Ocampo fue secretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales. (Foto Walter Gómez)
10 de Marzo de 2014
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La economía mundial no volverá a crecer al ritmo en que lo hizo antes de la reciente crisis, que por fortuna se está superando.  Y en Colombia soplan buenos vientos.

 

Por Margarita Vidal

José Antonio Ocampo: ‘La paz requerirá una reforma tributaria’

 

Estudió Economía en Yale, es profesor de la Universidad de Columbia y miembro de su Comité de Pensamiento Global. Fue secretario general adjunto de las Naciones Unidas para Asuntos Económicos y Sociales –la más alta posición que ha tenido un colombiano en la historia de la ONU– y Secretario Ejecutivo de la Cepal. En Colombia fue Director de Planeación Nacional, Ministro de Agricultura y Ministro de Hacienda. Es, pues, un teso en materias económicas. Recientemente escribió un libro de investigación histórica sobre las economías latinoamericanas, en compañía del prestigioso economista uruguayo Luis Bértola, que acaba de ser lanzado en Bogotá por el Fondo de Cultura Económica, con el título Desarrollo Económico de América Latina desde la Independencia. Aquí se refiere a ciertos signos de recuperación económica en el mundo y critica, por mediocres, los crecimientos de Colombia y de América Latina.

¿Hay, como dicen, vientos positivos en la economía mundial?

En Estados Unidos este año fue sorprendente, porque hicieron un ajuste fiscal draconiano, 3% del PIB, y aún así crecieron decentemente, bajaron el desempleo y demostraron que entre las economías desarrolladas es la más fuerte de todas.

¿También soplan en Europa?

Esa es la gran pregunta, pero yo sí creo que en Europa lo peor ya pasó, claro que con diferencias, porque hay un proceso de crecimiento entre las economías más grandes.

Han causado gran preocupación países como Portugal, Grecia, España e Irlanda. ¿Qué hay con ellos?

Son economías que tuvieron contracciones muy fuertes, pero España e Irlanda han experimentado más dinamismo. La forma como se han ajustado los datos en España es pésima en términos de desempleo, pero en materia exportadora es la economía más dinámica, incluso ligeramente mejor que Alemania. Grecia sigue siendo la peor de todas, y todavía no creo que vaya a empezar un proceso positivo de recuperación. 

¿Entonces, ya paró la recesión en Europa?

Europa tuvo dos recesiones y la segunda paró claramente hace unos tres trimestres. Hay crecimiento, no mucho, pero allí va. El problema en relación con nosotros, las economías emergentes, es que la forma como se ajustó Europa fue generando un superávit comercial enorme, y cuando en un lugar del mundo hay un superávit comercial, tiene que haber un déficit comercial en alguna otra parte.

¿Qué traduce eso?

El lento crecimiento europeo se puede entender así, y la forma como yo lo expresaría es que el lento crecimiento europeo  se ha hecho a costa del resto del mundo y, sobre todo, a costa de las economías emergentes, entre estas América Latina.

¿En qué forma?

Con menos demanda de nuestros productos y con la entrada de muchos más productos europeos en nuestras economías. Europa terminó contribuyendo a la fuerte desaceleración de estas economías emergentes, que se acentuó en los últimos años. Se recuperaron, tuvieron su ‘pico’ en el 2000 y después la desaceleración ha vuelto a ser muy fuerte –como tres puntos porcentuales–. Claro que volvimos a un crecimiento, pero yo desde hace mucho rato lo califico de mediocre: entre 2,5% y 3%, cuando América Latina debería estar creciendo al 4%, o al 5%, por lo menos.

¿Qué impide un crecimiento mayor?

La razón es objeto de muchos debates y la hipótesis de nuestro libro es que, desde cuando acabamos con la estrategia de industrialización que tuvimos hasta mediados de los años setenta, fuimos acumulando un rezago tecnológico mucho peor del que traíamos, y ya en los ochenta comienza la crisis de la deuda y la desindustrialización.

¿Y hoy, qué análisis hace sobre nuestra economía?

Bueno, yo tengo mi análisis latinoamericano en el que nosotros cabemos, con algunas diferencias. De los factores que influyeron en el gran auge que hubo en el mundo en desarrollo y en América Latina entre 2003 y 2008, antes de la crisis, dos desaparecieron totalmente: las oportunidades migratorias a Estados Unidos y a España, que significaron una oportunidad para mucha gente, y el rápido crecimiento del comercio mundial entre 1986 y 2007, que fue el mayor en la historia, más del 7% por año. Eso se acabó, y desde la crisis el crecimiento ha sido alrededor del 2,6%.

