Archivo Particular
2 de Mayo de 2018
Por:
Emilio Sanmiguel

Seiji Ozawa, Philippe Herreweghe y Daniele Gatti tienen el sello de los directores de orquesta realmente grandes.

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Tres directores y tres estilos

 

De todos los músicos de la orquesta, ¡qué paradoja!, el director es al que se ve con más suspicacia. Norman Lebrecht, que en el mundo de la musicología es una autoridad, llegó a asegurar en su libro El mito del maestro que es la profesión donde campea el mayor número de farsantes, aunque no pasa por alto la existencia de genios absolutos, como Gustav Mahler, Herbert von Karajan, Leonard Bernstein, Georg Solti. Se admira Lebrecht de esos personajes a los cuales, pasados los 80, no les tiembla el pulso para firmar contratos hasta por 25 años, mandando así al ostracismo a jóvenes colegas con talento.

 

Lo cierto es que la dirección de la orquesta, como profesión, es relativamente nueva. A partir de Beethoven, es decir, de las primeras décadas del siglo XIX, a medida en que los contenidos de la música adquirían complejidad técnica y profundidad expresiva, se hizo indispensable la presencia de alguien con la capacidad de darle sentido y coherencia al discurso musical.

 

Hector Berlioz (1803-1869) fue uno de los primeros protagonistas de esta historia. Fue el primero de los grandes compositores que no era virtuoso de ningún instrumento, a lo sumo un competente intérprete de la guitarra.  Seguramente por eso tomó la decisión de convertir la orquesta en su instrumento.

 

Hans von Bülow (1830-1894) fue uno de los grandes pianistas de su tiempo, y el primero que hizo de la dirección orquestal su profesión. De hecho, el primero que dedicó su vida a la interpretación orquestal porque no fue compositor. A partir de él la presencia del director al frente de la orquesta adquirió un prestigio que no ha cesado hasta nuestros días. Hoy el director es indispensable y su prestigio corre de la mano de la orquesta que dirige.

 

El mito de Herbert von Karajan, por ejemplo, estuvo íntimamente ligado a la Orquesta Filarmónica de Berlín; y el de Leonard Bernstein, a la Filarmónica de Nueva York. Carlos Kleiber, que era un genio, eludió ser titular de orquesta alguna; dirigía tan poco que llegó a decirse que sólo aceptaba hacerlo cuando la nevera de su casa estaba ya mortalmente vacía.

 

El británico Simon Rattle era un desconocido cuando aceptó la titularidad de la City of Birmingham Symphony Orchestra, una agrupación de segundo nivel en el Reino Unido, que bajo su dirección adquirió renombre internacional.

 

El trabajo de los grandes directores, los realmente grandes, tiene su sello inconfundible, como se verá en esta selección de tres nombres: Seiji Ozawa, Philippe Herreweghe y Daniele Gatti.

 

SEIJI OZAWA

Beethoven

Sinfonías Nº 2 & 7 · Fantasía Coral

Saito Kinen Orchestra

Marta Argerich, piano

Blu-Ray · EuroArts

$ 123.000

 

Seiji Ozawa (1935) fue el primer director de orquesta oriental en adquirir renombre en Occidente. En cierta medida, se le podría considerar como un heredero del legado de Karajan, uno de sus maestros. Eso se evidencia en el gusto que a lo largo de su carrera ha mostrado por un repertorio que cubre las grandes obras de los siglos XIX y XX.

 

Unánimemente se le reconoce como un músico versátil, cuyo repertorio va de Haydn y Mozart hasta Messiaen. Su longevidad y vitalidad es de sobra conocida, pero su presencia en la escena dista mucho de la de su maestro Karajan. Eso se ve claramente en este documento, tomado en el Kissei Bunka Hall de Matsumoto, Japón, al frente de la Saito Kinen Orchestra entre 2015 y 2016. Ozawa no es un divo, rompe el protocolo y aparece en escena confundido entre los músicos; sólo se permite estar en el podio lo estrictamente necesario mientras dirige: los aplausos, antes y después de su actuación, los recibe confundido entre la orquesta.

 

Dirige obras de Beethoven. Primero (agosto 2015) la Sinfonía Nº 2 op. 36, una obra significativa que se instala en el ‘filo de la navaja’ entre el clasicismo que empieza a desaparecer y un incipiente romanticismo, evidente en la instalación de un Scherzo en el lugar del Minueto dieciochesco. Ozawa no desperdicia esa oportunidad. Su legendario sentido del color ilumina el movimiento decididamente burgués, que usa como preparación para el extrovertido movimiento final.

 

Su versión de la Sinfonía Nº 7 en La mayor, op. 92 (agosto, 2016) es soberbia, y lo es porque domina la legendaria tensión de la amplia introducción al primer movimiento, indaga con sensibilidad la profundidad del Allegretto siguiente y se revela triunfal en los dos movimientos posteriores.

