Foto Felipe Abondano
Foto Felipe Abondano
5 de Mayo de 2016
Por:
Margarita Vidal

El escritor bogotano ganó el premio de creación literaria de la Casa de América Latina de Portugal por su novela “Las reputaciones”, publicada en 2013.  A propósito de este nuevo premio, compartimos esta entrevista de Margarita Vidal en la que Vásquez habla de su más reciente creación, “La forma de las ruinas”.

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Juan Gabriel Vásquez: Su reputación lo precede

La última novela de Juan Gabriel Vásquez se titula La forma de las ruinas y empieza con la siguiente dedicatoria: “A Leonardo Garavito, que me puso las ruinas en las manos”.Esas ruinas son una vértebra del asesinado caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán conservada en formaldehído, y la calota o parte superior del cráneo trepanado del general Rafael Uribe Uribe, con sus iniciales grabadas y la estremecedora huella que dejaron las armas de sus asesinos. Esas ruinas –que son en realidad reliquias históricas– cobran vida gracias a la extraordinaria narración del escritor bogotano. Salen a la luz después de haber sido salvadas de la destrucción y tenidas a buen recaudo. Permanecieron en un sueño de hibernación durante más de medio siglo, en el caso de Gaitán; y un siglo completo, en el de Uribe. Y son como fantasmas agazapados que brincaran desde ultratumba para recordarnos que en Colombia las violencias y el pasado no mueren, porque nunca hemos sido capaces de resolverlos.

  “Levanté el frasco y lo miré a contraluz. Carne, hueso, formaldehído al cinco por ciento: restos humanos sí, pero sobre todo, objetos del pasado. Siempre he sido sensible a ellos, sensible o aun vulnerable, y acepto que hay en mi relación con ellos algo de fascinación o de fetichismo, y también algo (imposible negarlo) de antigua superstición”.

(Fragmento de la novela)

Juan Gabriel, una pequeña investigación me ha dado la pista de que uno de los protagonistas de su libro, Francisco Benavides, el médico que puso en sus manos el frasco con la vértebra de Gaitán,  que cita en el fragmento anterior, en la vida real es uno de los hijos de un famoso médico que exhumó el cadáver de Gaitán para buscar una bala alojada en su columna vertebral, y que aparece en la novela como Luis Ángel Benavides Carrasco.

(Risa) bueno, no sé cómo llegó a saberlo, pero así es: se trata del doctor Leonardo Garavito, médico ortopedista, cuyo padre, el doctor José María Garavito Baraya, era un ilustre médico forense, experto en balística, investigador y profesor universitario, fundador y director de los Laboratorios de Ciencias Forenses del Instituto de Medicina Legal, hace mucho más de medio siglo, y un eximio profesor universitario.

 ¿Cómo entra José María Garavito (Luis Ángel Benavides) en esta historia?

En 1960 el cuerpo de Gaitán fue exhumado en secreto para practicarle una segunda autopsia, y el encargado de hacerla fue él. Garavito extrajo un segmento de la columna vertebral de Gaitán donde estaba alojada una bala que no se había visto en la primera autopsia, que había sido hecha en medio del peligro, del horror y del dolor producidos por el atentado. Como Gaitán murió, los médicos que la practicaron no consideraron necesario abrirle la espalda por donde había entrado una de las balas.

¿Por qué después fue tan importante encontrar esa bala?

Para saber si era distinta de las otras balas que Juan Roa Sierra disparó. Se definió entonces que había salido de la misma pistola, con lo cual se probaba que no hubo más que un tirador. En ese entonces, doce años después del crimen, sobrevivía la teoría de una conspiración en la que habría habido un segundo asesino. Usted sabe que el ánima del cañón de un arma deja una marca virtualmente inconfundible en todas las balas que dispara.

¿Cómo se conservaron durante más de medio siglo esas vértebras? 

