Daniel Samper Pizano

Durante los últimos meses de 2007 y los primeros de 2008, Europa se encuentra entregada a la curiosa celebración del… ¿cómo llamarlo? ¿Ridículamente, “pompis”? ¿Acaso “trasero”, como en los cómics? ¿“Derrière”, según la cursilería imperante en las revistas femeninas? ¿“Culo”, como decía don Quijote? ¿“Cola”, como decimos los colombianos?

¿Eça de Queirós? ¿Y quién es esa señora? La inmensa mayoría de los hispanohablantes no ha oído mencionar nunca a Eça de Queirós. Sólo una pequeña proporción sería capaz de explicar que ‘esa señora’ es un escritor portugués. Y apenas un mínimo grupo ha leído alguna obra suya y está en condiciones de comentarla. 

Entre 1810 y 1815, doscientos años atrás, Colombia dio sus primeros pasos republicanos en la época de la Patria Boba. Se la llamó así, según los historiadores Jesús María Henao y Gerardo Arrubla, “por el candor que en lo general distinguía a nuestro primeros políticos”, semejante a “la edad del niño que no tiene prudencia y madurez”.

De vez en cuando ocurren en Colombia —y en otras partes del mundo, por supuesto— cierto tipo de crímenes que espantan de manera especial a la opinión pública: los descuartizamientos. En octubre pasado sucedió una vez más en Bogotá con un miembro de la comunidad gay. Tres meses antes, en Fontibón, la víctima de un asesinato parecido había sido una barranquillera. Y en agosto del 2010 aparecieron restos dispersos de otra mujer en Ciudad Bolívar, un populoso barrio de la capital.

He leído con interés el artículo de Daniel Samper Pizano sobre el voto femenino, pero quisiera compartir el dato de que la pionera del voto femenino latinoamericano es ecuatoriana.

A Florence Thomas

Hace cien años, a estas alturas del almanaque cientos de párrocos y obispos colombianos habían empezado ya a preparar con el mayor primor sus sermones de Navidad. Diciembre era la segunda ocasión de lucimiento para los oradores religiosos. La principal, por supuesto, era la Semana Santa, cuando los más famosos expositores trepaban al púlpito y pronunciaban interminables sermones de las Siete Palabras.

A fines de agosto la convención del Partido Republicano confirmó a Mitt Romney como candidato presidencial. Él será quien ocupe la Casa Blanca en los próximos cuatro años si logra derrotar al actual presidente, Barack Obama. Se trata de un candidato al estilo de los conservadores gringos: blanco, elegante, exitoso empresario, hombre sumamente rico y casado con mujer rubia.

Hasta hace 30 o 40 años tropezarse con un negro en España era un hecho curioso. Los optimistas decían que al ver un negro se podía pedir un deseo y el destino lo concedería; los pesimistas, que había que pellizcarse para espantar la mala suerte.

Nadie que haya sido adolescente podrá olvidar la escena de El graduado que consagró las medias femeninas como eterno objeto erótico. Allí, al fondo, aparece el estudiante Benjamin Braddok (Dustin Hoffman) hipnotizado por las piernas de la señora Robinson (Ann Bancroft), progenitora de la que luego iba a ser novia; en el cuarto del motel, la protosuegra, sentada en la cama y doblada la rodilla, se pone lentamente las medias que cubren sus perturbadoras extremidades inferiores. Es una imagen inmortal.