Febrero 20 de 1940. Doña Helena Venegas Posada sigue por el radio de su residencia los pormenores del vuelo a Lima de su hijo, el capitán Enrique Concha Venegas. Cromos, 1940. Biblioteca Nacional de Colombia
Septiembre de 2016
Por :
Vicente Stamato

DÍAS DE RADIO

La primera emisora radial en la historia de Colombia comenzó a funcionar en Bogotá, (y no en Barranquilla, como erróneamente se ha dicho y escrito en varias ocasiones), por iniciativa del Gobierno de Miguel Abadía Méndez, último gobernante de la república conservadora.

Cuando en agosto de 1926 el nuevo Presidente organizó su gabinete ministerial, para ocupar la cartera de Correos y Telégrafos nombró al arquitecto y periodista santandereano José de Jesús García, quien recibió un ministerio sumamente activo y pletórico de realizaciones. La Administración anterior, la del general Ospina —la misma que creó el Ministerio de Correos y Telégrafos— le había dado al ramo de las comunicaciones un singular impulso. Continuando con esa política, dieciocho meses después el Ejecutivo dio los primeros pasos destinados a que el Estado colombiano contara con una radiodifusora. Y, al mismo tiempo, elaboró y dio a conocer las normas exigidas para que los particulares instalaran y pusieran en funcionamiento otras de carácter comercial. Con ese propósito, el 18 de junio de 1928 emitió el Decreto Nº 1.182 —primero de su género en el país— cuyo encabezamiento así rezaba: «Por el cual se establecen las condiciones en que el Gobierno puede conceder permisos para la instalación de estaciones transmisoras de perifonía».

Izquierda: Agosto de 1929. Edificio principal de la estación radiodifusora de la HJN en Puente Aranda. Chapinero, 1929. Biblioteca Nacional de Colombia. Derecha: Septiembre 5 de 1929. El Ministro de Correos y Telégrafos, José de Jesús García, inaugura desde los estudios del Capítulo Nacional la potente emisora oficial HJN. Chapinero, 1929. Biblioteca Nacional de Colombia

 

El término perifonía, (hoy totalmente olvidado) era por entonces el más popular para designar la novedosa actividad. La perifonía nacional, pues, estaba en marcha en Colombia, impulsada desde el Gobierno y en medio de las expectativas del gran público, ya que solo un selecto y privilegiado sector de la población había podido hasta entonces disfrutar de la sintonía de unas pocas estaciones extranjeras de onda corta mediante el uso de los primeros y costosos receptores llegados al país.

Durante el primer semestre de 1928 el ministro García, con la asesoría de técnicos extranjeros, comenzó a tomar las necesarias y sucesivas decisiones para instalar la emisora denominada HJN. La compra del equipo de onda larga recayó en la empresa alemana Telefunken, representada en Bogotá por la firma Sigilechner y Hugo. A su turno, en terreno fiscal ubicado en las goteras de la capital, en sitio conocido como Puente Aranda, se construyó una pequeña sede donde se instalaría el equipo transmisor y las correspondientes antenas; tarea ésta ultima —complicada para la época— que exigió la celebración el día 4 de abril de un contrato con otro extranjero, el señor E. Altmann, «sobre construcción de los cimientos para las torres de la estación radiofónica de Bogotá».

Recién 114 días después, exactamente el 27 de julio, el Consejo de Ministros emitió «dictamen favorable acerca del contrato» con aquel señor. Pero para dar el siguiente paso —lentitud oficial y dudas técnicas mediante—, fue necesario que transcurrieran doce meses.

Así las cosas, el 3 de julio de 1929 el ministro García suscribió con otro extranjero (el señor A. Tawse Smith, en representación de la Sucesión de F.C.L. Pirkis), el «Contrato sobre arreglo de un salón en el Capitolio Nacional para transmisiones de la estación radiodifusora de Bogotá». Sitio insólito, por cierto, para la instalación del primer estudio radiofónico en el país. El contratista se comprometía a entregar finalizada la construcción, con un costo de 1.300 pesos, el 15 de julio. La fecha establecida respondía al deseo del Ejecutivo de inaugurar la emisora el siguiente día 20, y el ministro así lo había anunciado en varias ocasiones. Pero la promesa no se pudo cumplir. Las críticas arreciaron.