El profesor Garavito las puso en una solución y las llevó a Medicina Legal. Pasado un tiempo las incorporó a un museo forense que había ido formando en la Nacional y allí estuvo muchos años.

¿Y por qué terminó en la biblioteca de la casa del doctor Garavito, junto con la calota (parte superior del cráneo) del general Uribe Uribe?

Porque en la época eran muy frecuentes las huelgas y disturbios en la Nacional y, en previsión de posibles desmanes, el profesor llevó varias de esas reliquias a su casa para preservarlas. Fue una decisión sabia y afortunada porque, cuando murió, hace casi treinta años, su museo fue literalmente emparedado y todas las demás piezas se perdieron.

¿Leonardo Garavito, su hijo, por qué es amigo suyo?

Porque el doctor José María era amigo de mi papá y hace muchos años, cuando supo que me apasionaba el crimen de Gaitán, le contó que él guardaba algo que me podía interesar. Fue Leonardo, su hijo, quien años después de su muerte, me permitió verlas.

En la presentación de La forma de las ruinas, Juan Esteban Constaín hizo una afirmación que es al tiempo un elogio y un reto: “Este libro de Juan Gabriel es la consumación de su  proyecto literario y pienso que le va a quedar muy difícil superarlo”. ¿Cómo la ve?  

Con la primera parte estoy completamente de acuerdo; sobre la segunda, le cuento que estoy prendiendo velas para que no sea cierto (risa). Pero yo sí creo que en esta novela está todo lo que he aprendido a hacer en las anteriores, desde el punto de vista de la técnica y de los temas. Estoy absolutamente convencido de que ahí están mi lado emocional, las obsesiones y demonios que había cargado conmigo durante años, solo que presentados de manera más descarnada, más franca, más directa y sin las estrategias de las máscaras narrativas, puesto que soy yo el narrador.

¿Y qué demonios lo torturan?

El primero es la presencia del pasado porque, como decía Faulkner, el pasado no está muerto y ni siquiera es pasado. Siempre he pensado que nuestra historia individual y colectiva, lejos de estar muerta, está con nosotros y moldea nuestras vidas. Creo que los crímenes de Uribe Uribe y de Gaitán están presentes todos los días en las negociaciones de La Habana, para ponerle un ejemplo, y que los momentos en que la historia de mi familia se ha rozado con la historia colombiana no son para mí cosa del pasado, sino que me acompañan y afectan mis decisiones. Otro fantasma es la forma como las violencias remotas, las que ocurrieron antes de uno nacer, uno las recibe y a su vez se las hereda a sus hijos.

¿En Colombia las violencias del pasado se vuelven presente y futuro porque nunca han podido resolverse?

Así es. Uno de los demonios que cruza el libro es la preocupación sobre la manera como se puede desactivar ese pasado, porque la novela, en su aspecto de investigación histórica, termina en 1948 con el crimen de Gaitán, pero las densas sombras que rodean los crímenes de los dos caudillos liberales son perfectamente aplicables a crímenes muy posteriores, como los de Galán, Pizarro, Jaramillo, Abad, Pardo Leal, Álvaro Gómez y tantos otros.

Esta novela va mucho más allá de los asesinatos del general Rafael Uribe Uribe y de Jorge Eliécer Gaitán. ¿Qué ha querido plantear allí?

Lo que plantea la novela es ponernos cara a cara con el hecho simple pero aterrador de que sobre ninguno de estos magnicidios sabemos la verdad. De que somos un país de sombras donde personajes poderosos han sido asesinados a lo largo de toda nuestra historia, sin que ninguna investigación haya llegado nunca a buen término, y ese es un problema gravísimo que nos ha impedido pasar página. Yo invito al lector a que piense cómo estas dos teorías de la conspiración son un espejo para mirar también otros momentos de nuestra realidad reciente. 

¿Cómo aborda los dos asesinatos?

