Diana Gamboa, pliegue a pliegue

Homenaje a una artista colombiana que, gracias a una inusual confluencia de sensibilidad, meticulosidad y persistencia, se cuenta entre las artistas más adiestradas del origami en el mundo.

Transformar materia con las manos tiene una poderosa propiedad meditativa. El contacto de los dedos con el soporte físico —sea arcilla, hilo, madera, metal, pintura, fique o cualquier otro— le envía un mandato al cerebro que es bendito: el de salir de las mareas mentales, esas que son más fantasía que realidad, y a que esté atento, más bien, a todo aquello que sí resulta real: la corporalidad del aquí y del ahora.

Y de esa manera, el presente físico de Diana Gamboa tiene lugar entre láminas de papel de múltiples fibras y gramajes, junto con reglas y cortadores. Y aunque así es instante tras instante, la artista bogotana ya suma varias décadas de oficio, con apariciones en Tokio, Madrid, París, Londres y Moscú, entre otras ciudades anfitrionas para su obra. Una obra en origami, múltiple en tamaños y destinos: hasta en pasarelas de alta costura han aparecido sus estructuras de papel.

Eso sí, hay un cúmulo de escenas del pasado, de cuando era una niña, que Diana nunca olvida: los rituales creativos de su padre, Gonzalo Gamboa, hoy considerado un maestro del origami, incluso en Japón.

“Hago meditación en acción”, dice Gamboa acerca de sus sesiones de trabajo en el taller que tiene en casa. A este último puede entrar a las siete de la mañana y, salvo una que otra pausa, permanecer allí casi hasta la misma hora del día siguiente. “Mi relación con el oficio es la vida entera”, añade. “Las obras se van develando en el camino; yo no las conozco, sino hasta en el momento de ensamblarlas, y entonces se develan. Por eso, todos los días hay regalos con este oficio. Y el proceso es igual de importante a la pieza final, porque vas teniendo la oportunidad de conocerte en vida”.

Al indagar con Diana sobre la relación entre el soporte físico de su trabajo y su trasfondo conceptual, responde con la sencillez de un artista maduro: “Mi obra va más allá de los conceptos, pues estos se van manifestando, con intuición, a medida que desarrollo la obra. Ambas cosas van de la mano, pero no trabajo con ideas predeterminadas para construir”.

Estas páginas ofrecen nomás un asomo del trabajo de Gamboa, cuyas obras pueden ser composiciones hasta de 1.500 figuras de papel, y quien también ha incursionado exitosamente en el arte textil. Hace poco, sus piezas pudieron admirarse en la exposición La ciudad de la púrpura – Tansui no (agua dulce), montada en el Museo Santa Clara, a contados pasos de la Casa de Nariño, en Bogotá, dirigido por Constanza Toquica. La curaduría estuvo a cargo de Marcela Caldas Mantilla. Allí, los pliegues del origami, con su delicada ornamentación y su lógica geométrica compleja —que nos recuerda a la mente matemática de M.C. Escher—, dialogaron de manera elegante con el entorno barroco del templo. Fotos: Diana Prada, Cortesía: Diana Gamboa.

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