26 de Octubre de 2018
Por:
Ana Catalina Baldrich

A propósito de su encuentro con el expresidente de los Estados Unidos Barack Obama y todo el revuelo que esto generó en sus fans. REVISTA CREDENCIAL publica una entrevista que le hizo al artista algunos años atrás y que hoy da cuenta de cómo es que ha llegado este artista paisa hasta donde está. 

¿Cuál es el verdadero éxito de J Balvin?

“Ha nacido una estrella”, decía la tarjeta de felicitación de uno de los ramos que recibieron el 7 de mayo de 1985 Alba Mery Balvin y José Álvaro Osorio como felicitación por el nacimiento de su primer hijo: José Álvaro Osorio Balvin, el mismo que 30 años después es conocido como J Balvin y que, tal como lo predijo esa tarjeta, en definitiva, es una estrella, aunque ni él ni su familia se lo crean.
 
“Hijo, las estrellas en el cielo”, cuenta Alba que le dice a su “Josecito” cada vez que tiene la oportunidad, porque para ella “el día en que él deje de pensarlo así, perderá su brillo”. Tal vez por eso es que él no se cree una celebridad y que hoy, pese a contar con las acreditaciones suficientes para considerarse como tal, afirma: “Entre más reconocido me vuelvo, menos famoso me siento”.
 
Muchos detractores del reguetón, quienes consideran que los artistas de este género no son más que gorras, “blin blines” y excesos, podrían pensar que esta sencillez no es más que una pose de producto, una estrategia de marketing o una máscara; sin embargo, tras acompañarlo durante toda una jornada, escuchar a sus seguidores, a sus amigos y sostener una larga conversación con su madre solo se puede afirmar que fan o no del género y del artista, J Balvin es auténtico.
 
Hijo de una familia paisa trabajadora, que se formó tras un “señor flechazo de Cupido” cuando su madre tenía 18 años y su padre 28, José, al contrario de la mayoría de los niños, no manifestaba qué quería ser cuando creciera. “Mija, yo quería que fuera médico, como yo era una médica frustrada… Le decía: ‘vas a ser el mejor para que me hagas la cirugía’ ”, recuerda entre risas Alba, quien se retiró de la Facultad de Medicina para terminar Citología antes de convertirse en madre.
 
Era muy sociable y consentido, le costaba entregar los regalos en las piñatas y siempre, según recuerda su mamá, “había que cantarle el feliz cumpleaños porque creía que la fiesta era para él”. Siempre fue muy creyente –estudió en un colegio del Opus Dei en Medellín, donde nació y creció– noble y preocupado por el futuro. “Cuando tenía 7 años lloraba porque con qué iba a sostener a la familia… y preguntaba ‘si ustedes se hacen grandes y viejos quién nos va a sostener’ ”, habla su madre sobre una preocupación que él cree viene de escuchar lo difícil que fue la infancia de su padre y que aún hoy lo acompaña. “Desde que tengo uso de razón siempre he estado preocupado por el futuro, algo que es bueno, porque te permite estar en movimiento y tener metas, y malo, porque a veces no disfrutas el presente como tienes que disfrutarlo”.
 
También era travieso y causó varias preocupaciones a la familia, como aquel día en el que con su traje favorito durante todo un año –un disfraz de Superman– decidió emprender vuelo, con tan mala suerte que su freno fue el suelo. “Sí volé, pero se me acabaron los súper poderes y aahí quedé inconsciente un rato. Y me sigue pasando. Sigo volando, a veces me estrello, a veces no, a veces la puedo planear”, admite entre carcajadas un José recién llegado a la habitación de un hotel en Barranquilla horas antes de presentarse en concierto junto a Marc Anthony.
 