Los tratamientos de los dos crímenes fueron distintos porque el de Gaitán es mucho más personal para mí, que el de Uribe Uribe. Yo no solo crecí con anécdotas, leyendas e historias sobre el asesinato del líder liberal, sino conociendo muchos documentos que he ido interiorizando a lo largo de mi vida, entre ellos el libro de Arturo Alape en el que mi tío, José María Villarreal, cuenta que fue él quien montó una policía conservadora poco después del 9 de abril. El crimen de Uribe Uribe mi intención siempre fue contarlo desde el punto de vista del cazador de conspiraciones que se llamaba Marco Tulio Anzola Samper, el abogado que recibió el encargo de la familia Uribe de hacer una investigación paralela a la oficial, porque estaban boicoteándola y no iba para ninguna parte.

Hace ya más de cien años que Leovigildo Galarza y Jesús Carvajal, dos artesanos de ruana, asesinaron al general Uribe. ¿Fue muy difícil encontrar fuentes?

La investigación se basa en dos libros de la época. Uno es La vista fiscal, documento oficial que concluye que Galarza y Carvajal fueron los únicos que planearon y ejecutaron el crimen. El otro se titula ¿Quiénes son?, escrito por Anzola Samper, que descubrí más o menos por azar y que me sorprendió porque ni yo, ni tanta gente con la que siempre he hablado del tema, habíamos sabido de él. Sin embargo, el año pasado se publicaron dos novelas, una de Philipe Potdevin y una de Adelina Covo, que giraban alrededor de este libro y me gustó saber que eso estaba ya al aire.

¿Dónde encontró el libro de Anzola?

Ese libro lo digitalizó la Biblioteca Luis Ángel Arango y, con un poco de maña, es posible encontrarlo. Yo tuve el original en mis manos, pero como existe un solo ejemplar no se puede sacar de la biblioteca.

Mencionó a su tío José María Villarreal, a quien cita a través de las Memorias de García Márquez, que lo llama allí “conservador de tuerca y tornillo”. Era gobernador de Boyacá cuando el 9 de abril y envió mil policías a Bogotá para que ayudaran a restaurar el orden. La visión sobre Villarreal depende de si es la de un conservador o la de un liberal, y puede ser favorable o desfavorable según sea el caso. ¿Cómo hizo para sortear esa ambigüedad?

Traté ese episodio, que es muy breve en la novela, solamente a través de la página de García Márquez y contándole al protagonista la versión que yo había heredado y diciéndole que al hacerme mayor entendí que esa policía inventada, montada y armada por mi tío, se había convertido en los famosos chulavitas, un órgano represor impresionante. Pero no me metí mucho ahí porque la novela no me lo permitía. He hablado con muchos liberales y con María Valencia, la nieta de Gaitán, y sé que esa situación existe, por supuesto.

¿Cómo estructura el fanático personaje gaitanista de Carlos Carballo?

Siempre me interesó crear el personaje de Carlos Carballo como una especie de enemigo histórico, de némesis intelectual, una persona que cree en la Mano Negra y en la Historia como fruto de conspiraciones. Pero como yo estoy del otro lado y creo que en la Historia hay buena parte de azar, de casualidad, de pasiones humanas que son incontrolables, me interesó poner a este personaje frente a mí y darle a él la razón en muchas cosas. Finalmente, se trataba de explorar el fondo del asunto, no tanto para preguntarme si una persona que cree en teorías de la conspiración tiene una justificación racional para hacerlo, o no, sino precisamente para preguntarme por qué siempre estamos inventando teorías de la conspiración, y por qué inclusive aquellas en las que no creemos, nos apasionan.

¿Porque no tenemos respuestas?

