En su momento, las declaraciones de guerra fueron recibidas con gran entusiasmo por parte de la opinión pública; con el mismo entusiasmo los hombres se presentaron a las oficinas de reclutamiento. Tarjeta postal que muestra a soldados alemanes, 1914.
Agosto de 2014
Por :
Roch Charles Little Doctor en historia, Universidad de Laval. Profesor, Departamento de Historia, Universidad Nacional de Colombia

DE LA GUERRA DE MOVIMIENTOS A LA DE POSICIONES

Las fuerzas en presencia

Una rápida contextualización para facilitar la comprensión de los acontecimientos que se describirán en las próximas páginas. La Primera Guerra Mundial opuso al principio dos sistemas de alianzas: las potencias centrales y la Entente. La primera la integraron Alemania y Austria-Hungría (Italia hacía parte de la alianza, pero se declaró neutra); se les juntaron el imperio otomano (Turquía) en octubre de 1914 y Bulgaria un año después. De la segunda alianza hacían parte Francia (con sus colonias), Rusia y el Reino Unido (y con ella los países del Commonwealth como Australia, Canadá, Nueva Zelanda y la Unión Surafricana, además de sus colonias). Cuando estallaron las hostilidades se les unieron inmediatamente Serbia y Bélgica, Italia en 1915, Rumania en 1916 y los Estados Unidos y Grecia en 1917, además de otros países. 

Introducción: Un conflicto que debía ser breve

Las declaraciones de guerra que los gobiernos de los países involucrados se enviaron en julio de 1914 habían sido calculadas en función de un conflicto que iba a durar poco tiempo. Ninguno de estos gobiernos pensó en la guerra agobiante de cuatro años que conocemos y cuyo centenario rememoramos. Razón por la cual, en su momento, la noticia había sido recibida con gran entusiasmo por parte de la opinión pública; con el mismo entusiasmo los hombres, en particular los jóvenes, se amontonaron en las oficinas de reclutamiento, afanados por ir alegremente a la guerra, “con la flor en el fusil” .

¿A qué se debe este error de cálculo? Mejor reformular la pregunta: ¿era realista pensar que esta guerra iba a ser de corta duración? 

Una rápida mirada hacia los conflictos bélicos del siglo XIX puede aportarnos algunos elementos de respuesta. Una tendencia que se observaba era la duración cada vez menor de las confrontaciones armadas. La guerra de Crimea duró un año en el punto intenso de los combates. La guerra del Piamonte-Cerdeña contra Austria, en 1859, duró un poco más de un mes. La guerra austro-prusiana y de sus aliados de la Confederación Germánica de 1866 duró siete semanas. Todas ellas se debían al uso de una tecnología militar cada vez más sofisticada. Entonces, en julio de 1914, se pensaba que esa tendencia iba a mantenerse.

Mujeres de Gran Bretaña, digan: “¡Vayan!”. Colección Library of Congress, Washington.
“Su rey y su país lo necesitan a usted para mantener el honor y la gloria del imperio británico”. Afiche del Comité Parlamentario de Reclutamiento de Londres, ca. 1914.

 

El frente occidental

Combates en el frente occidental. Obsérvese la trinchera, estructura esencial de la Gran Guerra.

 

Mientras la Doble Monarquía —otro nombre con el cual se conocía el imperio de Austria-Hungría— desarrolló sus actividades militares contra Serbia, Alemania, por su parte, dirigió sus atenciones hacia Francia a partir de un plan militar destinado a la conducción de una guerra en dos frentes.

La estrategia francesa

Francia anhelaba desquitarse de la humillación de la guerra de 1870 y la recuperación de los territorios de Alsacia y Lorena. En tres ocasiones, los dos países habían estado al borde de la guerra: en 1886, durante la crisis del boulangisme, en 1905 y 1911, durante las crisis de Marruecos. Sus objetivos militares eran la conquista de las dos regiones en cuestión, tal como estaba en el Plan xvii.

La estrategia alemana 

Postal de Helmuth Johanes Ludwig von Moltke, general mariscal de campo y comandante del ejército alemán, ca. 1914.

