Fotografía | Antonio Galante
7 de Febrero de 2019
Por:
Catalina Uribe Tarazona

Millones de personas aprecian las obras en los museos, sin percatarse de que detrás de su valor cultural, belleza y propuesta conceptual no solamente está la genialidad del artista original. También se encuentran quienes velan porque cada pieza sea recuperada o mantenida en sus mejores condiciones.

Restauración: el arte detrás del arte

¿Cómo es que una obra realizada por un artista que murió hace más de 200 años sigue intacta? ¿Será original, o la habrán replicado para exponerla al público? Pues parece genuina –piensa usted frente a una pintura en un museo– pero, entonces, ¿qué se necesita para mantenerla así de bien? La respuesta a estos interrogantes se resume en dos términos: restauración y conservación.

 

Unos cuantos genios –y otros que no lo son tanto–, anónimos para la mayoría y que, infortunadamente, no reciben el mérito que merecen, se han dedicado por siglos a corregir aquello que el tiempo y el descuido han deteriorado de los bienes muebles con alto valor cultural. Y, claro, a preservar aquellos que aún están intactos, con el fin de que usted y –por qué no– sus hijos y nietos, puedan disfrutarlos.

 

La labor de estos profesionales no es únicamente enmendar grandes y famosas obras. Si usted tiene en su casa una pieza artística que implica un gran valor emocional o cultural, y que se deteriora por el tiempo o por descuidos, ellos están allí para ayudarlo. Si el daño no es tan grave como para ser irreversible, su tesoro estará intacto en cuestión de algunos días.

 

 

Los antecedentes

La restauración surgió en Italia hacia el siglo XVI. Hace referencia, según expertos como Salvatore Lorusso, María Teresa Gentile y Fernanda Prestileo, a cualquier intervención encaminada a reparar la materia que compone los bienes culturales, con el fin de alargar su ciclo de vida. De su mano va la conservación, una práctica con carácter interdisciplinario que desarrolla criterios continuamente, así como metodologías, acciones y medidas para proteger el patrimonio cultural tangible. En palabras más sencillas: la restauración corrige daños y la conservación previene que estos ocurran. En esta oportunidad nos enfocaremos en la restauración mueble; es decir, aquella que se ejerce sobre pinturas, esculturas, lienzos, estructuras en madera y papel, entre otros soportes.

 

A Colombia esta disciplina no llegó de inmediato. César Porras, profesional en conservación y restauración de bienes muebles, reconocido por el Ministerio de Cultura de Colombia, y ayudante restaurador, reconocido por el Ministerio de los Bienes y de las Actividades Culturales y del Turismo de Italia, le contó a REVISTA CREDENCIAL cómo fue la llegada de este fenómeno a nuestro país. “La restauración llegó en los años setenta, más o menos, por iniciativa de la Unesco. La organización abrió una escuela de formación acá en el año 1974, el Centro Nacional de Restauración, y en esta iniciaron un curso técnico de tres años”, asegura Porras.

 

Este centro cerró sus puertas hacia 1998. Debido a eso –cuenta Porras– la Universidad Externado de Colombia decidió hacerse cargo de la herencia y abrir el Programa de Conservación y Restauración del Patrimonio Cultural Mueble. Porras cuenta que, en Colombia, ser restaurador no es una profesión común: en el país hay aproximadamente 400 personas certificadas como tal.

 

Para poder intervenir una obra, sostiene el experto, es necesario entenderla, conocer su materialidad y saber cómo mantenerla. Eso no solamente implica el análisis humanístico –pues las técnicas, temáticas y hasta sensibilidades cambian según el momento histórico tratado y la procedencia geográfica de la obra–, sino también un análisis químico y físico para conocer el trabajo a cabalidad y, solo así, poder intervenirlo.

 

 

¡A restaurar!

Para que a un restaurador le sea confiada una obra de alto valor cultural necesita tener una buena hoja de vida, uno que otro trabajo de peso en su historial y cumplir con los años de experiencia que exija la intervención –además del capital suficiente para aplicar a ciertas licitaciones y así obtener los trabajos–. “Para empezar es necesario hacer una documentación, tomar fotografías, revisar el estado de conservación de la obra y entregar un robusto informe con todos los detalles posibles”, menciona Porras, quien ha trabajado obras de los italianos Antoniazzo Romano, Jusepe de Ribera y Salvador Rosa.

 

Después de hacer el estudio acerca del estado de conservación y el diagnóstico de necesidades, priorizando los deterioros de la obra, se hace una propuesta de tratamiento. En el caso de una pintura de caballete, por ejemplo –que es el caso escogido por Porras para ilustrar su explicación–, se analiza el estado del bastidor (marco de madera). “Se trata de usar bastidores de conservación que tengan maderas muy estables”, enfatiza Porras. Una vez listos los pasos anteriores, se desmonta la obra de su bastidor original y se limpia, tanto por el reverso como por el frente. La limpieza, asegura el experto, es un paso crucial.

 

Es indispensable que todos los materiales usados durante estos procesos sean reversibles, es decir que no afecten de manera definitiva a la obra pero que, a su vez, mantengan su buen estado a lo largo del tiempo. Dentro de los más comunes para el caso de la pintura se encuentran los solventes orgánicos, como alcoholes, cetonas e hidrocarburos; pigmentos, es decir las sustancias que dan el color; pegamento animal, que se extrae de la dermis de animales como conejos y pescados esturiones; algas para consolidar piedra y muros y bacterias para limpiar superficies. La alta tecnología también se hace a veces presente. Es el caso de la nanotecnología –una innovación que permite la manipulación de los materiales a nivel molecular–, y la luz ultravioleta, una herramienta que se usa en la etapa del diagnóstico para identificar fielmente todas las intervenciones que ha tenido la obra y la técnica original del autor.

 

 

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Grandes despropósitos, como la restauración del Ecce Homo de Borja a cargo de Cecilia Giménez, han resultado ser una extraña forma de poner en el ojo público esta práctica. Aquí algunos de los desaciertos más famosos.

 

El San Jorge de Estella en Navarra
Los personajes de los frescos de la capilla Sixtina
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Publicado en la edición impresa de enero de 2019