3 de Julio de 2015
Por:
Julio Oñate, Sara Araújo

Hubo un tiempo en que el vallenato y la política iban de la mano. Así como la creación del departamento del Cesar se forjó entre notas de acordeón –así lo recuerdan sus protagonistas–, juglares andariegos y librepensadores inmortalizaron momentos de la política nacional no solo con saludos electoreros y comerciales sino con cantos que clamaban la admiración por un líder o el inconformismo por una mala decisión.

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Cuando el vallenato y la política iban de la mano

 

La tradición narrativa, incuestionable en el canto vallenato, que tiene la particularidad de ubicarnos en el tiempo y en el espacio con personajes, sitios geográficos y momentos que hacen parte de la historia, no dejó de lado la política nacional ni a sus protagonistas.

Del primero que se tiene conocimiento por la tradición oral es un punto de quiebre de la historia electoral de Colombia que quedó registrada en el tema La cédula electoral, de Sebastián Guerra (1903). Este juglar de Rincón Hondo (Cesar), reconocido como uno de los más importantes de su tiempo, definió como “una picardía” la decisión del presidente conservador Miguel Abadía Méndez de exigir el pago de 20 pesos para tramitar la cédula electoral (el documento de identidad que avalaba a los hombres mayores de 21 años, edad mínima para votar), un costo elevadísimo que impedía a los más pobres acercarse a las urnas.
Así que, sin más reparos, a ritmo de son el juglar entonó su más sincera protesta por la ley sancionada en 1929, que excluía a los más pobres de las urnas: “Nos ha servido de perjuicio el mandato de Abadía, han debido de seguirle un juicio pa’ castigarle su picardía / ya perdimos la cédula electoral / ya perdimos la cédula electoral / ya perdimos la cédula electoral y no ha quedado recurso a qué apelar / estamos perdiendo la fuerza en la misma capital”. Esta canción deja testimonio de la “afrenta” del Gobierno central a las provincias liberales.
Un año más tarde llegó, con la elección de Olaya Herrera, el fin de la hegemonía conservadora. El nuevo presidente liberal, por cuenta de la guerra limítrofe con Perú, también protagonizó un canto vallenato. Chico Bolaño, como todo juglar de recia estirpe, atento a su cotidianidad y a los hechos del país, entonó en la puya Sánchez Serro un grito de guerra de un soldado dispuesto a defender su territorio: “Un empréstito a los ricos / es lo que Olaya solicita / pa’ comprar un armamento / pa’ peliá el Puerto de Leticia / Ay que viva Colombia, / Ay Abajo el Perú”. En la misma canción, critica duramente al presidente peruano Sánchez Serro, quien pretendió apropiarse militarmente del puerto de Leticia: “Que no crea Sánchez Serro / que va a jugar con Colombia / porque como se proponga podrá morir como un perro / que no merece ni entierro / porque es un hombre animal / que se ha querido robar / nuestro puerto de Leticia”.

Luis Enrique Martínez le compuso un vallenato al asesinato de Gaitán. Las amenazas lo obligaron a esconderse por varios meses.

 

