En esta imagen del siglo XV se ve a María descansando después de tener al niño. Pero ¿qué pasó antes que naciera el bebé?
6 de Diciembre de 2011
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Durante siglos, la posibilidad de que alguien hubiera ayudado a la Virgen a dar a luz fue tema de ardorosos debates. Aún hoy se ignora si hubo una persona anónima que recibió al recién nacido y fue la primera en verlo.
 

Daniel Samper Pizano.

La comadrona del Niño Dios.

Todos, hasta los aborígenes de los matorrales australianos, sabemos qué pasó hace 2011 años la noche del 24 de diciembre. Estando José y María en Belén ―cuenta el evangelio de Lucas— “se cumplieron los días de su parto y dio a luz su hijo primogénito. Y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón”. Con tan pocas palabras, Lucas despacha el acontecimiento que los cristianos consideran el más grande de la historia.

Las versiones de los demás evangelistas no agregan mayor información. La de Mateo, supersintética, parece un trino: “José recibió en casa a su esposa, la cual, sin que él antes la conociese, dio a luz un hijo y le puso por nombre Jesús”. Enseguida llegan los reyes magos y Herodes entra en pánico, etcétera. A Juan y Marcos no les interesan los niños. Ambos empiezan sus relatos cuando Jesús tiene ya treinta años.

Pese a que son escasas las frases que el Nuevo Testamento dedica al nacimiento de Cristo, la Iglesia se ha encargado de dejar muy claro desde siempre que su madre, María, fue “virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. Es decir, que no tuvo relaciones sexuales con San José ni antes ni después de que naciera el niño y que al darlo a luz no perdió su condición de virgen.

Quienes tienen fe, así lo acatan. Algunos de los que no la tienen, se han lanzado a prolongadas discusiones filosóficas y religiosas sobre la virginidad de la Virgen que llenaron las horas lentas de los albores medievales y aún son materia de ensayos, sermones, encíclicas, novelas, películas y herejías de diversa pelambre.
Yo confieso que, desde mis lejanos tiempos de acólito, más que inquietudes teológicas, he tenido siempre curiosidades humanas. Y una de las más intensas es la de saber quiénes estaban presentes durante el alumbramiento de Cristo y si alguno de ellos ayudó a recibirlo. En otras palabras, no me desvela lo que haya ocurrido antes ni después del parto, sino durante la operación misma del nacimiento.

El elenco está bastante claro: María, una mula, un buey y probablemente José. Digo probablemente, porque hay versiones según las cuales José no se hallaba con su mujer en el momento exacto en que da a luz al niño. Ya lo veremos. 

Recreemos la escena que constituye epicentro de la Natividad cristiana: María siente los dolores previos al parto (o no los siente, pues, como también veremos, algunos teólogos afirman que la virginidad de María era tan pura que ni siquiera sufrió dilataciones que le produjeran molestias); reclinada en el heno y las pajas del pesebre, siente que el niño está naciendo... ¿Qué pasa entonces?

Sólo las heroínas paren solas

Si José estaba a su lado, puede presumirse que procuró ayudar a la llegada del recién nacido. Sin embargo, la tesis parece descartable. Una experta en nacimientos, Lola Rovati, asegura que “antiguamente, el parto era sólo cuestión de mujeres”. Y añade que “asistían la matrona, la madre, la suegra o la hermana de la parturienta, mientras el padre esperaba el primer llanto del heredero al otro lado de la puerta”. El problema es que a María no la acompañaban la matrona, la madre, la suegra ni la hermana. Estaba sola con su marido.

Ahora bien: las posibilidades de que la Virgen se hubiera atendido a sí misma son muy escasas en la vida real. Una famosa comadrona española, Consuelo Ruiz Vélez Frías, asegura que son verdaderas heroínas “las escasas embarazadas (...) como en los casos de gentes sin hogar y emigrantes que dan a luz solas, sin asistencia alguna”. La hembra del mamífero actúa por el instinto de dar a luz en forma solitaria; sin embargo, la mortalidad de sus crías es alta, y en el campo agradecen la ayuda de veterinarios o mayorales que asisten al parto y trabajan tanto como la vaca o la yegua.