 

La hostilidad francesa y su alianza con Rusia a partir de 1890 hacían temer a Alemania la posibilidad de una guerra en dos frentes. Para enfrentarse a esa eventualidad, el general Alfred von Schlieffen (1833–1913) elaboró en 1905 un plan de campaña cuyo objetivo era lograr una victoria relámpago contra Francia, para después volver todo el poderío militar alemán contra Rusia. El plan comportaba sus riesgos. En efecto, la mayor parte de los ejércitos teutones debían pasar por Bélgica y Luxemburgo, países neutros. Además, la violación de la soberanía belga iba a suscitar la intervención del Reino Unido, garante de la independencia belga, pero se calculaba que una conclusión rápida del conflicto contra Francia no le daría el tiempo suficiente para intervenir.

La contraofensiva de la Marne y la estabilización del frente

La batalla del Marne (septiembre de 1914). Dibujo de Fernand Besnier. Nótese la participación de tropas de las colonias además de los colores muy llamativos de los uniformes franceses (azul y rojo); estos soldados representaban un blanco fácil para los fusileros alemanes. Sin embargo, es solo a partir de 1915 que el Estado Mayor tomó la decisión de cambiar este uniforme por uno más mimético con el entorno.

 

Fue la responsabilidad del general Helmuth von Moltke “el Joven” (1848–1916), de aplicar el plan de von Schlieffen, no sin la introducción de algunas modificaciones. La más importante fue la de no concentrar las grandes cantidades de tropas calculadas para el frente noroccidental con el fin de no dejar al descubierto el flanco oriental, en particular la Prusia Oriental, donde, según el plan original, se preveía el abandono puro y simple de la región en caso de ataque ruso para retirarse hacia unas posiciones de defensa cerca del puerto de Dánzig.  El 4 de agosto de 1914, después de enviar unos días antes un ultimátum que quedó sin respuesta, Alemania invadió Bélgica y Luxemburgo, para después entrar en territorio francés en las semanas siguientes. Mientras tanto, la poca eficacia del Plan xvii llevó a las fuerzas francesas a cambiar de estrategia y a replegarse para pasar, en conjunto, con el cuerpo expedicionario británico al mando del mariscal John French (1852–1925), a la contraofensiva. La operación militar conocida como la primera batalla del Marne (9–12 de septiembre), bajo el mando del general Joseph Joffre (1852–1931), tuvo por efecto parar la avanzada alemana, lo que dio inicio a una guerra de posiciones, conocida también como “guerra de trincheras”. Las batallas de Aisne (6–13 de septiembre) y de Ypres (noviembre 1914 y abril–mayo de 1915) confirmaron esta situación. El plan Schlieffen había fracasado, fracaso que le fue reprochado a von Moltke, quien fue destituido y remplazado por el general Erich von Falkenhayn (1861–1922).

El frente oriental

Soldados alemanes en un refugio en el distrito de Aisne. Fotografía Bain News Service, 26 de diciembre de 1914. Colección Library of Congress, Washington.

 

Entonces, desde la mitad del mes de septiembre de 1914, las operaciones militares en el frente occidental se caracterizaron por su estabilidad. En el frente oriental, en cambio, se vivió la guerra de movimiento hasta el final de 1915. El frente oriental fue para los alemanes el teatro de sus más importantes y decisivas victorias militares; en cambio exactamente lo contrario les sucedió a las tropas rusas. Sin embargo, estas últimas lograron mantener la frente en alto contra los ejércitos austrohúngaros. Estos últimos lograron sus objetivos casi siempre con dificultad, el apoyo de su aliado alemán fue, por lo general, determinante al respecto.

La falta de preparación rusa

En el papel, la Rusia de los zares estaba en condición de reunir el ejército más poderoso del conflicto, en términos de hombres por lo menos. Sin embargo, este se encontraba desorganizado por el desmoronamiento de su régimen político. Su derrota contra Japón en la guerra de 1905 había mostrado su incapacidad para enfrentarse a una guerra moderna. 

Durante la crisis de julio de 1914, el gobierno ruso, en apoyo a Serbia, su aliado, decretó la movilización general, un gesto considerado por las cancillerías de Viena y Berlín como belicoso. En los hechos, se trataba de una movilización numéricamente impresionante, pero resultó en realidad que pocos de esos hombres se encontraban en condición de combatir. Rusia se involucró, entonces, en una guerra de gran magnitud con una preparación precaria: mal equipada, mal abastecida y con una cadena de mando rígida y esclerótica. Las cosas empeoraron cuando, a la luz de los primeros reversos, el zar Nicolás i, tan bien intencionado como incapaz, se hizo cargo del mando del ejército ruso a finales de agosto de 1915.