En la charla recuerda otra de sus aventuras de infancia, aquella que incluso fue registrada en los noticieros y que, según los recuerdos actuales, tuvo consecuencias diferentes para madre e hijo. “Tenía como 10 años y mi primo, que era mayor y me utilizaba como el juguetico para las travesuras, regó gasolina en un lote en el barrio Conquistadores y me pasó un fósforo. Y bueno, pues yo prendí el fósforo y se hizo un incendio… y mi mamá me metió una pela por la mañana terrible”, afirma riendo y contradiciendo lo que cuenta Alba, quien asegura que los castigos eran diferentes: “Nosotros no fuimos pegones, pero sí le reprimíamos cosas que le gustaban: ir al cine con su amigo, ir a ‘brinquitos’ y mostrarle que lo que hizo estaba muy mal. Josecito era fregadito, fregadito”.
 
En lo que sí coinciden los recuerdos de ambos es en la vocación de negociante que siempre tuvo J Balvin; no en vano vendía dulces en el colegio y le cobraba por todo a Carolina, su hermana menor: “Sí, yo hacía negocios con la pobre y le sacaba plata por todos lados. Obviamente su felicidad siempre era como estar ahí en la habitación del hermano y yo le cobraba por todo: por entrar, por salir, por comer algo, por dejarla entrar con una amiga a la habitación (risas)”.
 
Además, comparten los recuerdos de los amigos de infancia de José, quien nunca se sintió distinto a los niños que vivían en condiciones diferentes a las de él. “Llegaba con niños de comunas a la casa, con niños que usaban droga, y él decía: ‘Madre, todo el mundo se queja de ellos y ellos son amigos míos, a mí no me roban y no me hacen nada. Hay que tratarlos como niños comunes y corrientes, como iguales’ ”, cuenta Alba.
 
Aunque el hoy reconocido artista afirma que hace mucho no pensaba en sus días de infancia, al preguntarle si sus amigos influyeron en el género musical en el que es exitoso, después de meditarlo dice: “Ahora que lo pienso de ahí es que viene ese cariño por lo urbano, por el pueblo en general”, aunque cuenta que fue un viaje a Nueva York, después de un episodio calificado por su madre como “una película de terror”, el que lo terminó de “enamorar” de la música urbana.
 
Con 17 años, José viajó en un intercambio a Oklahoma (EE. UU.) para aprender inglés. Sus padres, felices con la posibilidad, fueron a uno de los lugares más reconocidos de Medellín para estos programas y tomaron la decisión. El mayor de la familia Osorio Balvin se quedaría en la casa de la directora del colegio en donde estudiaría, una señora que poco tiempo antes había perdido a su hijo y que le complicó la vida.
 
“Le dijo que nosotros no lo queríamos. Un día lo amaba y al otro lo odiaba… empezó a hacerlo trabajar en las noches… le escondió el computador y el pasaporte… Logró escapar en un segundo intento, con la ayuda de un sheriff y una sicóloga colombiana, y lo mandaron a Nueva York”, dice su mamá sobre aquellos días que José guarda en la memoria sin rencor. Para él, este sentimiento “te atrasa, no te deja fluir”.
 
 
Un comienzo con tropiezos
Lejos del drama que vivió en su adolescencia, José Álvaro comenzó a estudiar Negocios Internacionales en Eafit, carrera que luego combinó con Comunicación Social en la Bolivariana. Sin embargo, sus amigos, su acercamiento con el rap y el hip hop en la Gran Manzana, las clases de guitarra a las que asistió desde niño y en las que su profesor siempre les dijo a sus padres que su hijo sería grande; las premoniciones que, además de la tarjeta, incluyeron el presagio de una hindú quien le aseguró a Alba que su hijo era un muchacho musical y tendría éxito, y una experta en la carta astral que le reveló que en su casa tenía un Juanes y ella no se había dado cuenta, hicieron de las suyas para que un día Alba, mientras se estaba sometiendo a un tratamiento médico en EE. UU., recibiera una llamada de su hijo.
 
