Foto Cortesía Editorial Planeta
9 de Junio de 2017
Por:
Redacción Credencial

El escritor bogotano publicó Toño Ciruelo, una novela que remite a los tiempos de las aulas y reconstruye la personalidad, a la vez atractiva y repugnante, de un personaje de terror. 

“Si algo falla en el país es porque también algo falla en los colegios”: Evelio Rosero

A todos nos debe haber pasado: conocer un compañero de pupitre o de salón en el colegio que comienza a marcarnos la vida entre las aulas y fuera de estas; que nos atrae por su desparpajo y seguridad, por sus misterios en el comportamiento y en sus desaires; que nos obnubila y nos avasalla a pesar de que sospechemos que su amistad no lo es tal, que algo va mal en esa relación de la que no podemos escapar, a veces ni siquiera después de graduados de bachilleres.

 

Pues bien, eso le sucede a Eri, el protagonista de la nueva novela de Evelio Rosero. A Eri y a Fagua, el tercero en discordia. Ambos, flechados por Toño Ciruelo, a quien conocen en la pubertad cuando Ciruelo hace un intento de plagio en la clase de Literatura. Ciruelo no es ni siquiera encantador, pero sí capaz de manipularlos a su antojo para embaucarlos en una relación que obedece más al miedo que al amor; más a la debilidad que al deleite. Ciruelo es la sombra de las perversiones y de las calamidades; pero, al mismo tiempo, la tentación de lo impredecible.

 

Toño Ciruelo remite de inmediato al colegio y a ese tipo de personajes que uno obedece sin querer, sabiendo que hay algo que no cuadra. ¿Hay alguna relación entre el personaje de Toño Ciruelo y su propia época de colegial?

Sí hay, por supuesto, un referente real de Toño Ciruelo. La mayoría de mis personajes lo tienen. Sin embargo, en el caso de Toño Ciruelo este referente es solo un detonante del personaje, una causa lejana, aunque determinante. Y tiene que ver con mis años de estudio en el Colegio Agustiniano del norte, en Bogotá, tres años exactos, de segundo a cuarto de bachillerato.

 

El colegio lo marca a uno. Es inevitable. ¿De qué manera lo marcó a usted?

El colegio es la infancia, la juventud, ese estadio definitivo en la vida de cualquier hombre, ¿cómo ignorar la importancia de su rutina, sus vicisitudes o su alegría? Naturalmente, si algo falla en el país es porque también algo falla en los colegios; o acaso la falla mayor radica en la ausencia de verdaderos colegios. En mis obras, y sobre todo en Toño Ciruelo, la experiencia estudiantil es una absoluta génesis.

 

Me llama mucho la atención que Ciruelo desdiga el cliché de que los libros hacen buenas personas. Toño Ciruelo era un lector voraz y, sin embargo, nada de eso garantiza la buena conducta de la que tanto se habla. ¿Piensa, también, que es un cliché ese de que los libros hacen mejores personas?

La lectura no es pertenencia exclusiva de las “buenas personas”. Las “malas personas” también son lectores. Pero en esta diferenciación no se puede achacar a la lectura de determinados libros la conclusión que apliquen en su vida los lectores. Un mismo libro nos afecta de manera distinta a los lectores, para bien o para mal; en todo caso no somos los mismos después de leer un clásico, o un libro realmente decisivo. El Quijote se debe a los libros de caballería. Pero la consecuencia de una lectura es siempre algo relativo, y hay en juego muchos otros aspectos culturales. Justamente, no hace mucho encontré y leí un libro que investiga las lecturas predilectas de Adolfo Hitler, que era un lector insaciable y tenía una formidable biblioteca, multiplicada a lo largo de los años. Johann Gottlieb Fichte era su filósofo de cabecera.

 

 

Deslumbrar y repugnar. La novela se balancea, capítulo tras capítulo, entre estos dos verbos que describen la relación de Ciruelo con el mundo. Ciruelo deslumbra y repugna. ¿Fue algo premeditado, o el personaje le fue dictando esta dicotomía?

Tiene usted toda la razón, y se lo digo con franqueza. A mí también, como autor, el personaje me deslumbraba y repugnaba, según el derrotero argumental. También el autor “se lee” cuando escribe, aunque no es una lectura normal, y mucho menos objetiva, es visceral; y cuando llegaban los instantes de la repugnancia daban ganas de apagar la vela y no seguir, o inventar otro asunto, otra novela. Pero soy obstinado y tenía que llegar hasta el final; la literatura es algo vivo, y en el caso de Ciruelo eran dos brazos de hierro que emergían de las páginas y te querían ahorcar.

 

 

Hay un capítulo que me parece particularmente inquietante, en el que Ciruelo enfrenta, burlándose de ellos, a una partida de inválidos en muletas que esperan un milagro en la gruta milagrosa del Señor de la Danza. Es una imagen muy fuerte. Es como el grito de “déjenos estar jodidos a nuestra manera”, que es una forma muy latinoamericana de existir. ¿Esa gruta existe?

En el departamento de Nariño existe el Señor de Canchala. También Nuestra Señora de las Lajas; son templos de oración y peregrinación. En las paredes de esos templos cuelgan las muletas de los enfermos que obtuvieron su milagro. De niño visité esos lugares con frecuencia. Mamá nos llevaba, a modo de “paseo”. Y hay docenas de templos por el estilo en todo el país, en el mundo. De estos proviene la gruta milagrosa del Señor de la Danza. Allí Ciruelo desnuda por fin su alma y la entrega al lector.

 

¿Cómo describir a Toño Ciruelo? ¿Mato, luego existo? De pronto la única pista es la que cita él mismo de Edgar Allan Poe: Por lo general los hombres van cayendo gradualmente en la bajeza. ¿Así lo definiría usted?

Es una frase amplia y profunda la de Poe; podría ayudar a compadecer al personaje –que es, ante todo, un ser humano–. Pero la frase da lugar a todo, y con todas las interpretaciones posibles. También nuestro país, por ejemplo, fue cayendo gradualmente en la bajeza.

 

 

*Publicado en la edición impresa de mayo de 2017.