La estrategia alemana: Esperar  y contraatacar en el momento oportuno

El frente occidental, 1914. Se trató de unos de los principales escenarios de la guerra en Europa. Se observa el avance de Alemania sobre Bélgica y Francia al final de 1914 así como la mayor penetración que llegaron a tener los ejércitos alemanes en esas regiones donde luego perderían terreno.

 

Arma de la artillería inglesa tomada en Ypres, Bélgica. Fotografía Bain News Service, ca. 1914-1915. Colección Library of Congress,Washington.

 

Como se mencionó antes, la estrategia alemana en el frente oriental era replegarse metódicamente de Prusia Oriental en caso de invasión rusa. El general Maximilian von Prittwitz (1848–1917), comandante en la región, ordenó la retirada una vez iniciada la avanzada rusa, pero encontró la desaprobación del Estado Mayor que lo destituyó y lo remplazó por los generales Paul von Hindenburg (1847-1934) y Erich von Ludendorff (1865-1937), quienes recibieron la orden de adoptar una posición más ofensiva.

Soldados alemanes en las trincheras a lo largo del río Aisne, Francia. Fotografía Bain News Service, ca. 1914- 1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

La avanzada rusa

Paul (Pavel) von Rennenkampf, 1914. Fotografía publicada en la Gazeta Nóvoye Vremya. Colección Biblioteca Nacional de Rusia.

 

Por el bando ruso, la ofensiva estuvo a cargo de los generales Paul von Rennenkampf (1854–1918) y Alexander Samsonov (1859–1914), que penetraron en Prusia Oriental. Como no encontraban ninguna resistencia por parte de las fuerzas alemanas, los ejércitos rusos terminaron dispersándose en la región, cometiendo así un error estratégico.

La batalla de Tannenberg y de los lagos Masurianos

Los comandantes alemanes del Frente Oriental. De izquierda a derecha aparecen: von Hindenburg, el káiser Guillermo II y von Ludendorff discutiendo su estrategia.

 

La dispersión de los dos ejércitos rusos, combinada con una logística y un sistema de comunicación deficiente, fue capitalizada por el comando alemán que se decidió a atacar. Von Hindenburg (1847-1934) lanzó sus tropas contra las rusas cerca de la ciudad de Tannenberg el 27 de agosto de 1914; la batalla terminó tres días después con una victoria aplastante y la toma de decenas de miles de prisioneros. Esta batalla se constituyó en un poderoso símbolo patrio en el imaginario histórico alemán en su enemistad contra los eslavos, ya que representó la “revancha” de otra batalla que había tenido lugar en el mismo sitio en 1410, cuando los Caballeros de la Orden Teutónica fueron vencidos por una coalición de ejércitos del Reino de Polonia y del Gran Ducado de Lituania. Poco tiempo después, las fuerzas rusas fueron de nuevo derrotadas en la batalla de los Lagos Masurianos.

La contraofensiva germano-austriaca

La suerte de las armas fue más favorable para Rusia en el sur. Primero, los ejércitos austrohúngaros, al mando del mariscal barón Conrad von Hötzendorf (1852–1925), iniciaron la invasión de la Polonia rusa desde la Galitzia, con el objetivo de tomar Varsovia. Pero la contraofensiva rusa que lanzó desde el suroriente el general Nicolás Ruzsky (1854–1918) restableció la situación a su favor y la victoria que logró en la Batalla de Lvov, el 2 de septiembre de 1914, obligó a los austrohúngaros a replegarse adentro de sus propias fronteras. Una contraofensiva de von Hötzendorf a finales de 1914 no hizo sino empeorar las cosas, y en marzo de 1915 la empresa terminó con el desastre de Pzemysl y los rusos avanzan de nuevo, hasta amenazar a Cracovia. Fue solo gracias a la ayuda alemana que Viena pudo evitar lo peor. En abril de 1915, un ejército al mando de August von Mackensen (1849–1945) atacó a los rusos desde Gorlice-Tarnow. A partir de este momento, las fuerzas germánicas fueron imparables. En diciembre de 1915, el imperio ruso fue expulsado de Polonia y fue obligado a retroceder hasta mantener unas posiciones en la línea Riga-Tarnopol que logró proteger hasta 1917. Ahí también se inició una guerra de posiciones.

