Foto Jorge Maronna | Cortesía Alfaguara
21 de Diciembre de 2017
Por:
Fernando Gómez Garzón

El afamado periodista habla a calzón quita’o sobre su libro Camas y famas, las más raras y genuinas historias de amor, que ya está en las librerías.

Daniel Samper Pizano, en cama franca

Ya decía Yuval Noah Harari, el historiador y ensayista israelí, autor de De animales a dioses, que el gran salto de la evolución del homo sapiens en relación con las otras especies fue el chismorreo, esa capacidad innata para interesarnos en las vidas ajenas. Incluso se pone de ejemplo: “¿Acaso cree el lector que los profesores de historia charlan sobre las razones de la Primera Guerra Mundial cuando se reúnen para almorzar, o que los físicos nucleares pasan las pausas para el café de los congresos científicos hablando de los quarks? A veces. Pero, con más frecuencia, hablan de la profesora que pilló a su marido mientras la engañaba, o de la pugna entre el jefe del departamento y el decano, o de los rumores según los cuales un colega utilizó sus fondos de investigación para comprarse un Lexus. El chismorreo se suele centrar en fechorías. Los chismosos son el cuarto poder original, periodistas que informan a la sociedad y de esta manera la protegen de tramposos y gorrones”.

 

Después de décadas como periodista, durante las cuales desnudó tramposos y gorrones desde las páginas de la Unidad Investigativa de El Tiempo y desde su columna semanal en el diario, ahora Daniel Samper Pizano anda dedicado –con justicia– al chismorreo, que es, como quedó dicho, más importante que el propio periodismo, por ser su progenitor. Sigue desnudando aquello que los demás tratan de ocultar, pero ahora se concentra en los vericuetos de alcoba de ciertos célebres personajes de la historia y la literatura universal que sus colegas han pasado por alto por tener mejores cosas que hacer. “Es simple curiosidad por saber cómo se organizan las parejas” –dice–. Entre muchas otras posibles, escogió 10 historias de amor, desde el delirio “mil-y-una-nochesco” de Solimán El Magnífico y Roxelana, una esclava que terminó convertida en la esposa preferida del más grande emperador otomano, en el siglo XVI, hasta el romance onanista de Slatan Ibrahimovic, exjugador del Barcelona que se ama a sí mismo sobre todas las cosas, en el siglo XXI.

 

Entre uno y otro, Samper chismorrea sobre otros no menos extraños ‘amantazgos’: el de Catalina la Grande y Grigori Potemkin, en la Rusia del siglo XVIII, entre la genial y desaforada emperatriz y el militar más grande que ha dado el imperio ruso; los de Honorato de Balzac, el más prolífico escritor de Francia, y también uno de los más promiscuos; el del escritor irlandés Oscar Wilde con su amigo Bosie Queensberry, para sufrimiento de la esposa de Wilde, Constanza; el del expresidente de Colombia Rafael Núñez y Soledad Román, que casi arruinan la república; el triste trío entre Virginia Wolf, Leonardo Wolf y Sackville-West; el delirio de Al Capone por Mae Coughlin; el vuelo primaveral entre Antoine de Saint Exupéry y Consuelo Suncín, la mujer que le inspiró El Principito, y el profundamente andino romance entre la cantautora Violeta Parra y Gilbert Favre.

 

Así lo parezca por el humor con que está escrito y por las ilustraciones de Matador que lo acompañan, el libro es, además de un delicioso chismorreo, verídico.

 

 

No sé por qué la historia de Solimán el Magnífico y Roxelana me hizo evocar la de “la bella y graciosa moza marchose a lavar la ropa…” de Les Luthiers. ¿No será una ópera de Mastropiero?

Habría que preguntárselo al Abedul, ese árbol o jeque árabe que menciona la canción.

 

Ya que habla de Abedul, la gracia de la moza (Roxelana) era de escalofrío: capaz de frotar a alguien contra una piedra y colgarlo de un Abedul, como se desprende de la sospechosa muerte del gran visir Ibrahim, que amenazaba el solio de Solimán…

Como admirador de Solimán, yo creo que es una calumnia atribuirle este fiambre y que la muerte y posterior descuartizamiento de Ibrahim fue un suicidio.

 

Usted escribe sobre un poema de Solimán: “Me temo que algunos lectores no alcancen a entender la profundidad de esta poesía por el sueño tan profundo que produce”. ¿Reclama Solimán un lugar en la antología de versos cojos que usted publicó alguna vez?

La poesía de Solimán está destinada tanto a la antología de versos cojos como a la de versos cojonudos.

 

El expresidente Rafael Núñez sí que fue cojo, de versos y de moral. Su historia de amor con Soledad Román no es rara sino indignante. ¿Habría sido mejor para Colombia que se hubiera dedicado a cometer poesía?

