Paula Marcela Moreno, ex ministra de cultura. Fotografía Mario Cuevas
Paula Marcela Moreno, ex ministra de cultura. Fotografía Mario Cuevas
6 de Octubre de 2015
Por:
Margarita Vidal

Un optimismo muy discreto frente al proceso de paz en su departamento, revela la exministra de cultura.

Paula Marcela Moreno "El Pacífico seguirá siendo territorio de guerra"

 

A Paula Marcela Moreno la criaron para ser líder. Nació en Bogotá, pero su familia es de Santander de Quilichao, Cauca, a donde la mandaban invariablemente a pasar las vacaciones de verano año tras año. Cuenta que los quilichaos fueron pobladores primigenios en un pueblo mitad afro, mitad indígena y mestizo. 

Se recuerda a sí misma como una niña muy precoz, formada bajo la tutela consentidora, vigilante y exigente de su mamá y dos de sus tías. Un matriarcado notable que le enseñó que nada es imposible si se persigue con decisión y, sobre todo, con garra. 

Su bisabuela materna perteneció a la primera generación de colombianos que conoció la abolición de la esclavitud (1851) y que, por consiguiente, nunca pudo estudiar. La suerte de su abuela tuvo una ligera mejoría: logró acabar la primaria. Su madre María Cenedy Zapata, dio un gran paso al terminar bachillerato y –adulta ya– otro de gigante al graduarse de abogada, con todos los alhelíes. Con esas coordenadas, Paula Marcela, cuarta generación de mujeres berracas en la familia, igualó el palmarés cuando se hizo profesional en Colombia y, como todavía no se ‘resteaba’, la apuesta le alcanzó para alargar el ‘chico’, darse maña para estudiar sin plata en tres de las mejores universidades del mundo, Cambridge, MIT y Yale, y convertirse en uno de los 100 líderes más importantes del planeta.

La tía Carmen la cuidaba en Bogotá y la tía Cecilia en Quilichao, donde Paula, hija única, era la reina en un grupo de 15 primos. Carmen pertenecía al Partido Comunista y llevaba a sus sobrinos a las marchas del Primero de Mayo. Hacía parte de la UP y fue la primera de la familia que viajó al exterior. Fue fundadora y presidenta de la Organización de Mujeres del Partido Comunista. Escuchaba himnos de los partidos obreros y manejaba una filosofía de equidad que marcó definitivamente a su sobrina favorita. 

A ella le gusta recordar también que la abuela tenía una venta en la plaza de mercado y que, a fuerza de decisión y de trabajo incansable, logró sacar adelante a cinco hijos a los que motivó a estudiar con dedicación y entusiasmo. Su muletilla –inspirada por su propia experiencia– era que el futuro estaba en la educación y que sin ella no habría salvación.

La exministra tiene unos ojos grandotes que se le empañan en un vaho sospechoso al recordar que todavía era pequeña cuando la abuela enfermó. Que llegó a Bogotá para curarse y que en las tardes la arrullaba en su mecedora, junto a las ventanas encortinadas por donde se filtraba el esquivo sol pálido de la tarde, mientras le contaba historias fantásticas de mujeres corajudas e inteligentes. 

Abuela, madre y dos tías integraron, pues, un combo imbatible que irradiaba energía, que marchaba con la decisión inquebrantable de salir adelante y que, cuando ella imaginaba los proyectos más locos y se dejaba llevar por los sueños, la animaba a intentarlos. 

Desde entonces no ha parado de intentar cosas y no puede quejarse: es la primera mujer negra que en Colombia ha ocupado un cargo ministerial –Cultura– y la primera latinoamericana que forma parte de la junta directiva –15 miembros– de la Fundación Ford, la segunda ONG más grande e importante del mundo después de la de Melinda y Bill Gates. 

Fue seleccionada por el Consejo de las Américas como una de las líderes más influyentes de la región, y en noviembre de 2014 la BBC de Londres la incluyó entre las cien líderes más relevantes del planeta. La revista Semana y la Fundación Liderazgo y Democracia la reconocieron el año pasado como una de las líderes más importantes del país. 

Su misión de vida es conseguir que muchos colombianos puedan forjar y alcanzar sueños y metas. ¿Cómo? A través de Manos Visibles, la fundación que creó al salir del Ministerio y que trabaja “con todos los hierros” para formar un semillero de líderes en Colombia, con especial énfasis en el departamento del Chocó y en el resto de la región del Pacífico colombiano.

La inspiración le llegó en Cambridge, donde trabó amistad con varios premios Nobel, como el famoso economista indio Amartya Sen, con quien se sentaba horas a conversar porque a él le interesaban sus historias sobre Colombia y sobre una familia tan singular. Y le advertía que, antes de hablar de desarrollo en cifras abstractas, era muy importante conocer la historia de las personas y de los países. 