Hubo un tiempo en que el vallenato y la política iban de la mano. Así como la creación del departamento del Cesar se forjó entre notas de acordeón –así lo recuerdan sus protagonistas–, juglares andariegos y librepensadores inmortalizaron momentos de la política nacional no solo con saludos electoreros y comerciales sino con cantos que clamaban la admiración por un líder o el inconformismo por una mala decisión.
La tradición narrativa, incuestionable en el canto vallenato, que tiene la particularidad de ubicarnos en el tiempo y en el espacio con personajes, sitios geográficos y momentos que hacen parte de la historia, no dejó de lado la política nacional ni a sus protagonistas.
Del primero que se tiene conocimiento por la tradición oral es un punto de quiebre de la historia electoral de Colombia que quedó registrada en el tema La cédula electoral, de Sebastián Guerra (1903). Este juglar de Rincón Hondo (Cesar), reconocido como uno de los más importantes de su tiempo, definió como “una picardía” la decisión del presidente conservador Miguel Abadía Méndez de exigir el pago de 20 pesos para tramitar la cédula electoral (el documento de identidad que avalaba a los hombres mayores de 21 años, edad mínima para votar), un costo elevadísimo que impedía a los más pobres acercarse a las urnas.
Así que, sin más reparos, a ritmo de son el juglar entonó su más sincera protesta por la ley sancionada en 1929, que excluía a los más pobres de las urnas: “Nos ha servido de perjuicio el mandato de Abadía, han debido de seguirle un juicio pa’ castigarle su picardía / ya perdimos la cédula electoral / ya perdimos la cédula electoral / ya perdimos la cédula electoral y no ha quedado recurso a qué apelar / estamos perdiendo la fuerza en la misma capital”. Esta canción deja testimonio de la “afrenta” del Gobierno central a las provincias liberales.
Un año más tarde llegó, con la elección de Olaya Herrera, el fin de la hegemonía conservadora. El nuevo presidente liberal, por cuenta de la guerra limítrofe con Perú, también protagonizó un canto vallenato. Chico Bolaño, como todo juglar de recia estirpe, atento a su cotidianidad y a los hechos del país, entonó en la puya Sánchez Serro un grito de guerra de un soldado dispuesto a defender su territorio: “Un empréstito a los ricos / es lo que Olaya solicita / pa’ comprar un armamento / pa’ peliá el Puerto de Leticia / Ay que viva Colombia, / Ay Abajo el Perú”. En la misma canción, critica duramente al presidente peruano Sánchez Serro, quien pretendió apropiarse militarmente del puerto de Leticia: “Que no crea Sánchez Serro / que va a jugar con Colombia / porque como se proponga podrá morir como un perro / que no merece ni entierro / porque es un hombre animal / que se ha querido robar / nuestro puerto de Leticia”.

El avión de Santos

A finales de los años treinta y principios de los cuarenta, cuando el Partido Liberal se debatía entre dos vertientes, una reformista y otra más conservadora, dos liberales de tradición, el acordeonero Rafael Enrique Daza Iriarte y el compositor Chema Gómez, dejaron testimonio de la división que existía en el partido entre los seguidores de Eduardo Santos y los de Alfonso López Pumarejo.
Enrique Daza, juglar sonero oriundo de Villanueva, enalteció la llegada de Eduardo Santos a la Presidencia (1938-1942) con El avión, en la que hace referencia al arribo del líder a Santa Marta: “Con el cambio de situación va Colombia en adelanto, oigan el avión, oigan el avión donde llega Eduardo Santos… ” En contraste, Chema Gómez reveló en Compae Chipuco su lealtad al presidente López Pumarejo, de ancestros vallenatos, entonando con gracia un verso que hoy muchos cantan sin entender la crítica al expresidente Eduardo Santos: “Soy vallenato de verdad, no creo en Santos no creo en na’ / solamente en Santo Eccehomo, Alfonso López y nada más”. De manera que mientras el uno alababa la llegada en avión como un símbolo de progreso, el otro demeritaba a Santos reafirmando que no creía en él.

El caudillo liberal y los años de la violencia

Otro de los personajes que inspiraron cantos llenos de fervor liberal fue Jorge Eliécer Gaitán. Antes de su asesinato, Pacho Galán compuso en 1947 un porro (género que se sale del vallenato, pero que con el cambio de percusión resulta un género hermano) titulado A la carga: “Si eres colombiano, si eres colombiano lo tienes que mostrar, este es el momento en que la patria hay que salvar, a la presidencia Gaitán tiene que ir, el pueblo lo quiere y él se hace sentir, vamos a la carga con Gaitán, vamos con el grito libertad”.

En parte porque no tenía orquesta y en parte temiendo las represalias por la resistencia contra el caudillo, Galán envió los arreglos a Argentina para que el tema fuera grabado por la orquesta de Eduardo Armani. La canción poco se difundió en Colombia. Tras el asesinato de Gaitán, el 9 de abril de 1948, los discos fueron retirados de las emisoras y solo algunas copias quedaron en manos de coleccionistas.
Lo mismo sucedió con un son que cantó el inconformismo del pueblo por el homicidio del caudillo. A raíz de los hechos del 9 de abril, esta vez fue Luis Enrique Martínez, gran juglar y alumno aventajado de Pacho Rada, el que compuso La muerte de Gaitán, un verdadero grito de protesta que fue recogido rápidamente de las emisoras para evitar –según argumentaron las autoridades– más levantamientos del pueblo: “Ya mataron a Gaitán que era el Caudillo del pueblo / mandaron a matar / porque defendió al obrero. / Hoy el pueblo se acongoja por el caudillo del pueblo / Ahora la bandera roja / tiene que vestir de negro”. Dicen que este tema le costó a Martínez amenazas que lo hicieron alejarse de la zona bananera y esconderse durante algunos meses.
Sin embargo, poco tiempo después grabó, de Luis Ramón Becerra, una canción tan desafiante como la de Gaitán, titulada El año 50, que hacía referencia a la crudeza de la violencia en los años posteriores a la muerte del caudillo: “Muchachos tengan en cuenta / lo que les digo es que gocemos / porque en el año cincuenta / muy poquitos quedaremos”.
Fue así como los cantos vallenatos que han servido como cartas de amor, de esquelas de recados, invitaciones o provocaciones a duelos musicales, también han sido reflejo de la realidad social y política de su tiempo.