Vuelve la cuestión polaca

La guerra en el frente oriental dio un nuevo impulso a la “cuestión polaca”, que permitió a Polonia recobrar su independencia en noviembre de 1918. En efecto, cada uno de los bandos quiso aprovechar el potencial humano de millones de polacos. El imperio ruso fue el primero en intentar capitalizar esta opción con la Proclamación del 14 de agosto de 1914 del jefe de estado mayor,

Duque Nicolás Nicoláyevich Románov, retrato de joven.

 

el gran duque Nicolás Nicoláyevich (1856–1929), tío segundo del zar, la cual prometía la restauración de un Estado polaco asociado a Rusia.

Soldados alemanes atacando a tropas francesas en agosto de 1915. Colección Library of Congress, Washington.

 

Cuando las tropas alemanas y austro húngaras ocuparon el territorio de la antigua Polonia, bajo control ruso en noviembre de 1915, los polacos fueron solicitados para participar en las acciones militares de las potencias centrales con la promesa de un Estado polaco autónomo desde los territorios tomados de Rusia. Sin embargo, ambas propuestas eran vagas; la rusa fue rápidamente abandonada; la propuesta germánica encontró un cierto eco, hasta logró una primera concreción en agosto de 1914 con la formación de una brigada polaca dentro del ejército austriaco bajo el mando de Jozef Pilsudski (1867–1935). Pero con la penetración muy adentro del imperio ruso, la participación polaca no se hizo tan imprescindible y este proyecto se dilató para ser abandonado después.

El káiser Guillermo II de Alemania con Francisco Javier José Conrad von Hötzendorf. Colección Library of Congress, Washington.

 

La búsqueda de nuevos aliados

El frente oriental (1914-1915)

 

A finales de 1914 apareció claro que se embarcaba el mundo en un conflicto largo (aunque en este momento no se supiera con claridad cuán largo iba a ser). Así, los gobiernos involucrados pasaron a una ofensiva diplomática con el fin de conseguir nuevos aliados que pudiesen cambiar el equilibrio de fuerzas en el terreno. Italia representaba una posibilidad en este sentido. Parte de la Triple Alianza con Alemania y Austria-Hungría, se declaró neutra al momento de desencadenarse las hostilidades, considerando que sus aliados no habían sido agredidos. Esta lectura “defensiva” del pacto motivó a los embajadores de la Entente a redoblar los esfuerzos para que Italia cambiase de bando. La apuesta podía fructificar teniendo en cuenta el hecho de que Italia, con la intención de llevar a cabo su proceso de unificación nacional, revindicaba territorios como el Tirol, Trieste y la Dalmacia que se encontraban bajo soberanía austrohúngara. 

Ambos intereses convergieron con negociaciones que llevaron a la firma del Tratado de Londres del 26 de abril de 1915 y que formalizó la entrada de Italia en la guerra por el lado de la Entente. El Tratado encerraba unos protocolos secretos que recompensaban generosamente la adhesión italiana con importantes concesiones territoriales en detrimento de Austria-Hungría, además de abrir la puerta a futuras adquisiciones territoriales en las islas griegas y zonas de influencia en Turquía.

Postal alemana celebrando la entrada de Bulgaria en la guerra. Aparece el zar búlgaro Fernando I con la inscripción: ¡Bulgaria está con nosotros! Al fondo, el edificio del Ministerio de la Guerra en Sofía, la capital. Retrato del zar Fernando I.

 

Por su lado, las potencias centrales tampoco se quedaron de brazos cruzados. Su diplomacia logró implicar a Turquía que se involucró en el conflicto a partir de octubre de 1914; en agosto de 1915 firmaron una alianza con Bulgaria que entró en las hostilidades dos meses después atacando a Serbia. La participación de ambos países al lado de las potencias centrales era dictada por sus intereses políticos. Turquía, desde los inicios de la revolución “Joven Turca”, se encontraba en un proceso de modernización que contaba con una importante participación alemana, por ejemplo, en sectores como la construcción de la línea de ferrocarril Estambul (Constantinopla)-Bagdad y el ejército. Además, su compromiso en la guerra por el lado alemán era dictado por el imperativo de defender la integralidad de su territorio, el cual se había menguado significativamente durante el siglo XIX y más recientemente con las guerras balcánicas de 1911–1913, y cuyos restos, en particular en el Medio Oriente, estaban en la mira de los imperialismos ruso, británico y francés. La política búlgara tenía también mucho que ganar con la alianza alemana, sobre todo en su conflicto con Serbia, ya que aquella tenía viejas cuentas pendientes con esta, producto de la segunda guerra balcánica.