Una mujer que dé a luz sin cooperación especializada no sólo tiene que soportar dolores intensos, sino que, mientras los sufre, ha de inclinarse a recibir al niño, cuidar de que no corra peligro de asfixiarse con el cordón umbilical, disponerlo para que respire o llore, cortar el cordón, limpiar al niño y abrigarlo, atender la salida de la placenta y asear mínimamente el lugar. Sí: una heroína.

Instrucciones para el recibir al Niño Dios

Supongamos que, tratándose de una circunstancia excepcional ―la llegada del Hijo de Dios a la tierra―, José ayudó al parto. ¿Alguien sabe en qué consiste 'ayudar al parto'? Hemos leído tantas historias sobre bebés nacidos en un taxi con ayuda del chofer, o en un ascensor, asistidos por un señor que pasaba por ahí, que parecería un ejercicio de socorro sin mucha ciencia.

Pues no. Ofrezco enseguida un manual para partos de emergencia, a fin de que vean todo lo que espera al pobre espectador que de repente se vea obligado a asumir un papel de obstetra:

1) Extienda una manta o abrigo para recostar a la parturienta y coloque las manos de ella debajo de las nalgas, de modo que los glúteos queden un poco más elevados que el resto del cuerpo.

2) Cuando asome la cabeza del bebé, pida a la madre que puje y jadee. Nunca hay que sacar al niño tirándolo de la cabeza; lo correcto es poner una mano debajo de la zona vaginal de la madre, ejerciendo allí leve presión, y con la otra sostener la cabeza del niño: hay que empujar la nariz del bebé hacia abajo y el cuello hacia arriba, para que salgan el líquido amniótico y las mucosidades.

3) Agarre con ambas manos la cabeza del niño y, mientras la madre puja, muévala un poco hacia abajo con suavidad, para que saque primero un hombro. Una vez que ha salido el brazo, levante con cuidado la cabeza del bebé para que saque el otro.

4) Cuando ya emergieron los miembros superiores, reciba el resto del cuerpo y deje que el niño respire. (Hasta hace poco, se le ponía bocabajo, se le sujetaba por los pies y, así colgado en el aire, se le asestaba una cachetada para que llorara. Había que hacerlo con cuidado de que no se cayera el resbaloso cuerpo).

5) Apenas deje de latir el cordón umbilical, córtelo. Debe quedar la mayoría del cordón en el trozo que va conectado al ombligo.

6) La placenta suele salir sola, pero conviene apartarla pronto.

7) Abrigue al niño y acuéstelo.

8) Atienda y abrigue a la mamá, que está extenuada y adolorida.

9) Llame una ambulancia.

Descartada la ambulancia, por razones obvias, los ocho pasos anteriores son suficientemente complejos como para poner nervioso al más sereno carpintero de Nazaret en el año cero. Y mucho más si se trata de su único hijo, concebido por obra y gracias del Espíritu Santo.

Cosas que se han dicho

Es hora de pensar que, si María no se atendió a sí misma y José no le brindó socorro (ningún texto sagrado señala que lo hubiera hecho), alguien tuvo que asistirla. Aquí surge una de las discusiones bizantinas de los padres del cristianismo, que se preguntan si manos anónimas recibieron al Niño Dios.

Ante la ausencia de cualquier sugerencia evangélica en tal sentido, los santos doctores de la Patrística, fundadores de la teología cristiana en los siglos IV y V, encuentran un delicioso motivo para opinar y discutir con los herejes en las siguientes preguntas: 1) ¿Sufrió la Virgen los dolores del parto? 2) ¿Fue asistida por alguna comadrona?

Todos a una, san Ambrosio, san Agustín y san Gregorio de Nyssa, afirman que el parto de Cristo fue analgésico, es decir, sin dolor alguno. Unos siglos más tarde se les suman san Juan Damasceno y santo Tomás de Aquino. Para todos ellos, virginidad significa ausencia de sexo antes y después del parto, e inexistencia de dolor durante el alumbramiento. Es como si el dolor fuera reflejo de una condición fisiológica incompatible con la virginidad. El Niño Dios no sólo había sido concebido sin contacto carnal, sino que debía nacer sin que su madre padeciera los trastornos y dolores con que el Padre Eterno castigó a Eva en la Creación del mundo: “Parirás a tus hijos con dolor”. Para explicar tan compleja contradicción, san Agustín acude a la poesía y dice que “Cristo pasó como la luz por el cristal al nacer de María Santísima”.

