Durante las manifestaciones en Kiev, que se han llamado Euromaidán (Europlaza) la gente se ha instalado en barricadas como estas. (Fotos Shutterstock)
19 de Marzo de 2014
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Después de las grandes revueltas, el país tiene ahora que definir qué modelo económico desea adoptar para su futuro y llenar cuanto antes del vacío de poder.
Por Janneth Angélica Vargas P.

Ucrania: ¿Estado de crisis o crisis del Estado?

 

Las recientes protestas en Ucrania, o lo que se ha denominado la Euromaidán (Europlaza), evidencian un panorama político y geoestratégico complejo. Si bien la reciente destitución del exlíder del Partido de las Regiones y presidente de Ucrania desde 2010, Viktor Yakunovich, y la firma del acuerdo el pasado viernes 21 de febrero, han aplacado las movilizaciones y protestas sociales, aún queda pendiente definir el rumbo del país europeo frente a una crisis económica inminente y un sistema político gravemente debilitado.

Y es que los orígenes de la reciente crisis ucraniana se remontan a la disolución de la Unión Soviética en 1991, cuando Ucrania, junto con las otras 14 naciones de la URSS, se vio enfrentada a asumir las riendas de su propio destino y sin contar con la ayuda económica provista por Moscú. Esto significó para Ucrania un progresivo deterioro de su economía entre 1991 y 1999, que aún hoy no logra superar en comparación con países como Polonia o Rumania, que se encuentran clasificados como economías de ingresos altos o mediano altos, según datos del Banco Mundial.
Pasadas más de dos décadas de su independencia, los dilemas políticos en Ucrania tampoco se han resuelto. De un lado, sus innegables vínculos históricos con Rusia han generado que las regiones orientales y surorientales del país se identifiquen con proyectos políticos claramente pro-rusos (el 29,6% del total de la población ucraniana habla ruso y está asentada en esta zona). Mientras que las regiones centrales y noroccidentales, incluida su capital Kiev, mantienen una postura más occidental y cercana al proyecto de integración con la Unión Europea (el 67,5% de la población total del país habla ucraniano y está asentada en esta zona).
Con la aprobación de la Constitución de 1996, Ucrania se convirtió en una república semipresidencialista, cuya principal crítica son los amplios poderes otorgados a la figura presidencial. Pero son los comicios de 2004 los que visibilizan a los protagonistas de la crisis actual. Así, Viktor Yakunovich gana las elecciones presidenciales en medio de fuertes acusaciones de fraude, comprobadas posteriormente por la Suprema Corte del país, frente a lo cual Viktor Yúshchenko y Yulia Timoshenko, líderes de oposición, llevaron a cabo la famosa Revolución Naranja (Orange Revolution) en la emblemática Plaza de la Independencia de Kiev.
Con este hecho histórico se da inicio a un periodo político convulso entre 2004 y 2010, que culminó con la reelección de Viktor Yakunovich en 2010, tras la derrota de la entonces primera ministra Yulia Timoshenko, y su posterior arresto por cuenta de sus reclamaciones de fraude electoral.