¿Y qué impulsó ese auge extraordinario?

Las aperturas de las economías, lo que en la jerga se llama la “fragmentación de las cadenas de valor”, que quiere decir que un mismo proceso productivo se parte en sus diferentes fases y cada una puede ser hecha en un país distinto. Eso genera más comercio, porque no se produce en un solo país, sino en varios.

¿A qué plazo se recuperará con fuerza la economía mundial?

El crecimiento económico desde el año 2008 para acá ha sido el peor desde la Segunda Guerra Mundial y yo no creo que tenga posibilidades de volver a crecer muy rápido. Es más, creo que la economía del mundo nunca va a volver a los crecimientos anteriores a la crisis.

¿Tan categóricamente?

Sí, y sin embargo soy optimista (risa). Hay otros que dicen que las economías desarrolladas están condenadas al estancamiento. Yo creo que van a crecer, pero poquito.

¿Cuál es, entonces, su pronóstico “optimista”?

Máximo un 4% al año, bastante menos que el anterior a la crisis, que era por encima del 7%.

¿No era muy difícil de mantener un ritmo tan alto?
Sí, era extraordinariamente alto. En la historia del comercio mundial ha habido dos períodos de rapidísimo crecimiento del comercio: 1950-1973, la llamada Edad de Oro de Europa, y el actual, 1986-2007, que es el de la internacionalización, y que en el libro llamamos “la segunda globalización”. De pronto esta crisis es un quiebre en la historia de esa segunda globalización.

¿Hay signos favorables para Colombia?

Los hay. Y para América Latina. Los buenos precios de los productos básicos, aunque llevan dos años cayendo, siguen siendo muy favorables. A nosotros, por la vía del petróleo y de la minería, nos han beneficiado. Otro aspecto positivo es el financiamiento externo abundante y barato, que no se veía en Latinoamérica desde la segunda mitad de los años setenta, un período de endeudamiento acelerado.

¿No fue nefasto?

Sí lo fue, pero de todas maneras el financiamiento barato es, per se, un elemento positivo.

Vivimos un auge minero, pero usted ha dicho que la minería hay que mirarla con cuidado porque no genera empleo.

Es más, el auge de la minería puede tener –y eso quiero resaltarlo– un efecto desfavorable sobre la industria de la agricultura. Y el mecanismo concreto a través del cual se da ese efecto se llama la tasa de cambio.

¿Por eso llegó usted a hablar de “enfermedad holandesa”?

Sí, la abundancia de exportaciones mineras y la inversión extranjera en minería traen una oferta enorme de divisas que deprime la tasa de cambio, y los más afectados son los industriales y los productores agrícolas, que son quienes compiten más con importaciones que se ven menguadas por la menor tasa de cambio. Eso es, efectivamente, lo que en la jerga económica se llama “Enfermedad Holandesa”. Alguien me preguntó si la teníamos, y yo le dije: sí, tenemos de 40 grados (risa). Esa es, curiosamente, la otra cara de la moneda del auge minero.

¿Qué solución propondría?

Más impuestos a la minería. Recuerde que cuando Colombia dependía del café y había grandes bonanzas, se le ponía un impuesto al sector cafetero y se traía parte de ese excedente para ahorrarlo y después utilizarlo. Incluso una parte iba directamente a financiar el presupuesto nacional, a través del impuesto ad valorem. Así deberíamos estar manejando el auge minero.

¿Con el riesgo de ahuyentar la inversión extranjera?

Por eso no hay que exagerar como en Australia, donde el Partido Laborista intentó ponerle fuertes impuestos a la minería y se armó la revuelta de empresas mineras, en un país minero por excelencia.

¿Hasta dónde cree que aguantarían las empresas mineras un aumento de impuestos?

Es una buena pregunta. Ya han aguantado el de este año, porque en la Reforma Tributaria de 2012 les clavaron el CREE, que es un nuevo impuesto básicamente a la minería y a una parte del sector financiero, y creo que esa es la forma de hacerlo, pero si no se quiere hacer así, habría que intervenir en otras operaciones cambiarias.

