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Alemania (1938)

A comienzos de 1931, un futbolista llamado Luis Monti, y quien lo tenía todo en su patria, tuvo que abandonar la Argentina en silencio, de incógnito. Había sido ídolo y referente antes del Mundial del 30: el eje del seleccionado que perdió la final de aquel torneo ante Uruguay. Su vida cambió en menos de 24 horas por una extraña visita. El 29 de junio de aquel 1930, Monti fue abordado por dos sujetos oscuros que intentaban hablar español, de apellidos Scaglia y Benneti.

Y es que durante un mes los registros de audiencia televisiva rondan los 30 mil millones de espectadores, cifra equivalente a que cada habitante de la Tierra viera cinco de los 64 encuentros programados desde la fase inicial hasta el partido que consagra campeón al equipo de un país en la madre de todas las ceremonias, ese ritual tan respetado como odiado en todo el orbe, desde los tiempos de los receptores radiales de tubo hasta los televisores HD, pasando claro por los transistores y el plasma.