Su tutor era Peter Nolan, el gran sinólogo de Cambridge, que la batía muy fuerte por repetir conocimientos memorizados en vez de “aprender a pensar”. Comprendió que lo había logrado y que estaba lista para graduarse, el día que le llevó una propuesta original y él exclamó con gran complacencia y una sonrisa de oreja a oreja: “¡Pensaste!”, y ella se sintió Arquímedes. 

Cuando Álvaro Uribe la nombró ministra, se negociaba el TLC con Estados Unidos y se hacía necesario tener a una persona de raza negra en el gabinete. Ella pasó una hoja de vida, él la entrevistó y la nombró sin siquiera preguntarle si pensaba aceptar. 

El país se preguntó entonces quién era esa jovencita que aparecía como “caída del cielo” y se sorprendió con su trayectoria: había trabajado en la Universidad de los Andes, donde arrancó su carrera con el exministro de Medio Ambiente, Manuel Rodríguez Becerra, en la Facultad de Administración; había sido gerente de proyectos para la comunidad afrocolombiana en la Cooperación Americana; asesora en la Organización Panamericana de la Salud y en el Ministerio del Interior, y era investigadora asociada del Centro de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Cambridge, Gran Bretaña.

A la junta directiva de la Fundación Ford llegó porque Manos Visibles ha sido donataria desde hace rato; el año pasado, cuando su presidente, Darren Walker, viajó a Quibdó para conocer su trabajo con las comunidades, quedó tan impresionado que la invitó a formar parte del board. Un trabajo al que llegó por haberse enamorado de las organizaciones de base, de los líderes y consejos comunitarios, de las pastorales sociales, de las organizaciones de mujeres y de los diferentes espacios donde ha podido trabajar con ellos, que son el gran activo que tiene la región.

¿Es tan grande, como se dice, la corrupción en el Chocó y la región del Pacífico?

La corrupción está por todas partes en el país. Y aunque es obvio que el departamento de Chocó ha tenido una dirigencia estancada e, incluso, en involución, también creo que los liderazgos se cultivan y en ese sentido el país tiene una deuda muy fuerte con la región.

¿Cómo se forma un líder?

En las zonas más críticas en términos de violencia y vulnerabilidad hay personas y organizaciones que construyen paz y esperanza. Liderazgos individuales y colectivos que son muro de contención y que denominamos Manos Visibles. A esos líderes propositivos, recursivos, con una ética del servicio y la legalidad y un profundo espíritu de solidaridad, los “mapeamos”, seleccionamos, formamos y conectamos. 

¿Cómo es el proceso?

En primer término tenemos la educación formal, con programas de maestrías y becas específicas. Por otra parte, educación no formal, con escuelas de la mayor calidad, porque procuramos que nuestros líderes tengan acceso a las mejores universidades nacionales y del mundo. Por ejemplo, una escuela de Innovación Comunitaria con el Community Lab del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT), porque para el Pacífico y también para Cartagena –que es donde trabajamos en el Caribe– el hecho de innovar y de cambiar las soluciones tradicionales es fundamental.

Hemos diseñado una serie de programas para complementar capacidades, diseñar proyectos y conectar líderes nacionales. Tenemos 700 Manos Visibles que son líderes y organizaciones que entraron a nuestra red para que podamos visibilizarlos, fortalecerlos y conectarlos con 50 tutores nacionales e internacionales de primer orden.

 ¿Cómo podría salir el Chocó de su pobreza extrema, desarrollar su potencial e incorporarse a la economía del país? 

Es una pregunta que nos hemos hecho desde el principio en Manos Visibles, y entendemos que es en las comunidades excluidas de este país donde uno logra cambiar relaciones de poder. Eso es vital porque no se trata solamente de dar cosas, sino de empoderar a la gente a través de un diálogo de igual a igual; por eso es importante incubar dirigencias, porque el desarrollo lo consigue la gente y, sobre todo, la calidad de unos liderazgos que logren cambiar las relaciones de poder, con una gran ética y capacidad técnica. Y cuando hablo de liderazgos no solamente hablo de los liderazgos de esa región, sino también del liderazgo de las élites y microélites colombianas, a quienes, cuando se les habla del Pacífico o del Chocó, no tienen información pertinente y consideran que esa es una ‘selva’ con la cual es imposible interactuar porque está poblada de negros y de indígenas. A los liderazgos del lado de acá todavía les falta el ‘chip’ de la diversidad. 

¿Cuáles serían las fuentes de riqueza que, bien explotadas, podrían lograr el despegue de la región?

Hemos estado en la Facultad de Economía de la Universidad de los Andes y con el MIT analizando microiniciativas económicas y otras de gran escala con denominador común, para ver cómo atraer inversión que genere empleo masivo, ambientalmente sostenible. Ese es un proceso en incubación y todavía no me atrevería a señalar en una o en otra dirección, porque también depende mucho de lo que los chocoanos quieren para su futuro. Recuerde que la mayoría de estos territorios en el Pacífico son de propiedad colectiva. 

Y es una zona que afronta gravísimos retos: Chocó, Cauca, Nariño… ¿Qué decir ante la magnitud del problema?