A finalizar 1916, la contribución de esos nuevos aliados fue relativamente modesta. No habían aportado un curso decisivo a la guerra (como fue la entrada de los Estados Unidos en el conflicto en 1917 por el lado de la Entente). Sin embargo, resultó más provechoso para las potencias centrales que la Entente.

La entrada de Italia en la guerra alimentó las esperanzas de precipitar una rápida conclusión de las hostilidades con la apertura de un nuevo frente. No obstante, no dio los resultados esperados, ya que, por ejemplo, con las batallas de Isonzo de 1914–1915, las tropas austrohúngaras no solo lograron resistir a los asaltos de las tropas italianas sino que estas últimas terminaron perdiendo terreno. En cambio, las potencias centrales lograron resultados mucho más significativos con sus nuevos aliados. La alianza búlgara tuvo un aporte decisivo en la guerra contra Serbia y la turca generó una de las peores humillaciones militares anglo francesas.

Pedro I, rey de Serbia (1844-1921). Simbolizó la resistencia de un país con poderío militar y recursos limitados frente a la agresión de Austria-Hungría.

 

El frente balcánico

Los ejércitos austrohúngaros se lanzaron a la conquista de Serbia desde agosto de 1914. Para gran sorpresa del gobierno vienés, el pequeño país balcánico logró resistir, además de infligirles bajas significativas. Otra ofensiva lanzada en noviembre tampoco dio resultados. Sin embargo, a partir de octubre de 1915 la suerte de las armas cambió a favor del imperio danubiano, que se benefició, para la ocasión, del apoyo de tropas alemanas y de los nuevos aliados búlgaros. Esta vez Serbia se vio superada y se encontró en la obligación de replegarse hacia Montenegro y Albania, no sin ofrecer una resistencia de casi dos meses, resistencia simbolizada por el anciano rey Pedro quien acompañó las tropas hasta su evacuación en la isla griega de Corfú. El resultado de la contienda fue la ocupación de Serbia por los austrohúngaros (además de Albania y el Montenegro) y la anexión de la región de Macedonia por parte de Bulgaria. Después de esta ofensiva germánica el frente balcánico entró también en una fase de estabilidad que duró hasta 1917.

Casco militar austriaco.

 

Bibliografía

Howard, Michael. La primera guerra mundial, Barcelona: Crítica, 2008.

Mommsen, Wolfgang J. La época del imperialismo, México: Siglo xxi, 1983.

Paredes, Javier (dir.). Historia del mundo contemporáneo (s. xix-xx), Barcelona: Ariel, 2004. 

Procacci, Giuliano. Historia general del siglo xx, Barcelona: Crítica, 2001.

Renouvin, Pierre. La primera guerra mundial, Barcelona: Oikos-Tau: 1990.

Renouvin, Pierre. Historia de las relaciones internacionales. Siglo xix y xx, Madrid: Akal, 1982. 

Wasserstein, Bernard. Barbarie y civilización. Una historia de Europa de nuestro tiempo, Barcelona: Ariel, 2010. 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

Paul von Hindenburg 

(Poznan, 1847 – Neudeck, Prusia Oriental, 1934)

Protagonista de los principales acontecimientos políticos y militares de Alemania a partir de la guerra franco-prusiana (1871). Se caracterizó por su ideología ultraconservadora, defensora de la aristocracia y de la monarquía. Además, fue pieza clave en el ascenso del nacionalsocialismo. 

Al estallar la Primera Guerra Mundial asumió la dirección del ejército en el frente oriental. Vencedor en la batalla de Tannenberg, luego ascendido a mariscal de campo y jefe del estado mayor en 1916. En 1918, tras la derrota, aconsejó al káiser que abdicara. Se retiró luego del Tratado de Versalles (1919), en el mismo lugar donde fue condecorado en la proclamación del imperio alemán en 1871. 