¿Por ejemplo?

Siempre he sido partidario de regular más la entrada de capitales, como se hizo en 1990, 2007 y 2008, para tratar de frenarla un poco y evitar la sobreabundancia de divisas.

¿Y si no funciona todo eso?

Tengo una teoría, que ya no es tan relevante ahora porque el mercado internacional ha ayudado a la devaluación, que yo llamaba en su momento la “solución Suiza”: ponerle un piso a la tasa de cambio. Recuerde que hace unos 3 años los suizos estaban desesperados con la entrada de capitales de la Unión Europea y en algún momento, frente a una revaluación brutal, le pusieron un piso.

¿Y cuál sería entonces el problema?

Que el Banco Central tiene que comprar todo el exceso de divisas y hacer operaciones de contracción para evitar que eso se refleje en muchos medios de pago. Claro que se puede permitir que haya más crecimiento de la oferta monetaria, pero eso apareja miedo a la inflación y a tener que hacer esas operaciones de contracción.

¿Cómo ve las decisiones de la Junta del Banco de la República?

Pues veo que por fin el tema de la tasa de cambio parece haber vuelto a la agenda de las autoridades macroeconómicas, y veo al gerente del Banco hablando claramente. La tasa se ha recuperado por efectos internacionales y ya ha llegado a los 2 mil pesos.

Ya hay quienes dicen que no se sostendrá allí.

Yo veo esto como muy positivo y creo que sí se sostendrá, porque Estados Unidos va a subir las tasas de interés y en la próxima reunión de la FED habrá otro recorte en la intervención, que creo muy razonable. El problema grave de todos los bancos centrales es que han acumulado una gran cantidad de activos que nunca tuvieron y que el día de mañana tendrán que comenzar a reducir.

¿Y nuestras reservas internacionales?

Se invierten en bonos del Tesoro americano. Por eso yo digo públicamente que nosotros le prestamos plata a Estados Unidos y eso es lo que Stiglitz llama “la corriente del río en el sentido contrario a lo esperado”. Se supone que el agua de los ríos debe venir de los capitales de los países desarrollados a los países en desarrollo, pero en este caso es al revés, los países en desarrollo invirtiendo en los países desarrollados.

Nunca se le hubiera ocurrido a uno pensar que se les está prestando plata a los gringos.

Pues eso es lo que estamos haciendo a gran escala y los chinos lo han hecho en forma masiva.

¿Qué otros signos positivos ve en Colombia?

Si sigue esta recuperación de la tasa de cambio, estaremos en una etapa muy diferente. Creo que las fuentes de crecimiento de Colombia están cambiando y lo seguirán haciendo en un sentido positivo. Habrá menos dependencia de la minería y quizá el reinicio del crecimiento de la industria. Ya la agricultura comenzó a crecer nuevamente y tenemos ad portas del gran plan de infraestructura del Gobierno que, si da resultado, significará una gran noticia en materia de oportunidades de crecimiento.

¿Entonces, qué tan optimista es?

Digamos que soy matizadamente optimista, porque no creo que el crecimiento de 4% de Colombia sea espectacular y pienso que el crecimiento entre 2,5 y 3% de América Latina es mediocre. Yo creo que Colombia podría crecer al 5% y que con el auge de precios mineros que tuvimos hubiera podido crecer mucho más si no hubiera sido por el golpe negativo que ese auge tuvo sobre la industria y la agricultura.

¿Habrá plata para financiar la paz?

La paz requerirá una gran reforma tributaria que hay que hacer con aportes de los sectores de más altos ingresos. El problema más complicado es que nuestro sistema tributario tuvo un deterioro significativo bajo las administraciones Uribe, se llenó de beneficios tributarios –casi regalos– a sectores específicos y luego muchos de estos fueron sujeto de contratos de estabilidad jurídica. El resultado es un sistema tributario muy deteriorado. Desde luego habrá que generar recursos para la paz, una parte de los cuales provendrían de un desmonte gradual del gasto en defensa, a medida que se vaya consolidando el proceso. Pero en el corto plazo habrá que lanzar unos programas ambiciosos, con una reforma tributaria que puede ser en parte aumentando IVA e Impuesto de Renta, pero teniendo presente que hay que atacar ese montón de beneficios tributarios y la evasión, tasada ya en 28 billones de pesos. Y esas son, no lo dude, tareas enormes.