La era Yakunovich

El entonces presidente Viktor Yakunovich frenó, a finales de noviembre de 2013, el proceso de preparación de un acuerdo comercial con la Unión Europea y que el mismo Yakunovich había impulsado, lo que desencadenó las manifestaciones que finalmente llevaron a su destitución por parte del Parlamento ucraniano. Todo indica que la decisión de Yakunovich responde a un proyecto pro-ruso, y en el que la posible incorporación de Ucrania al mercado europeo entorpecería los planes geoestratégicos de Moscú para ganar influencia en las que fueron sus antiguas zonas de contención.
Las manifestaciones en ciudades del centro y noroccidente de Ucrania transmitían un mensaje claro: el rechazo a las prácticas autoritarias del gobierno de Yakunovich, el cual había promovido la aprobación de una ley antiprotesta (derogada posteriormente) y adelantaba una persecución sistemática a opositores como Arseniy Yatsenyuk, líder parlamentario del Partido Patria, la periodista Tetyana Chornovol y a la misma Yulia Timoshenko, que permanecía en prisión.
En ese contexto, más de 800.000 manifestantes procedentes de ciudades como Cherkasy, Zhytomryr, Rivne, Ternopil, Lviv, entre otras, se concentraron en la Plaza de la Independencia en la capital Kiev entre noviembre de 2013 y el pasado 22 de febrero. Estas protestas alcanzaron su punto culminante cuando un centenar de manifestantes fueron asesinados por la Policía antidisturbios, bajo las órdenes del mismo Yakunovich. Y como era de esperar, las reacciones se suscitaron de manera inmediata.
Los gobiernos de Estados Unidos y la Unión Europea condenaron las acciones de represión del gobierno ucraniano, llegando a insinuar una posible reacción de no respetarse el derecho a la libre protesta de los ciudadanos convocados en Kiev y otras ciudades. Sin embargo, la posición del gobierno de Vladimir Putin generó suspicacias. De hecho, mientras Moscú acusaba a la Unión Europea de instigar las protestas, la diplomacia rusa utilizaba su control del suministro de gas natural y su oferta de paquete de ayuda económica de 15.000 millones de dólares en préstamos, para presionar a Ucrania. Con estas medidas, el Kremlin buscaba apoyar la opción pro-rusa del gobierno de Yakunovich.
Con el paso de los días la situación de Ucrania se agudizó ante los ojos de la comunidad internacional. Y, finalmente, el pasado 21 de febrero el expresidente Yakunovich firmó con líderes de las protestas un acuerdo para la finalización de la crisis. El acuerdo estableció compromisos políticos de gran trascendencia para el futuro de Ucrania, en donde la conformación de un gobierno de unidad nacional dentro de los siguientes 10 días, una reforma constitucional que reduzca los poderes presidenciales y la convocatoria a elecciones presidenciales antes de diciembre de 2014, hablan de una victoria irrefutable de los manifestantes sobre el gobierno de Yakunovich. Actualmente, Olexander Turchynov es el presidente interino elegido para llevar a cabo la transición hacia el nuevo gobierno.
Sin embargo, la gran pregunta que persiste a pesar del clima de sosiego y tranquilidad que se vive por estos días en Kiev y el resto de Ucrania, es si lo vivido es la señal de un estado en crisis o la muestra de la crisis de un Estado. En otras palabras, los acontecimientos evidencian que esta “etapa de conmoción política y económica” es algo más que una situación pasajera y, por el contrario, habla del “quiebre de un modelo estatal” que demanda transformaciones de base que van más allá de cualquier medida que pueda tomar el gobierno provisional. 

 
¿Y el futuro?

Con la destitución del expresidente Viktor Yakunovich por parte del Parlamento ucraniano, su posterior huida del país y el nombramiento de Olexander Turchynov como presidente interino, la situación de inestabilidad pasa a un nivel superior, ya que con el acuerdo firmado con los líderes opositores se inicia una etapa de “vacío de poder” en la cual varias cosas pueden suceder.
En primer lugar, vale la pena abordar el asunto de la asistencia financiera prestada por Rusia y las perspectivas de desarrollo económico para Ucrania. Teniendo en cuenta que la crisis se desencadenó por un conflicto ante un posible acuerdo comercial entre Ucrania y la Unión Europea, y la influencia de Rusia en la región, uno de los primeros debates que debe enfrentar el próximo gobierno es cuál es el proyecto económico más estratégico para Ucrania.
Una de las opciones es seguir adelante con el acuerdo comercial propuesto con la Unión Europea, lo que en términos prácticos significa ingresar a un mercado importante y en el cual Ucrania posee una ventaja competitiva en términos de la exportación de hidrocarburos. La otra opción es continuar por la línea trazada por Yakunovich, es decir, rechazar el acuerdo con la Unión Europea y fortalecer los programas de cooperación y asistencia económica con Rusia, lo cual hace que Ucrania reduzca sus opciones de mercado a la misma Rusia y sus aliados comerciales.
Las alternativas descritas suponen un segundo dilema que el gobierno interino de Ucrania debe enfrentar, y es la creciente inestabilidad política interna creada en torno a la polarización entre las regiones del oriente (eminentemente pro-rusas) y las regiones del centro y occidente del país (eminentemente pro-europeas). Es así que empiezan a circular los discursos de federalización y de escisión de Ucrania (en su versión más extrema), que potencialmente pueden contribuir a que Rusia intervenga intencionalmente en la región en la búsqueda de consolidar uno de sus intereses geoestratégicos más relevantes: la escisión de Crimea, provincia del sur de Ucrania, y su posterior adición a Rusia.
Esto significa que las alternativas que se le presentan en el plano político al gobierno interino de Ucrania son acelerar la agenda legislativa, de manera tal que la reforma constitucional y la convocatoria a elecciones presidenciales se realicen lo antes posible, y se evite el fortalecimiento de movimientos separatistas, o que tras la opción de la federalización se consoliden grupos políticos que esperan radicalizar el debate público y defender tesis contrarias a la unidad del Estado ucraniano. 
En definitiva, el futuro de Ucrania pasa por comprender que si bien el gobierno de Viktor Yakunovich no constituía una opción viable para los ciudadanos, tampoco lo son la inestabilidad y el grado de polarización que se vislumbra en el escenario político actual. En este sentido, lo que está en juego es la construcción de un Estado democrático que garantice el desarrollo y bienestar de su población, y evite la amenaza de un potencial conflicto interno y la escisión de su territorio como resultado del juego político en que está atrapado Ucrania.