Febrero 1 de 1940. El presidente Eduardo Santos pronuncia su discurso de inauguración de la Radiodifusora Nacional desde los modernos estudios de la carrera 17 con calle 26. Cromos, 1940. Biblioteca Nacional de Colombia 

 

Para informar «acerca de la verdad de este asunto», un reportero de "El Espectador" habló con el técnico contratado por el Ministerio para instalar y poner en funcionamiento la emisora, el alemán Carlos Klemp (figura clave en los siguientes meses de vida del novedosísimo medio). Mediante su enredado español, Klemp informó que todavía faltaban «algunos enseres» para completar la instalación, los cuales debían ser entregados por el Departamento de Provisiones del Ministerio; que su intención había sido salir al aire el pasado 7 de agosto, fecha ideal que tampoco pudo cumplirse. Creía, entonces, que en diez días todo estaría listo...

La HJN finalmente en el éter

El jueves 5 de septiembre de 1929, en la primera plana de "El Espectador" un pequeño anuncio informaba sobre un singular hecho: «Teatro Caldas, Chapinero. Inauguración de la estación radiodifusora de Bogotá. Los concurrentes de esta noche al Teatro Caldas podrán oír los discursos del señor ministro de las comunicaciones y del R.P. Sarazola. Además, cantos de los señores Umaña y Posada».

Los dueños del teatro, pensando acertadamente en que el acontecimiento radial no podría ser escuchado por la inmensa mayoría de bogotanos carentes de receptores, en la cinematográfica sala habían instalado uno de estos aparatos conectado a dos altoparlantes, y de esta forma «sacarle jugo» a la transmisión con la correspondiente venta de boletas.

Izquierda: La joven escritora Sofía Ospina de Navarro, cuyo escrito sobre Feminismo, publicado en la revista Chapinero, fue difundido para el mundo por varias emisoras internacionales. Chapinero, 1929. Biblioteca Nacional de Colombia.Derecha: José Jesús García. 

 

Pero además de la comercial invitación, en la última página del periódico una nota informaba lo siguiente: «Hoy, a las seis de la tarde, se verificará el primer concierto de la estación radiodifusora instalada por el Gobierno Nacional cerca del sitio denominado Puente Aranda. La inauguración oficial de esta estación se efectuó a las 11 de la mañana y al acto asistieron, entre otras personas, el ministro de Correos y Telégrafos, el técnico señor Klemp, varios miembros del Congreso y numerosos invitados. El señor ministro de Correos pronunció un corto discurso alusivo al acto, que fue muy aplaudido…

"En el Ministerio de Correos y Telégrafos se nos informó que la estación tiene una onda de 425 metros, que es más bien larga. Las personas que quieran oír los conciertos necesitan un aparato capaz de recibir ondas de 425 metros. El precio de estos aparatos es de $10 a $500, según la clase y se venden en el comercio de Bogotá"

"El Ministerio no tiene aparatos para vender a los particulares… La potencia de la onda es muy grande y puede oírse en toda la República. Durante los ensayos de la estación, verificados en días pasados, los conciertos fueron oídos en ciudades tan distantes como Barranquilla, Cereté y Santa Marta, según telegramas que han llegado al Ministerio… Los conciertos fueron oídos como en los mejores aparatos de Europa y Estados Unidos".

"La estación radiodifusora de Puente Aranda funcionará con los siguientes empleados: Un jefe electricista, un ayudante, un maquinista y su ayudante y dos mecánicos. La hora fijada por el Ministerio para que se lleven a cabo los conciertos es la de las nueve de la noche. Solamente el de hoy se verificará a las seis".

Daniel Samper Ortega

 

 

Gracias a la instalación de una serie de altoparlantes en el corazón histórico de la ciudad, esa primera transmisión vespertina de la HJN se convirtió en un verdadero acontecimiento popular, que al día siguiente "El Espectador" así registró: «Un público numeroso y entusiasta escuchó anoche en la plaza de Bolívar el primer concierto de radio dado por la estación radiodifusora oficial de Puente Aranda que tuvo el más completo éxito. También se oyó con absoluta nitidez el discurso inaugural del nuevo servicio pronunciado por el señor ministro del ramo y una interesantísima exposición del director del Observatorio Nacional, R.P. Sarazola, en la cual explicó el desarrollo del nuevo medio de comunicación y las enormes ventajas que tiene como vehículo de cultura y adelanto espiritual y material.