“Me dijo: ‘Yo les pago los semestres, me quiero retirar de la universidad, definitivamente lo mío es la música’. Entonces yo le dije: ‘Josecito, no quiero títulos en mi casa que no tengan ningún valor… si te gusta la música, retírate’. Él no lo podía creer y me decía: ‘¿en serio?, Dios te pague mamá’ ”.
 
Así comenzó oficialmente la carrera musical de J Balvin. Un camino que tuvo como primera parada Estados Unidos en donde en palabras de su mamá “le fue pésimo. Puerta que tocaba, puerta que le cerraban. No le paraban ni bolas… Él se fue a Estados Unidos en busca de su sueño y pintaba casas… Un día me llamó y me dijo que lo había llamado un productor, ¿sabes para qué era? Para que le pintara la cocina”, recuerda entre carcajadas Alba antes de afirmar que, pese a todo, en esos días su hijo recibió uno de los mejores consejos de su vida.
 
José recuerda que conoció al mánager de Chayanne, quien le dijo: “Juanes para ser Juanes primero fue Ekimosis y Shakira fue primero Pies Descalzos”. “Tenía toda la razón y ahí fue cuando decidí volver. Él me dijo: ‘Has que tu propio país te lleve de nuevo a Estados Unidos’ ”.
 
El surgimiento de su nombre artístico no tiene mayor ciencia, tal y como lo recuerda el paisa en medio de risas. “Con un amigo intentamos 2.000 nombres y ninguno nos daba, buscamos disque salsas de tomate de por allá de Suiza, unos nombre horribles. Cuando pensé que para qué nos vamos a complicar la vida, vamos a utilizar el nombre y el apellido, un nombre basado en mi mamá (Balvin) y mi papá (José) y de ahí salió. Un nombre compuesto por la familia”.
 
Igual, sin ciencia ni vergüenza, responde cuando se le pregunta por su primera presentación como J Balvin: “Fue en un parque en Nueva York, nadie nos conocía. Yo cogía el micrófono asustado y la voz era temblorosa. Cuando dijeron J Balvin hubo silencio como si dijeran: ‘con ustedes, el Silencio’… Eso me enseñó mucho, no me salté los procesos… Esa vez aplaudieron porque saben que no es fácil estar ahí”. De la misma forma cuenta cómo fue su primer autógrafo: “Me confundieron con Daddy Yankee. Yo era fanático, soy muy fanático de él, y tenía el mismo corte de pelo. Me lo pidieron afuera de un hotel en Medellín donde estaba esperando a que él saliera para poder verlo. Me dijeron ‘Daddy Yankee’ y yo ‘sí claro’. Qué estúpido (risas) mi primer autógrafo no fue mío, todavía pienso en lo engañados que se deben sentir esos pelados”.
 
 
 
Viviendo el sueño
Su personalidad lo obliga a dejar a un lado los misterios y secretos, y a mostrarse tal y como es, incluso cuando debería “posar de artista” o cuidar sus palabras porque está frente a la prensa.
Basta con solo salir de la habitación del hotel junto a él para comenzar a sentir lo que significa ser realmente querido por la gente. No importa que los ojos reflejen el cansancio de pocas horas de sueño, ni la larga lista de obligaciones que lo esperan: sonríe, firma, se toma la foto e incluso la repite cuando su seguidora se da cuenta de que cerraron los ojos.
 
Escoltada por dos patrullas de la Policía, una camioneta en la que José volvió a ser J Balvin –ya que reconoce que esa ‘bipolaridad’ existe todo el tiempo, y afirma que por ejemplo “el no tenerle miedo a nada es de J Balvin y que José está loco” –, recorre Barranquilla para cumplir una cita con los fanáticos que tras un concurso esperan por conocerlo en una emisora local.
 
A su llegada comienzan los gritos, las sonrisas nerviosas, la algarabía, los compromisos de amor eterno y las propuestas de matrimonio, mientras él responde saludando como si se tratara de personas que conoce de siempre, con cariño y tranquilidad.
 
