Carolina Ramírez
Fotografía Andrés Valbuena | Cortesía caracol Televisión
28 de Agosto de 2018
Por:
Ana Catalina Baldrich

Desde el día de su lanzamiento, la telenovela “La reina del flow” ha ocupado el primer lugar en el rating. Su protagonista habla sobre la historia que, asegura, enamora hasta a los detractores del reguetón.

Carolina Ramírez, más allá del 'flow'

El día en el que a Carolina Ramírez le propusieron hacer una telenovela sobre el reguetón, su respuesta fue directa: “No”. Reconoce que ni le interesaba ni le gustaba el género, tanto que cuando una emisora programaba alguno de sus grandes éxitos simplemente cambiaba el dial de la radio. “Ese género se lo inventaron para que la gente que no supiera bailar, bailara”, dice.

Ella sabe de lo que habla. Diez años como bailarina de ballet le dan una autoridad que termina por posicionarse con el sabor que le dio la tierra en la que nació. “Tuve una infancia increíble, soy muy afortunada de haber nacido en una familia bien grande, con muchos primos, con abuelas presentes y padres jóvenes. Para mí Cali es pensar en felicidad”.

Creció escuchando salsa junto a su padre, quien además le enseñó sus primeros pasos a ritmo de Niche y de Celina y Reutilio. Su conexión con la clave de son es tal que ni siquiera siendo adolescente –en tiempos de las boy band como New Kids on the block y Back Steet Boys– se dejó seducir por el pop. Ella y sus amigas preferían a Jerry Rivera y a Rey Ruiz.

“Aprendí a bailar desde muy chiquita –dice–. Ya no me acuerdo ni cuándo, mi papá me enseñó. Él es mi mejor parejo de baile, no existe ninguno mejor que él. La salsa nos unió, me gusta escucharlo, porque cuando mi papá habla de salsa se le ilumina la cara, le brillan los ojos. Eran muy bonitos esos espacios”. Tal vez por eso, y aun cuando gracias a su papel en la telenovela –que desde el día de su lanzamiento, el 12 de junio de este año, no ha dejado de ocupar el primer lugar en el rating hasta con 17 puntos– ya no apaga la radio cuando escucha una canción de reguetón, insiste en que nunca cambiaría una rumba salsera por una reguetonera.

 

Ingresó a Incolballet a los 9 años. ¿En qué momento decidió que quería que esa fuera su profesión?

Cuando se ingresa a Incolballet, que es un instituto de formación, uno ya está destinado a eso. Se está formando para eso. Incolballet no es una academia a la que se va para hacer actividades lúdicas, es una escuela en la que se ven clases académicas, en la que para entrar se deben pasar unos exámenes físicos.

Pero, a los 9 años, quienes deciden sobre la educación son los padres. ¿O no?

Claro, pero siempre he sido muy nerd, muy juiciosa y perfeccionista. Cuando me meto en algo, quiero hacerlo bien. Esa disciplina hizo que desde muy chiquita decidiera ser bailarina. Eso quería hacer en la vida; para eso me formaba y trabajaba muy fuerte. Entonces, digamos que no fue una decisión que tomé en un momento determinado, la vida me fue llevando hacia eso.

¿Y cuál era su máximo objetivo?

Siempre fui seguidora de Sylvie Guillem, de la Ópera de París. Eso no fue tan positivo porque cuando uno está tan chiquito no es consciente de que se es lo que se es y que tiene que aceptarse. Y, claro, Sylvie Guillem es como Messi; hay futbolistas que tienen condiciones y otros que no. Yo era una bailarina muy trabajadora, pero no tenía esas condiciones y no las iba a tener nunca.

¿Cuándo dejó el ballet?, ¿cuando entendió que no tenía esas condiciones?

Salí de Incolballet a los 15 años, cuando mi familia se mudó a Bogotá, en donde mi mamá me consiguió una academia con grandes maestros: el Ballet Anna Pavlova. Decidí dejar el ballet cuando descubrí que tenía la actuación. Una de las cosas que más me gustaba de bailar era interpretar personajes, descubrí que era eso lo que me gustaba. No eran las piruetas ni los fouettés, me encantaba ser Kitri y Giselle. Tenía 19 años cuando decidí que el ballet hacía parte de mi formación como intérprete y como artista, pero que ese no era mi camino. Fue después de terminar mi última función en el Teatro Colón. La academia siempre hace allá su cierre de año. Interpreté al Hada del Azúcar, en El Cascanueces, y bailé con Jairo Lastre, quien había sido mi profesor en Incolballet. Ese día dije: “este es el final del ciclo”.

Después de tanto trabajo y sacrificio, ¿fue fácil decirle adiós al sueño de llegar a la Ópera de París?

Estaba muy seducida por la actuación. Cuando me gradué del colegio fui profesora de ballet y hacía funciones por las que me pagaban, porque no pude entrar a la universidad y tenía que trabajar. Un día llamaron a la academia porque necesitaban niñas para el casting de un comercial y quedé. Después me llamaron para un casting para la novela “El inútil”. Nunca había leído un libreto en mi vida. Me presenté ante John Bolívar, bailé y luego actué. Me había aprendido hasta los puntos y las comas del libreto. Después me llamó para otro proyecto del Canal A;  comencé a trabajar con él en la interpretación y me pareció muy interesante. Decidí irme por el lado de la actuación, y todo me fue saliendo. En el 2001 me eligieron para “Jack el despertador” y esa fue mi entrada a un canal grande. Pero lo más interesante fue que me comenzaron a salir papeles para teatro, y me llamó Fanny Mikey. Primero hice teatro infantil con “Blancanieves” y luego “La fiesta del chivo”. Con el teatro me di cuenta de que todo el esfuerzo –lo que costaron las puntas, los dolores, las lesiones y el cansancio– por fin se estaba viendo en cada nuevo proyecto que me salía.