«El ministro de las comunicaciones aprovechó la oportunidad para hacer un elogio desmesurado del Gobierno actual, llegando a decir que el doctor Abadía había sido el más eficaz de los propulsores del progreso y engrandecimiento de la República. Al oír esta estupenda declaración del doctor García, la multitud estalló en una unánime y homérica carcajada que resonó en los muros del Capitolio».

Ecos de la política —¡cuando no!— metida en la vida cotidiana de los colombianos.

Poco a poco, la programación de la emisora fue tomando forma. Ya para el 17 de septiembre utilizaba un formato más o menos básico, fecha en la que justamente "El Espectador" anunciaba la publicación diaria en sus páginas de la programación de la HJN e incluía la siguiente:

El programa de esta noche

I. La transmisión comenzará a las 8:00 en punto con un concierto especial de la Banda de la Policía Nacional cuyo director es el señor Dionisio González. La banda tocará en el salón especial de micrófonos situado en el Capitolio.

II. A las 9:00 la Lira Mozart ejecutará el siguiente programa, organizado por el Almacén Víctor de la plaza de Bolívar: 1º Chapinero, pasillo de J. Morales; 2º La piscina de Buda, intermezzo de Sodtullo y Vert; 3º Este es el hombre, joropo llanero cantado por los hermanos Lozada; 4º Tiplecito de mi vida, torbellino de Alejandro Wills; 5º La favorita y el eunuco, cuento turco de R. Burgos (declamación del señor E. Rossito); 6º El bello sexo, bambuco de Emilio Murillo; 7º Coconito, canción mexicana cantada por los hermanos Lozada; 8º Cacerola, fox popular.

III. Transmisión de noticias nacionales y extranjeras de última hora y de cotizaciones del Banco de Colombia.

IV. Aunque este programa es bastante extenso y rebasa la costumbre de terminar las transmisiones a las diez de la noche, es posible que hoy, con objeto de estimular mejor a los radioescuchas, se ejecuten otros números que todavía no están acordados.

Izquierda: Radio Punto Azul. Derecha: 1940. Rafael Guizado, primer director de la Radio Nacional. 

 

Apogeo y muerte

Año tras año, la HJN continuó afinando la calidad de su programación, mientras que al mismo tiempo, aunque con lentitud, ampliaba sus horarios de transmisión. Tras un breve período de producción de programas por parte de concesionarios particulares, ya en nombre del Estado fue dirigida sucesivamente por varios personajes nacionales, entre los que con singular brillo se destacó el escritor Daniel Samper Ortega entre 1932 y 1933. Y cinco años más tarde, merced a la indolencia burocrática y unas repetidamente mentadas «deficiencias técnicas», la voz de la primera radiodifusora colombiana terminó por enmudecer.

José Joaquín Castro Martínez, último ministro de Educación de la Administración López Pumarejo (segundo Gobierno de la República Liberal), en el Mensaje al Congreso de 1938, a manera de «partida de defunción» hizo la que tal vez fue la última mención de la HJN en un documento oficial, con estas pocas palabras: «…Pero como nuestro pueblo analfabeto es la parte más necesitada, y justamente aquella donde el libro, si llegare, no tiene acción alguna, desde mucho tiempo he venido sosteniendo la necesidad de suministrar a la Biblioteca Nacional para su campaña de cultura popular las muletas de la radio y de la cinematografía educativa. En años anteriores ensayamos con éxito sorprendente la radiodifusora HJN; pero tuve que abandonarla por deficiencias de la maquinaria…».

El turno de la Radiodifusora Nacional

Durante los dos últimos años del Gobierno de López Pumarejo las inquietudes relacionadas con la instalación de una nueva emisora estatal fueron creciendo. Estudiado con atención un proyecto elaborado al respecto, con un costo estimado en 300.000 pesos, su financiación resultaba en ese momento imposible. Fue entonces cuando Gustavo Santos, director nacional de Bellas Artes, (inquieto y creativo intelectual, hermano de Eduardo Santos, encumbrado dirigente liberal y propietario de El Tiempo) le dijo un día al Presidente López, quien no había dejado de pensar en el proyecto: «Yo le hago la radiodifusora con la plata que haya». Y la hizo. Con su admirable actividad y el entusiasmo que don Gustavo ponía en su actividad oficial, tomó el proyecto en sus manos, mandó hacer nuevos cálculos de acuerdo con las circunstancias, movió obstáculos, estudió detenidamente los aspectos técnicos, y contando en todo momento con el apoyo del Ejecutivo, dio los primeros y fundamentales pasos para el montaje de la estación.

