Foto Carlos Duque
Foto Carlos Duque
27 de Abril de 2016
Por:
Mariángela Urbina Castilla

Antes de que el chileno Germán Garmendia colapsara la Feria del Libro de Bogotá, nosotros ya habíamos detectado el fenómeno de los youtubers en las nuevas generaciones. Justamente por eso escogimos al colombiano Juan Pablo Jaramillo personaje del año 2015 en nuestra edición de diciembre. A continuación, nuestro análisis sobre por qué gustan tanto estos videógrafos impúdicos.

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El fenómeno de los youtubers

Lady Gaga, la cantante neoyorquina que ha vendido 28 millones de álbumes y 140 millones de sencillos, fue superada por Juan Pablo Jaramillo el 27 de noviembre de 2014. El canal de YouTube más suscrito del día, en el mundo entero, era el de ese caleño de 22 años con acento y pinta de rolo. De inmediato, la prensa colombiana comenzó a marcarle a su teléfono. Juan Pablo era oficialmente famoso.

Oficialmente. Sus videos en YouTube ya eran vistos por miles de personas, sus redes sociales eran seguidas por otros miles, pero su nombre no había aterrizado en la prensa tradicional. Ese día, periodistas de diarios locales e internacionales querían conocerlo, entender de dónde había salido ese niño que declaraba abiertamente su homosexualidad y que, con eso, lograba crear una ola de comentarios en la red y de ‘me gusta’ y de ‘compartidos’ que destronaron a Lady Gaga, la diva de divas en el universo del entretenimiento. Y a otros tantos.

Durante el 2015, Juan Pablo le sacó provecho a su estallido de finales del 2014. Falabella, Coca-Cola, Caracol Televisión y otras marcas lo llamaron para hacer campañas. Se ganó el premio ‘Fashionista del año’ en los MTV y lo nominaron a ‘Estrella Digital del Año’.

Así empezaron a valer la pena las 17 horas diarias de edición sin pausas. “Si quiero editar un blog en un solo día me toca comer frente al computador, no me puedo mover”. Juan Pablo se graba a sí mismo, construye la escaleta de lo que va a decir, acomoda las luces y el escenario, casi siempre su casa o su cuarto. “Una mánager que tuve antes me enseñó que eso tenía valor, que yo hacía hasta la dirección de arte”.

Antes no tenía la menor idea. Siete años atrás, Juan Pablo se encontró en internet con los videos de Moymoy Palaboy, un grupo de filipinos que hacían adaptaciones de canciones. Las parodiaban. Juan quiso hacer lo mismo con un primo, Esteban. No pudieron continuar porque tuvieron problemas con los derechos de autor. Pero Juan Pablo ya estaba ‘encarretado’ y, tal vez, un poco adicto.

Siguió haciendo videos, esta vez a solas, y los montaba a internet para verlos con su mamá y algunos amigos. Le daba pereza cargar a todas partes una memoria que le permitiera verse en otros lugares, sobre todo en Cali, a donde tenía que viajar porque allá vivía, vive, toda su familia.

Eran otros tiempos, menos fáciles, con menos sonrisas. Su familia dejó la capital del Valle cuando él tenía 11 años, y abandonó el acento arrastrado a propósito. “Nadie me entendía, uno cree que es Colombia, que es el español, pero la verdad es que nadie en el colegio me entendía. Me tuve que volver un rolo más”.

Dos años después, en 2007, su papá desapareció. Salió de casa a un viaje y no regresó. Desde ese día y todos los días, Juan Pablo vio a su mamá llorar, hasta que toda la familia decidió volver a Cali.

—Yo no —afirmó Juan Pablo—. Yo quiero quedarme a vivir aquí.

—Estréllese solito— le respondió Mabel Estrada, la mamá.

Eso le dijo, aunque, la verdad, lo apoyó. Tenía 17 años y era absolutamente incapaz de hacer un huevo frito, pero quería seguir en la universidad. Había entrado a estudiar Diseño Gráfico en la Jorge Tadeo Lozano y, además, tenía ganas de independencia. Una independencia física porque, pese a que ya no veía llorar a su mamá, sí la sabía llorando.

En ese momento descubrió que era un youtuber. Le pasó lo mismo con esa categoría que con la de su identidad sexual. Sentía, intuía, pero no sabía que sus sensaciones cabían en un rótulo. Percibió que había otra gente en el mundo que hacía lo mismo, algunos de ellos muy exitosos. “Soy un youtuber”, se dijo y se apropió de la idea.

Y esa idea lo consumió.

—Mamá, quiero dedicarme a hacer videos por un semestre y luego vuelvo a la universidad.

—Bueno, estréllese solito.