 

La tercera obra (2015) es la Fantasía coral en Do menor op. 80, que en su textura anuncia la Novena Sinfonía. La ocasión es única por dos razones: la primera, que se trata del concierto de celebración de sus 80 años; la segunda es la presencia en la parte solista de la pianista Martha Argerich, en una de esas actuaciones donde ella está más inspirada que de costumbre, porque el piano, pese a la presencia de seis solistas, coro y orquesta, es el gran protagonista de la obra.

 

PHILIPPE HERREWEGHE

Dvořák

Requiem op. 89

Eerens · Fink · Maximilian · Berg

Collegium Vocale Gent · Antwerp Symphony Orchestra

Blu-Ray · EuroArts

$ 98.000

 

El belga Philippe Herreweghe (Gante, 1947) no goza la popularidad de Ozawa. Pero, hoy por hoy es uno de las personalidades más respetadas del mundo musical. Porque forma parte de ese pequeñísimo grupo de directores que basan su trabajo en dos puntales: el primero es la investigación casi exhaustiva de las obras que presenta al público; el segundo es una especie de obsesión para que sus actuaciones tengan un cierto toque académico y pedagógico que enriquezca la cultura musical del auditorio.

 

Lo interesante de su caso –no es el único– es que su gran obsesión va por el camino de la recuperación del sonido auténtico de la música del siglo XVIII y principios del XIX. Pero, cuando aborda repertorios posteriores, como ocurre en este video, su experiencia le revela al público una nueva visión renovada y novedosa.

 

Para el público el nombre del checo Antonín Dvořák (1841-1904) los remite a su obra más conocida, la Sinfonía del Nuevo Mundo, tal vez a sus Danzas eslavas y de pronto al Dumky Trio o el Cuartteto americano. De manera que aparece esa faceta del Herreweghe académico y pedagogo: en el auditorio de Siegel de Ámberes (2014) dirige el Requiem en Si bemol menor, op. 89 de Dvořák, escrito y estrenado en 1889 en el Festival de Birmingham, en el Reino Unido.

 

Herreweghe entrega una obra que se instala a mitad de camino entre la estética de los Requiem muy dramáticos y teatrales de Berlioz y Verdi y el espíritu de resignación del de Fauré. Cuenta para ello con la actuación de una orquesta, la Royal Flemish Philarmonic, y un grupo coral, el Collegium Vocale Gend, que por haber trabajado bajo su dirección por décadas, parecen empeñarse en hacer realidad lo que piensa su director. Bueno, también el cuarteto de solistas evidencia experiencia en la interpretación del Lied: Ilse Eerens, Bernarda Fink, Maximilian Schmidtt y Nathan Berg, soprano, contralto, tenor y bajo, respectivamente.

 

Lo dicho: hay dramatismo en el Dies Irae, Confutatis y Lacrimosa, que no llega a explosiones sonoras de intimidante dramatismo; y también un sugestivo lirismo en el inspirado Sanctus que, sin exageración, puede instalarse entre uno de los más hermosos de la música religiosa de todos los tiempos.

 

DANIELE GATTI

Berlioz

Symphonie Fantastique

Royal Concertebouw Orchestra

Blu-Ray · RCO

$ 95.000

 

Digamos que de los tres directores de esta selección, el italiano Daniele Gatti (Milán, 1961) está más asociado con el mundo de la ópera que con el del repertorio sinfónico, pero demuestra aquí que también sabe moverse en esas aguas con autoridad. De los tres es el que más se aproxima a lo que se puede pensar de un director: su presencia en el escenario es más protagónica que la de sus colegas de esta reseña y sus movimientos al frente de la orquesta, que es nada más y nada menos que la del Concertgebouw de Amsterdam, mucho más extrovertidos.

 

Claro, no hay que pasar por alto que actúa en una especie de templo sagrado de la música que obliga al director –esas son cosas que solo son posibles en estos documentos visuales– a ingresar casi triunfalmente a lo largo de una escalera que debe parecerle eterna a los directores, un templo donde la figura del director es venerada, y al cual solo acceden los realmente grandes.

 

La experiencia de Gatti en el escenario operístico se impone en la primera obra, que es la Obertura de Tannhäuser, de Wagner, en la versión de Dresde de 1845. Sigue una obra de talante similar: el poema sinfónico Oprheus, de Liszt, de 1854, que comparte con la obra de Wagner esa extroversión sonora, que, sin duda, le dan razón a la obra siguiente, pieza central del programa: la Sinfonía Fantástica, op. 14, de Berlioz.

 

Sin duda alguna es la selección más interesante del programa. Porque Gatti logra hacer, de la que pretende ser una obra sinfónica, de hecho una Sinfonía programática, un melodrama sinfónico, una especie de ópera para orquesta. Ojo, sin desbordarse, porque al fin y al cabo es un director italiano, y los italianos saben distinguir entre la emotividad operística y la objetividad sinfónica, y gracias a ello logran las transmutaciones que hacen de sus interpretaciones algo fuera de serie.

 

Solo queda flotando una duda, que en realidad debería llamar a la reflexión y tiene que ver con el promedio de edad del público, que es preocupantemente mayor en el Concertgebouw…

 

 

 

*Publicado en la edición impresa de febrero de 2018.