Febrero de 1940. Edificio de la Radio Nacional sobre la carrera 17 con calle 26. Banco Fotográfico Colombiano. 

 

 

Estación que le tocó inaugurar justamente al doctor Eduardo Santos (tercer Presidente de la República Liberal, 1938-1942), el jueves 1º de febrero de 1940, a las ocho de la noche, acompañado por el ministro de Gobierno, Alfonso Araújo, en concurrida y elegante ceremonia que tuvo lugar en el flamante edificio de la emisora, construido especialmente, y localizado sobre la avenida Caracas.

En el discurso de rigor, el Presidente Santos expresó con evidente satisfacción:

«Esta radiodifusora pertenece a la nación colombiana, y ha de estar siempre a su exclusivo servicio. Estarán excluidas de ella las polémicas personales, las voces de discordia, las propagandas interesadas. Sus únicos propósitos son trabajar por la cultura nacional en todos los órdenes, colaborar con universidades, colegios y escuelas en intensas labores de enseñanza, contribuir a la formación del gusto artístico —con programas cuidadosamente preparados— y dar una información absolutamente serena y desapasionada, totalmente objetiva, que lleve a todos el reflejo fiel de los hechos que pasan».

Aspecto de los estudios de la Radiodifusora Nacional tras cumplir su primer año de labores. Banco Fotográfico Colombiano.

 

Y más adelante, agregó: «Esta estación quiere ser un elemento de optimismo, de fe en la acción, de alegre confianza en los destinos de la patria. Quiere ser algo como un reflejo de la energía colombiana, que no desconoce las grandes dificultades que a nuestro progreso se oponen, que sabe los peligros que puedan amenazarla en el presente y en el futuro, que aprecia con claros ojos lo muchísimo que aún nos falta, pero a la cual no arredran las dificultades del futuro por que para vencerlas le da fuerza sobrada el examen de lo que ha realizado en el pasado. El sol que en otros lugares declina, apenas comienza a alumbrar nuestras tierras, y empieza su vida. Así lo siento yo, y por eso creo que esta Radiodifusora Nacional ha de representar el criterio y la voz de esta juvenil patria nuestra, sana, fuerte y sensata».

A continuación, el ministro Araújo, entre otros conceptos, manifestó: «En primer término debo mencionar al señor Gustavo Santos, quien como director de Extensión Cultural y Bellas Artes, inició con grande entusiasmo y actividad el desarrollo de los proyectos del Gobierno; y a Arcadio Dulcey, quien le sucedió en dicho cargo y ha llevado inteligentemente este empeño hasta su real culminación. No deben olvidarse tampoco los nombres del doctor Rafael Guizado, dinámico y talentoso jefe de la estación; el doctor José M. Ospina, arquitecto que construyó los edificios de la misma, ni los de los señores Mario Camargo, gerente lde a casa con la cual se contrató el suministro y montaje de estos magníficos equipos, y Erick Ross, ingeniero jefe de la misma».

1942. Eduardo Santos lee por la Radio Nacional su discurso de despedida al pueblo colombiano.Banco Fotográfico Colombiano.

 

Primer positivo balance

Al cumplirse el primer año de actividades, el escritor y director de la Radiodifusora Nacional, Rafael Guizado, podía sentirse orgulloso del recuento de su labor y la de sus más inmediatos colaboradores (entre los cuales se destacaba Bernardo Romero Lozano): Diez horas diarias de transmisión, para un total de 3.200 dedicadas a «programas selectos, variados, atrayentes, serios y divertidos», preparados por un selecto equipo de colaboradores; intelectuales de gran prestigio, como por ejemplo Rafael Maya (curso de literatura colombiana), León de Greiff y Otto de Greiff (crónicas musicales), Jorge Zalamea (curso de literatura universal), Arturo Camacho Ramírez (crónica poética), Carlos Martín, (actualidad literaria), Gerardo Valencia, (crónica cinematográfica), Jaramillo Giraldo (crónica histórica), Víctor Mallarino (reportajes), Oswaldo Díaz (crónica teatral).