Como presidente de la República de Weimar (1932), se opuso a la reforma agraria y se abstuvo de declarar ilegal al partido Nazi; en 1933, luego del incendio del Parlamento alemán, atribuido a los comunistas, Hindenburg suspendió los derechos fundamentales y nombró canciller a Hitler. Aquejado de demencia senil, poco antes de morir, Hindenburg se dirigió al führer con el título de “majestad”.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                          

John French 

(28 de septiembre de 1852, Ripple, Inglaterra – 22 de mayo de 1925, Deal, Inglaterra)

Sus decisiones militares como primer comandante del ejército británico en el frente occidental, fueron objeto de controversia. Las batallas libradas bajo su mando, en la primera etapa de la Gran Guerra, arrojaron un alto número de pérdidas humanas, para muchos resultado de su indecisión. Se le consideró incapaz de adaptarse a las condiciones de la guerra y de trabajar armoniosamente con su gobierno, con sus subordinados y con los generales belgas y franceses. Luego de la batalla de Le Cateau, French, primer conde de Ypres, optó por la retirada. El secretario de Estado para la guerra le ordenó mantenerse en acción e integrarse con sus aliados. Todo ello lo llevó a renunciar el 17 de diciembre de 1915. 

No obstante lo anterior, hay quienes aseguran que sus decisiones prepararon el terreno para el posterior triunfo aliado en Marne. 

Tras su dimisión se desempeñó como comandante en jefe en Gran Bretaña y como lord teniente de Irlanda.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                              

Joseph Joffre 

(Riversaltes, 12 de enero 1852 – París 3 de enero de 1931) 

Vivió su gloria entre 1914 y 1916, como comandante en jefe de los ejércitos franceses en el frente occidental. Si bien estuvo a punto de ceder París a los alemanes, supo replantear la estrategia y defender la ciudad en la primera batalla del Marne, basado en su imperturbabilidad y coraje. Apodado “papá Joffre”, en ese momento se le consideró salvador de Francia. 47 años antes hizo parte de las fuerzas francesas que defendieron — sin éxito — a París en la guerra franco prusiana (1871). Más tarde sirvió en las colonias francesas. 

La derrota en Verdún (1916) marcó el final de la carrera militar de Joffre, quien dimitió el 26 de diciembre, al tiempo que recibía el título de mariscal de Francia.

 

Campaña de 1914: ejército francés. Los generales Joffre y de Castelnau. Colección Bibliothèque Nationale de France.

 

                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                           

Alberto I de Bélgica 

(Bruselas, 8 de abril, 1875 – Marche-les-Dames, 17 de febrero, 1934)

Pasó a la historia como el monarca que se plantó para decirle a los alemanes: ‘por Bélgica no pasan’, en respuesta a la solicitud del káiser de autorizar el paso de los ejércitos germanos para, desde allí, invadir a Francia. Cuando entendió que la guerra era inevitable, Alberto reforzó el ejército e informó a los franceses de los planes de Alemania. Como jefe supremo de las fuerzas belgas, resistió al enemigo para que Gran Bretaña y Francia se prepararan para la batalla del Marne. A finales de 1914 sus fuerzas cerraron al invasor el camino de Dunkerque y Calais, necesarios para invadir las islas británicas

En 1918 Alberto I, tercer rey de los belgas (1909–1934), entró a Bruselas como un héroe y luego lideró la reconstrucción de su país.

Proclama del gran duque Nicolás Nicoláyevich, 14 de agosto de 1914

¡Polacos!

Fotografías de Nicolás II con el general gran duque Nicolás Nicoláyevich Románov durante la Primera Guerra Mundial. Fotografía Bain News
Service, ca. 1914. Colección Library of Congress, Washington.

 

La hora ha llegado en que los sueños de sus padres y antepasados pueden hacerse realidad.

Un siglo y medio atrás, el cuerpo vivo de Polonia se ha hecho pedazos; pero su alma no ha muerto. Se ha mantenido viva como una esperanza de su resurrección por parte de la nación polaca y por su unión fraternal con la gran Rusia.

El ejército ruso les trae la buena noticia de esta unión. Pueda que las fronteras que cortan la nación polaca sean borradas.

Pueda que la nación polaca sea unida en una sola bajo el cetro del emperador ruso. Bajo este cetro Polonia renacerá, libre en su propia religión, idioma y autonomía.

Rusia espera solamente una cosa de ustedes, a saber, que muestren respeto para todos los pueblos cuya suerte ha sido ligada a la suya por la historia.

La gran Rusia da un paso adelante para unirse a ustedes con un corazón abierto y con una mano fraternal extendida en signo de amistad. Está firmemente convencida que la espada con la cual mató al enemigo común en Grunwald no se ha deslustrado.

Los batallones rusos se extienden desde las costas del océano Pacífico hasta los mares del Norte. El amanecer de su nueva vida se está iniciando.

Pueda la bandera de la cruz iluminar en adelante como el símbolo de la pasión y de la resurrección de las naciones.