Exactamente, eso se volvió uno de los temas de la novela: cómo cuando no tenemos un relato verídico sobre lo que pasó, inventamos otros relatos para suplir esa carencia. Eso me interesa mucho porque le doy gran importancia al hecho de que los seres humanos no somos nada sin los cuentos que contamos. Necesitamos contar historias, estructurar nuestra comprensión del mundo, para encontrar nuestro lugar en él y eso son las novelas, eso es el periodismo, esa es la historiografía. En resumen, es evidente que cuando no tenemos una historia clara sobre un asunto, todas las suposiciones caben y empezamos a alimentarlas con teorías de conspiración.

¿Como la invención de dioses?

Claro, para mí es eso. Dios es un fantástico cuento y la Biblia es una obra de ficción maravillosa, una de las mejores que se han hecho por la necesidad narrativa que tiene el hombre de darle una coherencia y un significado al caos y a las zonas más difíciles de la experiencia: la muerte propia, la muerte de los que queremos o la presencia del pasado. 

¿Cómo logró armar el personaje del abogado investigador Anzola Samper, y dotarlo de carne y hueso?

Precisamente en eso consistió el ejercicio novelístico, en armar el personaje de carne y hueso y también el sicológico y emocional. En crear el mundo que lo rodeaba y que de alguna manera moldeaba sus preocupaciones. Había que pensar también –cosa que no sale en las fuentes que consulté– en el impacto que tuvo en la Bogotá de esos años la Primera Guerra Mundial, por ejemplo. En la novela aparece un soldado colombiano que peleó en esa guerra y murió allá. Creo que una de las maravillas del ejercicio novelístico aquí es imaginar a través de qué ojos veía este personaje el país, doce años después de terminada la Guerra de los Mil Días, que finalizó en 1902 y que dejó al país destrozado.

¿No fue absurda la conclusión oficial de que dos humildes artesanos analfabetos planearon solos y ejecutaron el magnicidio?

En el libro de Anzola no hay una prueba absolutamente definitiva sobre las distintas responsabilidades que él denuncia, pero yo sí creo que hay muchos indicios absolutamente claros, que fueron los que lo llevaron a asegurar que hubo una conspiración por lo alto. En su libro queda probado que muchas personas en Colombia supieron del crimen con bastante anticipación y que el fiscal no investigó los numerosos testimonios. También queda probado que uno de los líderes conservadores, Pedro León Acosta, que ya había participado en el intento de asesinato al presidente Rafael Reyes, tuvo contacto directo con los asesinos del general Uribe, pero el fiscal tampoco persiguió esas pistas. Se prueba que hubo negligencia deliberada por parte de las autoridades que hicieron la investigación y hay testimonios realmente espeluznantes que, aunque cada uno de ellos por separado no conduzca a una culpabilidad definitiva, yo creo que todos juntos sí crean alrededor una espesa e impenetrable sombra. De eso se trata el libro, de examinar esa investigación. 

Volviendo a Gaitán, usted narra que a la casa del forense alguien se mete y roba las reliquias. ¿Dónde están hoy?

(Risa) Lo único que voy a decir, porque no me interesa revelar los trucos, es que esas reliquias, que son reales, están en manos de mi amigo Leonardo Garavito, quien también es un personaje de carne y hueso. El está muy interesado en donarlas a un museo. Habrá que ver a cuál o a cuáles, pero lo que a mí me interesa es que se las reciban con todos los honores, reconociendo lo que le debemos por haberlas protegido, conservado y salvado de la desaparición. Y me parece que por una especie de poesía oculta, la calota del general Uribe Uribe tiene que estar en el Museo Nacional, junto a las hachuelas que utilizaron los asesinos. También sería de justicia que la vértebra de Gaitán llegara a manos de su familia. Leonardo Garavito no solo me ha confiado una parte de su vida que para él es muy importante, sino que me ha permitido hacer lo que yo quiera en términos novelísticos. He tratado de llevar todo con mucho cuidado, pero tengo autorización para hablar en su nombre, contar públicamente todo lo que hay detrás, y tratar de utilizar la novela para que esas reliquias vayan a los lugares donde deben estar. 

*Entrevista publicada en nuestra edición de diciembre de 2015.