¿Qué le dejó el ballet?

Me dio el control del cuerpo, la flexibilidad, la fuerza y el conocimiento del espacio. Mi salto al teatro no fue traumático porque desde muy chiquita me había parado en un escenario. En Incolballet enseñan educación musical, historia del arte, percusión, preparación física y también la lógica sobre los personajes. El ballet me dejó todo. No sería actriz si no hubiera pasado por la escuela de ballet.

¿Cómo reaccionó cuando le propusieron hacer “La reina del flow”?

Me dijeron: “vamos a hacer una novela de reguetón”. De una respondí que no. Empezaron mal al decirme que era de reguetón, porque no es un género que me guste mucho, no porque hable de sexo, sino porque me parece que a nivel musical no dice mucho. Ese género se lo inventaron para que la gente que no supiera bailar, bailara. Uno escucha reguetón y se mueve solo. Si los europeos bailan reguetón, cualquiera puede hacerlo (risas), además pensé que sería una bionovela. Pero, ojo. Hoy hay muchas cosas de reguetón que me gustan. Además, estaba reacia a hacer televisión. El último proyecto que había hecho, “Contra el tiempo”, fue hace dos años. Cuando uno, gracias a Dios, logra una estabilidad, se puede capitalizar, tiene su propio negocio (Carolina es dueña de un hotel boutique en Bogotá) y no depende de la televisión, meterse en ese voltaje es muy duro.

Entonces, ¿por qué terminó aceptando?

Porque Lucho Jiménez, el productor, me empezó a hablar del personaje. En ese momento la novela se llamaba “Puro flow” y él me explicó que Yeimy Montoya era una mujer que regresa para vengarse, que no tiene ese tinte blanco que yo siempre había hecho, que además tenía mi edad y un hijo de 17 años. Eso me llamó la atención y me pareció más interesante por ese lado.

¿Se olvidó entonces del reguetón y aceptó por la historia de su personaje?

Sí. Hablé mucho con los libretistas y les dije: “no nos vayamos solo por el lado del reguetón. El reguetón es un ritmo, no es un género. El género urbano es mucho más rico, tiene cosas mucho más interesantes para contar y va más allá. El trap, el hip hop y el rap, que es de denuncia”. Y el productor me dijo que mi personaje denunciaba con sus canciones, que sería una defensora de las buenas letras, que podría ser perfectamente una rapera. Lo que pasa es que ella se decide por el lado comercial, porque se tiene que convertir en otra persona y ser glamurosa para ir en contra de un reguetonero. Al final, el reguetón no es más que circunstancial, no es la esencia de la historia.

Y si no le gustaba el reguetón y no conocía mucho de este género, ¿en quién se inspiró para el papel?

En Ivy Queen. Es lo máximo. Quería ese espíritu. Ella escribe unas letras muy chéveres y es una rapera increíble. En el momento del casting todavía no tenía muy claro quién era Yeimy Montoya, el personaje. Pero Yeimy no es una reguetonera. Es una chica que escribe buenas letras, que podrían ser en salsa o balada, que regresa para vengarse. También admiro a Farina y a Karol G, sobre todo porque son mujeres en un gremio que es absolutamente masculino.

Hace unos años usted protagonizó “Ciudad delirio”. ¿Fue más difícil aprender los movimientos del reguetón o interpretar a una bailarina profesional de salsa?

No me costó tanto hacer los movimientos del reguetón porque uno siempre payasea con eso del flow y va encontrando esas cosas. Simplemente es exagerar un poco los movimientos. Delirio fue dificilísimo. Yo podía bailar, pero esa velocidad de los bailarines profesionales no se logra en tres meses. Durante ese tiempo ensayé, tuve clases todos los días. El flow es muy fácil. Repito, el reguetón lo bailan hasta los europeos.

¿El papel en “La reina del flow” cambió lo que pensaba sobre el reguetón?

Sí. Antes, cuando sonaba un reguetón, cambiaba la emisora. Ya no. Además, me di cuenta de que, por ejemplo, no sabía de J Balvin. Y es un teso, un tipo que está innovando, que genera otros sonidos y tiene una marca personal. Aunque no me voy a ir a una rumba del reguetón, no voy a cambiar la salsa por el reguetón. Pero es que hasta la salsa ha evolucionado con la salsa choque, que es una versión reguetonada de la salsa. Eso sí, me molestan ciertas letras que son muy malas, pero también hay baladas que son malas y de salsa que son muy malas. No tiene que ver con el género, sino con el artista.

¿Cree que el reguetón es la razón del éxito de la telenovela?

La verdad no me esperaba este éxito. No pensaba que le fuera a ir mal, pero no me imaginé esta locura. Creo que la historia pasa por un montón de lugares comunes, como la vida misma. Por eso la gente se identifica, porque quiere acercarse a los mundos que no siente tan lejanos. Es una historia que está bien hecha, bien contada, con buena música. Creo que a pesar de que al comienzo la historia fue vendida por la idea del reguetón, hay mucha gente que odia el reguetón y está viendo “La reina del flow” porque les gusta la historia. Pienso que el éxito no tiene que ver con el reguetón.

 

 

*Publicado en la edición impresa de agosto de 2018.