Citado en Norman Davies. God’s Playground. A History of Poland, vol. II, Oxford, Clarendon Press, 1981, pp. 382-383 (Traducción del autor).

Fotografías de Nicolás II con el general gran duque Nicolás Nicoláyevich Románov durante la Primera Guerra Mundial. Colección Library of Congress, Washington.

 

CRÓNICAS DE LA GRAN GUERRA

(Diarios, novelas y cuentos)

Voluntarios ingleses en el inicio del conflicto (1914).

 

“Svejc estaba espléndido en su exuberancia profética. Su cara ingenua sonreía como la luna llena e irradiaba entusiasmo. Lo veía todo muy claro.

Es posible — prosiguió con su previsión sobre el futuro de Austria — que en caso de guerra con Turquía nos ataquen los alemanes, porque estos y los turcos se ayudan. Unos y otros son unos canallas tan malnacidos como en todo el mundo no encontraríamos otros. Pero nosotros nos podemos aliar con Francia, que desde 1871 odia a Alemania. ¡Y hala!, guerra, y habrá una guerra que Dios nos ampare”.

“El último recurso de aquellos que no querían ir a la guerra era la prisión militar. Conocí a un profesor que no quería ir a disparar en la artillería porque era matemático, de manera que robó un reloj a un teniente para que lo encerraran en la prisión militar. Lo hizo después de habérselo pensado mucho. La guerra no le atraía ni le entusiasmaba. Disparar contra el enemigo y matar a otros profesores de matemáticas tan desgraciados como él mismo le parecía una bestialidad”.

Jaroslav Hasek. Las aventuras del buen soldado Svejk, (1921). 

Barcelona, Random House Mondadori, 2011.

Páginas del diario de un soldado americano. Foto shutterstock

 

“Hay muchas maneras de verse condenado a muerte. ¡Ah, cuánto no habría dado yo en aquel momento por encontrarme en la cárcel, en vez de estar allí, hecho un cretino; por haber robado provisoriamente algún objeto en algún sitio, cosa que no costaba nada, cuando aún era tiempo! Pero uno nunca piensa en nada. De la cárcel uno sale vivo; de la guerra, no. Lo demás son puras palabras”.

Louis Ferdinand Céline. Viaje al fin de la noche, (1932). Buenos Aires, Compañía General Fabril Editora, 1960.

Soldados del imperio ruso, ca. 1915. Foto shutterstock

 

“Habíamos abandonado las aulas de las universidades, los pupitres de las escuelas, los tableros de los talleres, y en unas breves semanas de instrucción nos habían fusionado hasta hacer de nosotros un único cuerpo, grande y henchido de entusiasmo. Crecidos en una era de seguridad, sentíamos todos un anhelo de cosas insólitas, de peligro grande. Y entonces la guerra nos había arrebatado como una borrachera. Habíamos partido hacia el frente bajo una lluvia de flores, en una embriagada atmósfera de rosas y sangre. Ella, la guerra, era la que había de aportarnos aquello, las cosas grandes, fuertes, espléndidas. La guerra nos parecía un lance viril, un alegre concurso de tiro celebrado sobre floridas praderas en que la sangre era el rocío.”

Ernst Jünger. Tempestades de acero, (1920). 

Buenos Aires, Tusquets Editores, 2013.

“Durante diez semanas aprendimos la instrucción, y en este tiempo sufrimos una transformación más rotunda que en los diez años de colegio. Supimos entonces que un botón bien limpio tiene más importancia que cuatro volúmenes de Schopenhauer.

“Primero, sorprendidos, luego, exasperados; finalmente, indiferentes, comprendimos que lo esencial no parecía ser el espíritu, sino el cepillo de las botas. No la idea, sino el sistema. No la libertad, sino la disciplina. Con entusiasmo y buena voluntad nos hicimos soldados; pero todo se juntó para expulsar eso de nosotros. A las tres semanas ya hallábamos comprensible que una manga con galones tuviese sobre nosotros más poder que el que antes tuvieron nuestros padres, nuestros maestros, y todos los núcleos de cultura desde Platón hasta Goethe, inclusive. Con nuestros juveniles y avispados ojos vimos que el concepto básico que de patria tuvieron nuestros profesores, se realizó aquí, por lo pronto, con un abandono completo de la personalidad, como nunca se hubiera nadie atrevido a exigirlo del criado más tarde.

