades de comercialización, debido a las exigencias y a la rudeza misma de la guerra como, por ejemplo, la confiscación de bienes agrícolas y la leva compulsiva de mano de obra. La Francia imperial y sus colonias experimentaron una aguda crisis en la producción y el abastecimiento de trigo. Y al final de la guerra la desilusión por las promesas y las reformas políticas propuestas o bien por el reclamo africano de su participación en la guerra o por la manifestación de distintos nacionalismos bantúes, islámicos y afrikáners. En términos reales, ni la Conferencia de Paz de Versalles, ni los catorce Puntos de Woodrow Wilson proyectaban una real independencia o autonomía política para los africanos. Sin embargo, en todo caso, se asistió a una primera configuración de lo que serían las luchas nacionalistas por venir y que conducirían a las independencias, todo a través de un radical cuestionamiento de la legitimidad moral y política del colonialismo, del imperialismo y de la supuesta misión civilizadora de occidente en el mundo.

Askaris y el oficial de las fuerzas coloniales alemanas en la ametralladora. Fotografía de Walther Dobbertin, ca. 1918. Colección Archivo federal de Alemania - Bundesarchiv.

 

Askaris* alemán. Soldados junto al equipo de telegrafía óptica cerca de Dar es Salaam. Fotografía de Agence Rol, 1914. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

CRÓNICAS DE LA GRAN GUERRA

(Diarios, novelas y cuentos)

“A la orilla derecha del prado se construyó una gran letrina común, un edificio techado y sólido. Pero esto es algo para reclutas que no aprendieron todavía a ver el lado práctico de todas las cosas. Nosotros buscábamos algo mejor. Así, en todas partes hay pequeñas chabolas individuales para el mismo fin. Son cuadradas, limpias, todo madera, hechas por carpinteros, cerradas por los costados y por detrás, con un asiento muy bueno y cómodo. En las paredes laterales lleva unas asas para su transporte.

“Colocamos tres en un círculo y nos sentamos allí bien cómodos. Hasta dentro de dos horas no nos levantamos de ellas.

“Aún recuerdo la vergüenza que pasamos al principio, como reclutas en el cuartel, cuando había que usar la letrina común. Allí no hay puertas. Como en el ferrocarril, se sientan veinte hombres a cada lado. De un golpe se les ve a todos, porque el soldado debe estar siempre sujeto a vigilancia.

“Con el tiempo aprendimos ya algo más que a sobreponernos a ese poquito de pudor”.

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“Da fatiga matar los piojos uno a uno, habiéndolos por cientos. Los bichitos son algo duros, y el eterno chasquido de las uñas aburre. Por eso Tjaden, con alambre, ha situado la tapa de una cajita de betún para calzado encima de un cabo de vela encendido. Los piojos, sencillamente, se van tirando a esta pequeña sartén. Hacen “clac” y al avío.

“Nos sentamos alrededor, con las camisas sobre las rodillas, desnudo el busto en el aire caliente, manipulando. Haie tiene una especie muy singular de piojos, llevan una crucecita roja en la cabeza. Por eso afirma haberlos traído del lazareto de Thourhout. Serían de algún comandante médico. También quiere aprovechar la grasa que se va depositando en la hojalata para engrasar las botas.”

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“Fuego graneado, fuego por ráfagas, fuego a discreción, minas, gases, tanques, ametralladoras… Palabras, palabras… Pero encierran todo el horror del mundo.

“Llevamos la cara como cubierta de una costra; están nuestras ideas mutiladas; nos sentimos increíblemente cansados… Si llega el ataque es preciso reanimar a alguno a puñetazos para que despierte y avance con los demás. Están hinchados los ojos, desgarradas las manos; sangran las rodillas, los codos están destrozados.

“¿Pasan semanas, meses…, años…?

“Días, solo días. Vemos huir de nuestro lado el tiempo en las caras exangües de los moribundos. Atropelladamente nos metemos en el cuerpo la comida. Corremos, disparamos, matamos, nos sentimos débiles, apáticos.

“Y solo esto nos sostiene: ver que hay aquí seres más débiles, más apáticos, más necesitados de ayuda; que nos miran con ojos muy abiertos como a dioses que por un azar han podido salvarse tanto tiempo de la muerte”.

Erich María Remarque. Sin novedad en el frente

Buenos Aires, Editorial Tor, 1944.

6-I-15

“Por la noche ocupamos de nuevo posición de combate. Según la nueva orden del regimiento solo podíamos dormir 2 horas cada soldado. Por la mañana me dormía de pie y se me doblaban las rodillas. Llovía y hacía un viento huracanado, de forma que estábamos completamente empapados”.

 

24-VIII-16

“En este momento estoy en una habitación del fabricante de cerveza Lesage, sentado en una butaca y escribiendo en el diario. En el cuarto hay cuatro armarios abiertos, dos cómodas, un lavabo, un costurero, una máquina de coser, un cochecito infantil. En las paredes cuelgan tres espejos hechos trizas, un cuadro. Sobre las cómodas y en los armarios, floreros y cristalería. En el suelo un desorden de metros de altura. Cajones, lencería, corsés, libros, cuadros, periódicos, mesillas de noche, trozos de vidrio, botellas, partituras, patas de silla, sábanas, faldas, ropa de niño, abrigos, lámparas, visillos, contraventanas, puertas arrancadas de sus goznes, encajes, pinturas al óleo, fotografías, álbumes, cajones destrozados, sombreros de señora, macetas y jirones de empapelado de la pared: todo entremezclado y formando un intrincado amasijo. A través de los acribillados postigos de las ventanas se ve una plaza despejada, en la que hay un largo proyectil sin explotar y que está rodeada de ruinas. Todas estas impresiones van acompañadas de incesante fuego de artillería”. 

Ernst Jünger. Diario de guerra (1914–1918). 

Buenos Aires, Tusquets Editores, 2013.

“De la aldea no quedaban en pie, vivos, más que los gatos ateridos. Los muebles más destrozados eran los primeros que pasaban a ser combustible: sillas, sillones, armarios, desde lo más ligero hasta lo más pesado. Y todo lo que podía llevarse en los bolsillos o en los sacos desaparecía por magia de mis camaradas. Los peines, las tazas, las lamparillas, las cosillas fútiles, hasta las coronas de novias, todo desaparecía. Como si uno se preparara a vivir aún por muchos años. Robaban para distraerse, para darse el aire de tener todavía mucho tiempo por delante. Anhelos de siempre”.

Louis Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche

Buenos Aires, Compañía General 

Fabril Editora, 1960

Bibliografía

Crowder, M. “La Primera Guerra Mundial y sus consecuencias”, en Boahen A. Adu. (director). Historia general de África, vol. vii. “África bajo el dominio colonial (1880–1935)”. Madrid, Editorial Tecnos-Unesco (París), 1987, pp. 309–337.

Hobsbawm, Eric. Historia del siglo xx. Barcelona, Crítica, 1995.

Kasule, Samuel. The history atlas of Africa. From the first humans to the emergence of a new South Africa. New York, Macmillan, 1998.

Illife, John. Africans. The history of a continent. Cambridge, Cambridge University Press, 1995.