Y, además, la actuación semanal del grupo de radioteatro dirigido por Hernando Vega Escobar, con la puesta en el aire de obras de autores colombianos y extranjeros; y por supuesto, la transmisión de variados programas musicales, tales como conciertos de la Orquesta Sinfónica Nacional en el Teatro Colón, especiales de música de cámara bajo la dirección del maestro Espinosa, conciertos del cuarteto clásico de cuerdas, o de la Banda Nacional dirigida por el maestro Rozo Contreras; y también de música típica nacional, a cargo del conjunto de cuerdas dirigido por el maestro Wills.

Izquierda: 1928. Julio F. Benetti, fundador del Club de Radio de Bogotá. Derecha: 1929. Alvaro Soto Del Corral, vicepresidente del Club de Radio de Bogotá. Chapinero, 1928. Biblioteca Nacional de Colombia

 

Ondas que se evaporan

Tras la exitosa gestión de Guizado, por la Dirección de la emisora pasaron —entre otros— Fernando Plata Uricoechea, «rosado, juvenil, emprendedor, lector apasionado de los periódicos americanos, comentador de los hechos económicos»; luego Fernando Charry Lara, «poeta del pospiedracielismo, intelectual de muchas disciplinas, introductor a Colombia de los bellos versos de Vincent Aleixandre»; más tarde Carlos López Narváez. «loco, poeta, traductor, músico y abogado»; en 1951, durante el Gobierno de Laureano Gómez, el periodista bogotano Arturo Abella, doctorado en filosofía y letras, que llevó a la emisora muchas caras nuevas, azules en su mayoría, y otras del clero; con la Administración del general Rojas Pinilla, entró en escena el más joven de los directores, Fernando Gómez Agudelo, de 22 años, secundado por la experiencia de Romero Lozano; durante el Gobierno de Ernesto Samper, se destacó el eximio y experimentado hombre de radio Jimmy García…

Con la sucesión de estos cambios directivos, otros de índole institucional fueron también afectando —para bien o para mal—, la vida de la emisora: entre 1940 y 1950 fue dependencia del Ministerio de Educación y luego pasó al de Gobierno; en 1952 se acercó un poco más a la Presidencia de la República, como filial de la Oficina de Información; a partir de 1957 formaba parte del Departamento Nacional de Radiotelevisión, dependiente en forma directa de la Presidencia; y años después formaba parte del llamado Instituto Nacional de Radio y Televisión (Inravisión).

A principios de los años noventa, los equipos de onda corta de la estatal emisora comenzaron a descomponerse con demasiada frecuencia y terminaron por dejar de funcionar. La voz internacional de Colombia desapareció del éter, simultáneamente con la reducción del número de sus repetidoras nacionales, la desidia gubernamental y la intemperancia de los trabajadores de Inravisión. Y ya a finales del agitado siglo pasado los augurios sobre el futuro de la enferma Radiodifusora Nacional de Colombia eran, sencilla y tristemente, de pronóstico reservado…

De pasajeras cadenas publicitarias a estructuradas cadenas empresariales

Tras la promulgación del decreto del Gobierno de Abadía Méndez, determinante de las condiciones para la instalación de «estaciones de perifonía», muy pronto comenzó a aparecer en Colombia una nueva clase de empresarios dedicados al prometedor negocio de la radiodifusión.

En la capital de la República —por ejemplo— la primera emisora de ese tipo inició actividades el 14 de enero de 1930, gerenciada por don Alfredo Carreño bajo el extranjerizante nombre de Universal Radio Corporation, e identificada por las letras HKC; y ya para 1938 habían llegado a la media docena: Alford, HKF, La Voz de la Victor, Colombia Broadcasting, La Voz de Colombia y Ecos del Tequendama.

Seis años después, mediados de los cuarenta, a nivel nacional el Ministerio de Correos y Telégrafos registraba un total de 71 estaciones funcionando en 27 centros urbanos (ver recuadro). Tal proliferación produjo entonces un novedoso fenómeno: la transmisión de ciertos programas —organizados generalmente por agencias de publicidad o departamentos de mercadeo de grandes compañías—, a través de cadenas circunstanciales y pasajeras formadas por emisoras de diferentes ciudades y propietarios, según el interés regional o nacional de tal o cual producto, entidad o empresa.