Cantos lisonjeros

Liberales por excelencia, la mayoría de temas rinden homenaje a los líderes del partido rojo. No es una excepción a esta regla El godo decente, que Rafael Escalona compuso tras una reunión del MRL que tuvo lugar en Valledupar. Para subsanar su ausencia a este encuentro, Escalona compuso esta canción en la que hace homenaje a Fabio Lozano Simonelli y a Belisario Betancur, definiendo a este último como “decente”, a pesar de ser godo: “El avión llegó temprano, de un cielo lejano azul, trajo a Fabito Lozano, y a Belisario Betancur. El uno es muy liberal, y el otro es godo decente, dos tipos tan importantes, que pueden ser presidentes”.
La excepción al liberalismo vallenato vendría de un compositor conservador, Tomás Gregorio Hinojosa, quien le compuso a Laureano Gómez un tema que no se grabó. Posteriormente, la música de esta canción se escuchó en Alma enamorada, de Colacho Mendoza.
El general Gustavo Rojas Pinilla también gozó de los honores vallenatos. José María Peñaranda, autor de El caimán, le compuso un sencillo que salió grabado en un disco de 78 revoluciones con el general en la carátula. Rafael Escalona, por su parte, le dedicó uno muy elogioso que luego desistiría de grabar y de cantar: “A Colombia Rojas Pinilla / le acabó la pesadilla / desde aquel 13 de junio /acabó el gran infortunio”.
Otros políticos regionales también fueron homenajeados con canciones. Rafael Gutiérrez compuso La videncia en honor de Crispín Villazón de Armas, padre del cantante Iván Villazón; y el propio Escalona se inventó el candidato liberal para Aníbal Martínez Zuleta

Odas a López 

Otra larga lista de canciones vallenatas se compusieron para el presidente Alfonso López Michelsen, primer gobernador del departamento y uno de los líderes nacionales que más influencia tuvo en la política y la cultura del Cesar. López Michelsen ha sido gran referente en los cantos vallenatos. Su nombre se menciona por su papel en la política nacional y regional, por su protagonismo en la creación del Festival Vallenato y por el cariño que despertaron en la gente de esta región tanto él como su esposa. Entre los temas destacados está uno de Luis Enrique Martínez, en el que lo compara con Jorge Eliécer Gaitán, y otro de Calixto Ochoa para celebrar el triunfo en las elecciones de 1978: “Ahora es López quien tiene el poder, pues el pueblo lo eligió a él, y Pepe Castro va para senador, es conocido en toda la región”.
Sin embargo, el tema más popular fue compuesto durante la campaña de 1978 por Rafael Escalona, interpretado por Alfredo Gutiérrez: “López, El Pollo, López el gallo, el Presidente de todos los colombianos” fue entonado por todo el electorado de la costa Atlántica al unísono. Este tema, por su fuerza y el significado que cobró durante la triunfal campaña, marcó una nueva relación entre la política y el canto vallenato.
El rumbo que siguió la música vallenata dejó de lado la política, pues en adelante los compositores ya poco se interesarían en el devenir electoral. Las menciones –que el Consejo Nacional Electoral calificó como una novedosa y velada forma de hacer campaña política– no son más que el rezago de tradiciones que la comercialización ha desdibujado, pálidos ecos de otros tiempos, cuando la fuerza del canto vallenato tenía su propio poder narrativo. «

 

Fotos: Cortesía El Tiempo

2. Luis Enrique Martínez le compuso un vallenato al asesinato de Gaitán. Las amenazas lo obligaron a esconderse por varios meses.
3. En la rivalidad entre Eduardo Santos y López Pumarejo, Chema Gómez, compositor de Compae Chipuco’, tomó partido por el segundo.