Daniel Mejía

EN LAS NOCHES del 21, 22 y 23 de noviembre, el presidente Iván Duque no fue el único que poco durmió, o que lo hizo con un ojo abierto. En su orilla, la angustia era de carácter político: a él y a su gabinete se les había ‘encaramado’ en un par de tardes –y a fuerza de multitudes y arengas, de pedradas y disparos con trágicos destinos– la mayor crisis que ha tenido que enfrentar desde que llegó a la Casa de Nariño.