“Saludar, ponerse “firmes”, el paso de parada, presentar armas, girar hacia la derecha, girar hacia la izquierda, hacer chocar los tacones, gritos, miles de atropellos; presumimos que nuestra misión iba a ser otra, y hallamos que se nos preparaba para ser héroes como caballos de circo”.

Erich María Remarque. Sin novedad en el frente,

 

Referencias

1. Como Montenegro y Portugal. Países latinoamericanos como Brasil, Costa Rica, Cuba, Guatemala, Honduras, Nicaragua y Panamá hicieron legalmente parte de la alianza por declarar la guerra a Alemania. Japón tuvo una participación militarmente significativa, pero su campo de actividad se limitó al Extremo Oriente.

2. Recordemos brevemente los hechos: Austria-Hungría declaró a Rusia el 1 de agosto y a Francia dos días después; el Reino Unido la declaró a Alemania el 4 de agosto; Austria-Hungría la declaró a Rusia el 5 de agosto; francia declaró la guerra a Austria-Hungría el 11 de agosto, seguido por el Reino Unido dos días después.

3. Expresión francesa sintomaántica de la excesiva confianza con la cual los soldados se fueron al frente de combate.

4. La guerra inició en 1853 como un conflicto turco-ruso hasta que, en 1854, se juntó al lado del imperio otomano el Reino Unido, Francia y Piamonte-Cerdeña. Terminó en 1856 con la firma del Tratado de París.

5. Guerra que contó con el apoyo de Francia. Este conflicto dio inicio el proceso de unificación de Italia.

6. Históricamente estos dos territorios hicieron parte del imperio alemán medieval. Durante los siglos XVI y XVII pasaron a la soberanía francesa.

7. La crisis boulangista fue el resultado de la llegada al Ministerio de Defensa Nacional del general Georges Boulanger, quien se destacó por una política populista y chovinista que excitó el nacionalismo anti alemán de la población.

8. Las crisis de Marruecos fueron dos incidentes diplomáticos que agudizaron las tensiones franco germanas por la cuestión del Sultanato de Marruecos, un Estado nominalmente soberano, pero abierto a la influencia de las potencias europeas, aunque de facto, era desde hace años un protectorado francés y español. La crisis estalló cuando Alemania pretendió inmiscuirse en los asuntos marroquíes para supuestamente defender la soberanía del Sultanato, lo que provocó la reacción airada de Francia, que consideraba la zona como de su influencia exclusiva, apoyada en sus pretensiones por el Reino Unido.

9. François Fejto. Requiem pour un empire défunt. Histoire de la destruction de l’Autriche-Hongrie, París, Seuil, 1993, capítulo i [versión española: Réquiem por un imperio difunto. Historia de la destrucción de Austria-Hungría, Madrid, Biblioteca Mondadori, 1990]. Para este autor, la responsabilidad del desencadenamiento del conflicto incumbió a Rusia y no a Alemania como es generalmente admitido.

10. Es difícil tener acceso a la versión de los historiadores rusos de los hechos por razones lingüísticas. Los acontecimientos del mes de agosto de 1914 desde el bando ruso y asequibles en lengua castellana han sido relatados de forma magistral, y con una gran fidelidad hacia los hechos, por el gran escritor Aleksandr Solzhenitsyn en la novela histórica Agosto 1914 (Barcelona, Barral Editores, 1971).

11. Después de Rusia Austria-Hungría era el país peor organizado para la conducción de esta guerra a nivel militar. Esta situación ha sido narrada con mucha ironía por el escritor checo Jaroslav Hašek en la novela Las aventuras del buen soldado Švejk.

12. La cuestión polaca surgió con la desaparición de Polonia en 1795, repartida entre Rusia, Prusia y Austria. Durante el siglo XIX, hubo rebeliones periódicas para la restauración de la independencia polaca. En el terreno diplomático, numerosas personalidades polacas en el exilio, como por ejemplo Federico Chopin, abogaron por la causa nacional, sin mucho éxito.

13. Esta Triple Alianza, obra de Bismarck, había sido pensada no tanto por el potencial militar que podía aportar Italia sino con la intención del canciller alemán de aislar a Francia.

14. Nombre que se dio al Comité de Unión y Progreso, un movimiento político nacionalista y reformista que tomó el poder en 1908.

15. Una de las grandes potencias europeas en el siglo xvi. Su presencia en el continente europeo se redujo a la pequeña franja territorial de la Tracia Oriental, donde se encuentra hoy Estambul.