Conservo un optimismo fundado en las comunidades y en su capacidad de resistencia y renovación. Pero la verdad es que veo también un horizonte muy complejo, dramático. Se firme o no la paz, el Pacífico va a seguir siendo un territorio de guerra.

Ese “caldo de cultivo” de la región Pacífica es tremendo: insatisfacción, falta de oportunidades, inequidad, pobreza extrema, violencia, narcotráfico, ilegalidad, guerrilla. 

Apoyamos el proceso de paz, que nos parece fundamental, pero también hemos dicho que la paz es una construcción mucho más profunda que no puede plantearse solamente como una acción en La Habana. Hay que empezar a preparar a las comunidades y generar las condiciones para que esa paz sea conseguible y sostenible. Cuando el presidente Santos me pidió ser parte de la Comisión de Paz, entrevisté a más de 300 líderes del Pacífico, desde alcaldes hasta organizaciones de mujeres, porque entendí que lo importante no era lo que yo pensara, sino una visión más integral. Y puedo decirle que la gente está convencida de que las cosas no cambiarán. Esas personas con las que hablé manejan un pesimismo muy realista. 

¿Y qué apoya esa percepción?

Pues en que si usted tiene un municipio como Tumaco, con 200 mil habitantes, donde la mayoría de la población es juvenil, y entre esas 200 mil personas hay 80 mil víctimas, dígame, ¿cómo evitar esa percepción de desaliento? 

Los líderes se preguntan qué alternativas habría a corto plazo para reemplazar las economías ilegales y cómo se va a tejer todo ese esquema social. Una de las cosas que me sorprendió, para ponerle un ejemplo, es ver que en todas las redes de mujeres se presentaba como prioridad la implantación de un programa de salud mental, encaminado a sacar todo el dolor por sus muertos: esposos, hijos, hermanos. Son temas básicos que, si no reciben respuesta, no ayudarán a que la paz funcione, porque la paz hay que llenarla de contenidos y conectarla con el territorio. 

¿Los problemas arreciarán en el posconflicto?

Será peor porque en todas las experiencias de posconflicto los primeros años son terribles y, si usted no se prepara, va a ser peor. El punto es ese y, si no se arranca rápido, seguirá siendo muy crítico. 

 ¿Cuáles son los resultados tangibles de la Fundación, después de cinco años de trabajo? 

Más de 5 mil personas se han postulado; más de 700 han recibido procesos de formación de pregrado, maestría y educación no formal; más del 40 % ocupa posiciones de liderazgo en el sector público; 30 % dirigen ONG, y muchos desde sus posiciones han incorporado al Pacífico como su prioridad.  

Hay numerosos grupos y comunidades del país que son excluidos de la toma de decisiones. ¿Cuál es el resultado de esa desconexión?

Como decía Mandela, hay cambios que se dan por persuasión y conciencia, y otros por poder. Aquí hay muy poca conciencia y ética de igualdad en nuestras élites, y muy poca conciencia sobre nuestras comunidades marginalizadas. Las acciones que pedimos no son favores sino derechos y obligaciones, porque la periferia en este país es una mayoría que necesita dejar de actuar como minoría. 

La política lleva hoy a que cientos de dudosos aspirantes lleguen a donde se toman las decisiones, pero no se ve una renovación de liderazgos en los partidos políticos. ¿No incide allí Manos Visibles? 

Precisamente este año lanzamos el Laboratorio de Innovación Política con ese fin. Hemos realizado talleres y un proceso de coaching para candidatos que hagan públicas sus finanzas y suscriban un pacto ético, con el apoyo de Cooperación Española. Nos esforzamos para que todos los partidos estuvieran presentes, para que los directores tuvieran experiencia política y para que fuera un proceso de calidad, pluralidad y neutralidad. La política y la economía son líneas prioritarias del poder real, así que en las dos tenemos procesos para que la gente forme un criterio, aprenda buenas prácticas y se comprometa a renovar esquemas que no han funcionado.  

En las regiones hay una queja unánime por el centralismo y la miopía con que se mira a la periferia desde Bogotá. ¿Cómo cree que podría cambiarse esa manera tradicional de gobernar el país?

Si se logra cambiar la conciencia de que no es un favor, ni un capricho de las regiones; y si se entiende, por fin, que gobernar sin diversidad es errático porque se queda sin leer una parte enorme del país que no tiene voz.  

¿Qué visión del mundo tiene usted hoy a través de una fundación de las dimensiones de la Ford?

Es una de las fundaciones más grandes e influyentes del mundo y ha estado detrás de líderes como Martin Luther King Jr., Nelson Mandela, Muhammad Yunus, y de una larga lista de procesos que les permitieron a ellos y a otros líderes lograr no solo importantes reivindicaciones históricas, sino incubar iniciativas para cambiar el mundo a través de promover la justicia social en el último medio siglo. Para mí es un honor, una responsabilidad y una escuela global formar parte de este grupo de 15 personas que busca no solo mantener ese legado, sino propiciar y responder de forma efectiva a los cambios que necesitamos para lograr un mundo menos desigual.