1941. Radio Cristal llegó a ser la emisora de más sintonía en el país a finales de los 30's y primera mitad de los 40's.Cromos, 1941. Biblioteca Nacional de Colombia

 

De los numerosos casos que de esa modalidad tuvieron lugar, veamos solo tres ejemplos:

• 19 de febrero de 1941. Programa ofrecido por la Federación Nacional de Cafeteros, «para iniciar una intensa campaña en pro del mayor y mejor consumo del café dentro del territorio de la República, con la colaboración de la orquesta Emilio Murillo de La Nueva Granada, bajo la dirección del maestro Francisco Cristancho. Por la Radiodifusora Nacional en cadena con las estaciones La Nueva Granada, La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá y Emisores Unidas de Barranquilla».

• 28 de febrero de 1945. «Esta noche a las 8:30 p.m. La Cadena de la Suerte, novedad radial que presenta al país la Lotería Extraordinaria de Girardot. Atracciones, concursos, premios. Emisoras: La Voz de Colombia, La Voz de Bogotá, Radio Girardot. Animador: Tocayo Ceballos. El programa se origina en el Radio-Teatro de La Voz de Bogotá, carrera 6ª Nº 14.88».

• 6 de mayo de 1945. «Los Profesores del Aire, el más ingenioso programa radial de Colombia. Valiosos premios en efectivo para el público oyente de todo el país. Hoy domingo 9:00 a 9:30 p.m. Ofrecido al público de Colombia por las principales emisoras y por Propaganda Época Ltda., la gran agencia de avisos de Bogotá y Medellín, para demostrar el alto grado de entretenimiento y cultura a que ha llegado el país». 
Programa que demostraba también la cobertura nacional alcanzada por estas efímeras cadenas a través de once emisoras localizadas en otras tantas ciudades del país (Bogotá, Medellín, Barranquilla, Cali, Pereira, Cartagena, Manizales, Bucaramanga, Tunja, Neiva e Ibagué).

Estas exitosas experiencias condujeron inevitablemente a varios empresarios a pensar en uniones permanentes. Dos de ellos —William Gil Sánchez y Enrique Ramírez Gaviria— inquietos promotores de las que, en corto tiempo, se convertirían en las dos grandes cadenas de la radiodifusión privada en Colombia. Nacidas casi simultáneamente, pocos meses después del destructor estallido popular del 9 de abril de 1948. Trágico suceso que motivó al Gobierno Nacional a «meter en cintura», mediante severa reglamentación, a las emisoras radiales acusadas de haber contribuido en ese nefasto día a «echar leña al fuego» con comentarios subidos de tono e incitaciones irresponsables.

Izquierda: Abril de 1949. La cadena Ca-ra-col principia con tres emisoras. Semana, 1949. Derecha: Marzo de 1956., El dibujo humorístico entra a formar parte de la guerra por los oyentes.

 

 

Contrapunteo de eslabones microfónicos

La Cadena Radial Colombiana (Caracol), creada inicialmente por la fusión de las emisoras Voz de Antioquia y la bogotana Nuevo Mundo, comenzó a funcionar desde 1948 por iniciativa de William Gil Sánchez. Y el 18 de marzo de 1950 quedó formalmente constituida como sociedad comercial, con la integración de otras dos estaciones. Los firmantes de la histórica escritura fueron Gil Sánchez (Voz de Antioquia), Fernando Londoño Henao (Nuevo Mundo, de Bogotá), Rafael Roncallo (Emisoras Unidas, de Barranquilla) y H. S. Simmons (Radiodifusora de Occidente, RCO, de Cali).

Octubre de 1956. Los principales promotores de dos grandes cadenas, William Gil Sánchez, de Caracol, y Enrique Ramírez Gaviria, de RCN. Dibujo de Maz Henriquez, Semana, 1956.

 

Como dato curioso, vale la pena recordar que Nuevo Mundo había nacido a finales de los años treinta con el nombre de Radio El Liberal por iniciativa de los ex presidentes de la Republica Alfonso López Pumarejo y Alberto Lleras Camargo, con el claro propósito de «competir» ideológicamente con la “godísima” Voz de Colombia.