Eso dijo, de nuevo, pero no lo dejó solito. Ahí siguió a su lado, y Juan Pablo empezó a sostenerse de YouTube. La oficina de Google llegó a Colombia e hizo posible “monetizar”. Eso significa que sus videos comenzaron a recibir anuncios de marcas “amigables” con el contenido. “Es muy poco lo que ganas por esa publicidad”, explica Juan Pablo. Si mil personas ven su video en Colombia, Juan Pablo recibe 1,5 dólares por eso. Es poco, sí, aunque con su nivel de alcance puede resultar productivo.

El video en el que sale del clóset tiene más de seis millones de visitas. Suponiendo que todas esas sean colombianas, Juan Pablo recibió alrededor de 27 millones de pesos. Sin embargo, las ganancias varían dependiendo del país: cada 1.000 visitas en México, país donde se concentra el mayor número de sus seguidores, valen 2 dólares; cada 1.000 visitas estadounidenses valen 10 dólares. No obstante, su principal fuente de ingresos tiene que ver con su imagen. Las marcas lo consienten para que él las publicite en su canal o sus redes.

Hoy, la felicidad de Juan Pablo alumbra. Lo ayuda su pelo morado y una actitud medio tierna, medio introvertida y al mismo tiempo llena de expresividad. Hoy sabe que es youtuber, sabe que es un trabajo del que puede vivir. Ya sabe, también, cuál es su orientación sexual. Antes de confesarlo públicamente a sus seguidores, se lo confesó a las dos personas más importantes de su vida: su mamá y su abuela. Esta vez no le dijeron “estréllese solito”. Esta vez lo abrazaron y lo llenaron de un amor enorme, el amor que lo hizo vivir el día más feliz de su vida.

“Desde que mi papá desapareció, mi mamá no supo qué hacer con todo, y durante ocho años se llenó de deudas. Sé que todavía las tiene. No me pide nada, pero yo me encargo de pagarlas. Ella siempre se ha encargado de todo, de mantener a mi abuela, a mi hermana y a mí. Ya era hora de que yo ayudara”.

A Juan Pablo le gusta todo lo que es, se le nota. Su sonrisa –que alumbra y que no se va nunca, porque está como incorporada a la cara de manera genuina– es tan sorprendente como las ventas que recibió por su primer libro, La edad de la verdad, editado por Planeta. Ningún escritor en la Feria del Libro de 2015 vendió tanto como él. Fue best seller durante dos meses en Colombia, lo cual suscitó comentarios apocalípticos del tipo “¿qué es lo que lee esta generación?”

 

¿eso es lo que hace esta generación?

Ese apocalipsis suele mencionarlo la generación de su mamá, quien primero creyó que su hijo era insensato y ahora presume con toda la familia. Los primos adolescentes enloquecen por Juan Pablo.

Carlos Boyero estaba igual que Mabel cuando no entendía nada. A él, crítico de cine del diario El País, de España, famoso por ser ácido con los filmes, lo sentaron, por primera vez, frente a los videos de los youtubers más famosos de su país. Estaba anonadado. “Prefiero seguir siendo anacrónico y carca”, dijo después de ver contenido del tipo “16 maneras de molestar a tu compañero de apartamento”.

 El contenido de Juan Pablo se parece a lo que vio Boyero: hace “tonterías”, se ríe, se cae, presenta a su novio o enseña cómo conquistar a una chica. A algunos “viejos” les parece tonto, pero la “tontería”, entonces, es imparable. En Colombia, según un estudio de la marca FindaSense, YouTube es la red social más usada por los adolescentes, y las marcas comerciales buscan llegar a ellos, sobre todo, a través de internet, pues saben que allí los encuentran. YouTube, además, hace que Juan Pablo, o cualquier interesado en contar o decir, no estén obligados a caerles bien a sus mayores para publicar. No le tienen que gustar a ningún director de televisión o cine, a ningún editor de nada. Tampoco les deben su dinero. Las ganancias son para él y las obtuvo gracias a su propio trabajo. Por eso dice: “Es mi canal, son mis reglas”.

Juan Pablo no se subestima, ya no. Quizá lo hizo en algún momento, cuando no cobraba o lo robaban. Ya sabe lo que tiene y a quien le gusta. Un canal de televisión envidiaría conocer su audiencia como lo hace él. Internet le permite saber exactamente la edad de sus fans, concentrados entre los 17 y 28 años; saber que hay una parte grandísima, la más apasionada, que está entre los 13 y 16; que su nivel de retención de audiencia es muy alto porque no engaña con titulares o imágenes de muestra; que tiene un 40 % de hombres y un 60 % de mujeres. Los conoce y creó un vínculo de afecto con ellos. No está lejos, en la burbuja de las celebridades, está ahí, al alcance de un ‘post’.

El año entrante, motivado por la agencia que lo representa desde Miami –la misma de Sofía Vergara– se va a vivir a Estados Unidos con su mejor amiga, Juana Martínez, otra youtuber. Va a probar suerte. Quiere estudiar actuación.

Después de este 2015, tiene permiso de estrellarse solito.

*Artículo publicado en la edición de diciembre de 2015