Resulta difícil calibrar si Núñez le hizo más daño al país como presidente que como vate. Habría que crear una comisión insobornable de intelectuales presidida por el Ñoño Elías para determinarlo.

 

Ya que habla de Núñez, ¿usted ya hizo las paces con la letra del Himno Nacional?

Sí, pero si lo barajamos de nuevo con ayuda de algoritmos más que de ritmos. En ese caso tendríamos estrofas tan bellas como esta:

 

La virgen sus cabellos arranca en agonía

horrores prefiriendo a pérfida salud.

Ricaurte en San Mateo, en átomos volando,

su varonil aliento de escudo le sirvió.

 

Dice usted que Soledad era fea pero brava. Y en cambio Núñez era feo pero inteligente. ¿No está un poco cargado?

Soy un historiador imparcial, salvo que se trate de fútbol. Menos mal Rafael y Soledad no tuvieron niñitos, porque estos corrían el riesgo de haber heredado la fealdad de los padres y la inteligencia de cualquier presidente conservador.

 

¿El “Que sais-je?” (qué se yo), título del poema de Rafael Núñez a Gregoria de Haro, y por el cual, escribe usted, se separaron, puede ser el más remoto antecesor del ¡Yo qué voy a saber, huevón! de Rigoberto Urán? Sería el estreno de Rigoberto como poeta.

Puede ser, porque Núñez ya anunció la gloriosa presencia de Urán en el Himno Nacional. Recuerde aquello de “centauros indomables descienden a los llanos”. Y eso que no alcanzó a alabar lo que son nuestros ciclistas cuando “ascienden a los riscos”.

 

Hablando de la historia entre Catalina la Grande y el príncipe Potemkin: ¿qué tan acorazado era Potemkin?

Mucho, pero está demostrado que hasta los más poderosos acorazados pueden irse a pique en un pique mal planteado.

 

¿Qué tanto influyó este acorazado en las decisiones de la emperatriz?

El acorazado le infundió una voluntad de acero, como no podría ser de otro modo.

 

¿Cuál cree que fue el encanto de estos promiscuos irredentos?

Reír, comer, dormir y retozar bajo las sábanas, aunque no necesariamente en ese orden.

 

Tal vez el personaje más extraño del libro es Honorato de Balzac, que tuvo cualquier cantidad de emprendimientos fracasados, que se enamoró de una mujer mucho mayor que él, que sufrió del amor de lejos y que, mientras tanto, escribió 87 novelas en cincuenta años. ¿Cómo cree que lo logró?

Con la otra mano, la que tenía desocupada.

 

¿Cree que con el libro Cómo pagar deudas y satisfacer a sus acreedores Honorato se adelantó a su tiempo en la escritura de libros de autoayuda? ¡Se habría vuelto millonario hoy, por fin!

O bien habría acabado asistiendo a las tertulias de prohombres en La Picota, pues en esa época había cárcel por deudas y ahora solo la hay por falta de padrinos.

 

En el libro, usted cuenta que Federico Engels escribió: “He aprendido más en Balzac que en todos los libros de historiadores, economistas y estadísticos profesionales juntos”. ¿Le sucedió a usted algo parecido?

En efecto. Yo he aprendido más leyendo a Engels que leyendo a Paulo Coelho o a Dan Brown.

 

Noté cierta fascinación por Balzac. ¿Envidia, celos, admiración, todas las anteriores, simple curiosidad, ociosidad?

Después de haber leído enteramente los 87 tomos de La comedia humana no me da envidia sino terror pensar en lo que habría podido hacer Balzac si hubiese dispuesto de un computador.

 

La historia de amor de Oscar Wilde y Bosie (y Constanza) erige a Wilde como símbolo de la causa gay. ¿Por qué le parece injusto?

Porque Wilde no fue la causa, sino la consecuencia. Es grave error confundirlas.

 

¿Quién es Oscar Wilde en el ámbito de los escritores de humor?

Un tipo sumamente tipo, como diría una señora bogotana.

 

¿Quién cree que fue más encantador: Oscar Wilde o Truman Capote?

No hay mejor Oscar que Wilde, ni mejor Capote que el de César Rincón.

 

A propósito: salvo Oscar Wilde, quizás, todos estos conquistadores de los que usted habla son pésimos poetas. ¿Es un mito eso de que la poesía es el arma de la seducción?

No, no es un mito. Lo que pasa es que la poesía rinde más si viene con música, pues las notas disimulan las imperfecciones del verso. Pregúntele a Agustín Lara.

 

Salvo excepciones, hombres y mujeres por igual son calificados de feos, cuando no muy feos o muy feas. ¿Por qué la obsesión por la descripción estética de los personajes?

Perdone: pero ¿se ha visto usted en un espejo? Hágalo y verá que retira la pregunta.