En 1956 las emisoras afiliadas a Caracol llegaban a 16, entre las que, además de las cuatro fundadoras, figuraban Ecos del Combeima (Ibagué), Ondas del Gualí (Honda), Radio Bucaramanga, La Voz de Cúcuta, La Voz Amiga (Pereira), Emisoras Fuentes (Cartagena), Ondas del Puerto (Girardot), La Voz de Armenia, Ecos de Pasto, Radio Neiva, Radio Manizales y La Voz de Santa Marta.

Radio Cadena Nacional (RCN) fue formada por iniciativa de los hermanos Enrique y Roberto Ramírez Gaviria y Rudesindo Echavarría (presidente de Fabricato) mediante la unión de las emisoras Nueva Granada, de Bogotá, y la Voz de Medellín. Más tarde vincularon a sus objetivos a un grupo de importantes empresas industriales y a varias otras radiodifusoras.

A mediados de los años cincuenta, además de las dos emisoras fundadoras, RCN era propietaria de Radio Pacífico (Cali), La Voz de Pereira y Radio Santander (Bucaramanga), y contaba con otras 15 con el carácter de afiliadas instaladas en las ciudades de Bogotá, Medellín, Girardot, Ibagué, Barranquilla, Cartagena, Santa Marta, Armenia, Manizales, Cartago, Buga, Palmira, Neiva, Popayán y Pasto.

Los años dorados

Los cincuenta y sesenta, y parte de los setenta, del pasado siglo XX pueden considerarse como los años dorados de las grandes cadenas, por la variedad y calidad de su programación y los adelantos técnicos de sus emisoras. Años que marcaron, por ejemplo, el apogeo de los grandes programas en vivo —musicales, teatrales, de concurso, de variedades—, irradiados para todo el país desde confortables y concurridos radioteatros. Años que fueron, también, testigos del inicio de la conformación de verdaderos equipos noticiosos, integrados por voces y especialistas de gran profesionalismo que lograron colocar al periodismo radial colombiano entre los mejores de Hispanoamérica.

Durante los años setenta, obligadas ya por la competencia de la televisión (que había hecho su aparición en junio 1954), las grandes cadenas (y la radiodifusión en general) comenzaron inevitablemente a variar su programación. Poco a poco, los populares programas en vivo fueron desapareciendo, y entrando en los años ochenta, la mediocridad y la falta de creatividad iniciaron la invasión de las ondas radiales. Con excepción de algunos grandes noticieros, que sí mantuvieron y aumentaron su profesionalismo (aunque «estirados» artificialmente en sus horarios para atender la creciente y abultada pauta publicitaria), el resto de la programación se contrajo, en general, a la transmisión de grabaciones musicales (aparecieron las emisoras especialistas en tal o cual tipo de ritmo al servicio del consumismo fonográfico, eficientes promotoras de la destrucción del buen gusto entre sus oyentes). En uno u otro caso, alternadas o intercaladas, juntas o separadas con equipos de parlanchines que, en medio de un desorden general, de voces disonantes que se interrumpen una y otra vez, durante horas se ocupan de una enorme variedad de temas, de concursos o de llamadas de oyentes absolutamente intrascendentes e inútiles, de boberías sin fin, en ocasiones utilizando un lenguaje chabacano, acompañados por la transmisión de cuñas publicitarias, directas o indirectas, subliminales o descaradas, de pócimas milagrosas, medicamentos de dudosa eficacia, tratamientos de belleza o variados servicios de charlatanes, especialistas en vivir del cuento.

Epílogo

En marzo de 1932, al ser nombrado el escritor Daniel Samper Ortega director de la HJN, un editorial del periódico "El Espectador", entre otros conceptos, con ilusión patriótica expresaba: «Orientadas con un criterio razonable que alternen el sentido práctico y el buen gusto, las estaciones radiodifusoras pueden desempeñar en el desarrollo de la cultura del país un papel tan importante como el de los colegios y universidades; y acaso más ameno que el de éstos, especialmente en las clases trabajadoras que no disponen de dinero ni de tiempo para asistir a los establecimientos de educación, oficiales o particulares, el radio llena una misión didáctica cuyo alcance benéfico difícilmente podríamos meditar. Esto precisamente es lo que hace imperiosa la necesidad de que en su empleo se proceda atendiendo no sólo a sus cualidades amenas, sino ante todo, a su influjo educador».

Evidentemente, soñar no cuesta nada.