En la lista que reposa en las manos del coordinador del evento hay de todo tipo de personas: niños, niñas, hombres, mujeres, adolescentes, madres de familia. De todo.
 
“Me encanta como persona. Siento que es humilde, gran hombre, gran hijo”, responde una seguidora de 15 años, mientras otra de 18 años remata: “Es una persona sencilla, amable, es único en lo que hace y su música es genial. Me encanta, papacito”.
 
Además destacan sus letras, como una mujer de 26 años que afirma que “las canciones de él tienen más sentimiento, no hablan de drogas ni de sexo, es más sentimental, habla de la vida que uno vive cotidianamente con su pareja”.
 
Hay quienes simplemente son admiradores hasta el tuétano, como una niña de seis años que no logra parar de llorar de la emoción por haberse tomado una foto con él, o Constanza Arteaga, una madre de 49 años, que afirma que su pasión la había llevado días atrás a Cartagena a verlo y que su esposo respeta su afición.
Su música, su interpretación, su físico, son algunas de las causas que despiertan la admiración; sin embargo, todos hacen referencia a un valor que según ellos lo hace único: su forma de ser.
 
Y es que pese a que después de nuestro encuentro llevamos varias horas de entrevistas, fotos y autógrafos, y a que varios de sus acompañantes nos mostramos cansados, él no deja de sonreír, repetir fotos y saludar; ni siquiera cuando por fin llegó la hora de un muy tardío almuerzo en el que un padre acompañado de su pequeña hija se acerca para pedir una foto.
 
Le pregunto si esas solicitudes no le incomodan, y me asegura que no, por lo que recuerdo que en el hotel me había explicado que sus padres, los fanáticos y sus amigos hacen parte de lo que él llama su familia. La misma que lo acompaña y lo quiere por ser quien es.
 
Pese a que la jornada es larga, afortunadamente tiene mucha energía, de no ser así no lograría soportar este ritmo ni la exitosa gira de 40 presentaciones con toda la boletería vendida junto a Enrique Iglesias y Pitbull.
 
Pero no siempre fue así. Hace tres años el exceso de trabajo lo llevó a buscar un tratamiento médico para el cansancio, un tratamiento que le afectó el sistema nervioso y que, sumado a su preocupación por el futuro, le disparó la ansiedad.
 
Afirma que después de los años de lucha logra controlar estos ataques; sin embargo, es precavido y por eso identifica qué lo puede poner nervioso y prefiere no pensar en ello, como en las nominaciones a los premios. “Delicioso ganárselos todos, pero si no, hay que disfrutarlos sin estar con la angustia, porque soy muy ansioso”.
 
Y es que ganar en su categoría no es fácil, en la competencia junto a él suelen estar Don Omar, Daddy Yanke, Wisin y Yandel, los gurús de la música urbana, los que llenan estadios, los mismos que él admira. Por eso dice con emoción que se dio cuenta de que está haciendo bien su trabajo cuando ellos lo aplaudieron y felicitaron al ganar en la pasada edición de los Premios lo Nuestro. “Vi que todos me felicitaron… Estaba compitiendo con mis mentores ¡wow! Reconocen el trabajo porque todos me vieron en algún momento de sus carreras pasar por ahí, saludándolos, pidiéndoles una foto –cosa que sigo haciendo– pidiendo consejos. Saben que hubo un proceso”.
 
Esta es la etapa de la cosecha de los éxitos, pero esto no le impide desear muchas cosas más, como grabar junto a Rihanna o ganar un Grammy.
 
De regreso al hotel me despido de José Álvaro Osorio, J Balvin debe continuar, todavía falta el concierto y mientras lo veo caminar junto a su mánager y su Dj hablando, tal vez ajustando detalles, pienso en que definitivamente alcanzó el sueño, aunque él horas atrás me afirmara sin titubeos: “El sueño se transforma. Soñar es gratis”.
 
 
*Publicado en la edición impresa de mayo de 2015.