 

Alguna vez una reina se volvió famosa por decir al aire, como usted lo nombra en el libro, “Mujer con mujer, hombre con hombre, y también mujer a hombre, del mismo modo y en sentido contrario”. ¿Se puede resumir en esta frase la promiscuidad? Y de ser así, ¿no tendría que estar la reina dictando conferencias al respecto?

A esta reina la precedió el famoso aforismo de Sócrates (lo dijo en griego, pero yo lo cito en latín): In tempore belicum, omni orificiorum trincheris est.

 

Quizás la más fría relación de todas es la de Virginia Wolf y Leonardo Wolf. Su primera cita no es una invitación a teatro sino a las conclusiones de la investigación sobre el hundimiento del Titanic. Es como haberla invitado a las conclusiones de la investigación sobre la caída de las Torres Gemeles. Esa invitación, sin duda, marcó la relación. ¿No le parece?

Gracias a la originalidad que demostró Leonard al formular a Virginia semejante invitación, su relación llegó a hacer aguas pero nunca naufragó. Ella sí.

 

¿Qué le llamó la atención de la historia de amor entre Al Capone y Mae Coughlin? No parece una historia de amor “rara”.

Si no le parece raro que un tipo mande matar a cien rivales, lo encarcelen por no pagar impuestos y una vez preso se dedique a tocar ukelele y escribir poemas a su esposa, ignoro qué sería extraño para usted.

 

¿Por qué escogió una historia de amor como la de Consuelo Suncín y no, por ejemplo, la de Consuelo Velásquez, que escribió Bésame mucho mucho antes de que alguien la besara por primera vez?

Más mérito el de Consuelo Suncín que el de la Velásquez, pues, sin haber tenido la oportunidad de viajar al espacio, como Valentina Tereshkova, descubrió el más interesante personaje que nos ha llegado desde las estrellas: el Principito.

 

Hablando en serio, en cuanto a la relación de Consuelo con Saint-Exupéry, Suncín parece ser la más encantadora de todas las mujeres del libro. ¿Piensa usted lo mismo?

No hay mujer en ese libro que descalce a Catalina la Grande, a pesar de que era fácil desvestirla.

 

¿En realidad piensa que “Solo se ve bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos” es solo una frase bonita, como lo escribe en el libro? Puede estar matando la ilusión de millones de seguidores de El Principito.

En ese caso sería una ilusión óptica.

 

Y también está la de Violeta Parra, la más conmovedora historia de todas. Esa relación, o todos los Parra, o Violeta con su violento y triste final, es la marca o el símbolo de una generación y de una época. ¿Qué opina?

Violeta es América Latina, Violeta son los años sesenta, Violeta es esa frustración crónica que todos los de estos países cargamos como una cruz.

 

Por último está la biografía narcisa de Slatan Ibrahimovic. ¿Se trata, o es solo una impresión mía, de dirimir un asunto personal con el exjugador del Barcelona?

Solo puedo advertirle que quien alce la mano (o el pie) contra el Independiente Santa Fe o el Barcelona se expone a estos y a muchos peores castigos.

 

¿Responde este libro a una especial fascinación por las historias de amor o hay otro motivo?

Obedece a que me produce curiosidad saber cómo se organizan las parejas.

 

¿Hay alguna conexión entre estas historias, algún rasgo común que permita hacer una generalización?

Que cada pareja se organiza como puede.

 

Y a todas estas, ¿en qué lugar cree que quedaron todas estas mujeres en la historia: detrás del gran hombre, adelante, a un costado…?

A veces arriba y a menudo abajo. En fin: como los misioneros.

 

En muchos de estos matrimonios, de los que cuenta y de los que no, prácticamente hasta comienzos del siglo XX, era natural que las mujeres se casaran siendo niñas. ¿Era que se casaban siendo niñas o de poca edad? Es decir, ¿es que en esa época no había la infancia tal y como la definimos hoy?

Cuando la vejez llegaba a los 40 años, como entonces, la niñez se acababa a los cinco y había monarcas que reinaban desde una mica y con un tetero en la mano.

 

Usted termina la introducción diciendo que los amores que recoge en estas páginas solo podrían darse en un mundo como este. No entiendo muy bien a qué se refiere. ¿Qué quiere decir eso?

Yo tampoco lo entiendo muy bien, pero es importante decir en un libro cosas generales y oscuras como esa. Si no es así, los críticos no lo valoran.

 

Como el subtítulo del libro dice “las más raras y genuinas historias de amor” se me ocurrió que una de las más extrañas era la de Alejandro el Grande con su amigo más cercano, Hefestión, que termina, además, trágicamente. ¿Pensó en incluirla?

La lista de posibles protagonistas de Camas y famas pasa de 240. Ya estoy preparando los próximos dieciocho tomos, y puede estar seguro de que su chisme sobre Alejandro y Hefestión será debidamente investigado, aun cuando ya nos dañó el final con eso de que “termina trágicamente”.

 

 

*Publicado en la edición de noviembre de 2017.