De la respuesta a la primera pregunta se infiere la respuesta a la segunda: no, el alumbramiento no necesitó ayuda de nadie. El campeón de los debates sobre este punto fue san Jerónimo (347-420), y el contendor que más lo irritaba fue Helvidio, un seudoteólogo mudo que afirmó, entre otras lindezas, que San José y María se unieron carnalmente, que Cristo tuvo varios hermanos y que los cónyuges llegaron a tener relaciones sexuales horas antes del nacimiento de Jesús. Pero lo que más dolía a Jerónimo era que Helvidio afirmarse que María había requerido la asistencia de una partera.

El patriarca escribió un breve tratado contra Helvidio, en cuyo prólogo empieza por descalificar al contrincante. Lo llama “campesino ignorante” y, en forma políticamente incorrecta, agrega que “ya que nunca aprendió a hablar, que aprenda a callar su lengua”. 

A la herejía de que María y José cumplieron en un mesón como marido y mujer antes de refugiarse en el pesebre, opone un argumento espacial: “La voluptuosa noción de Helvidio es imposible, ya que no había un lugar adecuado para las relaciones sexuales matrimoniales en el mesón”. Y, para refutar la presencia de la comadrona, acude al consabido texto de Lucas. Concluye: “Ninguna partera la asistió en su parto, ni intervino ninguna mujer oficiosa. Con sus propias manos, María lo envolvió en sus pañales, siendo ella misma madre y partera, ‘y lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, por no haber sitio para ellos en el mesón’ (Lucas, 2:7)”.

Versiones apócrifas

Pese a las contundentes afirmaciones de San Jerónimo contra la posibilidad de que el parto de la Virgen contara con alguna asistencia, textos profanos plantean lo contrario. Los famosos evangelios apócrifos atribuidos a algunos de los apóstoles se ocupan del asunto de una manera bastante natural. Dice el de Santiago: “José encontró una gruta, hizo entrar a María y dejó a sus hijos con ella [este evangelio sostiene que José tenia otros hijos] y se fue a buscar una comadrona por todo el país de Belén”. Un poco más adelante, encuentra a la comadrona y sólo la convence de que lo acompañe cuando le revela que el niño que está por nacer fue concebido por obra del Espíritu Santo”. Cuando llegan al pesebre, sin embargo, el pequeño ya ha nacido y “una nube luminosa cubría todo el lugar”.

Todos los evangelios apócrifos son coherentes con esta versión. El de un falso Mateo señala que José llegó al pesebre con dos comadronas, Zelomi y Salomé, pero que estas, deslumbradas por el resplandor, no se atrevían a entrar. Cuando lo hicieron, ya el Niño Dios estaba en brazos de María. Finalmente, el evangelio árabe describe a la comadrona como “una anciana de raza hebrea, oriunda de Jerusalén”. Al penetrar en el humilde recinto con José, ven que “un niño en pañales, y reclinado en un pesebre, estaba mamando la leche de su madre, María”.
Menos convencido que aquellos seudoprotoevangelistas, el novelista inglés Robert Graves le acomoda a María una sirvienta que ayuda al nacimiento. En su celebrada biografía ficticia de Cristo, titulada Rey Jesús, dice de la Virgen: “su criada, que actuó como partera”, y dio testimonio de “haber encontrado intacta la virginidad de la mujer”. Se trata de un giro interesante. Graves no utiliza la partera para debilitar la teoría de la virginidad de María, sino para afirmarla. 

Dieciséis siglos después de la perorata de San Jerónimo, ya nadie debate si la Virgen recibió socorro o no a la hora de alumbrar a su hijo. Tal vez la razón es muy sencilla: ¿qué más da? Los creyentes tienen derecho a pensar que la virginidad de María es un milagro tan grande que bien pudo provocar otros milagros menores, como el de que diese a luz sin ayuda. Y los no creyentes piensan lo mismo, pero exactamente al revés: como no creen en la virginidad de la Virgen, ¿por qué van a aceptar que no le ayudaron en el parto?
De todos modos, una Feliz Natividad, con comadrona o sin ella.