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A principios de 2018, se supo que Cambridge Analytica utilizó sin autorización la información de 87 millones de usuarios de Facebook para, presuntamente, elaborar un programa que tenía como objetivo predecir e influenciar el voto de los electores en la campaña presidencial de Estados Unidos de 2016, que ganó Donald Trump.

En las recién pasadas vacaciones traté de ver algunas de las nuevas series de Netflix. De la mayoría no pasé del primer episodio y, aunque sé que la parte no es suficiente para juzgar el todo, tal vez la primera entrega sí sea suficiente para descartar un producto que aspira a enganchar a sus consumidores. No pude con los diálogos acartonados de Mind Hunters ni con su pretenciosidad previsible. La serie francesa La Mantis tiene un guion inverosímil, y giros argumentales a la vez torpes y traídos de los cabellos.

Acaba de estrenarse en Netflix un nuevo documental sobre Lady Di (Story of Diana), cuando ya parece que la princesa se ha representado de suficientes maneras (en el cine, en la televisión, en libros y en miles de revistas) y cuando la resurrección de su improbable peinado en la cabeza de Donald Trump nos ha hecho un guiño lo bastante explícito para que entendamos que el arco narrativo de la historia contemporánea del espectáculo comienza con la trágica celebridad de una mujer anodina que se convirtió en la más grande reina de nuestro tiempo y llega a su culmen co

No es apologética la serie Narcos, de Netflix, como sí parecía serlo la telenovela nacional Escobar: el patrón del mal, que presentaba a Pablo Escobar como un personaje eminentemente pintoresco, y cuyo mayor mérito, en términos de actuación y dirección, parecía estribar, según la propia defensa de los apologistas de la serie, en que los actores supieran imitar el sonsonete paisa.

Philip y Elizabeth Jennings son una pareja de estadounidenses corrientes que viven en un suburbio de Washington, D.C. en los años ochenta. Tienen una agencia de viajes y dos hijos. Salen con frecuencia en medio de la noche, lo cual podría explicarse porque tienen que coordinar su trabajo con el de otros agentes de viajes que viven en otro huso horario. La verdadera explicación, sin embargo, es que salen por la noche a hacer trabajos de espionaje: a engañar, a recaudar información y a matar gente.

Cualquiera que haya sido estudiante universitario tiene que sentir desconcierto al ver las fórmulas que predominan en las escenas televisivas en las que se reproduce una clase universitaria: el profesor es a la vez solemne y despistado, atiborra el tablero de palabras, emite grandes sentencias sobre el sentido de la vida, y mira entre curioso y enfadado a la estudiante que llega tarde.

Hay un público invitado, entre el que se destacan —porque la cámara las enfoca insistentemente— varias reinas de belleza con la corona puesta y la sonrisa congelada (salvo cuando oyen un chiste que ridiculiza a las mujeres: entonces, para complacer con entusiasmo, la sonrisa se les convierte en risa suelta). Hay un jurado conformado por personas que son jueces de humor por algún recóndito motivo. Los maestros de ceremonia son una pareja, hombre y mujer, que repiten sosamente fórmulas sosas.

En marzo y abril, respectivamente, Netflix presentó las funciones más recientes de dos grandes comediantes: Amy Schumer: The Leather Special y Louis C.K.: 2017. Los dos espectáculos de stand-up tienen en común, en primer lugar, que los actores se ven incómodos. Louis C.K. aparece ─de manera insólita en él─ con traje y corbata. Schumer lleva un ceñido enterizo de cuero negro, a cuya inconveniencia alude una y otra vez. El desagrado con respecto a la propia situación (a la propia vida, el propio cuerpo, la propia identidad) parece central en los dos guiones.

Algunas telenovelas latinoamericanas de los años 80 se alargaban conforme ganaban audiencia, se estiraban como con el único propósito de que pudieran seguir viéndose. La trama se enmadejaba, daba vueltas sobre sí misma, y no era ni siquiera que el argumento se complicara, sino que surgían nuevos ejemplos de un mismo obstáculo y revelaciones sucesivas de un mismo secreto, y se insistía en las reacciones de los personajes, ya conocidas por el televidente. Lo que sucedía, mientras se sucedían los capítulos, era que se ahondaba en la familiaridad.